“Prefiero equivocarme creyendo en un Dios que no existe, que equivocarme no creyendo en un Dios que existe. Porque si después no hay nada, evidentemente nunca lo sabré, cuando me hunda en la nada eterna; pero si hay algo, si hay Alguien, tendré que dar cuenta de mi actitud de rechazo”Blas Pascal

lunes, 17 de septiembre de 2012

sermones del R.P Ceriani

DECIMOSEXTO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS



"Y aconteció que entrando Jesús un sábado en casa de uno de los principales fariseos a comer pan, ellos le estaban acechando. Y he aquí un hombre hidrópico estaba delante de Él. Y Jesús dirigiendo su palabra a los doctores de la ley y a los fariseos les dijo: ¿Es lícito curar en sábado? Mas ellos callaron. Él entonces le tomó, le sanó y le despidió. Y les respondió y dijo: ¿Quién hay de vosotros, viendo su asno o su buey caído en un pozo, no le saca al instante en día de sábado? Y no le podían replicar a estas cosas.


Y observando también cómo los convidados escogían los primeros asientos en la mesa, les propuso una parábola, y dijo: Cuando fueres convidado a bodas, no te sientes en el primer lugar, no sea que haya allí otro convidado más honrado que tú, y que venga aquel que te convidó a ti y a él y te diga: Da el lugar a éste; y que entonces tengas que tomar el último lugar con vergüenza; mas cuando fueres llamado, ve y siéntate en el último puesto. Para que cuando venga el que te convidó, te diga: Amigo, sube más arriba. Entonces serás honrado delante de los que estuvieren contigo a la mesa. Porque todo aquél que se ensalza humillado será: y el que se humilla será ensalzado."


Jesús entra un sábado en casa de uno de los principales fariseos…
Ellos le estaban acechando…

¿Es lícito curar en sábado?…

He aquí, en tres pinceladas, planteada la constante disputa de los fariseos contra Nuestro Señor acerca del precepto de guardar el Sábado y cumplir los otros mandatos de la Ley.

Siete veces aparece en los Evangelios la acusación que hicieran a Jesús de no respetar el día de reposo… Y Jesucristo les respondió que el Sábado se hizo para el hombre, y no el hombre para el Sábado, y que el Hijo del hombre es Señor del Sábado.

Un día, el jefe de la Sinagoga, indignado de que Jesús hubiese hecho una curación en sábado, decía a la gente: Hay seis días en que se puede trabajar; venid, pues, esos días a curaros, y no en día de sábado. Replicóle el Señor: ¡Hipócritas! ¿No desatáis del pesebre todos vosotros en sábado a vuestro buey o vuestro asno para llevarlos a abrevar?

En otra oportunidad, luego de una prédica de Jesús, se acercaron los discípulos y le dijeron: ¿Sabes que los fariseos se han escandalizado al oír tu palabra? Él les respondió: Dejadlos; son ciegos que guían a ciegos. Y si un ciego guía a otro ciego, los dos caerán en el hoyo.


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Todo esto no lleva a meditar hoy sobre el escándalo y el fariseísmo, temas por demás actuales e importantes…

Según expone San Jerónimo, lo que en griego se llama escándalo lo podemos traducir por tropiezo o ruina.

Sucede, en efecto, que en el camino material se pone a veces un obstáculo, y quien tropieza en él corre el riesgo de caer; ese obstáculo se llama escándalo.

Acontece, igualmente, en la vida espiritual que las palabras y acciones de otro inducen a ruina espiritual en cuanto que con su solicitación o ejemplo arrastran al pecado. Esto es, propiamente, el escándalo.

Por eso se define el escándalo como: Dicho o hecho menos recto que ofrece ocasión de ruina.


La expresión menos recto significa falta de rectitud, bien sea porque se trata de algo en sí mismo malo; bien sea porque ofrezca alguna apariencia de mal.

En efecto, aunque tal hecho no sea en sí mismo pecaminoso, sin embargo, por el hecho de tener cierta semejanza o parecido de mal, podría ofrecer a otro ocasión de ruina. De ahí que San Pablo amoneste: Huid de toda mala apariencia.




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El dicho o el hecho de otro puede convertirse en causa de pecado de dos modos: de suyo y accidentalmente.
Lo es de suyo cuando alguien, con lo que dice o lo que hace, intenta inducir a otro a pecar; o también, aun en el caso de que no lo intente, cuando lo que hace es de tal naturaleza que induzca a pecar; por ejemplo, pecando públicamente o haciendo algo que tiene apariencia de pecado.

Quien realiza una acción de ese tipo ofrece propiamente ocasión de caída; por eso se llama escándalo activo.

Por otra parte, las palabras o acciones de uno pueden convertirse accidentalmente en causa de pecado, cuando, incluso sin intención del autor, y aparte de las circunstancias de la acción, se ve alguien inducido a pecar por estar mal dispuesto.

En este caso, el que hace esa acción recta, en cuanto está de su parte, no da ocasión, sino que el otro la toma.


Este es escándalo pasivo, y no escándalo activo, ya que, quien obra con rectitud, en cuanto está de su parte, no da ocasión de la ruina que padece el otro.


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Hay, pues, un doble escándalo: el pasivo, de quien sufre el escándalo; y el activo, de quien lo provoca ofreciendo ocasión de caída.

Sucede, pues, que a veces se conectan el escándalo activo de uno y el pasivo de otro; por ejemplo, cuando uno peca por instigación de otro.

A veces, en cambio, hay escándalo activo sin el pasivo, como en el caso de quien, de palabra o de obra, induce a pecar a otro y éste no consiente.

Otras veces se da el escándalo pasivo sin el activo.

El escándalo pasivo es siempre pecado en quien lo sufre, ya que nadie se escandaliza sino en cuanto que de algún modo sufre ruina espiritual, la cual es pecado.

Pero puede darse, pues, el escándalo pasivo, sin pecado por parte de quien fue autor del hecho por el que otro se escandaliza; tal es el caso de quien se escandaliza por el bien que otro hace.

El escándalo pasivo siempre es causado por algún escándalo activo, mas no siempre por el escándalo activo ajeno; a veces, el sujeto se escandaliza a sí mismo.

Respecto del escándalo activo, este es siempre pecado por parte de quien lo provoca. En efecto, la acción o es pecado o tiene apariencia de pecado. En este caso, la caridad hacia el prójimo obliga a esforzarse en velar por su salvación; no hacerlo implica atentado contra la caridad.

Puede darse el escándalo activo sin pecado por parte de aquel a quien escandaliza.




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Respecto del escándalo pasivo, se debe considerar ¿qué hay que dejar de lado para que otro no se escandalice?
Pues bien, entre los bienes espirituales hay que distinguir.

Algunos son necesarios para la salvación, y éstos no se pueden omitir sin pecado mortal; ya que es evidente que nadie puede pecar mortalmente para impedir el pecado de otro, porque el orden de la caridad exige que la salud espiritual propia prevalezca sobre la ajena.

Por lo tanto, lo necesario para la salvación no debe omitirse a efectos de evitar el escándalo.

En cuanto a los bienes espirituales no necesarios para la salvación se impone, a su vez, establecer una distinción.

En efecto, el escándalo a que dan lugar proviene, a veces, de la malicia; tal es el caso de quien quiere impedir ese tipo de bienes espirituales provocando escándalo.

Ese era el escándalo de los fariseos, que se escandalizaban de la doctrina del Señor. Ese tipo de escándalo debe desdeñarse, como enseña el Señor.

Por eso, San Gregorio, comentando a Ezequiel, escribe: Si la verdad da lugar al escándalo, es preferible permitir el escándalo a apartarse de la verdad.
Como los bienes espirituales pertenecen de forma muy especial al plano de la verdad, por eso, no se deben abandonar los bienes espirituales por el escándalo.

Pero el escándalo proviene, a veces, de la debilidad y de la ignorancia; es el escándalo de los pusilánimes. En ese caso se deben ocultar y a veces incluso diferir las obras espirituales, si puede hacerse sin inminente peligro, hasta que, explicado el tema, se desvanezca el escándalo.

Pero si, una vez explicado el tema, continúa el escándalo, parece que éste proviene entonces de la malicia, en cuyo caso no hay razón para omitir las obras espirituales a causa de él.


