“Prefiero equivocarme creyendo en un Dios que no existe, que equivocarme no creyendo en un Dios que existe. Porque si después no hay nada, evidentemente nunca lo sabré, cuando me hunda en la nada eterna; pero si hay algo, si hay Alguien, tendré que dar cuenta de mi actitud de rechazo”Blas Pascal

lunes, 25 de junio de 2012

Vidas de Santos

 "Vida de San Francisco 
de Asis"
Audio Libro
La Vida de este grandioso Santo,llena de abnegación,paciencia, oración, caridad , mortificación, en fin ,llena de espíritu Cristiano y evangélico.Digno ejemplo para la sociedad materialista burda y carnal de hoy en día.Elevemos el corazón al Señor junto a la Oración de Francisco y pidamos la sencillez de su vida evangélica,su amor hacia los pobres y necesitados y repitamos con el "MI DIOS Y MI TODO"


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SAGRADAS ESCRITURAS

INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DEL APOCALIPSIS
R.P.Juan Carlos Ceriani


Primera entrega de esta serie de conferencias a cargo del Padre Juan Carlos Ceriani con participación en emisiones posteriores del Padre Gabriel Grosso.El desarrollo del Apocalipsis esta guiado por la interpretación fundamentalmente del Padre Leonardo Castellani en sus diferentes libros y ensayos,sin dejar de tener intervención también otros autores de gran renombre como Monseñor Straubinger,Joseph piper,Van Rixtel etc.Esta serie de grabaciones han sido tomadas del blog de Radio Cristiandad (http://radiocristiandad.wordpress.com/ ) y pueden consultarla en su fuente de origen.

Se anexa el cuadro de estudio propuesto para seguir dicho estudio.





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R.P BASILIO MERAMO


SERMÓN DE LA DOMÍNICA CUARTA DE PENTECOSTÉS

(AUDIO ORIGINAL 24 JUN 2012)

(PUEDE REGULAR EL VOLUMEN DEL REPRODUCTOR)





Fuente:Radio Cristiandad
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sábado, 23 de junio de 2012

SERMONES DEL R.P. JUAN CARLOS CERIANI

FESTIVIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA

FUENTE: RADIO CRISTIANDAD

Hoy, 24 de junio, ocupa nuestra atención y meditación la figura de un gran santo, cuya misión se desarrolló en el período que enlaza y, al mismo tiempo, separa las dos grandes épocas de la historia da la humanidad.
Me refiero al gran San Juan Bautista, elegido por Dios para anunciar la venida del Mesías y para proclamar la llegada de la luz del mundo al pueblo que estaba sumergido en las tinieblas: «Y tú, pequeñuelo, serás llamado Profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor para preparar sus caminos, para dar a su pueblo el conocimiento de la salvación, para iluminar a los que yacen en las tinieblas y en las sombras de la muerte». Así profetizó su padre, San Zacarías, el día de su circuncisión.


Con motivo de esta fiesta podemos considerar tres cosas:

1ª) la época en la cual apareció San Juan Bautista y la sociedad a la cual predicó.
2ª) lo que anunció: el Verbo de Dios Encarnado.
3ª) la persona misma del Heraldo o Precursor.



1ª) En cuanto al momento en que se manifiesta San Juan, la sociedad a la cual predica se caracterizaba por la tibieza y las tinieblas.

Una obscuridad muy densa se cernía respecto de los valores religiosos, filosóficos, morales, artísticos.«Sombras de muerte», dice el pasaje evangélico que enmarca su misión.

2ª) Su misión consistió en anunciar, preceder al Verbo, del cual el otro San Juan, el Evangelista, dice que «Él era la Vida, y la Vida era la luz de los hombres. Era la luz verdadera que alumbra a todo hombre que viene a este mundo».

Y el mismo Jesucristo dirá: «Yo soy la luz del mundo. El que me siga no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida… Mientras estoy en el mundo, soy la luz de este mundo… Yo, la luz, he venido al mundo para que todo el que cree en Mí no quede en tinieblas».

Y más enérgica y significativamente agregará: «¡Fuego he venido a echar sobre la tierra, y cuánto deseo que ya esté encendido!».

«¡Fuego!», es decir: calor y luz… Ardor que calienta la tibieza…, y claridad que disipa las tinieblas.


El Verbo anunciado por San Juan Bautista era Vida, era Luz y era Calor, para un mundo, una sociedad que agonizaba en la tibieza y las tinieblas… «sombras de muerte».


3ª) «Apareció un hombre, enviado por Dios, que se llamaba Juan. Él vino como testigo, para dar testimonio acerca de la luz, a fin de que todos creyesen por él. Él no era la luz, sino que vino para dar testimonio de la luz».


Con estas palabras caracteriza San Juan Evangelista al Precursor: testigo de la Luz… ¡Todo un programa!


Nuestro Señor dirá de su heraldo: «Vosotros enviasteis legados a Juan y él dio testimonio de la verdad. Él era antorcha que ardía y lucía. Vosotros quisisteis regocijaros un momento a su luz…».


Testimonio magnífico da Nuestro Señor de San Juan: «Él era antorcha ardiente y luciente».


San Bernardo enseña que el lucir o brillar solamente, es vano… El arder solamente, es poco… ¡Arder y lucir es lo perfecto!


El ardor interno del santo luce fuera. Y, si no le es permitido ambas cosas, escogerá más bien el arder; a fin de que su Padre que ve en lo secreto, le recompense.


«Él era antorcha ardiente y luciente». No dice «luciente y ardiente», porque el esplendor de San Juan procedía del fervor, no el ardor del resplandor.

¿Queréis saber cómo ardió y lució San Juan?

Ardía:
en sí mismo, con la austeridad;
para con Dios, con íntimo fervor de piedad;
para con el prójimo, con una constante lucha contra el pecado.


Lucía:
con el ejemplo, para la imitación;
con el índice, señalando al Verbo, sol de justicia y luz del mundo;
con la palabra, alumbrando con ellas la obscuridad de los entendimientos.


Y podemos preguntarnos ¿cómo reaccionó aquella sociedad ante la prédica de San Juan? ¿qué actitud tuvo esa gente respecto de Nuestro Señor Jesucristo?

Pues bien, el santo Evangelio se expresa tristemente de este modo:


«La luz luce en las tinieblas, y las tinieblas no la recibieron»…


«Él estaba en el mundo, y el mundo había sido hecho por Él, y el mundo no lo conoció»…


«Él vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron»…, dice el santo Evangelio…


Esta es la trágica incredulidad de Israel, que no lo conoció ni lo recibió cuando vino para ser la luz de esa sociedad.


«La luz ha venido al mundo y los hombres han amado más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo el que obra mal odia la luz, y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprobadas».


Ahora bien, nuestra sociedad actual adolece de los mismos males que sufría la sociedad a la cual predicó San Juan y que no quiso recibir a Nuestro Señor.


Nuestra sociedad posmoderna padece la tibieza y está sumergida en las tinieblas de la muerte.


