Su Santidad Pio XII
Constitución
apostólica de S.S. Pío XII sobre la realeza de María
A la Reina del Cielo, ya desde los primeros siglos de la
Iglesia católica, elevó el pueblo cristiano suplicantes oraciones e himnos de
loa y piedad, así en sus tiempos de felicidad y alegría como en los de angustia
y peligros; y nunca falló la esperanza en la Madre del Rey divino, Jesucristo,
ni languideció aquella fe que nos enseña cómo la Virgen María, Madre de Dios,
reina en todo el mundo con maternal corazón, al igual que está coronada con la
gloria de la realeza en la bienaventuranza celestial.
Y ahora, después de las grandes ruinas que aun ante
Nuestra vista han destruido florecientes ciudades, villas y aldeas; ante el
doloroso espectáculo de tales y tantos males morales que amenazadores avanzan
en cenagosas oleadas, a la par que vemos resquebrajarse las bases mismas de la
justicia y triunfar la corrupción, en este incierto y pavoroso estado de cosas
Nos vemos profundamente angustiados, pero recurrimos confiados a nuestra Reina
María, poniendo a sus pies, junto con el Nuestro, los sentimientos de devoción
de todos los fieles que se glorían del nombre de cristianos.
2. Place y es útil recordar que Nos mismo, en el primer
día de noviembre del Año Santo, 1950, ante una gran multitud de Eminentísimos
Cardenales, de venerables Obispos, de Sacerdotes y de cristianos, llegados de
las partes todas del mundo -decretamos el dogma de la Asunción de la Beatísima
Virgen María al Cielo (1), donde,
presente en alma y en cuerpo, reina entre los coros de los Angeles y de los
Santos, a una con su unigénito Hijo. Además, al cumplirse el centenario de la
definición dogmática -hecha por Nuestro Predecesor, Pío IX, de i. m.- de la
Concepción de la Madre de Dios sin mancha alguna de pecado original,
promulgamos (2)el Año
Mariano, durante el cual vemos con suma alegría que no sólo en esta alma Ciudad
-singularmente en la Basílica Liberiana, donde innumerables muchedumbres acuden
a manifestar públicamente su fe y su ardiente amor a la Madre celestial- sino
también en toda las partes del mundo vuelve a florecer cada vez más la devoción
hacia la Virgen Madre de Dios, mientras los principales Santuarios de María han
acogido y acogen todavía imponentes peregrinaciones de fieles devotos.
Y todos saben cómo Nos, siempre que se Nos ha ofrecido la
posibilidad, esto es, cuando hemos podido dirigir la palabra a Nuestros hijos,
que han llegado a visitarnos, y cuando por medio de las ondas radiofónicas
hemos dirigido mensajes aun a pueblos alejados, jamás hemos cesado de exhortar
a todos aquellos, a quienes hemos podido dirigirnos, a amar a nuestra benignísima
y poderosísima Madre con un amor tierno y vivo, cual cumple a los hijos.
Recordamos a este propósito particularmente el
Radiomensaje que hemos dirigido al pueblo de Portugal, al ser coronada la
milagrosa Virgen de Fátima (3),
Radiomensaje que Nos mismo hemos llamado de la “Realeza” de María (4).
3. Por todo ello, y como para coronar estos testimonios
todos de Nuestra piedad mariana, a los que con tanto entusiasmo ha respondido
el pueblo cristiano, para concluir útil y felizmente el Año Mariano que ya está
terminando, así como para acceder a las insistentes peticiones que de todas
partes Nos han llegado, hemos determinado instituir la fiesta litúrgica de la
“Bienaventurada María Virgen Reina”.
Cierto que no se trata de una nueva verdad propuesta al
pueblo cristiano, porque el fundamento y las razones de la dignidad real de
María, abundantemente expresadas en todo tiempo, se encuentran en los antiguos
documentos de la Iglesia y en los libros de la sagrada liturgia.
Mas queremos recordarlos ahora en la presente Encíclica
para renovar las alabanzas de nuestra celestial Madre y para hacer más viva la
devoción en las almas, con ventajas espirituales.
4. Con razón ha creído siempre el pueblo cristiano, aun
en los siglos pasados, que Aquélla, de la que nació el Hijo del Altísimo, que reinará
eternamente en la casa de Jacob (5) y [será] Príncipe
de la Paz (6), Rey
de los reyes y Señor de los señores (7), por
encima de todas las demás criaturas recibió de Dios singularísimos privilegios
de gracia. Y considerando luego las íntimas relaciones que unen a la madre con
el hijo, reconoció fácilmente en la Madre de Dios una regia preeminencia sobre
todos los seres.