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Sobre la doctrina hay que tener en cuenta dos cosas: la verdad que se enseña y el acto mismo de enseñarla.
De estas dos cosas, la verdad que se enseña, es necesaria para la salvación, es decir, no enseñar lo contrario a la verdad; antes bien, aquel a quien incumbe el oficio de enseñarla, debe proponer la verdad teniendo en cuenta las circunstancias de tiempo y de las personas.

De ahí que, cualquiera que sea el escándalo a que pueda dar lugar, jamás se debe renunciar a la verdad y enseñar el error.

El acto mismo de enseñar, por su parte, se considera entre la limosna espiritual. Por eso es necesario tratar la doctrina de la misma manera que las otras obras de misericordia.

De ahí que tampoco se han de abandonar, absolutamente, ni los consejos, ni tampoco las obras de misericordia por escándalo de los pequeñuelos.
Otro tanto ocurre cuando se trata de cosas anexas al cargo, como es el caso de los prelados, o cuando lo exija la necesidad del indigente.

En estos supuestos vale exactamente la misma razón para estos casos que para lo que es necesario para la salvación.


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¿Y en cuanto a los bienes temporales?

Si a los hombres malos se les permitiese alzarse con lo ajeno, esto redundaría en detrimento de la verdad, de la vida y de la justicia. Por lo mismo, no hay que abandonar los bienes temporales por cualquier tipo de escándalo.
Entre los bienes temporales se impone una distinción, ya que o son nuestros o nos han confiado su conservación en favor de otros.

La conservación de los bienes entregados en depósito, incumbe por necesidad a quienes les han sido confiados. Por eso no se deben abandonar por el escándalo.

En cambio, los bienes temporales de que somos dueños, por el escándalo debemos dejarlos unas veces sí y otras no: dándolos, si están en nuestro poder, o no reclamándolos, si los tienen otros.

En efecto, si se produce el escándalo por flaqueza o por ignorancia ajenas, entonces o hay que abandonarlos del todo, o hay que desvanecer de alguna manera el escándalo, por ejemplo, con alguna explicación.

Pero el escándalo nace a veces de la malicia, como el escándalo de los fariseos. En este caso no se deben abandonar los bienes temporales por consideración hacia quien provoca tales escándalos, ya que esto, por una parte, redundaría en perjuicio del bien común, ofreciendo a los malos ocasión de rapiña; y por otra, causaría perjuicio a los mismos ladrones, que permanecerían en pecado reteniendo lo ajeno.

Por eso dice San Gregorio: A algunos de los que nos quitan lo temporal tan solamente se les debe tolerar, pero hay otros a quienes hay que impedírselo justamente, no por la única preocupación de que no nos roben lo nuestro, sino para que los raptores no se pierdan reteniendo lo ajeno.


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Sobre el tema concreto del fariseísmo, consideremos lo enseñado por el Padre Leonardo Castellani.

El fariseísmo es esencialmente homicida y deicida, es decir, da muerte a un hombre por lo que hay en él de Dios… odio deicida al prójimo; odio a lo santo, a lo virtuoso…

Es el drama de Cristo y de su Iglesia. Si en el curso de los siglos una masa enorme de dolores y de sangre no hubiese sido rendida por otros cristos en la resistencia al fariseo, la Iglesia hoy no subsistiría.

Y al final será peor. En los últimos tiempos el fariseísmo triunfante exigirá para su remedio la conflagración total del universo y el descenso en Persona del Hijo del Hombre, después de haber devorado insaciablemente innúmeras vidas de hombres.


San Pablo, cuando habla del Anticristo, da como señal el sacrilegio religioso; es decir, se apoderará en forma aún más nefanda de la religión para sus fines, como habían hecho los fariseos.

Si creemos a Jesucristo y a San Pablo de que en los últimos tiempos habrá una gran apostasía y que no habrá ya casi fe en la tierra, sólo el fariseísmo es capaz de producir ese fenómeno.

Solo el fariseísmo puede devastar la religión por dentro; sin lo cual ninguna persecución externa le haría mella. Si la Iglesia está pura y limpia, es hermosa y atrae, no repele. Solamente cuando la Iglesia tenga la apariencia de un sepulcro blanqueado, y los que manden en ella tengan la apariencia de víboras, y lo sean, el mundo entero se asqueará de Ella y serán poquísimos los que puedan mantener, no obstante, su fe firme; un puñado heroico de escogidos que, si no se abreviara el tiempo, ni ellos resistirían.


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El engreimiento religioso trajo el mesianismo político. Los fariseos necesitaban ser vengados de sus quemantes humillaciones, de sus derrotas. La religión era humillada en ellos y el Mesías debía vindicar la religión. Y si el Mesías había de ser político, naturalmente había que preparar su venida haciendo política.

Cuando la política entra dentro de la religión, se produce una corrupción extraña. En esas condiciones el poder se vuelve temible, porque puede obligar en conciencia.

La corrupción llega al máximo cuando lo religioso se ha reducido a un instrumento y pretexto de lo político. La crueldad, cuya condición y primer grado es la dureza de corazón, es infalible consecuencia de la soberbia religiosa.

Si un superior premia la virtud y castiga el vicio, es un hombre religioso.
Si no premia nada ni castiga nada, es un nulo.
Si castiga la virtud y premia el vicio, es un fariseo; si persigue la santidad, es un fariseo; si odia la verdad, es un fariseo… Y no tiene remedio…

La levadura de los fariseos consiste en la palabrita que hace levantar toda la masa, pero para volverla agria y venenosa. El fariseo ordinariamente no miente del todo, se contenta con decir media verdad y callar la otra. Esas medias verdades, que son a veces peores que las mentiras, penetran y fermentan la mente colectiva, contaminando imperceptiblemente incluso los ánimos buenos y bienintencionados, que las repiten inocentemente.


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El fariseísmo tiene siete grados:

1°) la religión se vuelve exterior y ostentadora.
2°) la religión se vuelve rutina, oficio y profesión, medio de ganar la vida.
3°) la religión se vuelve negocio, instrumento de ganancia de honores, de poder o de dinero.
4°) la religión se vuelve pasivamente dura, insensible, desencarnada; se vuelve poder o influencia, medio de dominar al prójimo.

Hasta aquí el fariseísmo se ha mostrado corruptor de la fe y de la piedad, convertidas en carrera, artimaña, política, negocio.

Pero la soberbia religiosa va más allá del uso de la religión para instalarse en el mundo y quedarse con los bienes de la tierra.
Es como la esclerotización de lo religioso, un endurecimiento o decaimiento progresivo. Y después una falsificación, hipocresía, dureza hasta la crueldad…

Los otros grados son ya diabólicos. El corazón del fariseo primero se vuelve corcho, después piedra, después se vacía por dentro, después lo ocupa el demonio. Entonces, el fariseísmo se muestra claramente como el pecado contra el Espíritu Santo pues lleva a cabo:

5°) aversión a los que son auténticamente religiosos. La religión se vuelve hipocresía: el “santo” hipócrita empieza a despreciar y aborrecer a los que tienen religión verdadera.
6°) persecución de los verdaderamente religiosos. El corazón de piedra se vuelve cruel, activamente duro.
7°) sacrilegio y homicidio. El falso creyente persigue de muerte a los verdaderos creyentes, con saña ciega, con fanatismo implacable… y no se calma ni siquiera ante la cruz ni después de la cruz.


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El fariseísmo abarca, pues, desde la simple exterioridad hasta la crueldad, pasando por todos los escalones del fanatismo y de la hipocresía.

La religión suprimiendo la misericordia y la justicia; ¿puede darse algo más monstruoso?

La última corrupción de la Iglesia, es decir, el fariseísmo generalizado y entronizado, traerá consigo lo que San Pablo llama la Gran Apostasía y la Gran Tribulación.

Cuando en la Iglesia ha salido un ramo de fariseísmo, Dios lo ha curado, pero alguien lo ha pagado con su sangre, desde Cristo hasta Juana de Arco, y hasta nuestros días…
Se entabla una lucha trágica entre la moral viva y la moral desecada, entre la mística real y la “mística convertida en política”. Vence la moral viva; pero sucumbe el que la lleva en sí como una vida y una pasión…

En el principio de la Iglesia, el fariseísmo había plagado de tal manera la Sinagoga, que Jesucristo se dio como misión principal de su vida el combatirlo, y fue su víctima.

Al fin de la Iglesia, el fariseísmo se volverá de nuevo tan espeso, que demandará para su remedio la segunda Venida de Cristo…


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El fariseo es esencialmente homicida, aunque tenga las manos enteramente limpias de sangre.
Y éste es el grado supremo del fariseísmo, los sacrificios humanos; no a Dios, que no los quiere, sino a un Diablo disfrazado y llamado con distintas nombres.

