“Prefiero equivocarme creyendo en un Dios que no existe, que equivocarme no creyendo en un Dios que existe. Porque si después no hay nada, evidentemente nunca lo sabré, cuando me hunda en la nada eterna; pero si hay algo, si hay Alguien, tendré que dar cuenta de mi actitud de rechazo”Blas Pascal

lunes, 1 de abril de 2013

sermones padre juan carlos ceriani

                              DOMINGO DE RESURRECCIÓN
Pasado el sábado, María Magdalena, María, madre de Santiago, y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús. Y muy de madrugada, el primer día de la semana, a la salida del sol, fueron al sepulcro. Se decían unas otras: ¿Quién nos retirará la piedra de la puerta del sepulcro? Y levantando los ojos ven que la piedra estaba ya retirada; y eso que era muy grande. Y entrando en el sepulcro vieron a un joven sentado en el lado derecho, vestido con una túnica blanca, y se asustaron. Pero él les dice: No temáis. Buscáis a Jesús de Nazaret crucificado; ha resucitado, no está aquí. Ved el lugar donde le pusieron. Pero id a decir a sus discípulos y a Pedro que os precederá en Galilea; allí le veréis, como os lo dijo.



Todos estos días pasados, la Iglesia estaba de luto. Hoy se alegra y canta Aleluya ! Hæc dies quam fecit Dominus, exultemus et lætemur in ea. Este es el día que ha hecho el Señor, exultemos y alegrémonos en él.

La resurrección de Jesucristo es, en efecto, la fiesta solemne entre todas… es el misterio más glorioso para Él, y el más consolador para nosotros.


Nuestro Señor fue entregado a la muerte por nuestros pecados y ha resucitado para nuestra justificación. Hoy vence a la muerte, vuelve a la vida, pero una vida inmortal y eterna: Christus resurgens ex mortuis iam non moritur...


Y es para nosotros un motivo y una fuente de júbilo, de satisfacción y de esperanza para la vida eterna.


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¿Cómo sucedió la Resurrección de Nuestro Señor? Resumamos las narraciones de los Evangelistas.


Nuestro Señor murió el Viernes, a las tres de la tarde; poco después, José, de Arimatea y Nicodemo descendieron el Cuerpo de la Cruz, lo ungieron y lo enterraron…


El Sábado, los Sumos Sacerdotes, por recelos impíos y ridículos en contra de su resurrección y temiendo un robo, hacen sellar la tumba y poner guardias junto a ella… Testimonio singularmente precioso que ellos proporcionan, involuntariamente, tanto de la muerte y sepultura de Jesús, como de la imposibilidad de robar su Cuerpo y, por lo mismo, prueba de su resurrección…


Tantos más esfuerzos hacen contra Él, mayores servicios prestan a los creyentes.


Una vez más, Nuestro Señor sorprende y confunde a los sabios de este mundo en su propia astucia sibilina, haciéndolos caer en la propia trampa que habían preparado.


Antes del amanecer del Domingo, que era el tercer día después de su muerte, el Alma de Jesús, por su propio poder divino, remonta del Limbo y viene a reunirse con su Cuerpo, comunicándole, junto con la vida, sus cualidades gloriosas, haciendo de él un cuerpo resucitado glorioso, inmortal, impasible, luminoso, sutil y ágil.


Y Jesús, glorioso e inmortal, sale de la tumba sin romper los sellos ni la piedra, como había salido con ese mismo Cuerpo, aunque mortal entonces, de las purísima entrañas de María Virgen.


Se produjo en ese momento un gran temblor de tierra. Así como la muerte del Señor fue señalada por un terremoto, del mismo modo su resurrección. El cataclismo es la manifestación del poder, del señorío, de la gloria de Dios. Cuando Jesús resucitó, la tierra, conmoviéndose, rindió pleitesía al poder y magnificencia de su Dios.


Un Ángel del Señor, brillante como un relámpago, deslizó la piedra que cerraba el sepulcro y se sentó sobre ella…


Convenía que se abriera de par en par la boca del sepulcro para que todo el mundo viera que estaba vacío; Dios quiso que esto fuera realizado por ministerio de un Ángel, del mismo modo que anunciaron su concepción y su nacimiento, y le confortaron en el desierto y en Getsemaní.


A su vista, los guardias, aterrorizados, quedaron como muertos…. y luego huyeron para ir a los Sumos Sacerdotes y contarles lo maravilloso que había sucedido.


La mentira de estos fue tan sin sentido e inútil como lo habían sido el día anterior sus medidas de precaución. La mentira es iniquidad para consigo misma. Dice San Agustín: Dormientes testes adhibes; vere tu ipse dormisti: ¿Presentas testigos que están durmiendo? Ciertamente, eres tú el que dormiste.