Tibieza por la falta de caridad, por la conformidad con el pecado, por la obstinación en la maldad, porque está contenta de sí misma, porque nada en los placeres y el confort… o los codicia, si no los tiene…


Tinieblas por los errores, por las mentiras y sofismas, por la inversión de los valores, por la oscuridad de la ciencia orgullosa, por la ceguera de las pasiones…


Sombras de muerte, por los homicidios, las guerras, los abortos, la eutanasia, los suicidios…


Iguales males, con el agregado de veinte siglos de cristianismo. El neopaganismo es más grave y más culpable que el antiguo… Es una apostasía…


Pero es importante y necesario saber que esto no siempre fue así.


Cuando llegaron aquí los conquistadores y los misioneros, encontraron una sociedad desprovista de Cristo y con esas enfermedades morales ya indicadas. Faltaba la Vida, la Luz y el Calor…


Con la llegada de los misioneros, las antorchas ardientes y lucientes, se iluminaron estas tierras, recibieron calor y cobraron vida…


Pues bien, por haber rechazado a Nuestro Señor Jesucristo, la sociedad moderna se suicida. Una densa oscuridad moral vuelve a cubrir estas tierras benditas por el paso de Jesús y María.


Esta mezcla de Cristianismo y Paganismo… Este credo en los labios con la incredulidad en la mente… Este Credo en las mentes con la sensualidad en el corazón… Este Cristianismo en las fórmulas con el materialismo en la vida…


Contra estas tinieblas nada vale… Ni la luz siniestra de dos guerras que han enrojecido la bóveda del cielo, ni la amenaza de una guerra peor aún, ni la guerrilla que iluminó con atentados el cielo patrio…


Es invulnerable la tiniebla de un cristianismo inerte, pobre, tibio… Sentimos que la religión agoniza junto a nosotros y seguimos jugando… En la hora de los martirios sabemos vivir indiferentes y alegres… Estamos desorientados, emprendemos mil caminos, escuchamos millares de voces que contrastan… No sabemos ya ni dónde andamos ni qué queremos…


En medio de esta crisis, que afecta principalmente a la religión y, correlativamente, a la sociedad temporal, Dios envió nuevamente algunos hombres, heraldos, antorchas ardientes y lucientes…


Y esos hombres, obispos, sacerdotes, religiosos, filósofos, intelectuales…, iluminaron, dieron calor a la sociedad; su acción llegó a casi todos los países del mundo, y la vida cristiana perseveró a su alrededor…, conforme a la consigna apocalíptica: Mantén lo que tienes… Guarda lo que has recibido…


¡Sí!, al igual que San Juan Bautista, de la misma manera que los Apóstoles y los misioneros, ellos anunciaron al Verbo de Dios hecho carne y se presentaron como antorchas para que el Cristianismo perseverase…


Es necesario que esas antorchas, ardientes y lucientes, no se extingan, sino que continúen guiando hacia Jesús, el Salvador y Redentor del mundo.


Son necesarias antorchas para que brille la luz del Evangelio y se disipen las tinieblas del error, de la mentira y de la muerte…


Necesitamos otros San Juan Bautista que como antorchas ardientes y lucientes nos guíen hacia Jesús…


¡Señor!, concédenos, por la intercesión de María Santísima, Estrella de la mañana, arder con el fuego de tu Caridad y lucir con la luz de tu Verdad…


¡Señor!, en esta hora trágica de la Iglesia y de la sociedad, no permitas que seamos tibios y temerosos; concédenos el fervor de San Juan Bautista; haznos arder con el fuego de tu Espíritu Santo a fin de que iluminemos a las almas… ¡y conservemos lo que hemos recibido!… ¡danos el coraje de ser santos!


¡Antorchas a encender, para que brille la luz del Evangelio y se disipen las tinieblas del error, de la mentira y de la muerte…!

domingo, 17 de junio de 2012

Devocion al Sagrado Corazon de Nuestro Señor

SALVA AL PUEBLO ARGENTINO, SAGRADO CORAZÓN
¡Cristo Jesús! En Ti la patria espera
gloria buscando, con intenso ardor,
guíala Tú, bendice su bandera,
dando a su faz magnífico esplendor.
¡SALVE, DIVINO FOCO DE AMOR!
SALVA AL PUEBLO ARGENTINO, ESCUCHA SU CLAMOR.
SALVA AL PUEBLO ARGENTINO, SAGRADO CORAZÓN.
¡Oh! Corazón, de caridad venero,
lejos de Ti no espera salvación;
salva su honor, arroja a su sendero
luz inmortal, destello de tu amor.
Siempre jamás nuestra Nación creyente
jura ante Dios su pabellón seguir;
sólo ante Ti la pudorosa frente
inclinará, sus votos al cumplir.
Brille la paz en su bendito suelo,
brille tu amor en su virgínea faz;
marche, a tu luz, a conquistar el cielo,
¡Patria feliz, que jura a Dios amar!
Dicha y honor disfruten los hogares
donde la imagen de tu pecho esté;
digna piedad circunde los altares,
flor celestial de la cristiana fe.
Dulce Jesús: poblados y desiertos
piden, al par, tu sacra bendición;
duerman en paz nuestros queridos muertos;
¡Salva al hogar, la patria y religión!


fuente: http://capillavedia.blogspot.com.ar/

SERMONES DEL R.P JUAN CARLOS CERIANI

DOMINGO INFRAOCTAVA DEL SAGRADO CORAZÓN

"De la Ia Carta del Apóstol San Pedro, 5:6-11 = Humillaos bajo la poderosa mano de Dios para que, llegada la ocasión, os ensalce; confiadle todas vuestras preocupaciones, pues él cuida de vosotros. Sed sobrios y velad. Vuestro adversario, el Diablo, ronda como león rugiente, buscando a quién devorar. Resistidle firmes en la fe, sabiendo que vuestros hermanos que están en el mundo soportan los mismos sufrimientos. El Dios de toda gracia, el que os ha llamado a su eterna gloria en Cristo, después de breves sufrimientos, os restablecerá, afianzará, robustecerá y os consolidará. A él el poder por los siglos de los siglos. Amén."


Decíamos el viernes pasado, Fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, que la Iglesia es la primera de todas las obras que han brotado de ese Sacratísimo Corazón.

¡Sí!, la Iglesia brotó del Corazón de Cristo. No es pura metáfora; es la expresión de un pensamiento tradicional que arranca de los mismos orígenes del Cristianismo.

Y también dijimos que no habrá otra Iglesia, porque no habrá otra Redención.

Y terminamos nuestra exposición diciendo que, enamorados santamente de nuestra Iglesia, una, santa, católica y apostólica, hemos de poner, sin temor y con abnegación, todo nuestro esfuerzo en fomentar sus intereses, porque son los mismos del Corazón Santísimo del Hijo de Dios. Máxime cuando, hoy, nuestra Santa Madre está más atacada de fuera y traicionada de dentro que nunca.

Este es el tema de la homilía de hoy: Vuestro adversario, el Diablo, ronda como león rugiente, buscando a quién devorar. Resistidle firmes en la fe, sabiendo que vuestros hermanos que están en el mundo soportan los mismos sufrimientos.

Voy a utilizar, primero, textos del Padre Calmel, fallecido en 1975; es decir, que no ha conocido ni a Juan Pablo II ni a Benedicto XVI; ni a un Pontífice en visitas a sinagogas o mezquitas, ni organizando encuentros en Asís…

Y luego vendrán los textos del Padre Castellani, bien conocido por nosotros.

