martes, 27 de septiembre de 2011
Respondiendo las principales objeciones de las sectas y de los protestantes
libro en entregas. nº1
Capítulo 1
La cuestión fundamental
En este primer capítulo –clave para este libro no sólo por la importancia que revisten en sí las cuestiones consideradas en él sino por el lugar que éstas ocupan en la estructura de este escrito– tocaremos dos puntos claves: el primero, que los protestantes en general, y en particular las sectas que apelan constantemente a la Biblia, no pueden fundamentar el uso que hacen de ella; es decir, no saben por qué usan la Biblia. La usan, tanto para su devoción y alimento particular (lo cual alabamos y deseamos que continúen haciéndolo) cuanto para objetar a los católicos las enseñanzas principales de nuestra fe (¿quién no ha escuchado hasta el cansancio la pregunta: dónde dice la Biblia que...?), en lo cual hay un abuso pasmoso, puesto que precisamente ellos deberían primero probar por qué tiene que estar en la Biblia lo que nosotros enseñamos y creemos, lo cual no pueden hacerlo, porque la Biblia no dice que todo tiene que estar allí. Atención con esto: no estamos diciendo que las verdades de nuestra fe no estén en la Biblia, sino que, si bien están allí (explícita o implícitamente, como veremos en los siguientes capítulos), el que “tengan que estar” no es doctrina bíblica. Por otro lado, se supone que si ellos pretenden que una verdad para ser creída deba estar en la Biblia, es porque creen que la Biblia es Palabra de Dios; pero ¿cómo saben y prueban esto? ¿dónde dice la Biblia que ella es Palabra o Revelación de Dios?; es más, ¿en dónde dice la Biblia qué es
la Biblia, es decir, cuántos y cuáles libros forman parte de la Biblia? ¡En ninguna parte! ¡No se preocupen! La Biblia es Palabra de Dios, y los libros que se contienen en nuestras Biblias son inspirados por Dios (aunque en algunas Biblias protestantes falten algunos libros o algunos de ellos estén allí pero como de dudosa inspiración); pero sólo la Iglesia católica y la Tradición pueden garantizar esta verdad: que la Biblia es Palabra de Dios y que está conformada por tales y cuales libros y que tales o cuales traducciones responden al sentido literal de los textos originales. Esto los protestantes lo aceptan en su conclusión (la inspiración de la Biblia) pero no en sus premisas o causas (que la única garante de esta verdad, o sea, la única que puede garantizar que esta verdad es verdad, es la Iglesia católica). Con la Reforma de Lutero, Calvino y Zwinglio (antes había habido otros intentos similares, algunos de los cuales todavía perduran, como el de Juan Hus, pero no fueron tan determinantes históricamente como la obra de estos llamados reformadores o rebeldes al magisterio de la Iglesia católica) los primeros protestantes (y luego las iglesias y sectas que se desmembraron de ellos hasta nuestros días) se quedaron con esta verdad, pero rechazaron a la Maestra que la enseñaba y la garantizaba (la Iglesia), cayendo en un fideísmo (o sea en un acto no de fe sino de fe verdaderamente ciega, que no se confunde con la fe verdadera).
La segunda verdad que quiero exponer en este capítulo es que la Tradición no se contrapone a la Biblia, sino que la complementa, y más todavía, es la que le hace de soporte y garantía; y que ¡incluso esto es una doctrina bíblica! Sin la Tradición no sabríamos que hay libros inspirados, ni cuáles son, ni cómo deben entenderse.
Los cristianos no católicos no pueden fundamentar el uso que hacen de la Biblia
Las objeciones y dificultades que ponen los no católicos son numerosas, casi todas basadas en malas comprensiones de textos bíblicos o lecturas parciales de la Sagrada Escritura. Trataremos en los siguientes capítulos de responder católicamente a cada una de esas objeciones. Sin embargo, hay un problema fundamental que, para ser honestos, los cristianos no católicos deben resolver primero, y es el problema de los principios fundamentales de su fe cristiana. Ellos presentan muchas dificultades, todas a partir de su lectura personal de la Biblia; pero el hecho fundamental es que, para poder hacer esto, primero deben justificar por qué usan la Biblia y qué derecho tienen para hacerlo, y, segundo, deben justificar con qué derecho ellos se atribuyen el derecho de interpretar privadamente la Biblia. El recurso exclusivo a la Biblia y el derecho de interpretarla privadamente son los dos grandes principios que todo el cristianismo no católico ha heredado de los primeros reformadores. El gran problema del cristianismo no católico es que los dos principios son imposibles de fundamentar y llevan a un círculo vicioso y a un callejón sin salida.
Empezaré, pues, demostrando la inconsistencia de estos principios. Y como ellos son claves, al tocar en los siguientes capítulos las distintas objeciones que los no católicos presentan a los católicos apoyándose en la Biblia, volveré una y otra vez a recordar que en línea de principio no se les debe responder a sus objeciones hasta tanto ellos no demuestren con qué derecho usan la Biblia; mis respuestas a las objeciones puntuales, por tanto, serán más bien de carácter ilustrativo para los mismos católicos (es decir, para ayudarles a profundizar su fe) puesto que un no
católico, al no poder demostrar su derecho a usar la Biblia, tampoco puede exigir una respuesta a sus preguntas (que no obstante, por caridad, podemos darles).
En este primer capítulo haré varias referencias a un valioso opúsculo publicado hace muchos años por el gran apologista católico, Antonio J. Colom, S. J., titulado “Cómo defender nuestra fe”. El tema que trata allí el P. Colom se encuentra también en numerosos textos clásicos de apologética católica; él tiene el mérito de formular los argumentos con gran precisión y poder de síntesis; en varias partes lo citaré textualmente.
Nota: el mundo del protestantismo abarca un espectro demasiado amplio de denominaciones e iglesias como para intentar una crítica pormenorizada de cada una de ellas; téngase en cuenta, por tanto, que al hablar de Protestantismo abarcamos tanto a las iglesias surgidas inmediatamente de la Reforma (luteranismo, calvinismo, anglicanismo, bautistas, etc.) llamadas a veces “denominaciones tradicionales”, como también a sectas “protestantes” (adventistas del Séptimo día, pentecostales, distintas divisiones del evangelismo, etc.; por extensión englobamos en esta categoría a los Testigos de Jehová y hasta cierto punto a los Mormones, porque también ellos hacen uso de la Biblia, aunque no son propiamente religiones “cristianas” pues no aceptan la divinidad de Jesucristo y el dogma de la Santísima Trinidad, fundamentos del cristianismo tanto católico como no católico). Por tanto, si bien hay diferencias esenciales entre estas denominaciones y sectas, tienen en común la aceptación de los principios fundamentales de la Reforma protestante y las principales objeciones que hacen al catolicismo. En cuanto a las objeciones que son exclusivas de algunas sectas (como los Testigos de Jehová o los Adventistas), lo aclararemos en los casos particulares.
