SAN AGUSTÍN Y LA CIUDAD DE DIOS
"San Agustín rodeado de santos, miembros de su Orden y nobles, por Pantoja de la Cruz. Catedral de Toledo"
Al igual que todos los libros de San Agustín, La Ciudad de
Dios, fue escrito para responder a una necesidad determinada, contrarrestar las
acusaciones contra el cristianismo. En cierto modo, esta obra es un símbolo
sobre las relaciones entre el estado y la comunidad fundada bajo los principios
cristianos.
San Agustín nos propone en ella, un hombre de dos ciudades,
en cierto modo manteniendo el dualismo Platónico. Sin embargo, este problema es
bien conocido para los primeros cristianos que, debían convivir en un imperio ,
muchas veces hostil a la práctica de su religión, tratando de conciliar con
escasos resultados su vida espiritual y su vida política. Frente a la opción,
el cristiano prefería los goces futuros en el Reino de los Cielos a las
promesas de la sociedad civil, existía un contraste marcado entre ambos
órdenes, como lógica consecuencia se sigue el natural desapego por las cosas
terrenales. El cristiano reconocía los poderes del mundo en tanto el fundamento
último de la autoridad estriba en Dios, pero esa lealtad era puramente externa,
no había un vínculo de confraternidad espiritual entre los miembros de
ambas sociedades, en sus relaciones con el estado el cristiano se consideraba
extranjero, su verdadera "ciudadanía" estaba en alcanzar el reino de
los cielos. Esta situación se va a mantener durante largo tiempo, incluso
cuando el Imperio Romano adopta como religión oficial el cristianismo.
Según el pensamiento agustino, el pueblo es "una
congregación de personas unidas entre si en la comunión de los objetos que
aman", por lo tanto el juicio sobre un pueblo deber tener en cuenta cuales
son los objetos de su amor. Si la sociedad esta unida en el amor a lo que es
bueno, ser una sociedad buena, si los objetos de su amor son malos, ser mala.
Aunque los deseos de los hombres parezcan ser infinitos, en realidad pueden
reducirse a uno solo. Todos desean la felicidad y todos buscan la paz, todos
sus anhelos, esperanzas y temores se dirigen a ese fin; la única diferencia
radica en la naturaleza de la felicidad y la paz que se desean, al poder elegir
libremente su propio bien, el hombre puede encontrar esa paz subordinando su
voluntad al orden divino o someterse a la satisfacción de sus propios deseos,
aquí encontramos la raíz del dualismo, en esta oposición entre el hombre que
vive para sí mismo anhelando la felicidad material y la paz temporal y el
hombre espiritual que vive para Dios y busca la beatitud espiritual y una paz
que sea eterna. Estas dos tendencias de la voluntad, dan origen a dos clases
distintas de hombres y a dos tipos de sociedad: "dos amores fundaron dos
ciudades: el amor propio hasta el menosprecio de Dios, fundó la ciudad terrena
y, el amor a Dios hasta llegar al desprecio de si mismo, fundo la Ciudad de
Dios.
De esta generalización surge toda la teoría agustina de la
historia, puesto que ambas ciudades "han seguido su curso mezclándose una
con la otra a través de los tiempos desde el inicio de la raza humana y seguir
n de esta manera andando juntas hasta el fin del mundo", recién entonces
se producir la separación entre ambas, con la victoria
definitiva de la Ciudad Celeste, pues " el bien es inmortal y el triunfo
ha de ser de Dios".
En la última parte de la obra, San Agustín ofrece una breve
sinopsis de la historia del mundo considerada según el punto de vista expuesto.
Por un lado observa el curso de la ciudad terrena -encarnada en la mística
Babilonia- encontrando su expresión más completa en los imperios de Asiria y
Roma. Por el otro, reconstruye el desarrollo de la ciudad Celestial desde sus
orígenes con los patriarcas, a través de la historia de Israel, la ciudad Santa
de la Primera Jerusalén hasta su última manifestación en la Iglesia Católica.
Según San Agustín la raza humana est viciada desde sus
orígenes, la vida social est cargada de males hereditarios contra los cuales
lucha en vano la voluntad individual, por ello, los reinos del mundo est n
basados en la injusticia y prosperan en virtud de los derramamientos de sangre.
Contra Cicerón, que afirma que el estado descansa en la justicia, San Agustín
sostiene que si esto fuera cierto la propia Roma no constituiría un estado
puesto que no resulta posible encontrar la verdadera justicia en el orden
temporal, el único estado verdadero, desde este punto de vista, sería la Ciudad
de Dios. No obstante, el Santo advierte que el estado de fuerza que ha dicho
olvidad la justicia no se distingue de una banda de ladrones. Hombres y estados
son para él voluntad, pero deben ser voluntad ordenada y sujeta a normas.
Es imposible identificar la Ciudad de Dios con la Iglesia y
la Ciudad Terrena con los estados civiles, como han pretendido algunos autores,
puesto que en la ciudad celestial no hay lugar para el mal y la imperfección,
ambas comunidades son espirituales una de ellas se constituye según la Ley de Dios mientras que la otra lo hace contra ella. Tanto la
Iglesia como el estado podrían pertenecer a una u otra ciudad, sin embargo la
Iglesia es el puente entre lo terrenal y lo espiritual, el nexo a través del
cual los hombres pueden pasar del tiempo a la eternidad. Este pensamiento en
modo alguno implica el desprecio por la Jerarquía eclesiástica, mas bien por el
contrario, la Iglesia es representante de la ciudad de Dios en el mundo.
Con respecto a la moral, San Agustín postula la íntima unión
entre moral y vida social, la fuerza din mica del individuo y de la sociedad se
encuentran en la voluntad que determina el carácter moral, la corrupción de la
voluntad por el pecado original de Adán se convierte en un mal social hereditario,
al que se le opone como bien social, el restablecimiento de la voluntad por la
Gracia de Cristo, transmitida sacramentalmente por la acción de Espíritu Santo,
que une a la humanidad en una sociedad espiritualmente libre bajo la ley de la
caridad. La Gracia de Cristo sólo se encuentra en la "sociedad de
Cristo", lugar donde debió haber tenido origen la Ciudad de Dios. Del
mismo modo, la Iglesia es la nueva humanidad en proceso de formación y su
historia terrenal representa la construcción de la Ciudad de Dios que tiene su
final en la eternidad, de allí que a pesar de todas sus imperfecciones, la
Iglesia terrenal sea la sociedad m s perfecta que este mundo puede conocer
porque es la única que tiene su origen en la voluntad espiritual, mientras los reinos
de la tierra tratan de obtener bienes materiales, la Iglesia, busca los bienes
espirituales y una paz que es eterna. El estado puede ser en el peor de los
casos, un poder hostil, la encarnación de la injusticia y de la obstinación y
en el mejor de los casos, una sociedad perfectamente legítima que est destinada
a someterse a una sociedad espiritualmente m s grande y universal.
Es a San Agustín a quien debemos el ideal occidental de la
Iglesia como el poder din mico social en contraste con los conceptos estáticos
y metafísicos que dominaron el cristianismo bizantino. Bajo el Imperio romano
de oriente, al igual que en las monarquías sagradas de tipo oriental, se
exaltaba al estado como un poder sobrehumano frente al cual las personas
carecían de derechos y la voluntad individual resultaba inoperante, el imperio
bizantino mantuvo este concepto del estado, San Agustín rompió esta tradición
despojando al estado de su halo de divinidad y buscando el principio del orden
social en la voluntad humana.
AMDG
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