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Decía el Padre Calmel que la prueba actual de la Iglesia es profunda y universal. Tanto es así que los prelados y los sacerdotes, ayer increíblemente muy optimistas, comienzan a evidenciar cierta preocupación en sus conversaciones, sus prédicas, sus conferencias, sus artículos o sus cartas.

Sin duda, la Iglesia, nacida del costado abierto de Jesús en la Cruz y asistida por el Espíritu Santo, no puede ser abolida; por otra parte, la miseria de la época, la debilidad de los hombres, la ira del diablo no impiden que, aún hoy en día, pueda germinar en cualquier lugar una vida verdaderamente santa.

Sin embargo, la prueba de la Iglesia nos llega hasta el fondo del alma, nos duele, nos hiere.

La fe, el coraje, la decisión para perseverar en la Tradición recibida de los Apóstoles, nada de todo esto elimina la pena, a veces la angustia…

¡¿Cuántos clérigos, engañados, se atreven a expresar claramente lo que insinúan con gran renuencia?! Que proclamen, ¡si tienen el coraje!, que hagan cantar y recitar un credo actualizado, y digan: Yo creo en una iglesia mutante, que necesita ponerse al día en relación con la historia y convertirse de sus pecados.

viernes, 15 de junio de 2012

SUBLIME DEVOCIÓN

HISTORIA DE LA DEVOCION AL SAGRADO CORAZON DE JESUS


"SERMONES DEL PATER"

 SERMÓN SOBRE EL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS


"Y los judíos, porque era la Parasceve, a fin de que no quedasen los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquél sábado era el grande día, rogaron a Pilatos que les quebrasen las piernas y que fuesen quitados. Vinieron, pues, los soldados, y quebraron las piernas al primero, y al otro que fue crucificado con Él. Mas cuando llegaron a Jesús, viéndole ya muerto, no le quebrantaron las piernas, sino que uno de los soldados le abrió el costado con una lanza y salió luego sangre y agua. Y el que lo vio, dio testimonio, y verdadero es el testimonio suyo. Y él sabe que dice verdad, para que vosotros también creáis. Porque estas cosas fueron hechas para que se cumpliera la Escritura: No le quebraréis ni uno de sus huesos. Y también dice otra Escritura:Pondrán los ojos en aquel a quien traspasaron."


Jesucristo ha muerto. Como la de todo ser humano, la muerte de Jesús consistió en la separación de alma y cuerpo.

¿Qué fue del Cuerpo y del Alma del Redentor, después de su muerte? Digamos ante todo que ambos quedaron unidos a la divinidad; la Persona divina del Verbo mantuvo, constantemente, su relación sustancial con el Cuerpo y con el Alma de que constaba su Humanidad y que, aun separados por la muerte, debieron llamarse Cuerpo y Alma de un Hombre-Dios.

El Alma de Jesucristo bajó al Limbo. El hecho forma parte del depósito de la Revelación y es dogma de fe que profesamos en el Credo: Muerto y sepultado, bajó a los infiernos… Este lugar era llamado por los judíos elSeno de Abraham, donde se hallaban las almas de cuantos anteriormente al Sacrificio del Calvario habían muerto en gracia de Dios y habían ya expiado sus pecados. Jesucristo les anuncia su próxima liberación.

¿Y el Cuerpo sacratísimo de Jesucristo? Colgado de la Cruz ha quedado después de su muerte. Es Cuerpo de Dios, porque es el Cuerpo humano hipostáticamente unido al Verbo de Dios.

¡Qué grandeza inmensa en medio de aquella semisoledad en que ha quedado el divino Crucificado!

El centurión y su cohorte, cumplida su misión, han regresado a la ciudad. Lo mismo ha hecho la multitud de judíos que se fueron de allí golpeándose el pecho al ver lo que ocurría. Quedaban todavía dos grupos, uno de hombres, todos los conocidos de Jesús, dice el Evangelista; y otro de mujeres, de las que nombra algunas el Evangelio.

Al pie de la Cruz, dispuesta a no separarse del Sacratísimo Cuerpo de su Hijo hasta su sepelio, seguía María, su Madre, única criatura que podía penetrar en los tremendos y consoladores misterios que se estaban realizando.

La ley romana permitía que quedaran los cuerpos de los ajusticiados clavados en cruz hasta su total descomposición, o hasta que fueran devorados por los chacales o las aves de rapiña. La ley judía no consentía pasaran los cadáveres de los crucificados una sola noche en su patíbulo; de otro modo hubiera quedado manchada toda la Tierra Santa.

El caso de Jesús es más urgente. Con la puesta del sol va a comenzar la gran fiesta pascual, y no pueden quedar los cuerpos en las cruces. Serían las cuatro de la tarde cuando tuvo lugar el episodio que nos refiere lacónicamente San Juan en el texto que sirve de Evangelio para la fiesta de hoy.

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Dos hechos notabilísimos se consignan en esta sucinta narración: que al divino Crucificado no se le rompiera ningún hueso y que se rasgara su pecho en la forma insólita que el Evangelista refiere.

Tal importancia les da el escritor sagrado, que para ambos apela al testimonio de las antiguas Escrituras y al propio testimonio.

En cuanto al primero, el tipo más representativo del futuro Mesías era el cordero; por esto era animal sagrado, al que se trataba con el máximo miramiento en su aspecto o función sacrificial. Su Valor máximo de figura o símbolo mesiánico lo lograba el día solemne de la Pascua. Su comida, que acompañaba al sacrificio, estaba regulada por varias ceremonias. Una de ellas prescribía que no se quebrara al cordero un solo hueso.

Es rito y profecía. Dios había prescrito el rito hacía mil quinientos años: durante esta serie de siglos se celebró escrupulosamente el mandato. El Viernes Santo está presente Dios en el Calvario para que en el divino Cordero se cumpla el gran vaticinio. San Juan está allí, al pie de la Cruz, para dar fe del rito y del cumplimiento de la profecía. El mundo tendrá una prueba más de la mesianidad de Jesucristo.

El segundo hecho encierra un misterio más profundo aún: uno de los soldados, a quien la tradición ha dado el nombre de Longinos, le abrió el costado con una lanza; y al punto salió sangre y agua.

En esta percusión del costado y en la herida del Corazón de Jesús, que denuncian la sangre y el agua que salieron, se fundamenta el culto y la devoción al Sacratísimo Corazón.

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Toda la tradición cristiana ha visto en el hecho extraordinario la figuración de algo más sublime.

Lo indica el mismo Evangelista San Juan. Él vio con sus propios ojos cómo el soldado asestaba el golpe al pecho de Jesús; vio producirse la profunda herida; contempló cómo manaba el doble licor; curaría con el bálsamo, a la hora del sepelio, la tremenda abertura. A través de ella, tal vez vería el mismo divino Corazón.

Sin duda, antes de las revelaciones a Santa Margarita de Alacoque, San Juan, y más aún la Santísima Madre de Jesús, pudieron interpretar toda la profundidad de estas palabras que Jesús dirá a su sierva siglos más tarde: He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres y que nada ha dejado de hacer para testimoniarles su amor.

Las palabras con que termina el Evangelista este relato revelan desde la desolada escena del Calvario una profunda visión espiritual y proyectan una claridad divina sobre los siglos futuros: Y también dice otra Escritura: Pondrán los ojos en aquel a quien traspasaron.