En cuanto a la belicosidad contra el Catolicismo, hay que distinguir entre las personas: hay miembros de algunas sectas que son muy respetuosos de las creencias ajenas y hay miembros de denominaciones tradicionales que tienen una gran beligerancia contra la Iglesia católica, como reconocen algunos protestantes convertidos al catolicismo (por ejemplo, ex calvinistas). Hay que reconocer, y éste es en gran medida el propósito de este libro, que muchas de estas personas no están animadas por mala voluntad, sino por una errónea comprensión de la fe católica, que hace comprensible su rechazo activo de nuestra Iglesia. Quisiera que estas páginas también les sirvieran a ellos para despejar algunos equívocos sobre lo que creemos los católicos.
* * * *
Los principios fundamentales del protestantismo
Quienes se hayan enfrentado a “misioneros” de iglesias protestantes y, sobre todo, a miembros de sectas que se autodenominan cristianas (téngase en cuenta la aclaración que hemos hecho en la Nota con que cerramos el párrafo anterior), habrán advertido que los mismos ponen innumerables objeciones a los católicos exigiéndoles defenderse con la Biblia en la mano (“¿dónde dice la Biblia que María fue virgen, o que se debe llamar padre al sacerdote, o que hay que adorar las imágenes, etc., etc.”?). Algunos católicos incautos o mal (in)formados caen en el ardid de estas personas (aclaro que no juzgo sus intenciones, las cuales en muchos casos pueden ser buenas) bajando a su terreno e intentando contestar sus preguntas o fundamentar nuestros dogmas; en la inmensa mayoría de los casos no son escuchados o reciben por toda respuesta una nueva objeción. Los protestantes, por su parte, apabullan muchas
veces con citas bíblicas que parecen –al menos por el uso que se hace de ellas– contradecir alguna verdad católica.
Esto es muy mala táctica y nos hace entrar en el juego que estas personas buscan. En realidad, el católico debe comenzar por exigirles a estas personas que fundamenten con qué derecho ellos usan la Biblia; si nos piden que digamos en qué lugar de la Biblia se encuentra indicada tal o cual verdad, tal o cual práctica, ellos deben primero explicarnos y fundamentarnos por qué eso debe estar en la Biblia. Nos dirán que porque la Biblia es Palabra de Dios (lo que todo católico acepta); el problema es que el protestante no puede demostrar que la Biblia sea Palabra de Dios y por tanto, no tiene derecho a usarla en contra de los católicos. Los católicos, en cambio, sí pueden demostrar que la Biblia es Palabra de Dios, y por tanto, son ellos (es decir, el magisterio de la Iglesia católica) quienes tienen el derecho de interpretar la Biblia. Esto que acabamos de decir muestra la falencia principal de todo el protestantismo: en razón de los principios fundamentales de su religión (y esto es común a todo el protestantismo, tanto de las iglesias tradicionales como de las sectas de origen protestante) no tienen modo de saber si la Biblia es Palabra de Dios o no (de hecho afirman que es Palabra de Dios, porque esto lo han recibido de la Iglesia católica). Vamos a demostrar este aserto que es la principal objeción que debemos hacer a todo protestante que viene a combatir nuestra fe.
Nota: quiero aclarar que no pretendo que los protestantes dejen de usar la Biblia; al contrario, ésta es una de las riquezas que encierran todas las denominaciones protestantes y, hay que reconocerlo honestamente, en muchos casos tratan los Libros Sagrados con mayor veneración que muchos católicos. En esto hay católicos que tienen mucho que aprender de nuestros hermanos protestantes: su amor por la Escritura, su asidua lectura e incluso estudio, su
constante recurso a ella, el usarla como medio de oración, etc. Pero esto no quita que ellos no puedan fundamentarla y que, por tanto, no tengan derecho a usarla para combatir a la Iglesia católica, la cual les ha legado el don inestimable de la Palabra de Dios.
Los principios fundamentales del protestantismo son dos: sola Scriptura (la sola Escritura) y sola fide (la sola fe; se podría añadir un tercero: sola gratia –la sola gracia–, pero puede reducirse al de sola fide, y ambos principios en realidad se derivan del primero, puesto que profesan la salvación por la sola fe precisamente porque así entienden que está revelado en la Escritura). Es el primero el que nos interesa aquí, pues es el que hace referencia a la Biblia (el segundo es la síntesis de su teología de la salvación y de la moral, que analizaremos más adelante).
El principio de sola Scriptura, formulado por Lutero significa dos cosas:
(a) que la Biblia es palabra de Dios (y por tanto, debemos creer todo lo que ella dice) y no hay más palabra de Dios que la Biblia (por tanto, se ha de creer solamente lo que dice la Biblia, de donde brota el rechazo de toda Tradición y Magisterio de la Iglesia).
(b) que cada uno ha de interpretarla por sí mismo (llamado “principio del libre examen”).
Éste es un principio universal para todos los protestantes: sólo la Biblia es la norma de fe, y más propiamente la interpretación que cada uno hace de la Biblia, es la norma de fe. Precisamente esto es lo que ha llevado, desde la Reforma de Lutero, a tanta multiplicación de iglesias protestantes y luego de sectas derivadas: cada uno interpreta privadamente la Biblia... ¡encontrando en ella cosas diversas! Ya en vida de Lutero ocurrió esto con los anabaptistas, a quienes él combatió incluso militarmente.
Nuestra afirmación es la siguiente: los protestantes no pueden demostrar ninguno de estos dos principios, por tanto, en rigor no pueden demostrar el valor de su religión ni pueden con honestidad objetar a nadie nada usando la Biblia, puesto que ellos no pueden demostrar que sea Palabra revelada por Dios.
El principio: la Biblia es palabra de Dios
Tanto los católicos como todos los protestantes creen que la Biblia es Palabra de Dios, es decir, que los libros contenidos en la Biblia han sido revelados por Dios. La diferencia está en que los católicos lo creen porque la Iglesia lo enseña y ella sale de garante de esta verdad (la Iglesia, pues, debe demostrar ella misma que tiene esta autoridad1 y luego garantizar con dicha autoridad que tales o cuales libros han sido inspirados por Dios).
