La doctrina tradicional nos
enseña que la procreación y la educación de la prole es el fin primario del
matrimonio, mientras que la ayuda mutua y el remedio de la
concupiscencia constituyen su fin secundario.
Bien sabemos que la tendencia
moderna es la de insistir en el fin secundario a costa del primario; pero
quiero llamar vuestra atención sobre ese segundo aspecto que forma parte del
fin primario y que muchas veces es descuidado o mal interpretado: la educación
de los hijos.
Santo Tomás, en diversas obras y
ocasiones, reitera esta noción, por ejemplo:
"Al
referirse a la prole, no sólo ha de tomarse en cuenta su procreación, sino
también su educación"
"El
matrimonio tiene como fin principal el engendrar y educar a la prole"
"El
fin al que la naturaleza tiende por la unión carnal es engendrar y educar a la
prole"
"La
razón natural exige que el hombre use del acto generativo según lo que conviene
a la generación y educación de los hijos".
La prole constituye, pues, el
objeto de una doble actividad: la procreadora y la educativa.
El hijo es algo a lo que se
engendra y a lo que se educa; no basta con traerlo a la existencia; es preciso,
además, hacer con él eso que se denomina educación y que, tomado como distinto
y complementario de la procreación, no se reduce únicamente a la nutrición, ni
se puede entender tan sólo como instrucción, puesto que no sería suficiente
para perfeccionar la obra procreadora.
En efecto, Santo Tomás dice que "la
naturaleza no tiende solamente a la generación de la prole, sino también a su
conducción y promoción al estado perfecto del hombre en cuanto hombre, que es
el estado de virtud".
¡Qué importante es que los
padres comprendan que, como enseña también el santo doctor, "el
matrimonio está principalmente establecido para el bien de la prole, que
consiste no sólo en engendrarla, para lo cual no es necesario el matrimonio,
sino además en promoverla al estado perfecto, porque todas las cosas tienden
naturalmente a llevar sus efectos a la perfección"!
La realidad de todos los días
nos muestra, clara y lamentablemente, que para traer “críos” al mundo no
hace falta la institución matrimonial.
Otra realidad, no tan clara pero
sí más lamentable, es que la obra de la naturaleza no es realizada: "la
naturaleza no tiende solamente al ser de la prole, sino a su ser perfecto, para
lo cual se requiere el matrimonio", insiste Santo Tomás.
¡Cuántos matrimonios,
aparentemente buenos, no cumplen con su misión!
¡Cuántos niños, adolescentes y
jóvenes quedaron truncados, sin llegar a la perfección de hombres por falta de
una verdadera educación!
¡Cuánta instrucción abunda hoy y
cómo escasea la educación!
Las ideas de conducción y
de promoción, que aparecen en el texto citado más arriba, constituyen
como una cierta prolongación del engendrar, a la manera de un
complemento.
No por engendrada tiene ya la
prole cuanto debe tener. En tal sentido, le educación es como una segunda
generación. De ahí que Santo Tomás considere a la prole, en tanto que
objeto de la solicitud educativa de los padres, como algo que se halla "sub
quodam spirituali utero", es decir, como en cierto útero espiritual.
De todo lo dicho se siguen,
entre otras, dos conclusiones importantes:
1ª) La
conducción y la promoción educativas no son un mero proceso de madurez o
desarrollo biológico, espontáneamente realizado.
2ª) Si
bien los abortos físicos son numerosísimos, no son menos los abortos
espirituales.
¿Cuándo comienza la
educación de los hijos?
En una oportunidad, una madre
que llevaba a su hijito de la mano preguntó a San Pío X: "¿Cuándo
comienza la educación de los hijos?". El santo pontífice preguntó a su
vez: "¿Cuántos años tiene su hijo?". "Cuatro",
respondió la madre... y escuchó como respuesta: "Usted ha perdido ya
cuatro años".
Si bien la especial solicitud
del ser humano por sus hijos en la primera etapa de su existencia radica en el
entendimiento y en la voluntad de los padres y no afecta directamente las
facultades del niño, sin embargo, debemos afirmar que la actividad educativa
comienza antes del nacimiento, desde el momento mismo en que la madre percibe
la presencia de una nueva vida en su seno.
Es cierto que en esa primera
etapa de la vida debe atenderse especialmente a las necesidades propias de la
subsistencia y del desarrollo del cuerpo del niño; es verdad que sólo más tarde
llega el momento de ocuparse de las necesidades educativas propiamente dichas:
la formación del entendimiento y de la voluntad.
Pero, ocuparse de las exigencias
físicas de la prole es asentar las condiciones que hacen posible el desarrollo
del espíritu.