“Llegará un tiempo en que os matarán, creyendo hacer servicio a Dios.”

Esta es una de las señales que dio Cristo de la Parusía; y en efecto, eso hizo Caifás exactamente con Él.
Dar muerte a un hombre por religión… Y la religión, dando la muerte a un hombre no por sus vicios sino por sus virtudes, es la señal siniestra.


  1. +++


Señales del fariseísmo, más que claras hoy en día:
- la hipertrofia de la “disciplina”,
- los medios convertidos en fines,
- la tortuosidad y disimulo en el obrar,
- la rigidez implacable,
- el chantaje por medio de las cosas sacras,
- la ignorancia completa de la persona humana,
- la falta de misericordia y de justicia substituidas por “mandatos de hombres” muertos y metálicos.


Como conclusión, las palabras de Jesucristo: Dejadlos; son ciegos que guían a ciegos. Y si un ciego guía a otro ciego, los dos caerán en el hoyo.

domingo, 9 de septiembre de 2012

Sermones del Padre Juan Carlos Ceriani


"SERMÓN PARA EL DECIMOQUINTO DOMINGO POST PENTECOSTÉS"


"Y aconteció después, que iba a una ciudad, llamada Naím: y sus discípulos iban con Él, y una grande muchedumbre de pueblo. Y cuando llegó cerca de la puerta de la ciudad, he aquí que sacaban fuera a un difunto, hijo único de su madre, la cual era viuda: y venía con ella mucha gente de la ciudad. Luego que la vio el Señor, movido de misericordia por ella, le dijo: No llores. Y se acercó, y tocó el féretro; y los que lo llevaban, se pararon. Y dijo: Mancebo, a ti digo, levántate. Y se sentó el que había estado muerto, y comenzó a hablar. Y le dio a su madre, y tuvieron todos grande miedo, y glorificaban a Dios, diciendo: Un gran profeta se ha levantado entre nosotros: y Dios ha visitado a su pueblo. Y la fama de este milagro corrió por toda la Judea, y por toda la comarca."


Y cuando llegó cerca de la puerta de la ciudad, he aquí que sacaban fuera a un difunto, hijo único de su madre, la cual era viuda.

Llegando a la ciudad de Naím, Nuestro Señor se encuentra con la muerte… Jesús, autor de la vida, quien proclama ser la resurrección y la vida, se halla frente a frente con la muerte…
Meditemos hoy sobre la muerte.
Mucho se discute sobre el problema de la vida; y mucho se pregunta sobre cómo hay que vivir.
Esto no basta: hay que preguntarse también de qué manera hay que morir.
Los necios, dice Pascal, no pudiendo suprimir la muerte, no piensan en ella.
El cristiano, no sólo piensa en la muerte, sino que se prepara a ella y no se contrista.
Sin temores insensatos, miremos de frente, serena y cristianamente a la muerte; y veamos de qué modo enseña a afrontarla el cristianismo.


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Vendrá para todos nosotros la hora de la partida de este mundo.
No sabemos cómo, ni cuándo, ni dónde moriremos.
Pero de una cosa estamos ciertos, tenemos que morir.
También de otra cosa podemos estar muy seguros: en ese momento postrero, no nos arrepentiremos de haber vivido como cristianos.
Sólo nos confortará el pensamiento de haber vivido en gracia, de haber divinizado nuestra vida, de haber hecho sobrenaturalmente el bien y cumplido nuestro deber.


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Decimos muy frecuentemente que los muertos pasaron o hicieron tránsito de esta vida a la otra, porque a la verdad esta morada que hacemos sobre la tierra, a la cual damos el nombre de vida, más es muerte que vida; supuesto que por cada momento de ella vamos pasando, sin parar, al sepulcro y a la eternidad.

Por eso decía aquel antiguo filósofo que morimos todos los días, y que cada día se nos quita alguna parte de nuestro ser.

Decía un antiguo que la muerte no debía reputarse como mal, ni mirarse como desagradable, si la precedió una buena vida; porque nada la hace temible sino lo que la sigue.
Y, sin embargo, la naturaleza ha impreso en todos el horror a la muerte.

Pero contra todo este desasosiego que nace del temor del juicio divino tenemos el escudo de la buena esperanza, que haciéndonos poner toda nuestra confianza, no en nuestra virtud, sino sólo en la misericordia de Dios, nos asegura que los que esperan en su bondad jamás serán confundidos en su esperanza.

Pero yo he cometido muchas faltas, dirá alguno. Es cierto; mas, ¿quién será tan loco que piense que puede cometer tantas como Dios sabe perdonar; ni que se atreva a medir la grandeza de sus pecados con la inmensidad de aquella infinita misericordia que los anega en el profundo mar del olvido, si por amor suyo nos arrepentimos de ellos?

Sólo a los desesperados, como Caín, está bien el decir que su pecado es tal y tan grande que no hay perdón para él; pero no a los que se arrepienten y esperan en Dios; pues hay en Dios una misericordia y una redención abundante, y Él es el que redime a Israel de todas sus iniquidades.

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A este respecto, tengamos en cuenta el consuelo que San Francisco de Sales daba a un alma cercada y asaltada de los espantos de la muerte y del temor del juicio que le sigue.

“¡Oh!, le decía, la muerte es horrible, esto es mucha verdad; pero también lo es que la vida que sigue después de ella, y que Dios nos ha de dar, es mucho más apreciable; y así, no debemos caer jamás en la desconfianza, porque, aunque seamos miserables, nunca podremos serlo tanto ni con mucho, como Dios es misericordioso con los que tienen voluntad de amarle, y han puesto en Él sus esperanzas.


Cuando el bienaventurado cardenal San Carlos Borromeo se hallaba a las puertas de la muerte, hizo llevar y que le pusiesen delante una imagen de Nuestro Señor difunto, para dulcificar su muerte con la de su Salvador. Este es el mejor remedio de todos contra el temor y miedo de nuestra partida: pensar en la de Aquel que es nuestra vida; y no pensar jamás en la una sin juntar el pensamiento de la otra.”


Es cierto que a vista de nuestros pecados pasados debemos siempre temer y llorar amargamente; pero no debemos quedarnos en esto, sino pasar más adelante, y llamar en nuestro socorro a la fe, a la esperanza, y al amor de la divina e infinita Bondad; con lo cual nuestra amargura amarguísima se convertirá en paz; nuestro temor pasará de servil a filial; y la desconfianza de nosotros mismos, que es acíbar muy amargo, se dulcificará con el azúcar de la confianza en Dios.


El que se detiene en la desconfianza y el temor, sin pasar a la esperanza y a la confianza, se parece al que de un rosal arrancase sólo las espinas, dejando las rosas.


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Pasando a otro punto no menos importante, a los que preguntan si es lícito desear la muerte por no ofender a Dios, el mismo San Francisco de Sales respondía:

Siempre es peligroso el desear la muerte; porque este deseo no se halla ordinariamente sino en los que han llegado a muy alto grado de perfección, o en los que adolecen de melancolía; pero no en espíritus de mediana esfera, cuales podemos ser nosotros.
Se alegan los ejemplos de David, de San Pablo y de algunos otros Santos que desearon morir; pero sería presunción el imitarlos en esto, sin igualarlos a ellos en su santidad.
Desear la muerte por tristeza, despecho o fastidio de esta vida, es caer en un extremo contrario, muy próximo a la desesperación.
Pero a esto suelen decir que se desea la muerte sólo para no ofender más a Dios.
Debe ser sin duda grandísimo y superior al deseo de vivir el aborrecimiento al pecado; pero es menester que sea maravilloso en un alma que desea morir por temor de no cometerle.
Por lo menos, los Santos que lo desearon, no lo hicieron por este temor, sino por gozar de Dios y glorificarle más.
Y por más que me digan, yo entiendo que es muy difícil desear la muerte por el único motivo de no ofender a Dios; y que en tal deseo hay, aunque no se perciban, otras causas; y que éstas son las que hacen ingrata y fastidiosa la vida.
Sobre todo, me parece que lo que hace prorrumpir en semejantes expresiones, no es tanto el deseo de glorificar a Dios, que debe ser nuestro primer objeto, cuanto el que no sea Dios ofendido, ni su gloria exterior defraudada por nuestras culpas.

Además de esto, ¿qué pretende quien esto dice?