Las palabras son del Profeta Zacarías, y contienen dos vaticinios: el de la transfixión del futuro Mesías y el de la confianza y reverencia con que muchos levantarán los ojos y el espíritu al divino Traspasado.

Levantemos, pues, los ojos y el espíritu a este Corazón y veamos las maravillas que de Él ha hecho brotar el amor inagotable del Hijo de Dios.

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El Corazón de Jesucristo es como el órgano y el símbolo de su amor. Y como el amor es el que en el hombre lo propulsa todo, diríamos que del Corazón de Jesucristo han salido las grandes obras, producidas en el mundo por el amor del Verbo hecho hombre.

¿Qué obras han brotado del Corazón de Jesucristo?

La primera de todas es la Iglesia, es decir, esta sociedad religiosa, una, santa, católica y apostólica que reconoce por Fundador a Jesucristo.

La Iglesia brotó del Corazón de Cristo. No es pura metáfora; es la expresión de un pensamiento tradicional que arranca de los mismos orígenes del Cristianismo.

La primera mujer, dice san Agustín, fue formada del costado de Adán dormido y fue llamada vida y madre de los vivientes. Es que fue el tipo representativo de un gran bien antes del grande mal de la prevaricación. Este Adán segundo, inclinada la cabeza, durmióse en la cruz para que de allí se le formara su Esposa, que brotó de su costado.

El Magisterio de la Iglesia consagra oficialmente esta creencia tradicional cuando, al condenar el error de Pedro Juan Olivi, dice: El mismo Verbo de Dios, en la naturaleza humana que tomó, entregado ya su espíritu, quiso que fuera traspasado su costado, para que con la corriente del agua y de la sangre que de él manaron se formara la única e inmaculada, virgen y santa Madre Iglesia. Esposa de Cristo, como del costado de Adán dormido se le formó su esposa Eva.

Este pensamiento tradicional quedó concretado en los hermosos versos del himno de Vísperas de la Fiesta del Sagrado Corazón: Del Corazón rasgado nace la Iglesia, Esposa de Cristo.

Así lo canta la Iglesia: Abrióse esta puerta en el costado del Arca para la salvación del mundo; el Arca de salvación es la Iglesia, que brota del costado de Jesucristo.

Jesucristo se llama a sí mismo Esposo del género humano que ha redimido; es el Esposo de sangre de la Iglesia, porque con ella se la conquistó inmaculada, sin mancha ni arruga.

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¡Misterio profundo el de Jesucristo y su Iglesia! Del primer connubio bendecido por Dios en el Paraíso nacieron todos los hombres a la vida natural; de este sagrado connubio de Cristo con la Iglesia nacen todos cuantos deben nacer a la vida sobrenatural.

El esposo Adán fue el jefe y cabeza de Eva su esposa, su tutela y auxilio; tal es Cristo para con la Iglesia, que dirige, defiende y nutre con su propio Cuerpo y Sangre. De Cristo le viene a la Iglesia la unidad, el movimiento y la vida.

Y ¡qué obra ésta del amor de Jesucristo! Contemplad esta Esposa que sale, como de su tálamo nupcial, del Corazón del Rey: no hay sociedad humana que pueda compararse con esta sociedad verdaderamente divina.

El orden admirable de la jerarquía; la luz infinita de los dogmas; la eficacia divina de los sacramentos; los esplendores del culto; la fecundidad de sus obras; las maravillas del arte en todas sus manifestaciones; y, sobre todo, escondido, como fermento divino, en el seno de tanta grandeza, el mismo Corazón de Jesucristo, vivo, que late sobre nuestros altares, que lo vivifica y agranda y hermosea todo…

¡Esta es la Iglesia! Y esta es obra nacida del Corazón Sacratísimo de Jesucristo.

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¡Qué necios los hombres que sueñan con la utopía de un progreso indefinido! Es inútil aguardar que la historia, al revelar sus secretos a las generaciones futuras, las sorprenda con una obra social más hermosa que nuestra Santa Iglesia. ¡No!; Jesucristo ayer, y hoy, el mismo por los siglos.

El Corazón de Jesucristo será perpetuamente el Corazón de la humanidad perfecta; no habrá otra Iglesia, porque no habrá otra Redención.

Pero la Iglesia, viva y eterna, como el pensamiento vivo y eterno de Dios que la informa y fecunda con la misma fecundidad del Espíritu Santo que lleva en sus entrañas, es capaz de incorporarse todo progreso de orden natural, que reconozca el mismo principio que a Ella la vivifica; pero, sobre todo, es capaz de injertar la vida divina en toda obra y en toda actividad humana sana y darle crecimientos que sólo Dios puede dar.

No puede darse progreso verdadero más que en Jesucristo: instituido por Dios Cabeza y Corazón de la humanidad, no crecerán sino los pueblos que piensen con Él y que, con la Iglesia, estén injertados en su Corazón.

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Nosotros, que nos decimos hijos del Corazón de Jesús, amemos a la Iglesia, que es nuestra Madre, porque es la Esposa del Corazón de Jesucristo, padre de todos los redimidos con su Sangre.

Él vino al mundo para congregar en una gran unidad a los hijos de Dios que estaban dispersos: la Iglesia es la reunión de los hijos de Dios y, al mismo tiempo, el órgano oficial, divino, para concebir, gestar y dar a luz los hijos de Dios.

Los derechos de la Iglesia, sus prestigios, su acción, sus preceptos, pongámoslos sobre nuestras cabezas y dentro de nuestro corazón agradecido.
Sobre nuestras cabezas cayó el agua del costado de Cristo; nuestro corazón, síntesis de nuestra vida moral, ha sido regenerado por la Sangre que brotó del suyo.

Enamorados santamente de nuestra Iglesia, una, santa, católica y apostólica, pongamos, sin temor y con abnegación, todo nuestro esfuerzo en fomentar sus intereses, porque son los mismos del Corazón Santísimo del Hijo de Dios.

Máxime cuando hoy nuestra Santa Madre está más atacada de fuera y traicionada de dentro que nunca.

Pero esto será, Dios mediante, el tema de la homilía del domingo próximo.


LIBROS SELECTOS

"El Secreto Admirable del Santo Rosario"
San Luís María Grignion de Montfort
(PARTE 3)


Tercera decena

"Excelencia del Santo Rosario, manifestada por la meditación de la Vida y Pasión de Nuestro Señor Jesucristo"