Por ello se comprende fácilmente cómo ya los antiguos
escritores de la Iglesia, fundados en las palabras del arcángel San Gabriel que
predijo el reinado eterno del Hijo de María (8), y en las
de Isabel que se inclinó reverente ante ella, llamándola Madre
de mi Señor (9), al denominar a María Madre
del Rey y Madre del Señor, querían claramente
significar que de la realeza del Hijo se había de derivar a su Madre una
singular elevación y preeminencia.
5. Por esta razón San Efrén, con férvida inspiración poética,
hace hablar así a María: Manténgame el cielo con su abrazo,
porque se me debe más honor que a él; pues el cielo fue tan sólo tu trono, pero
no tu madre. ¡Cuánto más no habrá de honrarse y venerarse a la Madre del Rey
que a su trono! (10). Y en otro lugar ora él así
a María: … virgen augusta y dueña, Reina,
Señora, protégeme bajo tus alas, guárdame, para que no se gloríe contra mí
Satanás, que siembra ruinas, ni triunfe contra mí el malvado enemigo (11). -San
Gregorio Nacianceno llama a María Madre del Rey de
todo el universo, Madre Virgen, [que] ha
parido al Rey de todo el mundo (12).
Prudencio, a su vez, afirma que la Madre se maravilló de
haber engendrado a Dios como hombre sí, pero también como Sumo Rey (13). -Esta
dignidad real de María se halla, además, claramente afirmada por
quienes la llaman
Señora, Dominadora, Reina. -Ya en una
homilía atribuida a Orígenes, Isabel saluda a María Madre
de mi Señor,y aun la dice también: Tú
eres mi señora (14). -Lo mismo se deduce de San
Jerónimo, cuando expone su pensamiento sobre las varias “interpretaciones” del
nombre de “María”: Sépase que María en
la lengua siriaca significa Señora (15). E
igualmente se expresa, después de él, San Pedro Crisólogo: El
nombre hebreo Maríase
traduce Domina en
latín; por lo tanto, el ángel la saluda Señora para
que se vea libre del temor servil la Madre del Dominador, pues éste, como hijo,
quiso que ella naciera y fuera llamada Señora (16). -San
Epifanio, obispo de Constantinopla, escribe al Sumo Pontífice Hormisdas, que se
ha de implorar la unidad de la Iglesiapor la gracia de la santa y
consubstancial Trinidad y por la intercesión de nuestra santa Señora, gloriosa
Virgen y Madre de Dios, María (17). -Un
autor del mismo tiempo saluda solemnemente con estas palabras a la
Bienaventurada Virgen sentada a la diestra de Dios, para que pida por nosotros: Señora
de los mortales, santísima Madre de Dios (18). -San
Andrés de Creta atribuye frecuentemente la dignidad de reina a la Virgen, y así
escribe: [Jesucristo] lleva en este día como
Reina del género humano, desde la morada terrenal [a los
cielos] a su Madre siempre Virgen, en cuyo
seno, aun permaneciendo Dios, tomó la carne humana (19). Y en
otra parte: Reina de todos los hombres, porque,
fiel de hecho al significado de su nombre, se encuentra por encima de todos, si
sólo a Dios se exceptúa (20). -También
San Germán se dirige así a la humilde Virgen:Siéntate,
Señora: eres Reina y más eminente que los reyes todos, y así te corresponde
sentarte en el puesto más alto (21); y la
llama Señora de todos los que en la tierra
habitan (22). -San Juan Damasceno la
proclamaReina, Dueña, Señora (23) y también Señora
de todas las criaturas (24); y un
antiguo escritor de la Iglesia occidental la llama Reina
feliz, Reina eterna, junto al Hijo Rey, cuya nivea cabeza está adornada con
áurea corona (25). -Finalmente, San Ildefonso
de Toledo resume casi todos los títulos de honor en este saludo:¡Oh
Señora mía!, ¡oh Dominadora mía!: tú mandas en mí, Madre de mi Señor…, Señora
entre las esclavas, Reina entre las hermanas (26).