¿Es acaso ir al paraíso? Pero para esto no basta no pecar, sino que todavía es menester obrar bien, haciendo buenas obras, y haciéndolas de modo que sean agradables a Dios.

¿Es acaso ir al purgatorio? Yo aseguro que si los que así hablan se viesen a la puerta de aquel lugar, retractarían su deseo, y pedirían que se les restituyese a esta vida para hacer austeras penitencias, aunque fuese por un siglo entero, antes que atreverse a entrar, y detenerse poco tiempo en aquel fuego abrasador y en aquellos ardores espantosos”.


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Una interesante anécdota en la vida de San Francisco de Sales nos puede ilustrar mucho sobre este tema.

Cumpliendo la visita de su diócesis, le dijeron que un labrador, que se hallaba gravemente enfermo, deseaba recibir su bendición antes de morir. El Santo fue allá, y encontró a aquel hombre a las puertas de la muerte, pero en su cabal juicio. Arrebatado de gozo el enfermo de ver cumplido su deseo, le dijo al Santo: Señor Ilustrísimo, doy gracias a Dios de que me concede veros y recibir vuestra bendición antes de morir.

Pidió que le confesase, y viéndose a solas con su Prelado le preguntó: Señor, ¿me moriré de esta enfermedad?

Creyendo el Santo que le hubiese sobrecogido algún demasiado miedo, le dijo, para serenarle: “He visto otros que de peor estado han salido; pero es menester que pongáis toda vuestra confianza en Dios, en cuyas manos está nuestra vida y nuestra muerte.”
Pero, Señor Ilustrísimo, repitió el enfermo, ¿os parece que me muero?

“Hijo mío, le respondió el buen pastor, a eso un médico os podría responder mejor que yo; pero lo que os puedo decir es que veo vuestra alma en buen estado, y que quizá seríais llamado a juicio en otro tiempo en que no estuvieseis tan bien dispuesto como ahora. Lo mejor que podéis hacer es deponer todo deseo de vivir, y poneros y entregaros totalmente en manos de la providencia y misericordia de Dios, para que haga en vos su santísima voluntad, que sin duda será lo que más cuenta os tenga.”

¡Oh! Señor Ilustrísimo, replicó el enfermo, no creáis que os haga esta pregunta porque tema el morir; antes bien por temor que tengo de no morir, el cual es tal, que me costaría dificultad el conformarme con sanar de esta enfermedad.


Sorprendido el Santo al oír este lenguaje, como quien sabía que ordinariamente sólo las almas muy perfectas o muy malas son las que desean la muerte declinando hacia la desesperación o a lo menos hacia una profunda tristeza, le preguntó: “¿acaso tenéis algún pesar de vivir?, ¿de dónde procede el tedio que mostráis de la vida, siendo tan natural el desearla?”.


Señor, respondió el enfermo, es de tan poco valor este mundo que no sé cómo son tantos los que se matan por él; pues si Dios no hubiese dispuesto que estuviésemos hasta que su Majestad nos sacase de él, mucho ha que ya no estaría yo en el mundo.


Persuadido el Santo de que acaso este hombre estuviese poseído de alguna grave pesadumbre, que le indujese a aborrecer la vida y a desear la muerte con tanta vehemencia, le preguntó: “¿padecéis algunos dolores ocultos en el cuerpo, o alguna pérdida en los bienes?”.


No por cierto, respondió; yo he vivido una vida muy sana hasta la edad en que me veis que ya llega a los setenta. En lo que toca a bienes, no me sobra gran cosa, sin que jamás haya sabido lo que es pobreza, gracias a Dios.


Le preguntó todavía el Santo, “¿acaso tenéis algún descontento de parte de vuestra mujer o de vuestros hijos?”


No, Señor, respondió; antes bien logro en ellos todos los contentos y satisfacciones que se pueden apetecer, sin que jamás me hayan dado el menor disgusto, tanto, que si hubiese de sentir el morir, sería únicamente por haber de apartarme de ellos.


No pudiendo el Santo atinar con la causa de aquel disgusto de la vida, le preguntó: “Pues ¿de dónde os viene, hermano mío, este deseo de la muerte?”


Señor, respondió, de que en los sermones he oído siempre hacer tales elogios de la otra vida y de los gozos del Paraíso, que he formado concepto de que este mundo no es otra cosa en realidad que un calabozo o una prisión verdadera.


Y pasando desde aquí el enfermo a hablar según la medida de la abundancia de su corazón sobre un asunto tan agradable dijo tantas maravillas, que el santo Obispo estaba arrebatado y bañado todo en lágrimas y ternura, al ver aquel hombre rudo, a quien Dios y su Santo Espíritu habían enseñado y revelado cosas que no eran capaces de enseñarle la carne y sangre.


De estas altas y celestiales ideas descendió después a las cosas prácticas de acá abajo; pintó la bajeza de las más eminentes grandezas, de las más suntuosas riquezas, y de las más exquisitas delicias del mundo con tan vivos colores, que imprimió en el Santo doctor un nuevo disgusto de ellas.


A vista de esto, lo que hizo San Francisco fue conformarse con los sentimientos de este buen hombre; pero para apartarle de los extremos a donde se inclinaba, le hizo hacer muchos actos de resignación y de indiferencia hacia la vida o hacia la muerte, a imitación de San Pablo y de San Martín.


De allí a pocas horas recibió la Extremaunción de manos del Santo Obispo, expiró sin quejarse del menor dolor, quedando más hermoso después de muerto que lo había sido durante la vida.


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Para terminar, consideremos la sabia respuesta de San Francisco de Sales cuando le preguntaron: ¿cuál es la mejor disposición para morir bien? Supuesta la caridad, ¿qué virtudes vivas y animadas de la caridad son las más convenientes para el momento de morir?

A esto respondió: “la humildad y la confianza”; y para no dejar de explicarse, con su natural gracia, añadió: La cama de una buena muerte debe tener por colchón la caridad; pero es muy bueno tener la cabeza descansando en las dos almohadas de la humildad y de la esperanza; y espirar con una humilde confianza en la misericordia de Dios.

Y explico:

De estas dos almohadas, la primera, que es la humildad, nos da a conocer nuestra miseria, y nos hace temblar de temor y espanto; pero de un temor amoroso (pues le supongo animado de la caridad), el cual nos hace concebir y producir el espíritu de salvación; humildad valiente y generosa que, sin abatirnos, nos levanta hacia Dios, apoyándonos en Él solamente.


De esta primera almohada se pasa fácilmente a la segunda, que es de la confianza en Dios. Y ¿qué otra cosa es esta confianza, sino una esperanza, fortalecida de la consideración de la infinita bondad de nuestro Padre celestial, más empeñado y más deseoso de nuestro bien que nosotros mismos?


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Por lo tanto, tengamos en cuenta que la muerte avanzará con paso lento, pero inexorable; y en el momento de la separación dolorosa, la voz de la Iglesia se alzará para Recomendar a Dios, con tiernísimas expresiones,el alma del moribundo.

Sal de este mundo, alma cristiana, en nombre de Dios Padre Todopoderoso, que te creó; en nombre de Jesucristo Hijo de Dios vivo, que padeció por ti; en nombre del Espíritu Santo, que en ti se infundió; en nombre de la gloriosa y santa Virgen María, Madre de Dios; en nombre del bienaventurado José, ínclito Esposo de la misma Virgen; en nombre de los Ángeles y Arcángeles; en nombre de los Tronos y Dominaciones; en nombre de los Principados y Potestades; en el de los Querubines y Serafines; en el de los Patriarcas y Profetas; en el de los santos Apóstoles y Evangelistas; en el de los santos Mártires y Confesores; en el de los santos Monjes y Ermitaños; en nombre de las santas Vírgenes y de todos los Santos y Santas de Dios.

Sea hoy en paz tu descanso y tu habitación en la Jerusalén celestial.

Te recomiendo a Dios Todopoderoso, y te pongo en las manos de aquel de quien eres criatura, para que después de haber sufrido la sentencia de muerte, dictada contra todos los hombres, vuelvas a tu Creador que te formó de la tierra. Ahora, pues, que tu alma va a salir de este mundo, salgan a recibirte los gloriosos coros de los Ángeles y los Apóstoles, que deben juzgarte; venga a tu encuentro el ejército triunfador de los generosos Mártires; rodéete la multitud brillante de los Confesores; acójate con alegría el coro radiante de las Vírgenes, y sé para siempre admitido con los santos Patriarcas en la mansión de la venturosa paz.