21a Rosa: Los Misterios del Santo Rosario

Misterio significa realidad sagrada y difícil de comprender. Las obras de Jesucristo son todas sagradas y divinas, porque Él es Dios y hombre al mismo tiempo. Las de la Virgen María son santísimas, por ser Ella la más perfecta de las criaturas. Con razón se da el nombre de misterios a las obras de Jesucristo y de su Santísima Madre. Están, en efecto, colmadas de maravillas, perfecciones e instrucciones profundas y sublimes que el Espíritu Santo revela a los humildes y sencillos que los honran. Las obras de Jesús y de María pueden también llamarse flores admirables. Flores cuyo perfume y hermosura sólo conocen quienes se acercan a ellas, aspiran su fragancia y abren su corola, mediante una atenta y seria meditación. 61) Santo Domingo distribuyó las vidas de Jesucristo y de la Santísima Virgen en quince misterios, que nos representan sus virtudes y principales acciones. Son quince cuadros, cuyas escenas deben servirnos de normas y ejemplo para orientar nuestra vida. Quince antorchas que guían nuestros pasos en este mundo. Quince espejos luminosos que nos permiten conocer a Jesús y María, conocernos a nosotros mismos y encender el fuego de su amor en nuestros corazones. Quince hogueras en cuyas llamas podemos incendiarnos totalmente.
La Santísima Virgen enseñó a Santo Domingo este excelente método de orar y le ordenó predicarlo para despertar la piedad de los cristianos y hacer revivir el amor de Jesucristo en sus corazones. Lo enseñó también al Beato Alano de la Rupe: «El rezo de ciento cincuenta Avemarías es una oración muy útil, es un obsequio que me agrada mucho. Y lo es aún más y harán mucho mejor quienes las reciten meditando la Vida, Pasión y Gloria de Jesucristo. Porque esta meditación es el alma de tales oraciones».
En efecto, el Rosario sin la meditación de los sagrados misterios de nuestra salvación sería como un cuerpo sin alma, una excelente materia sin su forma que es la meditación, la cual distingue al Rosario de las demás devociones. 62) La primera parte del Rosario contiene cinco misterios: 1º El de la Anunciación del Arcángel Gabriel a la Santísima Virgen. 2ºEl de la Visitación de la Santísima Virgen a Santa Isabel. 3º El del Nacimiento de Jesucristo. 4º El de la Presentación de Jesús en el Templo y Purificación de la Santísima Virgen. 5º El del Hallazgo de Jesús en el Templo entre los doctores. Y se llaman misterios gozosos a causa de la alegría que proporcionaron a todo el universo. En efecto: La Santísima Virgen y los Ángeles quedaron inundados de gozo en el dichoso momento de la Encarnación. Santa Isabel y su hijo se colmaron de alegría con la visita de Jesús y de María. El Cielo y la tierra se alegraron con el nacimiento del Salvador. Simeón quedó consolado y lleno de alegría al recibir a Jesús en sus brazos. Los doctores estaban embelesados al oír las respuestas de Jesús. Y, ¿quién podrá expresar el gozo de María y José al encontrar a Jesús después de tres días de ausencia? La segunda parte del Rosario se compone también de cinco misterios, llamados misterios dolorosos porque nos presentan a Jesucristo abrumado por la tristeza, cubierto de llagas, cargado de oprobios, dolores y tormentos. 1º El de la oración de Jesús y su Agonía en el Huerto de los Olivos. 2º El de su Flagelación. 3º El de su Coronación de espinas. 4º El de la Cruz a cuestas. 5º El de la Crucifixión y muerte en el Calvario. La tercera parte del Rosario contiene otros cinco misterios, llamados gloriosos porque en ellos contemplamos a Jesús y María en el triunfo y en la gloria.
1º El de la Resurrección de Jesucristo. 2º El de su Ascensión. 3º El de la Venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles. 4º El de la gloriosa Asunción de la Virgen María. 5º El de su Coronación. Éstas son las quince flores olorosas del rosal místico, en las cuales se posan, como abejas diligentes, las almas piadosas para recoger el néctar maravilloso, y producir la miel de una sólida devoción.

Libros Selectos

"Las Maravillas de la Gracia Divina"
Mathias Joshep Scheeben

Capítulo XII: 

"La gracia y la Encarnación del Hijo de Dios" 


Son tan grandes y tan bellas las maravillas descritas hasta aquí que podría parecer imposible hallar nada más elevado fuera de Dios. Como son en cierta manera infinitas, no podríamos concebir, sin una revelación de Dios, guiados por la luz de la razón y aun por la luz de la fe, maravillas más estupendas. Pero se nos han revelado dos misterios que, sin duda alguna, superan al de la gracia. Helos aquí: “el misterio de la Encarnación del Verbo” y el de la “maternidad divina de María”[1].

Cuanto más consideramos el sentido de estos profundos misterios, vemos tanto mejor que el misterio inigualable de la gracia es colocado en todo su esplendor y recibe una gloria muy especial.

En virtud de la encarnación, la naturaleza humana de Cristo se une en una sola y misma persona con el Verbo divino. Dios es verdaderamente hombre, y un hombre es verdaderamente Dios. La naturaleza humana no se trueca en divina, sino que, desprovista de subsistencia, se incorpora a la segunda persona de la divinidad. Ello tiene lugar de un modo tan portentoso que la naturaleza humana le pertenece y queda revestida de una dignidad divina. La gracia no nos cambia en Dios, sino que conservamos nuestra naturaleza y nuestra personalidad; pero nos diviniza en el sentido de que nos hace semejantes a la naturaleza de Dios por una propiedad divinizante. La elevación de la naturaleza humana de Cristo a la dignidad de verdadero Dios es de consiguiente infinitamente superior a nuestra unión a Dios por la gracia.

Esta elevación de la naturaleza humana de Cristo, si la consideramos con más atención, no es un honor tributado a una persona creada, ya que en Cristo no existía tal persona. Es más bien un abajamiento de Dios, puesto que desciende de su trono para apropiarse una naturaleza humana. No afirmamos que un hombre se ha convertido en Dios, sino que Dios se ha hecho hombre. Al contrario, por la gracia una persona creada, el hombre, sin ser ni hacerse Dios, participa no obstante de la naturaleza divina; bajo este aspecto en cierto modo admiramos más la gracia que la Encarnación.

Se pregunta san Pedro Crisólogo: “¿Qué es más asombroso, que Dios se dé a la tierra o que nos dé el cielo; que se comunique con nuestra carne o que nos introduzca en la comunión de su divinidad; que nazca en forma de siervo o que nos engendre en la calidad de hijos libres; que adopte nuestra miseria o que nos haga sus herederos, coherederos de su único Hijo? Sí, lo que más es de maravillar, es que la tierra se cambie en cielo, que el hombre sea transformado por la divinidad, que los siervos tengan derecho a la herencia”[2]. En otro lugar el mismo santo explica: “Es tan grande la condescendencia de Dios con nosotros que la criatura no sabe qué admirar más, el que Dios haya bajado en nuestra naturaleza de siervo, o el que nos haya elevado por su fuerza potente a la dignidad de su divinidad”[3].

La elevación del hombre por la gracia contrabalancea por así decirlo el abatimiento de Dios en la Encarnación, pues cuanto más desciende más sube el hombre. Entre Dios y nosotros hay un intercambio estupendo; adopta él nuestra naturaleza humana, participamos nosotros de su naturaleza divina. Por tal motivo la Iglesia pone en boca del sacerdote esta oración: “Oh Dios, haz que participemos de la divinidad de aquél que se dignó hacerse participante de nuestra humanidad.”

El Hijo de Dios se hizo hombre, según nos lo enseñan los Padres, para darnos la gracia y elevarnos mediante ella. “Dios se hizo hombre, para que el hombre se haga Dios”, dice san Agustín[4]. “El Hijo de Dios se ha convertido en hijo del hombre, para que el hijo del hombre se convierta en Hijo de Dios”; así se han expresado con san Agustín muchos otros doctores[5], haciéndose eco de las palabras del Apóstol: “Envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, para que recibiéramos nosotros la gracia de la adopción”[6].