Los protestantes también creen que la Biblia es Palabra de Dios y la tienen en gran veneración (y ésta es una de sus riquezas, como ya hemos dicho), pero no pueden demostrarlo, no lo pueden probar, lo cual hace que su religión sea un fideísmo (creen sin poder explicar por qué creen); esto demuestra que su principio es falso y todo cuanto edifican sobre ello es también falso. De hecho, usando el mismo principio del protestantismo, se podría concluir que también son Palabra de Dios el Corán, los libros Vedas, o los escritos de cualquier loco que dice tener revelaciones divinas.
1 Esto lo demuestra a través de distintas vías que conforman lo que se denomina el tratado apologético sobre la Iglesia. Puede verse cualquiera de los tratados tradicionales como el de Albert Lang, “Teología fundamental”, Rialp, Madrid 1966, tomo II; Vizmanos-Riudor, “Teología fundamental”, BAC, Madrid 1966, etc.
Para entender esto debemos tener en cuenta que la Biblia no es un libro único, sino una colección de libros y escritos (eso quiere decir la expresión “ta biblía” en griego: los libros, plural neutro de biblíon): son cartas, profecías, historias, etc., algunas escritas antes del nacimiento de Jesucristo y otras después. Estos libros y cartas no han sido los únicos escritos religiosos de la antigüedad, ni siquiera los únicos dentro del pueblo judío. De hecho, circularon en los tiempos bíblicos otros libros que la Iglesia no admitió como inspirados (por ejemplo los llamados apócrifos, como el Libro de Enoc, el Libro de los secretos de Enoc, el libro de los Jubileos, el Testamento de Leví, los Salmos de Salomón, etc.; véase lo que diremos más adelante sobre los apócrifos del Antiguo Testamento); con mayor razón muchos de los apócrifos del Nuevo Testamento que son escritos provenientes de diversos ambientes, muchos de ellos gnósticos de los siglos II y siguientes2). Para formar la Biblia, por tanto, hubo que elegir entre todos los escritos (cosa que no se hizo en un momento, porque hasta la muerte del último apóstol no estuvieron compuestos todos los libros)3. Si no fuera por la Iglesia, que hizo este trabajo, no sabríamos cuáles son los libros inspirados por Dios (y por tanto, “Palabra de Dios”), y si la Iglesia no fuera infalible no podríamos tener seguridad de que esos libros son efectivamente inspirados por Dios (esos libros y no otros).
Los protestantes, al no aceptar la autoridad de la Iglesia, (no aceptan magisterio alguno ni tradición), no pueden saber por qué admiten que la Biblia es Palabra de Dios.
2 Se puede ver sobre este tema la voz Apócrifos en, Francesco Spadafora, Diccionario Bíblico, Ed. Litúrgica Española, Barcelona 1968, 44-51. También lo diremos más adelante indicando la bibliografía.
3 Véase lo que diremos más adelante al tratar el tema del Canon bíblico.
La aceptan y punto; no saben por qué ni lo pueden demostrar y los intentos de prueba que hacen caen en silogismos viciosos. Por eso aceptan la Biblia como Palabra de Dios, pero con la misma seguridad que para los mormones tiene el Libro de Mormón, o para los musulmanes el Corán, o los textos Vedas para los hindúes. Si los protestantes no aceptan que estos libros (el Corán, el Rig Veda, etc.) sean inspirados, deben reconocer que tampoco pueden probar que sean inspirados los suyos (la Biblia).
El problema surge del hecho de que los protestantes se contradicen y se refutan a sí mismos, al afirmar dos cosas contradictorias: (a) que la Biblia es Palabra de Dios; (b) que sólo hay que creer lo que está en la Biblia. Pero ¡en ningún lugar de la Biblia se dice que la Biblia (toda ella, es decir los 47 libros del Antiguo Testamento y los 27 del Nuevo Testamento) es Palabra de Dios!
Decimos que los protestantes, al afirmar que la Biblia es palabra de Dios, sosteniendo al mismo tiempo que sólo se debe creer a lo que dice la Biblia, se contradicen porque la Biblia en ninguna parte afirma que ella (toda ella) es palabra de Dios.
Los protestantes dicen que sólo hay que admitir las verdades claramente expresadas en la Biblia, pero ¿en qué texto de la Escritura se afirma el principio de que “la Biblia es Palabra de Dios” o de que “sólo la Escritura es norma de fe”? Sólo puede aducirse, como más próximo, el texto de San Pablo: toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para argüir, para corregir y para educar en la justicia (2Tim 3,16); pero este texto no dice qué límites –o alcances– tiene la expresión “toda Escritura”: ¿a qué libros se refiere? ¿todo libro escrito en el mundo? ¿son los libros que se contienen en la Biblia actual?; en tal caso, ¿cómo sería,
puesto que algunos no estaban todavía escritos al escribir eso San Pablo4? El pasaje sólo puede ser entendido como referido a la utilidad de los libros inspirados (en el sentido de toda Escritura inspirada por Dios es útil para...) pero no con intención de delimitar cuál es esa Escritura inspirada. De este modo, para los protestantes sólo la Biblia es regla de fe... pero en la misma Biblia no se dice cuál es la Biblia (o sea el conjunto de libros inspirados), lo cual (aun haciendo caso omiso a que algo que se prueba a sí mismo no tiene valor de prueba) deja a los protestantes sin norma de fe... a menos que la pidan prestado a la tradición, sin reconocerlo. Con toda razón tuvo que aceptar esto el mismo Lutero –en su Comentario sobre San Juan– al decir: “Estamos obligados de admitir a los Papistas que ellos tienen la Palabra de Dios, que la hemos recibido de ellos, y que sin ellos no tendríamos ningún conocimiento de ésta”.
Para escapar de este problema –que algunos protestantes reconocen al menos a medias– algunas sectas han afirmado que saben que la Biblia es palabra de Dios por el efecto que les produce su lectura.
Pero esto es evidentemente erróneo pues, como señalaba el P. Colom en su opúsculo mencionado más arriba:
(a) Implica una nueva contradicción con sus principios, pues ellos dicen creer solamente lo que está en la Biblia y la Biblia en ninguna parte dice que se puede conocer que un escrito es palabra de Dios por el efecto que produce su lectura.