Anímete con grande esperanza San José, dulcísimo Patrón de los moribundos; vuelva hacia ti benigna sus ojos la santa Madre de Dios; preséntese a ti Jesucristo con rostro lleno de dulzura, y colóquete en el seno de los que rodean el trono de su divinidad.

No experimentes el horror de las tinieblas, ni los tormentos del suplicio eterno.
Huya de ti Satanás con todos sus satélites, y, al verte llegar rodeado de Ángeles, tiemble y vuélvase a la triste morada donde reina la noche eterna.
Levántese Dios, y disípense sus enemigos, y desvanézcanse como el humo.
A la presencia de Dios desaparezcan los pecadores, como la cera se derrite al calor del fuego, y regocíjense los justos, como en una fiesta perpetua ante la presencia del Señor.
Confundidas sean todas las legiones infernales; ningún ministro de Satanás se atreva a estorbar tu paso.
Líbrete de los tormentos Jesucristo, que fue crucificado por ti; colóquete Jesucristo, Hijo de Dios vivo, en el jardín siempre ameno de su paraíso, y verdadero Pastor como es, reconózcate por una de sus ovejas.

Perdónete misericordioso todos tus pecados; póngate a su derecha entre sus elegidos, para que veas a tu Redentor cara a cara, y morando siempre feliz a su lado, logres contemplar la soberana Majestad y gozar de la dulce vista de Dios, admitido en el número de los Bienaventurados, por todos los siglos de los siglos. Así sea”


Nosotros moriremos…


El reloj de nuestra vida se parará para siempre…


Nuestro corazón ya no palpitará más…


Nuestra alma se separará del cuerpo…


Estaremos delante del divino Juez…

fuente:http://signum-magnum.blogspot.com.ar/

martes, 31 de julio de 2012

Sermones Padre Ceriani

OCTAVO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS



En aquel tiempo, decía Jesús a sus discípulos: Había un hombre rico que tenía un mayordomo, y éste fue acusado delante de él como disipador de sus bienes. Y le llamó y le dijo: ¿Qué es esto que oigo decir de ti? Da cuenta de tu mayordomía porque ya no podrás ser mi mayordomo. Entonces el mayordomo dijo entre sí: ¿Qué haré porque mi señor me quita la mayordomía? Cavar no puedo, de mendigar tengo vergüenza. Yo sé lo que he de hacer, para que cuando fuere removido de la mayordomía me reciban en sus casas. Llamó, pues, a cada uno de los deudores de su señor, y dijo al primero: ¿Cuánto debes a mi señor?Y éste le respondió: Cien barriles de aceite. Y le dijo: Toma tu escritura, y siéntate luego, y escribe cincuenta. Después dijo a otro: ¿Y tú, cuánto debes? Y él respondió: Cien coros de trigo. Él le dijo: Toma tu vale y escribe ochenta. Y alabó el señor al mayordomo infiel, porque había obrado sagazmente; porque los hijos de este siglo, más sabios son en su generación, que los hijos de la luz. Y yo os digo: Que os ganéis amigos con las riquezas de iniquidad, para que cuando falleciereis, os reciban en las eternas moradas.

Había un hombre rico que tenía un mayordomo, y éste fue acusado delante de él como disipador de sus bienes…


En esta parábola, llamada del mayordomo infiel, tenemos que considerar primero ¿quién es este hombre rico?, ¿quién es su mayordomo?, ¿en qué manera desperdiciaba sus bienes? y ¿cómo es difamado delante de su señor?


Este hombre rico representa a Dios nuestro Señor, cuyas son todas las riquezas del Cielo y de la tierra.


De dichos tesoros gozan los Ángeles y los hombres, y son de tres clases:


Unas son riquezas corporales, que sirven al cuerpo para su mantenimiento, como la comida, el albergue y el vestido.


Otros son patrimonios espirituales, que adornan y enriquecen el espíritu con la gracia y las virtudes.


Otros son capitales eternos, con los cuales son premiados los justos en el Cielo.


Estos tesoros los reparte Dios a los hombres, y las primeras la da a buenos y malos, fieles e infieles; las segundas, solamente a los fieles, y algunas sólo a los justos; las últimas a los bienaventurados únicamente.


Debemos pedir a Dios que nos conceda usar de tal manera de las riquezas temporales que no perdamos las espirituales, y que negociemos con éstas de modo que podamos obtener las eternas.

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El mayordomo de este soberano Señor es el hombre, a quien entrega el gobierno de las riquezas que posee, así del cuerpo como del alma.


Aunque le da verdadero dominio de algunas, sigue siendo siempre mayordomo, porque su dominio no es absoluto, sino sujeto al dominio de Dios y de sus leyes.


Tampoco puede lícitamente distribuir ni usar de los bienes que tiene, si no es conforme a la voluntad del supremo Señor que se los dio.


Y a este Señor ha de dar cuenta y razón de todo; y eso el día que Él disponga pedírselo; para lo cual hay libro de recibo y gasto, en que se asienta lo que se nos da y el modo como lo distribuimos.

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Más allá de si la denuncia respondía o no a la realidad de los hechos, aquel mayordomo es acusado de desperdiciar los bienes de su Señor, gastándolos o usando de ellos contra la voluntad de su señor.


La intención de Nuestro Señor en esta primera parte de la parábola es hacernos reflexionar sobre el uso de los bienes recibidos: si lo hacemos contra su divina voluntad y contra los preceptos que nos ha puesto en su santa ley.


Desperdicio el manjar si le como por gula; y el vestido, si uso de él para sola jactancia; y el dinero, si lo gasto en cosas prohibidas, o si lo detengo y no lo reparto a los pobres cuando Dios lo manda, y de la misma manera desperdicio la vida y la salud, los sentidos y potencias del alma, cuando los empleo en cosa que sea ofensa del que me los dio.


Desperdiciar las riquezas materiales y espirituales, con el riesgo de perder las eternas…

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Por estas cosas viene el mayordomo a ser difamado delante de su señor; porque nuestra buena o mala fama para con Dios depende de nuestras obras, y no de los dichos de los hombres.


Nuestras acciones nos acreditan o desacreditan, honran o infaman a los ojos de Dios.

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Sin más, pide el señor cuenta a su mayordomo y le quita el cargo: le llamó su señor y le dijo: ¿Qué es lo que oigo decir de ti? Dame cuenta de tu mayordomía, porque ya no podrás hacer oficio de mayordomo.


La actitud de este hombre rico, por la noticia que tuvo de que su mayordomo desperdiciaba los bienes, es una figura del clamor de nuestros pecados, que llegan al Tribunal de Dios, y de que se nos llame a que le demos cuenta.


Este llamamiento suele suceder en dos maneras.


La primera es terribilísima, cuando llama Dios a los pecadores tan de repente, que no tienen aviso de que se mueren, ni tiempo de aparejarse para la cuenta que han de dar.


La otra manera es llamada poco a poco, por medio de alguna enfermedad, la cual es aviso de la muerte y da lugar de aparejarse para la cuenta. En virtud del cual nos trae a la memoria todos los pecados de que estamos difamados delante de Él, para que oyendo el cargo, demos el descargo con tiempo, porque, si no, en el instante de la muerte nos la dirá para convencernos de la culpa y sentenciarnos por ella.


Por tanto, oigamos la voz de Dios, que con sus inspiraciones y recuerdos interiores nos dice:


¿Qué pecados son estos que haces?


¿Qué tibieza es esta en que vives?


¿Qué olvido es este que traes de tu salvación?


¿Qué descuido es este que tienes en tu oficio y en las cosas que te he encomendado?


Escuchemos, pues, esta palabra y enmendemos con tiempo lo que Dios nos avisa por ella, porque si no estuviésemos enmendados a la hora de la muerte, la palabra que ahora nos dice para nuestra salvación, entonces nos la dirá para nuestra condenación.

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Luego, tengamos en cuenta aquellas palabras tremendas: Da cuenta de tu mayordomía porque ya no podrás ser mi mayordomo; que es decir:


Dame cuenta de la casa de este mundo que creé para tu morada; de las plantas y animales que hice para tu sustento; de los tesoros y riquezas, oficios y dignidades que has tenido; de los años de vida, salud, fuerzas y talentos que te he dado.


Dame cuenta de los pensamientos que has revuelto por tu memoria, de las palabras que han salido de tu boca, de las obras que has hecho con tus manos, y de los pasos que has andado con tus pies, y de todos los afectos y deseos que has fraguado dentro de tu corazón.