En torno a este lugar, teje san Fulgencio un bellísimo comentario: “Ha nacido Dios del hombre para que los hombres nacieran de Dios. Cristo, Hijo de Dios, por primera vez nació de Dios, por segunda vez del hombre. Nosotros nacemos primeramente del hombre y después de Dios. Porque Dios, al nacer de su madre, adopta la verdad de la carne, por eso en la regeneración del bautismo, puede darnos el Espíritu que nos hace hijos de Dios. Cristo, en su segundo nacimiento, llegó a ser por la gracia lo que no era por naturaleza, para que nosotros llegáramos a ser por la gracia de nuestro segundo nacimiento lo que no éramos por naturaleza, esto es, por nuestro primer nacimiento. A trueque de haberse hecho hombre, Dios nos ha traído la gracia, la que recibimos gratuitamente para que, por el don de Dios nacido de la carne, nos hagamos participantes de la naturaleza divina”[7]. Es tan verdadero que Dios ha nacido del hombre y que ha adoptado nuestra naturaleza como el que la naturaleza divina se nos ha comunicado; pero siempre hay que dejar a salvo esta diferencia: el Hijo de Dios no adoptó una propiedad sino la esencia de la naturaleza humana, mientras que nosotros participamos de la naturaleza divina mediante la recepción de una cualidad propia de Dios.

Dios, al encarnarse, se abaja tanto, cuanto es el abismo que lo separa de su criatura; el hombre, al ser divinizado (es lo que pretendía Dios al humillarse tanto) es elevado asimismo a una altura infinita, incomprensible.

Hemos considerado la humanidad de Cristo en su unión personal con el Hijo de Dios; podemos considerarla también en los atributos que le confiere su dignidad divina. Sigue manifestándose aquí la misteriosa grandeza de la gracia. A pesar de su sabiduría y su poder, no podía dar Dios al alma de la humanidad de Cristo una condición diferente de la que tocó en suerte a nuestra alma por la gracia[8]. No puede encontrarse en una criatura condición más elevada, puesto que por ella se diviniza y, en la mayor medida posible, se hace participante de la naturaleza divina. Sólo existe una diferencia entre el alma de Cristo y la nuestra: el alma humana del Verbo Encarnado exige la gracia, no la recibe en calidad de don, sino como un derecho pleno y con una riqueza incomparable, tal que todas las criaturas pueden saciarse de ella; hay que agregar que esta gracia no la puede perder. En cambio nuestra alma recibe la gracia de Cristo como un beneficio enteramente gratuito y en forma limitada; además, la puede perder con facilidad por el pecado.

Es pues innegable que la Encarnación es un misterio más elevado que la gracia. Mas el lazo que une estos dos misterios es tan notable que la gracia, lejos de quedar en la sombra, recibe todo su esplendor de dicha unión.

Agreguemos que la gracia, tal como nos es comunicada por Cristo, se enriquece con una dignidad y una magnificencia nuevas.

“La dignidad divina que la humanidad de Cristo posee en virtud de su unión personal con el Verbo se comunica a todos los miembros del linaje. La humanidad de Cristo vino a ser el cuerpo propio del Verbo y el linaje humano regenerado viene a ser el cuerpo místico del Hijo de Dios encarnado”[9]. Como Adán, con más propiedad aún, Cristo es el Jefe de la humanidad, y nosotros somos los miembros de Cristo[10]. Por lo mismo que somos una cosa con él, tenemos ya una dignidad sobrenatural, y así como él posee derecho a la gracia, también tenemos nosotros por él derecho a recibirla. Así la gracia llega a ser la propiedad del género humano; la humanidad la posee como cosa que le viene de su Jefe divino. Cristo es la vid celestial, toda repleta de la savia de la vida divina; nosotros somos los sarmientos que se benefician.

Exclama san León: “Cristiano, reconoce tu dignidad”[11]; reconoce que, como cristiano, en naturaleza y en dignidad aventajas a los ángeles. Estos tienen parentesco con Dios, aquellos participan de la naturaleza divina. Tú lo eres doblemente, puesto que Dios adoptó además tu naturaleza. Si pudieran estar celosos estos espíritus santos y puros lo estarían. “Dios no asumió ni a los ángeles ni a los arcángeles, sino la posteridad de Abrahán”[12]; se nos ha dado mirar a Dios como a uno de nosotros; ellos no pueden alegar semejante distinción; podemos asimismo llamarle hermano nuestro. “Serían insensatos los que prefirieran ser más bien ángeles que hombres”, dice el venerable monje Job[13]. No ignoramos que los ángeles están exentos de los sufrimientos y de la muerte, pero con todo no tienen a Dios por hermano; y aún cuando nosotros estemos expuestos a tantas asechanzas, el honor que Dios nos hiciera cargando con nuestra pobre naturaleza y todas nuestras miserias es como para que nos consolemos. ¡Sería el colmo de la irreverencia despreciar tal honor!

Cristiano, esfuérzate por no profanar tu dignidad divina. Que no se diga de un hermano de Cristo lo que no conviene ni a un hombre ni a un ángel, sino tan sólo a un demonio. Pertenece por entero, con todos tus pensamientos, tus palabras, tus obras, a aquél que, entrando en nuestra carne, nos adoptó como suyos. Sigamos la exhortación de san Juan Crisóstomo: “Honremos nuestra cabeza; consideremos cuyos miembros somos. Procuremos aventajar en virtud a los ángeles y los arcángeles, ya que Dios, al asumir nuestra naturaleza, la asumió por entero”[14]. El santo continúa explayándose en este sentido y termina con el siguiente gemido: “¿Es posible que el cuerpo del que él es la cabeza sea echado a los demonios y profanado por ellos sin que ni siquiera nos conmovamos?”.

Por el bautismo nos alistamos en el cuerpo místico de Cristo. Como signo y prenda de nuestra unión con él recibimos el carácter sacramental. Nos pertenecemos a Cristo y Cristo nos pertenece; somos verdaderamente cristianos, es decir en cierta manera el mismo Cristo, pues formamos con él un solo cuerpo. El carácter que en nuestra alma se imprime es indeleble; por larga que sea nuestra vida, nos da derecho a la gracia de Dios, puesto que el cuerpo de Cristo debe estar lleno de la vida gloriosa de Cristo[15]. Mas no poseemos tal derecho si no es a condición de comportarnos como Cristo lo desea. El pecado es ya una gran falta, porque arroja la gracia de nuestra naturaleza; pero es mucho mayor todavía, porque a un miembro de Cristo arrebata su vida celestial. Dejarnos privar de la gracia, rehusarla con ligereza, vendernos con ella al demonio, es cosa tanto más culpable cuanto que dicha gracia nos pertenecía en propiedad y cuanto que, por el carácter sacramental, teníamos la garantía de Cristo de que ningún poder del cielo ni de la tierra sería capaz de despojarnos de ella. Bueno será que prestemos atención a san Gregorio Nacianceno, que nos enseña a combatir los ataques del demonio: “Si te tienta por el orgullo, si en un instante te muestra todos los reinos del mundo como si le pertenecieran y te los ofrece a condición de que le adores, desprecia a este miserable, confía en el sello que llevas impreso en tu alma y dile: ‘Soy la imagen de Dios, pero no como tú un caído, por el orgullo, de la gloria celestial; estoy revestido de Cristo, adórame!’. Quedará vencido con estas palabras y lleno de confusión volverá a las tinieblas”[16].