4 Esta carta, que parece ser de los últimos escritos de San Pablo, debe ser datada poco antes del año 67 (1Tim y Tito son del 65), siendo anterior al Apocalipsis (hacia el año 95), al Evangelio de Juan y a la 1Juan –posteriores al Apocalipsis. De los mejores estudios sobre las llamadas “epístolas pastorales de san Pablo” (Tito, 1 y 2 Timoteo) es la obra del profesor de la Universidad de Fribourg, Suiza, Ceslaw Spicq, Les Épitres Pastorales, Tomo I y II, Gabalda Ed., París 1969.
Efectivamente, ¿dónde dice la Biblia que por sus efectos los lectores sabrán que la Biblia es revelada?
(b) Además es clarísimo que las cosas que se han añadido a la Biblia y las frases o palabras mal traducidas, no son palabra de Dios. Si fuese verdad que ellos pueden conocer si un escrito es palabra de Dios por el efecto que les produce su lectura, entonces al leer algo añadido a la Biblia o mal traducido, sabrían que no es palabra de Dios por no producirles el efecto que dicen que les produce la lectura de la Biblia, palabra de Dios. Pero hagan la prueba de hacer leer a cualquier protestante (pastor o simple fiel, porque el principio debe valer para todos, hasta para el más sencillo) diversos textos, algunos de los cuales deliberadamente mal traducidos y que disciernan –por los efectos producidos– cuál es palabra de Dios y cuál no es... No pueden hacerlo porque el principio es falso.
El P. Colom relata lo siguiente: “Una vez, hablando en Asunción (Paraguay), con dos misioneros mormones, y diciendo ellos en su Credo (Art. 8°): Creemos que la Biblia es la palabra de Dios hasta donde está bien traducida, les pregunté cómo sabían ellos si estaba bien traducida. Me respondieron que ‘por la imposición de manos que habían recibido’. Para probarles que no era verdad lo que decían, les propuse presentarles cien textos de la Biblia, algunos de ellos expresamente mal traducidos por mí. Entregaría un ejemplar de los cien textos a cada uno de ellos para que, por separado, pusiesen una cruz a los mal traducidos. Si era verdad lo que decían (que por la imposición de manos que habían recibido conocían si un texto de la Biblia estaba bien traducido) los dos coincidirían al señalar con una cruz los mal traducidos. No aceptaron. Incluso uno de ellos se desdijo, confesando que él no podía conocer si un texto estaba mal traducido. ¿Aceptarían los protestantes que dicen conocer que la Biblia es palabra de Dios por el efecto que les produce su lectura, la prueba que les propuse a los misioneros
mormones? Y, en cuanto a éstos, si creen en la Biblia en cuanto esté bien traducida, y no saben cuándo está bien traducida, ¿pueden creer en la Biblia?”
(c) ¿Por qué, si nosotros tenemos la misma naturaleza que los miembros de las sectas protestantes, al leer la Biblia no advertimos que sea palabra de Dios por el efecto que nos produce su lectura? Y si nosotros no lo advertimos, tampoco ellos los advertirán; por tanto, es falso lo que dicen.
Además, si esto fuese verdad, para saber que un escrito no es palabra de Dios, habría que leerlo para advertir que no produce aquel efecto y, por lo tanto, no es palabra de Dios. ¿Y han leído las sectas todo lo que se ha escrito en el mundo para decir que sólo lo que está en la Biblia es palabra de Dios? Si no han leído todos los libros, cartas, periódicos, revistas, etc., que se han escrito en el mundo, ¿cómo saben que sólo lo que está en la Biblia es Palabra de Dios?
Por este motivo, el que no haya más libros inspirados que los que tenemos en la Biblia es doctrina de la Iglesia católica, no de la misma Biblia.
Nota: Soy consciente de que al traspasar el peso de la prueba sobre la Iglesia, estoy pasando el problema de la Sagrada Escritura al Magisterio y a la Tradición; éstos deben demostrar su autoridad divina (o sea, conferida por Dios) con pruebas históricas y milagros, de lo contrario, tampoco estaríamos obligados a creerles a ellos. La historia de la teología católica jamás ha soslayado este tema, creando precisamente los tratados teológicos De vera religione (“sobre la verdadera religión”) y De vera Ecclesia (“sobre la verdadera Iglesia”), para atender a estas cuestiones. El honor y el rigor de la verdad nos obligan a decir que la Iglesia primero debe probar su autoridad divina; luego –probada aquélla– podrá garantizar el valor revelado de sus Escrituras.
Hace ya muchos años el mismo P. Colom afirmaba: “Llevo más de veinte años pidiendo a las sectas protestantes, a sus fieles, a sus pastores, que me prueben —por escrito, para que conste lo que han dicho—, que la Biblia es palabra de Dios. Lo he pedido en conferencias, por radio, en más de treinta mil hojas que se han repartido, personalmente,... Nadie ha contestado. Un pastor adventista del Séptimo día muy conocido, hará unos veinte años que me prometió que lo probaría. A los pocos días confesó que no lo podía probar. Hace unos meses, otro pastor adventista prometió lo mismo, para confesar después —hay testigos— que no lo puede probar. Otros que también prometieron probarlo, han callado. Verían, como vieron los adventistas, que no lo pueden probar. Por esto, cuando los católicos son visitados por algún miembro de las sectas, con la Biblia en la mano y la intención de quitarles la fe, pídanles que, antes de abrir la Biblia, les prueben por escrito que la Biblia es palabra de Dios... Y si se atreven a probarlo, que me escriban”.
Nota: Cuando decimos “probar” nos referimos a una “demostración” científica; la fe en la Palabra de Dios no se opone a la demostración de los fundamentos de la fe (no del contenido de la misma fe). Por tanto, hablamos de probar con razonamientos verdaderos, regidos por las leyes universales de la lógica (aunque sean expuestos en lenguaje sencillo y popular), de lo contrario, no hay prueba que valga (las que me han intentado dar algunas personas o caen en peticiones de principio –círculo vicioso– usando como argumento probatorio aquello a lo que deberían llegar como conclusión; o usan términos equívocos, etc.).
A veces sucede que cuando un católico les pide a los miembros de las sectas que prueben que la Biblia es palabra de Dios, éstos le preguntan si él cree que lo es, y si lo cree, ¿para qué probárselo? No hay que caer en este sofisma, puesto que los católicos creemos que la Biblia es Palabra de Dios apoyándonos en la autoridad del magisterio de la Iglesia. Por el contrario, si algún protestante nos responde así, habría que decirle: “¿Usted cree que la Biblia es Palabra de Dios por el mismo motivo que lo creo yo? Porque si cree por el mismo motivo, entonces está aceptando que la Iglesia católica es la Iglesia verdadera fundada por Jesucristo y que tiene autoridad infalible para determinar qué libros son inspirados por Dios y cuáles no. En tal caso: ¡bienvenido al catolicismo!”