Finalmente, dame cuenta de todo lo que pertenece al oficio de mayordomo, porque ya no podrás hacerle más; ya pasó el día en que podías negociar, y viene la noche en que no se puede merecer; ya es llegada la hora en que, mal que te pese, has de ser presentado ante mi tribunal para dar razón de lo que has hecho viviendo en ese cuerpo y recibir premio o castigo por ello.


Esta palabra hemos de traer siempre delante de los ojos, pues es cierto que ha de llegar hora en que se nos ha de decir, y es gran cordura vivir tan bien apercibido, que podamos dar buena cuando fuésemos llamados.

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La parábola continúa dando a conocer la actitud del mayordomo; en la cual hemos de ver, en cuando a la corteza de la parábola, la representación de un género de hombres astutos y sagaces para sus negocios.


Y en este sentido, no trae Cristo Nuestro Señor el hecho de este mayordomo para que lo imitemos, sino para que al considerar la providencia que tuvo en remediar con tiempo las necesidades del cuerpo, aprendamos a ser prudentes en remediar las del alma; porque los hijos de este siglo aventajan en la prudencia que tienen para sus negocios temporales a la que tienen los hijos de la luz para los eternos; y de este modo podamos aprender de ellos.


¡Sí!, miremos la prudencia de los mundanos en su modo de vida mundana, y confundámonos de ver la que nos falta en la nuestra religiosa y cristiana.


Aquéllos son diligentes para el vicio, nosotros perezosos para la virtud; aquellos se desvelan en inventar medios para cumplir sus malos intentos, nosotros nos echamos a dormir, descuidando de cumplir nuestros buenos propósitos; aquéllos sin dilación hacen luego cuanto pueden, aunque sea trabajoso, nosotros con dilaciones de día en día no hacemos lo que podríamos, aunque sea fácil.


Avergoncémonos, pues, de ser menos prudentes para lo eterno que éstos lo son para lo temporal, y dejando lo malo que tienen, imitemos con espíritu lo bueno, proveyendo con tanto fervor lo necesario para nuestra alma, como ellos proveen lo necesario para su cuerpo.

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Luego ponderaré el espíritu que está encerrado en el hecho de este mayordomo; en el cual se apuntan varios ejercicios para granjear la vida eterna.


Unos hay que la granjean cavando, esto es, tomando por principal asunto la penitencia y mortificación de su carne con grandes rigores y asperezas.


Otros hay que granjean la vida eterna mendigando, esto es, tomando por principal asunto el ejercicio de la contemplación y oración, en la cual no se hace otra cosa que mendigar y pedir a Dios y a sus Santos lo necesario para la salvación y perfección.


Los que no son para ninguno de estos dos modos de vida, resta que tomen otro tercer modo de granjear la vida eterna con limosnas y obras de misericordia, corporales y espirituales, conformes a su talento y capacidad; porque con estas obras de caridad y misericordia se alcanza de Nuestro Señor perdón de pecados y dones grandes de su gracia en esta vida, y después el premio de la vida eterna.

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Esto es lo que Cristo nuestro Señor infirió de esta parábola, diciendo: Y yo os digo: Que os ganéis amigos con las riquezas de iniquidad, para que cuando falleciereis, os reciban en las eternas moradas.


En estas palabras llama riquezas de iniquidad a las riquezas temporales, aunque sean lícitamente adquiridas, porque solamente las tienen por riquezas los malos, que ponen en ellas su descanso, y llaman bienaventurados a sus poseedores; pero los justos perfectos las tienen por basura, y huyen de ellas porque son ocasión de innumerables males de culpa y pena a los que desordenadamente las aman.


Pero, a pesar de esto, pueden ser instrumento de ganar las riquezas espirituales siguiendo el consejo que Nuestro Señor da aquí a los ricos, diciéndoles que ganen con ellas amigos, para que cuando fallecieren los reciban en las eternas moradas, ejercitando con los pobres todas las obras de misericordia, las cuales son amigos fidelísimos-y poderosos para negociar con nuestro Señor.


Y esto nos ha de mover a dar infinitas gracias al que tal cambio y trueque ha ordenado, dándonos facultad de poder con tanta facilidad trocar lo terreno por lo celestial, y con riquezas tan viles, como son las de la tierra, poder granjear dos suertes de amigos que nos negocien las del Cielo; es a saber, obras de misericordia que, puestas en el seno del pobre, oran por nosotros, los mismos pobres, cuyas oraciones oye Dios cuando ruegan por quien les hace bien.

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Para concluir, si queremos profundizar la intención por la cual la Iglesia ha escogido este pasaje del Evangelio, continuemos la lectura del parágrafo:
El que es fiel en lo mínimo, lo es también en lo mucho; y el que es injusto en lo mínimo, también lo es en lo mucho.


Por lo tanto, si no fuimos fieles en el dinero injusto, ¿quién nos confiará el verdadero, las verdaderas riquezas, las eternas?


Y si no fuimos fieles con lo ajeno, ¿quién nos dará lo nuestro?


Preguntas tremendas, que el Señor deja hoy en suspenso sobre nuestras cabezas…


Dentro de poco, la respuesta será aterradora…

martes, 10 de julio de 2012

sermones del Padre Ceriani

SEXTO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOTÉS



Por aquellos días, habiéndose juntado otra vez un gran concurso de gentes, y no teniendo qué comer, convocados sus discípulos, les dijo: “Me da compasión esta multitud de gentes, porque hace ya tres días que están conmigo, y no tienen qué comer. Y si los envío a sus casas en ayunas, desfallecerán en el camino, pues algunos de ellos han venido de lejos”. Respondiéronle sus discípulos: “Y ¿cómo podrá nadie en esta soledad procurarles pan en abundancia?” El les preguntó: “¿Cuántos panes tenéis?” Respondieron: “Siete”. Entonces mandó Jesús a la gente que se sentara en tierra; y tomando los siete panes, dando gracias, los partió; y dábaselos a sus discípulos para que los distribuyesen entre la gente, y se los repartieron. Tenían además algunos pececillos: bendíjolos también, y mandó distribuírselos. Y comieron hasta saciarse; y de las sobras recogieron siete canastos; siendo unos cuatro mil los que habían comido; en seguida Jesús los despidió”.


El Cuarto Domingo de Cuaresma presenta el milagro de la primera multiplicación de los panes. El Evangelio de hoy trae otro semejante, en una nueva ocasión que se le ofreció al Señor.


Los milagros que hacía no eran siempre acerca del sustento, para que no fuera ésta la causa de que lo siguiese la multitud; tampoco hubiese realizado este, si no hubiera visto en peligro a esos hombres: si los envío a sus casas en ayunas, desfallecerán en el camino.


Ante todo, tengamos en cuenta la devoción con que las turbas seguían a Cristo. Esta gente lo seguía por dos causas principales: la una, por los milagros que hacía sanando los enfermos; la otra, por el pasto de maravillosa doctrina que daba a sus almas.


En resumen, por los beneficios corporales y espirituales. Con estas cuerdas los tenía Cristo tan asidos que, con ser ya tarde y no haber comido ni tener qué comer, no se querían apartar de Él, y olvidados de la comida se entretenían con su amorosa presencia.

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El relato nos hace ver la misericordia que tuvo Jesucristo; misericordia de Dios, queriendo con efecto remediar la miseria: Me da compasión esta multitud de gentes, porque hace ya tres días que están conmigo, y no tienen qué comer. Y si los envío a sus casas en ayunas, desfallecerán en el camino, pues algunos de ellos han venido de lejos.


Es propio de la misericordia de Dios conocer minuciosamente nuestras miserias, así como los motivos que tiene para remediarlas, y el peligro que corremos si no las remedia. Y de todo se hace cargo Dios para compadecerse de nosotros y darnos remedio, demostrando que le importa mucho el remediarnos.


Nuestro Señor, para mostrar el cuidado que tenía de aquella gente, preguntó: ¿Cuántos panes tenéis?, porque no quiere usar de medios milagrosos para nuestro sustento, cuando se puede hacer por medios naturales.


La respuesta de los Apóstoles fue: Siete, confesando todos su impotencia para remediar la necesidad.


Pero nosotros debemos comprender la inmensa potestad divina, la omnipotencia de Nuestro Señor Jesucristo, porque donde Él está no hace falta dinero, pues con su sola palabra puede dar, no sólo un bocado de pan a cada hombre, sino abundantísimos panes a todos los hombres.