La educación, en el sentido de instrucción,
comienza cuando el niño llega a los años de la discreción, es decir, aquella
edad en que puede distinguir, por medio del raciocinio, entre lo verdadero y lo
falso, lo bueno y lo malo.
Santo Tomás nos habla de un
desarrollo gradual de la razón a lo largo de los tres primeros septenios: "el
primero es el que existe cuando el hombre ni entiende por sí mismo ni puede
comprender por medio de otro. El segundo es el estado en el que puede
comprender por medio de otro, pero en el que no se basta a sí mismo para
entender y comprender. El tercero es el que se da cuando el hombre no sólo
puede comprender por medio de otro, sino también por sí mismo. Y como quiera
que la razón se desarrolla en el hombre de un modo gradual, conforme se halla
el dinamismo y la flexibilidad de los humores, el hombre se halla en el primer
estado de la razón antes de cumplir los siete primeros años. Comienza, en
cambio, a llegar al segundo estado al final del primer septenio, y de ahí que
sea entonces cuando se mandan los niños a las escuelas. Y al tercer estado
llega el hombre hacia el final del segundo septenio, en lo que atañe a su
propia persona; pero en lo referente a lo que le es externo, al final del
septenio tercero".
Para Santo Tomás, el uso de la
razón está impedido, durante más o menos tiempo, por factores fisiológicos. Por
esta razón, el cuidado físico del niño en los primeros años no es simplemente
previo, sino también preparatorio de la formación intelectual y moral.
Etapas
de la educación
Cabe ahora preguntarse cuáles
son las etapas de la educación. En vuestro caso, queridos padres católicos, el
niño que debe ser educado es un bautizado en el cual permanecen las heridas del
pecado original: un hombre elevado al orden sobrenatural, que por la gracia
bautismal se transformó en hijo de Dios; pero en el cual subsiste el desorden,
las malas inclinaciones en sus facultades.
Vuestro hijito ha sido
rescatado, lleva en su alma los gérmenes de vida; pero debe ser educado para
que las heridas del pecado original en sus potencias (ignorancia en la
inteligencia, malicia en la voluntad, concupiscencia en el apetito
concupiscible, debilidad en el apetito irascible) no lo conduzcan a la muerte
del pecado.
Conforme a lo dicho
anteriormente, podemos dividir la actividad educativa en tres etapas:
*
Hasta el despertar de la razón: debe educarse toda la parte sensitiva.
* A
partir del uso de razón hasta la pubertad: hay que educar principalmente la
voluntad.
*
Desde la pubertad en adelante: es necesario formar la inteligencia.
Educación
de la sensibilidad
Comencemos por la primera etapa.
El bebé está dotado de una sensibilidad exquisita: es muy sensible al placer y
al dolor, y sus primeras reacciones tienden a rechazar las sensaciones
desagradables y a buscar lo que le proporciona placer sin distinguir entre lo
útil y lo nocivo, lo normal y el exceso.
No debemos abandonar al bebé a
su instinto, porque está sometido a desviaciones, consecuencias del pecado
original. Los padres deben controlar, dirigir y reprender los instintos
egoístas y caprichosos del bebé: regular su alimento y su descanso, sin dejarse
dominar por sus llantos y gritos.
A medida que el niño va
creciendo, hay que educar sus sentidos y su cuerpo. El dominio y la disciplina
de la sensualidad son indispensables para desarrollar bien más tarde las
facultades superiores.
El juego es muy importante en
esta edad para adquirir agilidad, habilidad, destreza, poder de observación,
inventiva. El valor físico servirá un día de fundamento para el valor moral y
espiritual.
El contacto con la naturaleza
formará sus sentidos y desarrollará sus talentos sensitivos. Otros puntos
importantes son el orden, la prolijidad, la higiene, las buenas costumbres, la
perseverancia en los trabajos, el buen gusto.
Hay que evitar la ociosidad y la
pereza, madre de todos los vicios. El niño no debe estar nunca desocupado. Los
padres deben ser conscientes de que la televisión no es el mejor
entretenimiento para sus hijos, aunque sea un medio eficaz temporario de
tenerlos tranquilos... ¡más tarde se cosechan los huracanes!
Educación
de la voluntad
Sigue, luego, la educación de la
voluntad. Ella es la facultad de nuestra alma por la cual buscamos el bien
conocido por el entendimiento.
La formación de la voluntad es
fundamental para que el niño sea libre y bueno. Esa voluntad debe ser
suficientemente fuerte como para dominar y mandar el cuerpo, la sensibilidad y
las pasiones; deber ser también flexible como para obedecer y someterse a Dios
y a los superiores.