Otro problema serio se presenta para los protestantes con las traducciones de la Biblia. La Biblia es palabra de Dios; pero la Biblia inspirada por Dios no ha sido escrita en nuestras lenguas modernas. Algunos de sus textos originalmente fueron escritos en hebreo y otros en griego. Nosotros tenemos traducciones de la Biblia; y toda traducción, al no poder verter en la lengua a la que quieren traducir, toda la riqueza del original, tiene que añadir expresiones para hacerse entender, las cuales añaden o quitan palabras al texto original. Esto lo hace notar la misma Biblia, puesto que el libro del Eclesiástico comienza con un prólogo del traductor (nieto de Jesús ben Sirá, autor del libro) que reconoce lo siguiente: “Las palabras hebreas pierden mucho de su fuerza trasladadas a otra lengua. Ni es sólo este libro, sino que la misma Ley y los Profetas, y el contexto de los demás libros, son no poco diferentes de cuando se anuncian en su lengua original”5.
5 Libro del Eclesiástico, Prólogo, vv. 15-26. Algunos no consideran canónico este prólogo en cuanto no parece pertenecer al mismo libro del Eclesiástico, sino que es una traducción del original; pero es importante su testimonio para ver este problema que estamos señalando.
Ahora bien –nuevamente recurro a los argumentos del P. Colom–, cuando las sectas se presentan con la Biblia, se les puede preguntar: “¿Esto es la Biblia o una traducción de la Biblia?”. Han de decir que una traducción. “Si es una traducción —añada el católico— ¿dónde dice la Biblia que se puede traducir? ¿Dónde dice la Biblia que esta traducción está bien hecha y no contiene errores?, pues, según ustedes hemos de creer solamente lo que dice la Biblia”. Para probar que la Biblia se puede traducir y que la traducción está bien hecha y no contiene errores, hace falta una autoridad distinta de la Biblia —puesto que la Biblia no lo dice— y posterior a ella y a la traducción, autoridad que las sectas no admiten.
No hay más palabra de Dios que la Biblia
El principio que guía al protestantismo sobre la Biblia (la Biblia es Palabra de Dios) implica también que “sólo la Biblia” es fuente de autoridad; o sea, no hay otra regla de fe que la Biblia; con esto los protestantes rechazan toda otra autoridad y magisterio. He de señalar que no ha sido ésta una postura defendida siempre por Lutero, ya que él, al menos en 1519, todavía se remitía a la autoridad del Papa (escribía Lutero estas palabras a León X: “Postrado a los pies de tu Beatitud me ofrezco con todo lo que soy y poseo. Vivifícame, mátame, llámame, revócame, apruébame, como te plazca. Conozca por tu voz la voz de Cristo que en ti preside y habla; si merezco la muerte, no la rechazaré”6). Fue al ver fulminadas como heréticas varias de sus doctrinas que se separó de todo aquello que restringiera su libertad doctrinal. Desde entonces Lutero proclama que la Biblia y sólo la Biblia es regla única, suficiente, suprema de la fe, juez soberano y sin apelación de toda controversia doctrinal.
6 Praefatio thesium, edición de 1519; citado por Alberto Vidal Cruañas, Necesidad del magisterio de la Iglesia y autoridad del mismo para defender e interpretar las Sagradas Escrituras (sin datos de edición).
El protestantismo, así, no es más que el principio de la libertad y del individualismo aplicado en materia religiosa.
Esto lo expresan las diversas denominaciones de diversas maneras: “Las Sagradas Escrituras son la única regla de fe y práctica para el cristiano”; “La Biblia, sólo la Biblia, nada sino la Biblia, he aquí la religión del Protestantismo evangélico”; “La Biblia, y solamente la Biblia: he aquí la única norma de fe”.
Pero este principio es contradictorio, pues –como ya hemos señalado– si la Biblia es la única norma de fe, ¿en dónde dice la Biblia eso? ¡“Sólo hay que creer lo que dice la Biblia”!, ¡pero precisamente esto no lo dice la Biblia! Por eso, si se ha de creer solamente lo que dice la Biblia, y la Biblia no dice que se ha de creer solamente lo que ella dice, no se ha de creer solamente lo que ella dice.
Además, este principio va en contra de la misma Biblia, porque la Biblia dice que se han de creer cosas que no están en la Biblia. Así, por ejemplo, San Juan, al final de su Evangelio, escribe: Hay, además de éstas, otras muchas cosas que hizo Jesús, las cuales, si se escribiesen una por una, ni en todo el mundo creo que cabrían los libros que se escribieran (Jn 21,25). Y al terminar su tercera carta escribe: Muchas cosas tenía que escribirte, mas no quiero escribirte con tinta y pluma; mas espero verte pronto, y hablaremos de viva voz (3Jn 13-14). San Pablo, por su parte, manda que se transmita lo que se oyó: Lo que oíste de mí, garantizado por muchos testigos, esto confíalo a hombres fieles, quienes sean idóneos para enseñar a su vez a otros (2Tim 2,2); Conserva sin detrimento la forma de las palabras sanas que de mí oíste (2Tim 1,13). Por esto también nosotros hacemos gracias a Dios incesantemente de que, habiendo vosotros recibido la palabra de Dios, que de nosotros oísteis, la abrazasteis no como palabra de hombre, sino tal cual es verdaderamente, como palabra de Dios (1Tes 2,15); Os recomendamos,
hermanos, en el hombre de nuestro Señor Jesucristo, que os retraigáis de todo hermano que ande desconcertadamente y no según la tradición que recibieron de nosotros (2Tes 3,6).
Así, volvemos a las palabras de Colom, cuando los miembros de algunas sectas preguntan al católico: “¿Dónde está en la Biblia tal o cual cosa?”, refiriéndose a una doctrina católica que según ellos no está en la Biblia, hay que preguntarles: “¿Y dónde dice la Biblia que se ha de creer solamente lo que ella dice?”, señalándoles después los textos de San Juan y de San Pablo de los párrafos anteriores.
El principio de la libre interpretación
de la Biblia
Según la doctrina del protestantismo en general y también de las sectas derivadas de él, no es la Iglesia ni ninguna otra autoridad externa, sino cada individuo, el que tiene que interpretar la Biblia. Esto se denomina “libre examen”: cada uno interpreta privadamente la Escritura con la ayuda del Espíritu Santo.