6. Los Teólogos de la Iglesia, extrayendo su doctrina de
estos y otros muchos testimonios de la antigua tradición, han llamado a la
Beatísima Madre Virgen Reina de todas las cosas creadas,
Reina del mundo, Señora del universo.
7. Los Sumos Pastores de la Iglesia creyeron deber suyo
el aprobar y excitar con exhortaciones y alabanzas la devoción del pueblo
cristiano hacia la celestial Madre y Reina.
Dejando aparte documentos de los Papas recientes,
recordaremos que ya en el siglo séptimo Nuestro Predecesor San Martín llamó a
María nuestra Señora gloriosa, siempre
Virgen (27); San Agatón, en la carta
sinodal, enviada a los Padres del Sexto Concilio Ecuménico, la llamó Señora
nuestra, verdadera y propiamente Madre de Dios (28); y en el
siglo octavo, Gregorio II en una carta enviada al patriarca San Germán, leída
entre aclamaciones de los Padres del Séptimo Concilio Ecuménico, proclamaba a
María Señora de todos y verdadera Madre de
Dios y Señora de todos los cristianos (29).
Recordaremos igualmente que Nuestro Predecesor, de i. m.,
Sixto IV, en la bula Cum praexcelsa (30), al
referirse favorablemente a la doctrina de la inmaculada concepción de la
Bienaventurada Virgen, comienza con estas palabras: Reina,
que siempre vigilante intercede junto al Rey que ha engendrado. E
igualmente Benedicto XIV, en la bula Gloriosae Dominae (31) llama a
María Reina del Cielo y de la tierra, afirmando
que el Sumo Rey le ha confiado a ella,
en cierto modo, su propio imperio.
Por ello San Alfonso de Ligorio, resumiendo toda la
tradición de los siglos anteriores, escribió con suma devoción: Porque
la Virgen María fue exaltada a ser la Madre del Rey de los reyes, con justa
razón la Iglesia la honra con el título de Reina (32).
8. La sagrada Liturgia, fiel espejo de la enseñanza
comunicada por los Padres y creída por el pueblo cristiano, ha cantado en el
correr de los siglos y canta de continuo, así en Oriente como en Occidente, las
glorias de la celestial Reina.
9. Férvidos resuenan los acentos en el Oriente: Oh
Madre de Dios, hoy eres trasladada al cielo sobre los carros de los querubines,
y los serafines se honran con estar a tus órdenes, mientras los ejércitos de la
celestial milicia se postran ante Ti (33). -Y
también: Oh justo, beatísimo [José], por
tu real origen has sido escogido entre todos como Esposo de la Reina
Inmaculada, que de modo inefable dará a luz al Rey Jesús (34). Y
además: Himno cantaré a la Madre Reina, a la
cual me vuelvo gozoso, para celebrar con alegría sus glorias… Oh Señora,
nuestra lengua no te puede celebrar dignamente, porque Tú, que has dado a la
luz a Cristo Rey, has sido exaltada por encima de los serafines. … Salve, Reina
del mundo, salve, María, Señora de todos nosotros (35). -En el
Misal Etiópico se lee: Oh María, centro del mundo entero…,
Tú eres más grande que los querubines plurividentes y que los serafines
multialados. … El cielo y la tierra están llenos de la santidad de tu gloria (36).
10. Canta la Iglesia Latina la antigua y dulcísima
plegaria “Salve Regina”, las alegres antífonas “Ave Regina caelorum”, “Regina
caeli laetare alleluia” y otras recitadas en las varias fiestas de la
Bienaventurada Virgen María: Estuvo a tu
diestra como Reina, vestida de brocado de oro (37); La
tierra y el cielo te cantan cual Reina poderosa (38); Hoy
la Virgen María asciende al cielo; alegraos, porque con Cristo reina para
siempre(39).
A tales cantos han de añadirse las Letanías Lauretanas
que invitan al pueblo católico diariamente a invocar como Reina a María; y hace
ya varios siglos que, en el quinto misterio glorioso del Santo Rosario, los
fieles con piadosa meditación contemplan el reino de María que abarca cielo y
tierra.
11. Finalmente, el arte, al inspirarse en los principios
de la fe cristiana, y como fiel intérprete de la espontánea y auténtica
devoción del pueblo, ya desde el Concilio de Efeso, ha acostumbrado a
representar a María como Reina y Emperatriz que, sentada en regio trono y
adornada con enseñas reales, ceñida la cabeza con corona, y rodeada por los
ejércitos de ángeles y de santos, manda no sólo en las fuerzas de la
naturaleza, sino también sobre los malvados asaltos de Satanás. La iconografía,
también en lo que se refiere a la regia dignidad de María, se ha enriquecido en
todo tiempo con obras de valor artístico, llegando hasta representar al Divino
Redentor en el acto de ceñir la cabeza de su Madre con fúlgica corona.