Hemos dicho que, luego de educar
los sentidos, a partir del uso de razón hasta la pubertad, hay que educar
principalmente la voluntad porque en ese período el niño "puede comprender
por medio de otro, pero no se basta a sí mismo para entender y comprender".
Mucho antes de comprender la
importancia y la necesidad de una ley, debe trabajar en someterse a ella; sin
esperar a que entienda la gravedad del pecado (transgresión de la ley), hay que
enseñarle a desterrarlo de su vida, dominando sus caprichos y sus humores.
Hay que forjar su voluntad,
siendo su propio consejero y censor. Esta etapa puede dividirse en tres
períodos: uno de violencia, otro de apoyo y un tercero de vigilancia.
Mientras el niño no pueda
dominar su voluntad, el educador debe animar los actos de voluntad e incluso
generarlos o forzarlos, para que el niño adquiera voluntad, capacidad de
gobernarse.
En este período es necesaria una
cierta violencia exterior, que podrá ejercerse, según los casos y las
disposiciones del niño, por el amor, el temor o el castigo.
El niño deje ejecutar las
órdenes dadas por sus padres y sus legítimos superiores por el solo hecho de
que provienen de los representantes de la autoridad de Dios, sin pretender
entender y estar de acuerdo con aquellas; de otro modo se obedecería a sí
mismo.
Llegará el momento en que habrá
que formar la inteligencia y el juicio del adolescente, explicando las razones
que justifican las órdenes.
A medida que el niño avanza en
el dominio de sí mismo y se va formando su voluntad, hay que orientarla hacia
fines nobles, estimulando y sosteniendo al niño, pero imponiendo o forzando
cada vez menos, a fin de que él mismo comience a ejercer el dominio de su facultad.
Es el período del apoyo.
Finalmente, poco a poco, el
educador se limitará simplemente a señalar iniciativas y a vigilar de lejos,
absteniéndose de intervenir, salvo en caso de necesidad.
Para ejemplificar los tres pasos
de la formación de la voluntad, tomemos un hecho cotidiano: una mamá que enseña
a su hijito a conducirse en la calle. Primero, lo sujeta fuertemente por la
mano e impide que se suelte, forzándolo a caminar y a cruzar por donde debe,
aunque se queje y quiera ir por otro lado. Luego, lo deja caminar a su lado e
incluso a cierta distancia, pero sin apartar su vigilante mirada, y pronta a
intervenir. Por último, lo dejará solo, sugiriéndole fines y caminos.
Educación
de la inteligencia
Finalmente viene la etapa en que
debe formarse la inteligencia. Su educación tiene, a su vez, sus etapas.
En primer lugar es necesario que
el niño fije su atención en la realidad, en los objetos que tiene ante sí; de
otro modo será superficial y pasará frente a la realidad sin apreciarla, con tendencia
a la fantasía y al idealismo. Hay que ayudarle a concentrar su esfuerzo sobre
un objeto, a conocerlo y a descubrir el uso del mismo.
Llega luego el momento no sólo
de aprender a hablar, sino también, y fundamentalmente, de adquirir un amplio
vocabulario, rico en sinónimos y matices. Los padres deben ser conscientes de
que las palabras son expresión de los conceptos, de las ideas, las cuales, a su
vez, expresan la realidad. Cabe destacar que la televisión es una gran
deformadora del vocabulario y, por lo mismo, de la realidad.
Para conocer la realidad de las
cosas es preciso el conocimiento sensible. Por lo tanto, resulta lo más normal
que el niño quiera tocar, mirar, oír; es importante que adquiera las
sensaciones básicas: frío, calor, humedad, sólido, blando, etc. Una vez más
llamo la atención sobre la necesidad del juego y del contacto con la
naturaleza.
Llega la edad de los por qué y
de los cómo de las cosas, de capital importancia para la formación del
juicio y de la inteligencia. Hay que evitar dos errores: por un lado, el de
tomar a la ligera o en broma sus preguntas; por otro, no tomarse el tiempo para
escucharlo y responderle.
En las respuestas, el educador
debe decir siempre la verdad, aunque adaptada al alcance y a la conveniencia
del niño. No decir toda la verdad no es mentir; y a veces se hace mucho
daño adelantando una información o un conocimiento.
Si no se responde a sus
problemas, el niño quedará librado a sí mismo y, sin experiencia ni
conocimientos, tenderá a exacerbar su imaginación, su fantasía, su ensoñación.
No basta con enriquecer su
espíritu con conocimientos; hay que hacerle adquirir un juicio prudente, sereno,
equilibrado; capaz de discernir entre la verdad y el error, entre el bien y el
mal, entre la justicia y la injusticia.