En la Declaración de Fe bautista se lee: “Cada ser humano tiene el derecho de estudiarla (a la Biblia) para sí y está en el deber de seguir sus sacrosantas enseñanzas”. “El protestantismo —leemos en otro escrito protestante— es un testimonio histórico en favor del derecho de libre examen y libre interpretación de las Sagradas Escrituras”. “Solamente el libre examen debe interpretar la Biblia”, escribía un Pastor protestante.
Debido a este principio, las Biblias protestantes se publican sin notas, dejando al lector la interpretación de lo que lee.
Es el Espíritu Santo –dicen— el que tiene que enseñar al que la lee lo que dice la Biblia. En vez de la autoridad de la Iglesia, la inspiración privada.Sin embargo, este principio es falso e insostenible por varios motivos muy fuertes.
En primer lugar, no es bíblico. ¿Dónde dice la Biblia que cada uno debe interpretar la Biblia por sí solo sin ayuda de ningún magisterio? En ninguna parte; y si –basados en el principio de la “sola Escritura”– los protestantes sólo aceptan lo que dice la Biblia, entonces deberían rechazar este principio porque no se encuentra formulado en ningún lugar. Por el contrario, hay que decir que el principio es anti-bíblico, puesto que si vamos a lo que dice la Biblia vemos que en ella no se dice que cada uno lea la Biblia y la interprete por sí solo, sino que les sea predicado y explicado lo que ella contiene. Es lo que hace Jesús con los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,13 y ss). Más aún, en este episodio Jesús critica a sus discípulos por no entender lo que dicen las Escrituras: ¡Oh, insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! (Lc 24,25). O sea, que los discípulos, habiendo leído (u oído en la Sinagoga) la Palabra de Dios, no les había bastado con su sola interpretación para entender la verdad. A los apóstoles se les manda, antes de la ascensión de Cristo a los cielos, que vayan y prediquen la Buena Nueva –el Evangelio– a todas las gentes, diciéndoles que quienes les crean se salvarán (cf. Mc 16,16); quienes crean la predicación de los apóstoles; no se les manda escribir Biblias y repartirlas y dejar a cada fiel a solas con el Espíritu Santo.
Este principio es también anti-bíblico porque contradice lo que señala San Pedro en su segunda carta hablando de las cartas de Pablo: en las cuales [epístolas] hay algunas cosas difíciles de entender, las cuales los indoctos y poco asentados tuercen, lo mismo que las demás escrituras, para su propia perdición (2Pe 3,16). Pedro reconoce explícitamente que los poco preparados (“amatheis” en griego significa estúpidos, rústicos, groseros; y “astêriktoi” inestables y mal afirmados; la Neo Vulgata traduce “indocti
et instabiles”) la tuercen y mal interpretan; por tanto la libre interpretación que hacían estos tales de los escritos paulinos no provenía del Espíritu Santo sino del diablo, puesto que desembocaba en “su propia perdición” (“tên idían autôn apôleian”). San Pedro califica estos escritos paulinos como “dusnoêtos”, es decir, difíciles. “Dus” en griego es un prefijo peyorativo indicando que no son fáciles de entender.
También es testimonio de Pedro el que toda profecía de la Escritura no se hace por propia interpretación (2Pe 1,20). Pedro desconfía de los autodidactas incompetentes que entienden y comentan los textos a su manera (¿pero cómo podría tacharse así a cualquier persona si el Espíritu Santo realmente guiase a cada cual en la interpretación personal de la Biblia?). El término “epilusis”, usado por Pedro quiere decir “solución de un enigma, interpretación” (cf. su uso en Gn 40,8; 41,16), “respuesta a una investigación” (cf. Hch 19,39). Por este motivo Jesús explicaba las parábolas a sus discípulos (cf. Mc 4,34) y no los dejaba a solas con el Espíritu Santo (como hubiera hecho si se hubiese guiado por los principios protestantes). Este versículo de Pedro como señala Spicq en su comentario a las cartas petrinas7, opone “Escritura” a “interpretación personal”, y recuerda que “idios” (= propia; el texto griego dice “ídias epilúseos”) puede significar “por su propia cuenta”, “por sí mismo”; es la acusación que Clemente hace a Simón el Mago, a saber: que quiso “alegorizar las palabras de la Ley a su propia manera (idia prolépsei)”8; esta acepción está confirmada por el verbo con un genitivo: “ginesthai tinos” (= convertirse en propiedad de alguien, apropiarse de algo) de tal modo que la traducción literal del versículo sería: “ninguna profecía puede ser interpretada como algo propio de cada uno”.
7 Cf. C. Spicq, Les Épitres de Saint Pierre, Gabalda Ed., Paris 1966, pp. 224-226. 8 Ps. Clemente, Homilia 2,22. No se trata de Clemente Romano sino de otro Clemente, denominado “Pseudo” Clemente para diferenciarlo del pontífice del mismo nombre.
San Pedro no va más allá indicando quién debe interpretar las palabras de Dios con autoridad, pero el texto es suficiente para manifestar que proclamar un principio de interpretación privada (o libre examen, que es igual) es contrario a su pensamiento. Pensar que el Espíritu Santo inspira acertada y autoritativamente a todo el que lee por su cuenta la Escritura, es responsabilizar al Espíritu Santo de toda fantasía personal y ¡va contra lo que dice el mismo texto bíblico! Todo esto dicho de modo positivo equivale a postular la necesidad de una interpretación oficial (de la cual no se habla en el texto de Pedro).
Este principio, además, destruye la unidad de la Iglesia porque produce anarquía doctrinal y caos teológico, puesto que cada fiel puede interpretar como “el Espíritu le inspire”, pero de hecho, muchos cristianos –de buena fe, pensamos– se creen inspirados con interpretaciones diversas y contradictorias, como se ve por el permanente desmembramiento de las iglesias protestantes en nuevas sectas y movimientos. “Resulta que, dice el P. Colom, al leer un mismo pasaje de la Biblia, unos entienden una cosa, y otros otra, aunque sea contradictoria de la primera. Leyendo la misma Biblia, unos dicen que hay un solo Dios, y otros, que hay varios dioses; unos creen que Jesucristo es Dios, y otros lo niegan; unos dicen que hay infierno, y otros que no lo hay; unos entienden que hay que bautizar a los niños, y otros que sólo a los adultos; y así en tantas cosas en que difieren entre ellas los centenares de sectas protestantes. Ahora bien, ¿puede el Espíritu Santo, que es Dios, inspirar cosas contradictorias? ¿Puede decirle a uno que hay un solo Dios y a otro que hay varios dioses? ¿A uno, que Jesucristo es Dios, y a otro, que no lo es? El Espíritu Santo no puede mentir, ni puede decir la Biblia —palabra de Dios— cosas contradictorias. Entonces, el principio del libre examen, defendido por las sectas como norma inmediata de fe, que les señala lo que han de creer, es falso, y falsa
también, por consiguiente, la religión que lo enseña”. Incluso vemos que importantes autores han dado, en el curso de su vida, interpretaciones diversas de algunos pasajes de la Biblia. Si el Espíritu Santo inspira a quien la lee, ¿es que el Espíritu Santo se ha desmentido de sus anteriores inspiraciones?