Piensa finalmente, oh cristiano, que sin la gracia la dignidad de miembro de Cristo no te servirá de nada. La gracia es la que da su valor a esta dignidad; sin ella te ayudaría a perderte. El pertenecer a Cristo por el sello del bautismo te aprovechará únicamente si participas de su espíritu y de su vida. Indudablemente es un gran honor ser miembro de Cristo; pero la confusión será tanto mayor si eres un miembro muerto. En tal caso, serás cortado del cuerpo, sin que por esto pierdas jamás la señal con que fuiste marcado. Ese carácter ya no será signo de bendición, sino de maldición y de condenación.

La gracia hace de ti miembro vivo de Cristo, proporcionándote la participación de su naturaleza divina, y no puede ser sino prenda de bendición. Hace que por el momento participes de sus sufrimientos y de su muerte; pronto llegará el día en que te hará participar de su gloria. Entonces te unirás a Cristo por toda la eternidad y poseerás en él la bienaventuranza celeste. Por la gracia ganas a Cristo; si la pierdes, le pierdes por completo.

¿Qué no harías porque Cristo, el Hombre-Dios, nuestro rey, nuestro padre y nuestro hermano, cabeza, corona y alegría de nuestra raza, no fuera llevado de este mundo? Si pierdes la gracia, para ti él está perdido. Que tu único temor sea el separarte de Cristo; tu único deseo, el unirte a él perfectamente por la gracia. “Considerémoslo todo como sombra, vanidad, quimera”, dice san Gregorio Niseno, “pues en comparación de la gracia nada significa”[17].

SANTA EUCARISTIA

"Milagros Eucarísticos"


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jueves, 14 de junio de 2012

sermones del cura de Ars

Sobre el Santo Matrimonio
R.P San Juan Maria Vianney

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FIDES AUDIT

EL TRANSITO AL MAS ALLÁ 
R.P Antonio Royo Marin O.P

SEGUNDA CONFERENCIA




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miércoles, 13 de junio de 2012

Sermones del R.P Meramo

 "SERMÓN PARA LA DOMÍNICA DE LA INFRAOCTAVA DEL CORPUS"
 (AUDIO ORIGINAL 10 JUN 2012)


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FIDES AUDIT

Conferencias Apocalípticas
R.P.Leonardo Castellani


Segunda Conferencia:
 Jesucristo-San Pedro y San Pablo-San Juan Apokaleta-Caracter de las predicciones-El Alegorismo-Predicciones que parecen ahora cumplirse-La Apostacia








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LIBROS SELECTOS

"Las Maravillas de la Gracia Divina"

Mathias Joshep Scheeben

Libro 1

Capítulo VIII: 
La gracia, como participación del conocimiento divino, eleva al hombre a la visión inmediata de la gloria de Dios



Cristiano, para que puedas desde ahora hacerte una idea de la gloria y la dicha que acarrea la gracia, quiero mostrártela en toda su grandeza en aquel instante en que su luz deja lugar a la luz de la gloria. Comprenderás cómo por ella participas de un modo real y perfecto de la naturaleza divina.

Cada naturaleza se reconoce en su virtud y su actividad específica. Las plantas se diferencian de los animales por su crecimiento, sus flores y sus frutos; los animales se distinguen de las plantas por sus sentidos y su locomoción; el hombre se destaca de los animales por su razón y su libertad.

El hombre, por su razón, en cierto modo es semejante a Dios; con todo, existe una distancia infinita entre la naturaleza divina y la naturaleza humana. Asimismo, la inteligencia de los hombres y de los ángeles sólo puede conocer las criaturas, los seres finitos, creados; es incapaz de contemplar cara a cara al Dios infinito. Las criaturas racionales pueden conocer a su Creador y Señor, pero sólo de lejos: “Cada uno lo contempla de lejos”[1]. Más alejada está de la criatura la majestad de Dios que el sol de la tierra. La criatura sólo ve la orla de su vestido, el reflejo de su gloria en la maravillosa grandeza de la creación. Según las palabras del Apóstol, Dios, “Rey invisible de los siglos, a quien ningún hombre ha visto ni puede ver, habita en una luz inaccesible”[2]. Esta es demasiado resplandeciente, su gloria demasiado grande, para que la criatura, sin quedar cegada, pueda fijar sobre él su débil mirada. Por tal motivo, hasta los querubines se cubren la faz ante él y se prosternan en el polvo de la tierra para adorarle. Sólo Dios, por su naturaleza, puede conocerse; sólo “el Primogénito que reposa en el seno del Padre”[3], que tiene la misma naturaleza del Padre, lo ve cara a cara; sólo el Espíritu Santo, que está en Dios, “penetra y sondea su naturaleza íntima, así como sólo el espíritu de un hombre conoce a este hombre”[4]. Para ver a Dios, o es preciso ser Dios o participar de su naturaleza divina.

Si quieres ver a Dios cara a cara es menester que el ojo de tu alma se torne como divino. Debe caer el velo que le cubre; debe iluminarle, transformarle la luz del sol divino; sólo de esta suerte podrás fijar en Dios una mirada firme, segura. Esto se produce en nosotros por el Espíritu del mismo Dios cuando, por la gracia, nos hace participantes, de la naturaleza divina. En términos espléndidos nos lo dice el Apóstol: “Descubierta la mirada, somos transformados en la imagen perfecta de Dios, como por el Espíritu del Señor avanzamos de claridad en claridad”[5]. Y san Juan a su vez: “Seremos semejantes a Dios, cuando lo veamos como él es”[6]. El mismo Hijo de Dios dice a su Padre: “Padre, la gloria que me diste, la que yo tenía junto a ti desde el comienzo del mundo, yo les he dado”[7].

En el cielo conoceremos a Dios como él se conoce a sí mismo. “Entonces, conoceré como yo me conozco”, dice el Apóstol[8]. Es de todo punto imposible que tengamos un conocimiento tal, propio sólo de la naturaleza divina, sin participar verdaderamente de esta naturaleza divina. En frase de un doctor de la Iglesia[9], la visión de Dios no puede caernos en suerte sino a condición de que seamos divinizados. Y si participamos en verdad de la naturaleza divina y nos divinizamos ello se manifestará por la participación en el conocimiento de Dios.

Cristiano, ¡qué maravilla y qué beneficio! Es como para exclamar con san Pedro: “Dios nos ha llamado a su luz prodigiosa”[10]. ¿Pensaste acaso en la hermosura de esta gracia? Debemos estar reconocidos a Dios por la luz de nuestros ojos, pues nos permite admirar la creación visible y todas sus maravillas; con todo, de este bien participan como nosotros los animales. Podemos estar orgullosos de poseer una luz bien superior, la de la razón, por la que conocemos, además del aspecto exterior de las cosas, sus propiedades, color, olor, gusto, la misma sustancia de ellas, su armonía, su trabazón, así como también los bienes espirituales, nuestra alma inmortal, la verdad, la virtud, la justicia y al mismo Dios en el espejo de la creación. Estaríamos muy ufanos, si poseyéramos todas las ciencias descubiertas por el humano ingenio o si tuviéramos toda la ciencia natural de los ángeles. Todo eso no nos daría a conocer la verdad y la bondad de Dios en sí mismo; con esa luz veríamos únicamente a qué distancia está nuestra naturaleza de la naturaleza divina y que el ojo humano es incapaz de penetrar el misterio de Dios. El pretender acercarnos a la luz inaccesible de Dios constituiría una impía temeridad. Nos aplastaría su gloria y la muerte sería nuestro castigo. “Nadie puede ver a Dios, sin morir”[11], dice la Escritura. Agrega en otro lugar: “Aquél que pretende sondear la majestad divina quedará agobiado por su gloria”[12].