El amor devoto hizo que las santas mujeres madrugaran, y el santo coraje las llevó hacia el lugar del entierro, sin temor a los judíos. Pero una preocupación las embargaba durante el camino: la piedra que cerraba la tumba era pesadísima, y ellas eran débiles mujeres y se decían unas otras: ¿Quién nos retirará la piedra de la puerta del sepulcro?


María Magdalena, al ver abierto el sepulcro
y la falta del Cuerpo del Señor, echó a correr y llegó donde Simón Pedro y donde el otro discípulo a quien Jesús amaba y les dijo: Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto.


Mientras tanto, las otras mujeres, venciendo el natural recelo que les inspiraba el hecho misterioso, resolvieron entrar en la tumba y vieron a un joven sentado en el lado derecho, vestido con una túnica blanca. Era un Ángel en forma humana; vestía blanca túnica, señal de la gran fiesta.


Las mujeres se asustaron. Pero él les respondió con un discurso vibrante y emotivo: No os asustéis. Buscáis a Jesús de Nazaret, el Crucificado; ha resucitado, no está aquí. Ved el lugar donde le pusieron. ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? Recordad cómo os habló cuando estaba todavía en Galilea, diciendo: “Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores y sea crucificado, y al tercer día resucite”. Y ahora id enseguida a decir a sus discípulos: Ha resucitado de entre los muertos e irá delante de vosotros a Galilea; allí le veréis.


Mientras tanto tuvo lugar la aparición de Jesús a su Madre Divina…


Luego se manifestará a Santa María Magdalena, a las Santas Mujeres, a San Pedro, a los dos discípulos de Emaús, a los apóstoles en el Cenáculo estando ausente Santo Tomás…


¿Quién podrá expresar la alegría de los Ángeles… el gozo y el consuelo de la Santísima Virgen… el estupor, admiración y renacida fe y esperanza de todos los discípulos?…


Resurrexit sicut dixit, aleluya ! Hæc dies quam fecit Dominus, exultemos et lætemur in ea !





Cabe preguntarse, ¿por qué Nuestro Señor ha resucitado? Consideremos las misteriosas razones de este gran milagro de la Resurrección de Nuestro Señor.


En primer lugar fue para honrar y glorificar su Cuerpo, que había sufrido tanto. Dicho premio y recompensa le eran bien debido.


Recordemos a qué fue reducido durante su dolorosa Pasión, y veámoslo hoy: ¡qué maravilloso cambio! Antes de ayer, este divino Salvador fue humillado, despreciado, burlado, azotado, coronado de espinas, cruelmente clavado en la cruz entre dos ladrones… y murió sobre el patíbulo, y fue enterrado con prisa…


Pero hoy, helo aquí resucitado y triunfante, para siempre vencedor de la muerte… Ese Cuerpo, maltrecho e irreconocible, se convirtió en resplandeciente y radiante como el sol, goza de sutileza y agilidad, penetra por todas partes y se desplaza de un lugar a otro con la rapidez de la mirada…


Jesús, en este día es glorificado delante de su Padre, delante de Ángeles, ante los poderes del infierno y sus lacayos terrenos, y ante sus discípulos…


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Nuestro Señor resucitó para excitar y fortalecer nuestra fe. La resurrección de Jesús es realmente el fundamento y el triunfo de nuestra fe, ya que demuestra claramente la divinidad y la omnipotencia del Señor.


Un hombre de Dios, que participa del poder divino, bien puede hacer milagros, incluso resucitar los muertos; pero pertenece absoluta y solamente a Dios resucitarse a sí mismo: Potestatem habeo ponendi animam meam, et potestatem habeo iterum sumendi eam…


De este modo había repetidamente predicho su resurrección, y es el mismo signo que prometió a los judíos de su divinidad: Non dabitur nisi signum Jonæ prophetæ…


Es también el argumento principal y sólido por el cual los Apóstoles han probado y demostrado que Jesús es Dios, y con él han convertido al mundo. Si Cristo no ha resucitado, dijo San Pablo, nuestra predicación es vana, vuestra fe es vana. Pero si Jesucristo verdaderamente ha resucitado, Él es Dios, y su religión es verdadera, su doctrina y los mandamientos de su Iglesia son verdaderos y divinos.


En este sentido, la incredulidad de los Apóstoles en un primer momento, y la gran pertinacia de Santo Tomás después, son un gran don de la Sabiduría divina. En efecto, dice San Gregorio Magno: Si los discípulos tardaron en creer en la Resurrección, no fue tanto un acto de debilidad en ellos como un camino preparado para nosotros para fortalecer nuestra fe; porque su negativa para creer les valió una gran cantidad de pruebas, y nosotros, con la lectura de ellas, retiramos gran provecho de las dudas de los Apóstoles y sobre ellas afianzamos nuestra fe sobre un apoyo más sólido. La infidelidad de Santo Tomás nos ha servido más que la fe de los otros discípulos, pues por la fe de Tomás, recuperada al tocar el cuerpo de Jesús, es expulsada todo duda de nuestro corazón y nuestra fe se fortalece.