Igualmente, este principio es falso porque puede ser mal usado (y de hecho ha sido mal usado) por nuestras pasiones desordenadas que, en muchos casos, tienden a buscar interpretaciones que no exijan un cambio de vida sino que sean proclives a la indulgencia moral. Así, entre algunas de las primeras sectas protestantes se buscó justificar la poligamia (con el creced y multiplicaos de Gn 1,28), el Parlamento inglés justificó el casamiento de Enrique VIII con Ana Bolena porque en 1Sam 1,5 se encuentra el texto amaba a Ana (se refiere al padre de Samuel), y así podría justificarse cualquier cosa.
Este principio es también impracticable porque muchos tienen imposibilidad física (no saben o no pueden leer), como niños, analfabetos, ciegos, incultos, etc.; y otros tienen imposibilidad moral (quienes cuentan con poco tiempo o poca capacidad mental).
Es tan impracticable este principio que los protestantes mismos lo practican sólo cuando les conviene (muchas veces sin ninguna mala voluntad). Por ejemplo, muchos de ellos se enojarán al leer estas cosas y tratarán de refutarlas, pero ¿con qué derecho? Si son fieles a su principio, ¿por qué no me dejan tranquilo interpretando por mi cuenta la Biblia? ¿Acaso el Espíritu Santo no puede ser quien me inspira a mí estas cosas al leer la Biblia? Y si me las inspira a mí, ¿qué tienen ellos que venir a enseñarle a mi Maestro interior? Todo protestante que intenta enseñarnos algo o corregirnos en alguna cuestión bíblica, traiciona el principio de libre examen. Cuando un miembro de una secta nos pregunta: “¿dónde dice la Biblia tal o cual cosa?”, si uno le respondiera: “me lo inspiró el Espíritu Santo al leer una
carta de San Pablo”, él debería callarse, respetando su principio. Si no respondemos así, es por honestidad y porque no se debe mentir y nosotros sabemos que ese principio es falso. Tal vez algún miembro de una secta piense que el Espíritu Santo lo inspira a él o a los miembros de su iglesia o secta y no a nosotros. En tal caso, ¿con qué derecho? ¿dice la Biblia en algún lugar que sólo inspirará al Pastor Jiménez o al Ministro Bermúdez, o a tal o cual persona y no a las demás? El principio del libre examen es, por eso, el principio del antimagisterio: no hay maestros en cuestiones de fe. Pero esto, vale para todos, empezando por los pastores protestantes, quienes deben limitarse a imprimir Biblias y regalarlas callándose la boca.
Este principio además es desmentido por todos (¡t-o-d-o-s!) los protestantes y miembros de sectas, pues todos ellos reparten, regalan y leen traducciones de la Biblia, y no los textos originales. Y toda traducción es una versión, es decir, una interpretación. Basta leer las interminables discusiones filológicas y exegéticas entre escuelas y profesores del mismo ambiente protestante (tómese el trabajo de ir a una Biblioteca y pida algunos ejemplares de revistas bíblicas protestantes y verá que se discute sobre el sentido de innumerables pasajes bíblicos). Por eso, toda traducción es una interpretación dada por un autor determinado (incluso en versiones en lenguas originales, pues hay muchas variantes en los diversos manuscritos y los exegetas deben elegir; véase, por ejemplo, la versión del Nuevo Testamento griego de Nestlé-Aland –protestante– con todas sus notas conteniendo diversas variantes del texto. Si cada uno debe leerla e interpretarla solo, con la ayuda del Espíritu Santo, ¿por qué la lee en una traducción que es ya una interpretación dada por otro autor? Y si la interpretación de ese autor es válida y me sirve, entonces ¿por qué la Iglesia católica no puede enseñar a interpretar la Biblia si cualquier traductor lo hace? ¿Acaso no aceptan el magisterio interpretativo de Reina-Valera los
protestantes que leen su versión, o los que usan la King James Version? ¿Acaso Lutero no tradujo –o sea, interpretó– y enseñó sus interpretaciones al legar a sus fieles su versión de la Biblia? ¡Cierto que lo hizo, incluso anulando pasajes que a él no le parecían inspirados! Y si Lutero podía ser maestro de los demás, entonces no respetó su propio principio. Al menos ¿con qué derecho se quita esta autoridad a los obispos, papas y sacerdotes católicos pero se concede a los traductores y pastores? Me parece que ésta es una variante de la ley de “la regla para ti, y no hay regla para mí”.
El principio del libre examen encierra una gigantesca contradicción. Los protestantes niegan que la Iglesia católica sea infalible, pero luego aceptan que cada uno de ellos es infalible en su interpretación de la Biblia. Si ellos son infalibles, ¿por qué no puede ser infalible el Papa? Y si el Papa es infalible (y todo el que lee la Biblia es infalible en su interpretación de la Biblia, al menos en lo personal según el principio protestante) ¿por qué no puede enseñar a otros algo en lo cual él es infalible?
Si ellos (los protestantes) no son infalibles, ¿por qué se ponen a objetarnos a los católicos las cosas que creemos? Si no son infalibles, los equivocados pueden ser ellos. ¿Por qué tenemos que ser nosotros los equivocados? Y si todos somos infalibles pero todos creemos cosas diversas, entonces, ¿qué es la infalibilidad?
Lamentablemente, con estos principios no cae la infalibilidad sino la Iglesia y la misma Biblia.
Los principios protestantes conducen a la negación de la autoridad divina de la Biblia, como lamentablemente ha ocurrido a muchos estudiosos y teólogos protestantes que han terminado en el racionalismo negando todo valor histórico –primero– y revelado –al fin– a los textos revelados.