La inteligencia debe estar
conformada a la verdad, y la verdad pasa por la realidad de las cosas. El arte
del educador es inducir al niño a buscar la explicación de las cosas y a
comprobar si sus explicaciones con verdaderas.
La educación del juicio se
realiza enseñando al adolescente a no ceder a sus primeras impresiones o a sus
pasiones; ayudándolo a pensar en las consecuencias; dándole el gusto y el
respeto por la verdad y la belleza; combatiendo la mentira y la hipocresía. Hay
que vigilar para que este juicio sea objetivo, es decir, que las pasiones o el
interés no se infiltren en la apreciación de las cosas.
Las conversaciones de los padres
con sus hijos tienen una importancia incalculable. ¡Cuántos padres se quejan de
que tienen problemas de relación y de trato con sus hijos! ¡Cuántos
adolescentes sufren la ausencia, si bien no física, al menos espiritual de sus
padres!
"¡Es que no tengo
tiempo!"... Maldito tiempo desperdiciado en tantas
cosas sin importancias, cuando no en pecados..., en lugar de dedicarlo a los
hijos. Maldita televisión, que ocupa el primer lugar durante las comidas, en
lugar de aprovechar las mismas para sanas y constructivas conversaciones con
los adolescentes.
A medida que va creciendo y a
fuerza de observaciones, el joven podrá hacer reflexiones, inducciones,
deducciones. Hay que ayudarlo a reflexionar, a buscar las causas, las
relaciones, la explicación de las cosas.
Educación del Carácter
También es
necesario educar el carácter. Sólo tienen carácter los que en empeñada lucha
consigo mismo han merecido tenerlo.
Un hombre sin
carácter es un hombre sin influencia e influenciable, que se deja arrastrar por
sus pasiones y las de los otros: nunca tiene opinión firme, le falta valor en
los momentos decisivos, se deja llevar por la corriente, la moda y los slogans.
El hombre de
carácter es una fuerza que arrastra tras de sí, que se coloca encima de los
cambios, capaz de alcanzar con valor y perseverancia los fines que se ha
propuesto.
El carácter es la
resultante habitual de las múltiples tendencias que se disputan la vida del
hombre; es como la síntesis de nuestros hábitos; la manera de ser habitual de
un hombre, que le distingue de todos los demás y la da una personalidad moral
propia.
Formar el
carácter de un joven, es formar sus facultades de tal suerte que sea capaz de
tender y de alcanzar un ideal elevado y digno, sin dejarse conmover o detener
por los obstáculos y dificultades.
Tres factores
principales intervienen en su origen y formación: el nacimiento, el ambiente
exterior y la propia voluntad.
Los factores de
la herencia tienen mucha importancia en la constitución del carácter; sin
embargo, una sabia formación puede llegar a modificar profundamente las
tendencias innatas y mantenerlas controladas por la razón y la voluntad.
Los agentes
exteriores, tanto físicos (clima, alimentación) como morales (familia,
educación, amistades, medios de comunicación) tienen una gran influencia sobre
el carácter. Cada uno es tributario del ambiente que le rodea y es hijo de su
época: dime con quién andas y te diré quién eres...
Con todo, una
voluntad enérgica y tenaz puede contrarrestar el peso de la herencia y del
ambiente.
Desde el punto de
vista psicológico, el mejor carácter es el que posee las facultades en
proporciones equilibradas:
* la inteligencia es clara, penetrante, ágil,
capaz de tanta amplitud como profundidad;
* la voluntad es firme, tenaz, perseverante;
* la sensibilidad es fina, delicada, serena,
perfectamente controlada por la razón y la voluntad.
Considerado moralmente,
las características de un gran carácter son:
* rectitud de consciencia, que hace de quien
la posee un hombre sincero y leal, cumplidor de su deber, honrado, que no
conoce la esclavitud del respeto humano ni la mentira e hipocresía;
* fuerza de voluntad, por la que se llega al
perfecto dominio de sí mismo, libre de la malas influencias exteriores;
* bondad de corazón, para no caer en arisca
intransigencia ni en fría terquedad. La afabilidad hace al hombre sencillo,
compasivo, misericordioso, suave, delicado, paciente, benigno;
* la perfecta compostura en los modales, que
pone el último complemento a un gran carácter.
Perfectamente
equilibradas la inteligencia, la voluntad y la sensibilidad, es necesario que
los modales exteriores estén a tono con la belleza interior. Ademanes,
palabras, tono de voz, posturas, actitudes, etc., deben convenir al decoro de
la persona y deben acomodarse a sus circunstancias, estado y situación.