“Pero lo que es imposible a los hombres”, nota aquí san Ireneo, “es posible a Dios”[13]. Poderoso y lleno de bondad, se abaja hasta nosotros para elevarnos hasta él. El mismo nos introduce en su luz portentosa y nos colma de resplandores para que podamos ver esa luz. Canta el Salmista: “En tu luz veremos tu esplendor”[14]. Luego tan sólo en su luz veremos a Dios.

¿Qué es en comparación de ella la luz natural de las criaturas? Lo que es el parpadeo de una débil lámpara, apenas alumbra una reducida habitación, comparada con el sol resplandeciente que ilumina el universo. El ojo glorificado del bienaventurado es como el del águila que mira al sol de hito en hito sin deslumbrarse; en cambio, el ojo de nuestra razón se parece al del murciélago, hecho únicamente para las tinieblas.

Si en nosotros mismos experimentamos un deseo insaciable de conocer la verdad, de gozar del bien, ¿por qué no hemos de buscar saciarla sólo allí donde pueda satisfacerse? Nos fatigamos tanto por adquirir la ciencia; ¿por qué no acudir por ella a la fuente de la luz eterna? Todo nuestro conocimiento natural no pasará de ser harapo y miseria, siempre será superficial. La luz de la gracia nos conducirá a la luz de Dios; por ella conoceremos, no ya la sombra de la verdad, sino su sustancia, su fundamento; en ella veremos cuanto ansiamos saber. Si la belleza terrena basta para dejarnos encantados, busquemos con el Real Salmista el rostro del que es la fuente y el ideal de toda belleza[15].

La gracia nos hace también participantes de la felicidad divina[16]. Nos eleva al goce inmediato del bien supremo. La felicidad divina excederá nuestra felicidad natural en la medida en que la naturaleza divina excede la nuestra. El animal no tiene capacidad para los mismos goces que el hombre, objeto conocido sólo del Espíritu de Dios; este objeto se recrea en bienes espirituales como son el orden, la armonía, la belleza, la verdad y la virtud. También la felicidad de Dios tiene un objeto particular, objeto que ni ojo vio, ni oído escuchó, ni ha sido probado por el corazón del hombre, objeto conocido sólo del Espíritu de Dios; este objeto es su divina esencia. Pero cuando, por el Espíritu Santo, nos hace Dios participantes de su naturaleza, por ese mismo Espíritu nos revela el misterio de su felicidad; nos invita a gozarla, a ser compañeros suyos; nos coloca sobre su trono, nos manifiesta su luz y quiere que tomemos parte en su festín. Podría habernos dejado ante la puerta de su morada, a una distancia respetable. Admiraríamos la grandeza de sus obras, la hermosura de su mansión. Esta alegría, este honor, habrían colmado cuanto nuestro pobre corazón desear pudiera. Pero no; Dios quiere dejarnos contemplar su propia belleza en el gozo con que él, a una con el Hijo y el Espíritu Santo, es eternamente feliz. Esa hermosura reúne toda la belleza esparcida en la maravillosa variedad de sus obras y la desean ver los ángeles; un solo rayo de la misma bastaría para dejar ebrios de gozo a todos los espíritus creados.

Ninguna criatura, en verdad, podría sospechar ni desear semejante felicidad. Grande por lo tanto deberá ser nuestro reconocimiento para con Dios. El primer homenaje que podemos presentarle es buscar ardientemente el bien con que nos quiere regalar, pensar en él constantemente, exclamar con el Salmista: “En busca de ti han andado mis ojos. ¡Oh, Señor! tu cara es la que yo busco”[17]. Si le amamos como él nos amó, en frase del Apóstol, le conoceremos como él nos conoce[18].

Dice san Anselmo: “El gozo de tus santos en ti será inefable, Señor. Se regocijarán cuando te hubieren amado; te amarán cuanto te hubieren conocido. De veras que ni ojo vio, ni oído escuchó, ni corazón de hombre alguno experimentó en esta vida el grado en que te conocerán y amarán en la otra. Te ruego, Señor, pueda conocerte y amarte, para gozarme en ti, y ya que no me sea posible aquí abajo el perfecto regocijo, haz que mi alegría vaya creciendo de día en día, hasta que se complete en el cielo; aumenta en mi tu amor hasta que allá arriba se haga perfecto; que mi dicha aquí abajo sea grande en la esperanza y plena en ti en el cielo. Señor, nos ordenaste mediante tu Hijo que pidiéremos pleno gozo, y prometiste concedérnoslo[19]. Te suplico, pues, oh Dios fiel en tus promesas, me concedas tu dicha perfecta. Que mi alma medite en ella, que mi boca la proclame, que mi corazón la desee, que mi espíritu la hambree, que mi carne tenga sed de ella, que todo mi ser suspire por su consecución, hasta que logre entrar en el gozo de mi Señor, a quien sea dada eterna alabanza en su Trinidad”[20].



Capítulo IX: 
La gracia nos hace participar de la santidad de la naturaleza divina 

La participación de la santidad de Dios parece superar todas las maravillas de la gracia de que hemos hablado hasta el presente. Es gran cosa ser elevado sobre la naturaleza entera, ser revestido del esplendor divino, poseer en germen la felicidad y la inmortalidad celestiales. No obstante, como en Dios nada hay que sea superior a su santidad, la dicha de participar de esta santidad debe ser mayor todavía.

El profeta Isaías y el Apóstol san Juan[21], en su Apocalipsis[22], ambos a dos nos presentan una imagen grandiosa de la, majestad divina. Según la explicación que de ella da san Cirilo, el trono elevado significa la soberanía de Dios, el jaspe su paz inmutable, el arco en el cielo su eternidad, los sitiales de los veinticuatro ancianos su sabiduría, las siete lámparas el gobierno universal de su Providencia, los resplandores y el trueno la omnipotencia de su voluntad; el mar de cristal su inmensidad; tiene cubiertos el rostro y los pies por las alas de los serafines para darnos a entender su misteriosa infinitud. En esta plenitud esplendorosa, nada impresiona tanto a los serafines, cubiertos de ojos, como su santidad, pues ella los deja suspensos de admiración. Por eso repiten sin cesar el canto jubiloso: “Santo, santo, santo eres Señor, Dios de los ejércitos”. En efecto, Dios es llamado con frecuencia el Santo de Israel, porque este nombre incluye todos los demás. Cuando el Salmista quiere describir el esplendor de la generación eterna del Hijo de Dios, dice únicamente que procede del Padre en el esplendor de ‘la santidad’[23]. Todas las otras perfecciones de Dios reciben de la santidad su brillo más subido, su última consagración.

Documental de la Vida del Santo Cura de Ars
San Juan Maria Vianney

Parte 1

Parte 2

Parte 3

Parte 4




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