Quiero terminar con el testimonio de un ex pastor protestante, Bob Sungenis: “Al hojear la pila de libros católicos que (unos amigos ex protestantes convertidos al catolicismo) me habían enviado, lo primero que examiné fue la idea protestante de sola scriptura, la noción que sólo la Biblia tiene autoridad. Fue como una cachetada en la cara cuando me di cuenta de la verdad de la reivindicación católica que sola scriptura es una doctrina falsa, una tradición de los hombres. La Biblia (y por extensión sola scriptura) fue la doctrina a la que dediqué mi vida. Al estudiar la enseñanza católica contra sola scriptura me di cuenta, instintivamente, de que todo el debate entre el catolicismo y el protestantismo podría resumirse en el concepto de la autoridad. Cada doctrina que uno cree está basada en la autoridad que uno acepta. Decidí comprobar esta teoría de los Reformadores pidiéndole a muchos estudiosos y pastores protestantes que me ayudaran a encontrar sola scriptura en la Biblia. En esta etapa, no me sorprendió que ninguno pudiera darme una respuesta convincente.
Me citaban versículos que hablaban de la veracidad e imposibilidad del error en la Biblia, pero no me podían citar una frase que dijera explícitamente que las Escrituras son las únicas que tienen formalmente autoridad suficiente.
Curiosamente, algunos de estos protestantes tuvieron la honestidad de admitir que en ningún sitio de la Biblia se enseña sola scriptura, pero compensaban esta laguna diciendo que la Biblia no tiene que enseñar sola scriptura para que la doctrina sea cierta. Pero yo me di cuenta de que esta posición era insostenible. Porque si sola scriptura –la idea que la Biblia es formalmente suficiente para los cristianos– no es enseñada en la Biblia, sola scriptura es una propuesta falsa y contradictoria en sí.
Al estudiar las Escrituras a la luz del material que me había sido enviado, empecé a ver que la Biblia señala a la Iglesia –y no a sí misma– como la máxima autoridad en
asuntos doctrinales y espirituales (cf. 1Tim 3,15; Mt 16,18-19; 18,18; Lc 10,16).
(...) Reconocí que la Biblia, aunque contiene la revelación inspirada por Dios, no puede ser la ‘autoridad’ máxima, pues depende de personas que razonan para observar lo que dice y, más importante aún, para interpretar lo que significa. Además, sabía que la Biblia nos advierte que contiene información difícil y confusa que puede ser (si no tiende a ser) tergiversada en un sinfín de interpretaciones falsas e imaginarias (cf. 2Pe 3,16).
Durante los años que anduve perdido en el desierto teológico del protestantismo, siempre supe que había algo equivocado, pero no sabía exactamente qué. Ahora empezaba a enfocar el problema y a discernir las partes del rompecabezas. Mientras más profundizaba, más me daba cuenta del daño que la teoría de sola scriptura había hecho a la cristiandad. La más evidente en este sentido era el protestantismo mismo: una enorme masa de denominaciones en conflicto y desacuerdo, ocasionado por su propia naturaleza de ‘protesta’ y desafío, una interminable proliferación de caos y controversia.
Mis diecisiete años de estudios bíblicos protestantes me aclararon una cosa: Sola scriptura era un eufemismo para ‘sola ego’. Lo que quiero decir es que cada protestante tiene su propia interpretación de las Escrituras, y, claro está, cree que la suya es superior a la de los demás. Cada uno da su punto de vista, asumiendo que el Espíritu Santo le ha guiado a esa interpretación personal”9.
* * * * *
9 Bob Sungenis, De la controversia a la consolación, en: Patrick Madrid, Asombrado por la verdad, Basilica Press, Encinitas, Estados Unidos 2003, p. 135-137.
Hasta aquí nuestro capítulo principal y central. Quiero terminar con dos cuestiones.
La primera es reiterar lo que dijimos más arriba: mi intención no es privar a los protestantes de la Biblia; ésta es una extraordinaria riqueza que ellos valoran mucho y que les hace mucho bien; y en muchos casos son un ejemplo para muchos católicos que no valoran la Palabra de Dios como debieran. Mi intención no ha sido otra que mostrarles y recordarles que, si bien ellos poseen la verdadera Revelación, (aunque incompleta, desde nuestra perspectiva), ésta la han heredado –históricamente hablando– de la tradición católica, y se las ha garantizado el magisterio católico. Es la Iglesia católica, en su tradición y magisterio de los primeros siglos, la que ha juntado, custodiado, preservado y discernido los libros con que hoy todos los cristianos (tanto católicos como no católicos) alimentamos nuestras almas. Pero los principios por los cuales los protestantes creen que deben interpretar la Biblia sin magisterio alguno, los lleva a la destrucción del principio fundamental de su fe, no a preservarlo.
Lo segundo es que, en todas las respuestas que seguirán en los próximos capítulos, debe tenerse en cuenta que no se ha de responder a los no católicos que ponen objeciones a partir de la Biblia sobre los temas que ellos quieren discutir, sino llevarlos a la cuestión fundamental: que demuestren por qué usan la Biblia; si ellos no quieren ir a ese campo, habrá que recordar aquel aleccionador episodio de Nuestro Señor (Mc 11,27-33):
Mientras (Jesús) paseaba por el Templo, se le acercaron los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos, y le dijeron: “¿Con qué autoridad haces esto?, o ¿quién te ha dado tal autoridad para hacerlo?”. Jesús les dijo: “Os voy a preguntar una cosa. Respondedme y os diré con qué autoridad hago esto. El bautismo de Juan, ¿era del cielo o de los hombres? Respondedme”.
Ellos discurrían entre sí: “Si decimos: ‘Del cielo’, nos dirá: ‘Entonces, ¿por qué no le creísteis?’. Pero ¿vamos a decir acaso: ‘De los hombres?’” (tenían miedo a la gente; pues todos tenían a Juan por un verdadero profeta). Por tanto, respondieron a Jesús: “No sabemos”. Y Jesús entonces les dijo: “Entonces tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto”.
Miguel Ángel Fuentes, IVE
Bibliografía: Albert Lang, Teología fundamental, Rialp, Madrid 1966; Vizmanos-Riudor, Teología fundamental, BAC, Madrid 1966; Denzinger-Hünerman, El magisterio de la Iglesia (Enchiridion Symbolorum Definitionum et Declarationum de rebus fidei et morum), Herder, Barcelona 1999 (para evitar confusiones lo citaré siempre como DS, que corresponde a la edición anterior –Denzinger-Schöensmetzer–, más conocida y usada).
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