Los buenos
modales son como el ropaje moral del hombre y se relacionan con el carácter de
tres modos: lo manifiestan, influyen sobre él y aumentan o disminuyen su poder
social.
Tales son las
notas distintivas de un carácter noble. La rectitud de consciencia constituye
su honradez, la fuerza de voluntad le da su verdadero valor, la bondad de
corazón le proporciona encanto, las buenas maneras realzan su dignidad.
Es difícil reunir
todas estas excelentes cualidades, pero no es imposible, y una buena educación
precoz, unida a la acción de la gracia y de los sacramentos, es capaz de formar
un carácter grande y bueno.
¿Cuándo
termina la educación?
Hemos hablado ya del comienzo de
la educación y de las diversas etapas de la misma. Cabe hablar ahora, aunque
más no sea brevemente, del término de la educación: ¿cuándo concluye la
actividad educativa?
Podría pensarse que el cuidado
de los padres no se extiende más allá de la edad infantil de los hijos. Sin
embargo, Santo Tomás afirma lo contrario. Por ejemplo, hablando de la
indisolubilidad del matrimonio, dice: "el matrimonio, por intención de
la naturaleza, está ordenado a la educación de la prole, no sólo por algún
tiempo, sino por toda la vida de la prole. De ahí que sea de ley natural que
los padres atesoren para los hijos y que éstos sean herederos de aquellos; y,
por lo tanto, ya que la prole es un bien común del marido y su mujer, es
necesario, según dictamen de la ley natural, que la sociedad de éstos
permanezca perpetuamente indivisa; y de este modo es de ley natural la
inseparabilidad del matrimonio".
La duración de la actividad
educativa por toda la vida funda nada menos que la indisolubilidad del
matrimonio; dicho de otro modo, la indisolubilidad matrimonial es de ley
natural porque el matrimonio se halla naturalmente ordenado a la educación de
la prole durante toda la vida de la misma.
Porque esto es así y no de otro
modo, mientras los padres viven deben tener solicitud respecto de sus hijos, y
éstos deben guardar reverencia para con sus padres. Dice Santo Tomás: "a
ningún género además del hombre dio otra solicitud en todo tiempo respecto de
los hijos, ni reverencia respecto de los padres; por el contrario, a los demás
animales, más o menos tiempo, según sean más o menos necesarios, bien los hijos
a los padres, bien los padres a los hijos".
La educación es una forma de
cuidado paterna respecto de los hijos, y no está limitada sino por los términos
accidentales de la vida de los padres y la de los hijos.
Evidentemente, el término educación
se toma en su acepción más fuerte cuando la actividad correspondiente se aplica
hasta la edad perfecta; una vez alcanzada la misma, la educación es algo
que conviene seguir dando al hijo, pero sólo en la forma y en la medida en que
éste la necesita, que es, especialmente, a través del ejemplo y del consejo.
Conclusión
Queridos padres, la misión que
Dios les encomendó al confiarles la educación de vuestros hijos dura toda la
vida. Desde el momento mismo que conocen la existencia de un nuevo ser en el
seno materno hasta la edad adulta tiene lugar la actividad educadora
propiamente dicha, formando la sensibilidad, la voluntad y la inteligencia de
vuestro hijo.
Cuando el joven ya está formado
y se apronta a constituir su propio hogar, comienza aquella etapa en que por el
ejemplo y el consejo continúan la solicitud por vuestros hijos.
¡Qué responsabilidad! ¡Cuánto
trabajo! ¡Cuántas fatigas, preocupaciones, dudas y temores! Pero
también, ¡cuánto gozo proporciona la labor cumplida!
Ser padre y madre cabal no es
fácil, y menos en el mundo que nos toca vivir. Para que todos ustedes puedan
ser fieles necesitan sacerdotes que, a su vez, sean fieles a sus compromisos; y
aquellos que lo son constituyen para ustedes un fundamento y un estímulo. Pues
bien, nosotros, los sacerdotes, tenemos necesidad de padres y de madres
conscientes de su misión, y cuando encontramos matrimonios así, eso nos
consuela y nos anima.
Ustedes comprenderán todo lo que
estas pocas líneas sugieren y exigen de la misión tan noble a la que han sido
llamados. Encontrarán estas y otras ideas y reflexiones en el magnífico trabajo
del Padre Delagneau "La Educación Cristiana ", del cual tomamos
muchos conceptos.
Quedan pendientes otros temas,
como la formación religiosa, la educación mixta, el Estado como educador, etc.
Cuál gran riqueza, aun para alguien pobre, tener unos buenos padres. La familia bien consolidada es como un diamante indestructible.
AMDG
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