No pongamos, pues, nuestra confianza en el dinero, aunque le obedezcan todas las cosas…, sino sólo en Dios, liberalísimo dador de ellas, y cuya mano está siempre abierta para llenarnos de su copiosa bendición.

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Pidió entonces Cristo a sus Apóstoles los panes que tenían; y ellos le ofrecieron siete panes y algunos pececillos que tenían para su sustento. En lo cual debemos considerar tres cosas:


La primera, la gran pobreza de Nuestro Señor y sus discípulos y el poco cuidado que tenían del sustento de su cuerpo, pues estando en aquella soledad, no tenían, para trece personas y otras que se les llegaban, sino siete panes…


Este ejemplo nos debe avergonzar de la solicitud con que buscamos demasías y regalos en la comida, nos ha de enseñar a contentarnos con poco y ordinario, aunque sea desabrido.


La segunda, es la grande caridad y obediencia de los Apóstoles, porque, en pidiéndoles Cristo los panes, se los dieron sin replicar ni decir que los necesitaban para su alimento.


De aquí se sigue la tercera, y es que, aunque Jesucristo hubiese podido remediar esta necesidad por muchos otros medios milagrosos, quiso aprovecharse del pan que tenían los Apóstoles y pedírselo para que ellos tuviesen parte en la buena obra.


Y lo mismo pasa en las necesidades espirituales, así propias como de nuestro prójimo, porque Nuestro Señor quiere que de nuestra parte ofrezcamos lo que pudiésemos, aunque sea poco, y Él con su misericordia y omnipotencia suplirá lo que faltare.


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Luego tomó Nuestro Señor el pan en sus manos y levantó los ojos al Cielo, dando a entender que del Cielo viene toda buena dádiva, y que el poder que tenía de hacer milagros, en cuanto hombre, también le venía del Padre que está en los Cielos.


Por eso mismo dio gracias a Dios, así por el manjar que tenía presente, como por el que pretendía dar milagrosamente, enseñándonos a ser agradecidos a Dios por cualquier don, aunque sea pequeño, porque basta que lo dé Dios para que lo estimemos, ¡cuánto más dándolo a quienes nada debe ni se lo merecen!


Después bendijo el pan con algunas palabras de oración, con las cuales le imprimió virtud de multiplicarse; porque la bendición de Cristo no es como la nuestra, que solamente pide o desea, sino que es eficaz para hacer lo que dice.


Y hecha la bendición, partió el pan y lo dio a los Apóstoles para que ellos lo diesen a los otros. Y es de notar este hecho: el Señor no dio directamente los panes a la multitud, sino a sus discípulos, los cuales se los dieron a aquélla.

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Con estas circunstancias, Jesucristo nos enseña el modo cómo han de comer los cristianos, cristiana y religiosamente, con las cuatro condiciones que hemos visto:


La primera, con orden y concierto, sentándose cada uno en su lugar, sin competencia; antes bien, escogiendo el último lugar y el más humilde.


La segunda, levantando los ojos del alma al Cielo, teniendo en cuenta que nos mira Dios, para que con esta vista se enfrene la gula y la lengua, guardando la templanza y modestia debidas.


La tercera, con ánimo agradecido y acción de gracias, como quien come de limosna, dada graciosamente por la mano liberal de Dios.


La cuarta es precediendo bendición con oración devota, para que de tal manera coma el cuerpo, que también coma algo el espíritu.

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También hemos de considerar la grandeza de este soberano prodigio, porque milagrosamente se iba el pan multiplicando en las manos de Cristo, en las de los Apóstoles, y en las de los mismos que comían. De modo que, aunque recibiesen poco pan y aunque lo comían, no se consumía, sino que se multiplica, hasta que todos quedaron hartos y muy contentos.


De aquí concluyamos que, cuando nos falten los medios naturales, no ha de faltar la confianza, la cual debe basarse en la promesa que nos hizo Nuestro Señor, diciendo: No seáis demasiadamente solícitos de lo que habéis de comer y beber y vestir, porque esto es propio de gentiles, y vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todo esto. Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura.


Esto se verificó en esta gente, que vino en su busca para oír la doctrina del Reino de Dios; del cual dice el Evangelista San Lucas que les habló largamente; y después les dio copiosamente el manjar corporal, para que se verificase lo que dice el profeta David: No vi al justo desamparado, ni a sus hijos faltos de pan.

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Finalmente, se ha de considerar lo que sucedió acabado el milagro.


Primeramente, Cristo Nuestro Señor mandó a los Apóstoles que recogiesen todo el pan que había sobrado, y recogieron siete canastos llenos; mostrándonos con esto su liberalidad en premiar la voluntad con que sus Apóstoles le ofrecieron los siete panes, volviéndoles por ellos siete canastos llenos de muy buen pan.


Notemos que no son las muchedumbres, que comieron hasta saciarse, las que se llevan los restos del pan, sino los discípulos; lo cual nos enseña a contentarnos con tener lo necesario, que es lo conveniente, y a no pretender más.


Por donde también se ve cómo premia Dios a los limosneros y a todos los que le ofrecen algo por servirle, volviéndoles mucho más de lo que dan; porque dar a Dios no es perder, sino ganar; y, como dice el Libro de los Proverbios, es dar a logro, pues vuelve ciento por uno.


También hemos de reflexionar sobre qué dará Dios en la otra vida, pues tanto da en esta. Dará, sin duda, como Él dijo, una medida buena, llena, apretada, colmada y que sobre, de modo que exceda inmensamente a lo que por Él se hace.


Últimamente, ponderemos la alegría y admiración de aquella gente viendo tan gran milagro; la cual fue tan grande, que, quizás como en la primera multiplicación de panes, se determinaron en sus corazones de alzar a Cristo por Rey, teniéndose por dichosos en servir a tan poderoso y liberal Señor.


Pero como Nuestro Redentor conociese estos pensamientos, los despidió, atajando la determinación de estos hombres, porque no quería honras ni dignidades temporales, enseñándonos con su ejemplo que no busquemos por nuestras buenas obras premios temporales de los hombres, ni apetezcamos dignidades; antes bien, en cuanto sea de nuestra parte, huyamos de ellas e incluso de sus ocasiones.

lunes, 9 de julio de 2012

R.P Mauricio Zarate

Diez Años de la capilla de la "Sociedad Religiosa San Luis Rey de Francia"(Tradicionalista) de Vedia ,prov.Buenos Aires
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Tomado de http://capillavedia.blogspot.com.ar
CRÓNICAS, FOTOS Y HOMILÍA EN EL 10º ANIVERSARIO DE NUESTRA CAPILLA Y DE LA IIIº JORNADAS DE CULTURA CATOLICA

Queridos vitantes y amigos de nuestro blog, aquí le compartimos una breve crónica de lo ocurrido este fin de samana en Nuestra Casa Religiosa con motivo de la IIIº Jornada de Cultura Católica y que este año coincidió también con el aniversario número diez de nuestra Capilla.
En primer lugar deseamos agradecer todas las felicitaciones que estamos recibiendo por este décimo aniversario, de parte de amigos y conocidos, como así también agradecer de manera especial a las personas que vinieron de otras ciudades,: al Dr. Pelayo, al Dr. Nikisch, al Prof. Amado y al matrimonio Grumwalt, como así también a todos lo que hicieron posible estas Jornadas con sus oraciones y apoyo económico; agradecemos a nuestro amigo y hermano Juan Diego Ortega Santana, al Ing. Murgia y Flia., la Flia. Quiroga Cubero, Sosa-Benedit, Sangiacomo, Orrade, Vilchez y a todos aquellos que no han podido llegrase por razones de fuerza mayor.
Gracias a Dios y apesar del frío y el viento de este noroeste de la Prov. de Bs.As. todo salió muy bien y deseamos destacar el espíritu de caridad cristiana y camaradería de los asistentes a estos eventos. De manera especial destacamos la disertación de los conferencista que de manera magistral nos hablaron de una parte importante de la Historia de la Iglesia y sobre las verdaderas y falsas apariciones de la Virgen en la historia de la Iglesia, como así también sobre el Gran Milagro de Ntra Sra. de Guadalupe en México.
Ayer Domingo se celebró una Misa cantada en acción de gracias a Dios y a la Virgen de Luján por este Aniversario, por las Jornadas y por nuestra tan amada Argentina (aquí abajo podrán leer el sermón de la Misa). Para festejar este encuentro, inmediatamente después de la Misa se procedió a compartir con los asistentes un almuerzo y en dónde nos comprometimos a reencontrarnos en la próxima Jornadas que se realizarán Dios mediante en el mes de Noviembre.