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Jesucristo resucitó para fortalecer nuestra esperanza en nuestra propia resurrección.


Hablamos, por supuesto, de la resurrección de los elegidos, de los santos predestinados, de cuya salvación es signo la fe en el Verbo Encarnado Redentor así como el propósito de cumplir sus mandamientos y hacer penitencia por las culpas pasadas.


Si los pecadores obstinados e impenitentes quieren entender y aplicarse esta gran doctrina, que primero se conviertan, porque, si mueren en sus pecados, es de fe que también resucitarán, pero como presa de una desesperación terrible y eterna…


La Resurrección de Nuestro Señor es una prenda segura de que también vamos a resucitar un día: Christus resurrexit a mortuis primitiæ dormientium… Exspectantes beatam spem…


Él nos lo ha prometido, y Él es fiel en sus promesas… Primero Cristo, dice el Apóstol, después los que son de Cristo… Porque Él es nuestra Cabeza y exige a sus miembros seguir su condición y conformarse a Él.


Es esta esperanza la que desde muchos siglos antes fue el consuelo del santo justo Job: Credo quod Redemptor meus vivit, et in carne mea videbo Deum Salvatorem meum…


Esperamos, pues, en nuestra propia resurrección, en virtud de la Resurrección de Nuestro Señor. Como dice el Prefacio de Difuntos: In quo nobis spes beatæ Resurrectionis effulsit, ut eosdem consoletur futuræ immortalitatis promissio…


Nuestros cuerpos sujetos a las enfermedades, a la muerte, a la corrupción, serán un día rehabilitados de esta suprema humillación y revestidos de gloria y de inmortalidad, siempre y cuando vivamos de una manera digna de Dios.


Dice San Gregorio Magno: Nuestro Señor sufrió la muerte, para que no tengamos miedo a morir; y resucitó para que tengamos también la confianza de resucitar.


Muriendo, destruyó nuestra muerte; y resucitando, restauró nuestra vida, dice el hermoso Prefacio de Pascua.


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El Catecismo Romano da otra razón: Por su muerte, Jesucristo nos ha liberado de nuestros pecados; pero por su resurrección, nos ha devuelto los principales bienes que el pecado nos había hecho perder. De allí esta sentencia del Apóstol: Jesucristo ha sido entregado a la muerte por nuestros pecados, y ha resucitado para nuestra justificación. Para que nada faltase a la redención de los hombres, debía resucitar, como había de morir.


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Consideremos, finalmente, los frutos de la Resurrección de Nuestro Señor.


Ella no sólo es el fundamento de nuestra fe y de nuestra esperanza, sino también el fundamento de nuestra resurrección espiritual: Ut quomodo Christus surrexit a mortuis, ita et nos in novitate vitæ ambulemus.


Esto hace decir a los Santos Padres: Un pecador convertido y reconciliado por la gracia debe ser un resumen, una copia de la resurrección del Salvador.


Esta vida consiste, pues, en dejar el pecado, morir a todos nuestros vicios, y vivir como Jesús. Cambio de vida verdadero y completo.


Dice San Pablo: renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, para vivir en este mundo presente con templanza, justicia y piedad, en la expectativa de la dichosa bienaventuranza que esperamos.


Es lo que el mismo Apóstol llama también saborear las cosas de arriba, no las cosas de la tierra… despojarse del hombre viejo y revestirse del nuevo…


Es necesario que, muertos al pecado, vivamos la vida de Jesús.


Esta vida santa, una vida de penitencia, de mortificación, de trabajo, es para nosotros una condición esencial para la resurrección espiritual y para la vida eterna.


¡Qué programa de consuelo y de aliento para nosotros!


¡Qué maravillas ha hecho hacer a los mártires y a los santos esta esperanza!


Por el contrario, desgraciados aquellos que, a pesar de la Pasión y de Resurrección de Nuestro Señor, continúan utilizando sus almas, sus cuerpos y las criaturas para el pecado y se niegan a arrepentirse y convertirse. Lejos de resucitar para la vida eterna, volverán a la vida para ir al infierno y sufrir el tormento eterno.


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Si queremos resucitar para la vida eterna, si deseamos tener parte en la gloriosa Resurrección de Jesucristo, debemos tomar los medios: vivir ahora para Él, tener sumo cuidado en observar todos sus mandamientos.


Vivamos, pues, de una manera digna de Dios, haciendo en todas las cosas lo que le agrada, fructificando en toda buena obra.


Es así que podemos esperar resucitar gloriosamente e ir al Cielo para reinar eternamente con el Señor, el Cordero Pascual, que muriendo destruyó nuestra muerte y resucitando restauró nuestra vida.

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