Prof. Raúl Amado dictando la conferencia el "jansenismo actual"




Durante el rezo del Sto. Rosario





Lic. Carlos Grumwalt dictando la Conferencia "Apariciones Marianas verdaderas y Falsas"
 




Santa Misa











REFLEXIÓN DOMINICAL EN EL 10º ANIVERSARIO DE LA CAPILLA



¡Rvdo. Padre Gustavo, queridos Fieles y Amigos!
Estamos aquí congregados ante el altar de Dios y de la Virgen Santísima para honrar a Dios y dar gracias por el 10º aniversario de la inauguración de esta Capilla y rezar también por nuestra Patria en vísperas de un nuevo aniversario de la declaración de la Independencia. Espor esto que deseo compartir con ustedes una breve reflexión sobre la misión de la Iglesia y la virtud del amor a la Patria.
Hace ya medio siglo que la abominación de la desolación, anunciada por el profeta Daniel se ha instaurado en el Lugar Santo, en ese lugar que nos recordara el Papa León XIII, fue hecho para iluminar a las naciones y ser cátedra de Verdad.
Esta actual apostasía de la Fe que nos toca presenciar con nuestros propios ojos, esta actual situación de una Iglesia en la diáspora, o en el exilio; no debe ser para nosotros católicos fieles a la Fe de siempre un motivo de desánimo, desaliento ó de duda hacia la Iglesia Católica; de esta Iglesia que nos ha hecho nacer a la gracia por medio de las aguas bautismales. Sino por el contrario debemos reavivar nuestra fe en las promesas de Ntro. Sr. Jesucristo que nos dice: “Yo estaré siempre con vosotros hasta el fin de los tiempos.
Cristo ha confiado su doctrina a la Iglesia. Ella no es la dueña o propietaria de esta doctrina, Ella es solo la depositaria, que custodia y proclama esta Verdad salvadora y es por eso que cumple el mandato divino de llevarla hasta los confines de la tierra, para iluminar y guiar las almas hacia la Felicidad eterna. Así lo ordenó y quiso Jesucristo cuando dijo a sus discípulos: “Id por el mundo, predicad el Evangelio a todas las criaturas; el que crea y se bautice, se salvará; pero el que no crea, se condenará”.
La Santa Iglesia para cumplir este mandato, através de los siglos ha fundado misiones, congregaciones religiosas, Sociedades Pías, ha fundado universidades, hospitales, ha construido magníficos monasterios y en los tiempos más esplendorosos de libertad y santidad de los cristianos ha construido enormes catedrales, bellas iglesias y capillas con el fervor, entusiasmo y grandes sacrificios de sus hijos para dar honra y honores a su Dueño y Creador.
Aquí en Argentina podemos ver en cada ciudad, pueblo o aldea uno de estos monumentos al Amor de los amores; desgraciadamente como dijimos al principio, la mayoría de estos templos han sido usurpados por la secta modernista y allí se ha instaurado la abominación de la desolación, y aquello que había sido construido por nuestros mayores para que sea luz entre los pueblos vino a trocarse en una cueva de ladrones y desde esas cátedras se predica la nueva religión, una religión adúltera, que administra sacramentos bastardos, decimos que es adultera porque se ha casado con las mentiras del mundo enemigo de Dios y de nuestra alma.
Este panorama de destrucción y desolación, es lo que nos llevó hace 10 años a inaugurar esta capilla en honor a la Virgen María bajo la advocación de Ntra. Sra. de Luján, la historia ya más o menos ustedes la conocen; aunque es verdad que hace ya 17 años que la misión de nuestra Soc. Religiosa está radicada aquí en Vedia.
¿Porqué Vedia?, ¿Porqué este pueblo tan de trasmano para muchos, en dónde nunca pasó nada importante ni va a pasar?, ¿Porqué justamente aquí en este pueblo de la híbrida provincia de Bs.As.?, Estas y otras muchas preguntas me han hecho algunas personas y también nosotros nos las hemos hecho, Nosé, solo puedo responder: “se que así lo ha querido Dios en su Divina Providencia”.
En esta capilla mis queridos hermanos, se celebra la Misa de Siempre, mejor dicho la única Misa que la Iglesia tiene para el rito latino y se administran los sacramentos con el verdadero ritual y las rúbricas mandadas por la Iglesia, y como aquí, en este altar se reserva el Santísimo Sacramento, debe ser este un lugar de oración, de recogimiento, de piedad, de caridad y de silencio.
Cuando ingresamos a una iglesia o capilla, debemos saber que entramos a un lugar sagrado en dónde guardamos silencio y decoro en el vestir y en el andar. Dice la Sagrada Escritura que Dios habita en el silencio. Las grandes apariciones que se leen en el Antiguo Testamento de la Biblia, no tienen lugar en las grandes ciudades o pueblos: Dios se aparece en el desierto; es sobre el Monte Sinaí en donde Dios da a Moisés las tablas de piedra con los Diez Mandamientos de su Ley, es sobre esa misma montaña que el profeta Elías recibió de Dios su Misión: sobre una montaña se retira el Señor Jesús para orar y es también sobre un elevado monte y en presencia solo de Pedro, Juan y Santiago que Cristo se Transfigura.
Dios habita en el silencio, pues si queremos encontrarlo, es preciso alejarnos del mundanal ruido, de los estridentes gritos y absurdos alaridos, porque Dios escucha en el silencio y lee las intenciones de lo más recóndito de nuestro corazón.
Decíamos también, que hoy estamos en las vísperas de otro aniversario de la declaración de la Independencia de nuestra Patria; es por eso que, aparte de dar gracias a Dios por los diez años de esta capilla, y de pedir por nuestros benefactores, fieles y amigos, vamos a elevar una súplica a Dios y a la Virgen de Luján por nuestra Patria en estos momentos cruciales de la historia.
Pedimos por la Argentina porque no nos gusta como está, no nos gusta como la están dejando y como la dejarán; decía el Padre Castellani, ese gran sacerdote que a pesar de haber pertenecido a la Compañía de Jesús, fue un buen cura, él solía decir: debemos rezar por esta Patria mía pulguienta, que los argentinos bien paridos debemos despulgar.
Rezar por la Patria es un deber nuestro como argentinos y como católicos, y es necesario señalarlo porque muchas veces encontramos quienes piensan que el patriotismo, el amor a la Patria, el luchar por la Patria, el jugarse por la Patria es algo bueno, pero…., pero está reservado a algunos, así como si fuese una opción o simpatía por un equipo de futbol o por un partido político.
NO, para nosotros como cristianos, el amor a la Patria es un deber: es parte del 4º Mandamiento de la Ley de Dios que nos manda honrar a nuestros padres y aquí entran también nuestros mayores, nuestros superiores, y nuestra Patria. Porque de los padres y de la Patria nosotros hemos recibido la vida.
La Argentina que soñaron nuestros próceres, no es esta que estamos viendo desde hace décadas, esto es un despojo de la Nación, es un despilfarro de la herencia que nos dejaron los que lucharon y murieron por una Argentina grande. Porque cuando el pueblo es arrastrado por sus gobernantes hacia la corrupción, cuando el espíritu de la Nación es prostituido por la degradación de sus jefes y responsables, no queda otro camino para los cristianos que el sacrificio, la oración, la Cruz, esa que cada uno de nosotros debemos llevar con amor y así ir cumpliendo diariamente nuestro deber de estado para así no perecer todos por igual.
Por último queridos hermanos, debemos amar la Patria, porque no nacimos aquí por casualidad, sino que fue la Providencia de Dios que quiso que viniéramos a la vida en este rincón del mundo y que vivamos en esta época de la historia.
Quiero agradecer y rezar por aquellos que nos acompañan en esta obra de iglesia, a los que nos ayudaron y ya fueron llamados ante el Tribunal de Dios, a los señores obispos y sacerdotes, de manera especial a nuestro hermano de ruta el Padre Emilio Fattore que Dios mediante en un par de semanas nos estará visitando. También a aquellos que aportaron a nuestra Sociedad Religiosa, a los fieles incondicionales, a los benefactores y amigos; pido a Dios por todos nosotros para que nos conceda la gracia de la perseverancia final.


Almuerzo con Amigos benefactores y fieles de la Capilla






R.P.Mauricio Zarate