12. Los Romanos Pontífices, favoreciendo a esta devoción
del pueblo cristiano, coronaron frecuentemente con la diadena, ya por sus
propias manos, ya por medio de Legados pontificios, las imágenes de la Virgen
Madre de Dios, insignes tradicionalmente en la pública devoción.
13. Como ya hemos señalado más arriba, Venerables
Hermanos, el argumento principal, en que se funda la dignidad real de María,
evidente ya en los textos de la tradición antigua y en la sagrada Liturgia, es
indudablemente su divina maternidad. De hecho, en las Sagradas Escrituras se
afirma del Hijo que la Virgen dará a luz: Será llamado Hijo
del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, y reinará en
la casa de Jacob eternamente, y su reino no tendrá fin (40); y,
además, María es proclamada Madre del Señor(41). Síguese
de ello lógicamente que Ella misma es Reina, pues ha dado vida a un Hijo que,
ya en el instante mismo de su concepción, aun como hombre, era Rey y Señor de
todas las cosas, por la unión hipostática de la naturaleza humana con el Verbo.
San Juan Damasceno escribe, por lo tanto, con todo
derecho: Verdaderamente se convirtió en
Señora de toda la creación, desde que llegó a ser Madre del Creador (42); e
igualmente puede afirmarse que fue el mismo arcángel Gabriel el primero que anunció
con palabras celestiales la dignidad regia de María.
14. Mas la Beatísima Virgen ha de ser proclamada Reina no
tan sólo por su divina maternidad, sino también en razón de la parte singular
que por voluntad de Dios tuvo en la obra de nuestra eterna salvación.
¿Qué cosa habrá para nosotros más dulce y
suave -como escribía Nuestro
Predecesor, de f. m., Pío XI- que el pensamiento
de que Cristo impera sobre nosotros, no sólo por derecho de naturaleza, sino
también por derecho de conquista adquirido a costa de la Redención? Ojalá que
todos los hombres, harto olvidadizos, recordasen cuánto le hemos costado a
nuestro Salvador; “Fuisteis rescatados, no con
oro o plata, … sino con la preciosa sangre de Cristo, como de un Cordero
inmaculado” (43). No
somos, pues, ya nuestros, puesto que Cristo “por
precio grande” (44)
nos ha comprado (45).
Ahora bien, en el cumplimiento de la obra de la
Redención, María Santísima estuvo, en verdad, estrechamente asociada a Cristo;
y por ello justamente canta la Sagrada Liturgia: Dolorida
junto a la cruz de nuestro Señor Jesucristo estaba Santa María, Reina del cielo
y de la tierra (46).
Y la razón es que, como ya en la Edad Media escribió un
piadosísimo discípulo de San Anselmo: Así como… Dios, al
crear todas las cosas con su poder, es Padre y Señor de todo, así María, al
reparar con sus méritos las cosas todas, es Madre y Señor de todo: Dios es el
Señor de todas las cosas, porque las ha constituido en su propia naturaleza con
su mandato, y María es la Señora de todas las cosas, al devolverlas a su
original dignidad mediante la gracia que Ella mereció (47). La razón
es que, así como Cristo por el título
particular de la Redención es nuestro Señor y nuestro Rey, así también la
Bienaventurada Virgen [es nuestra Señora y Reina] por su singular concurso
prestado a nuestra redención, ya suministrando su sustancia, ya ofreciéndolo
voluntariamente por nosotros, ya deseando, pidiendo y procurando para cada uno
nuestra salvación (48).
15. Dadas estas premisas, puede argumentarse así: Si
María, en la obra de la salvación espiritual, por voluntad de Dios fue asociada
a Cristo Jesús, principio de la misma salvación, y ello en manera semejante a
la en que Eva fue asociada a Adán, principio de la misma muerte, por lo cual
puede afirmarse que nuestra redención se cumplió según una cierta
“recapitulación” (49), por la
que el género humano, sometido a la muerte por causa de una virgen, se salva
también por medio de una virgen; si, además, puede decirse que esta
gloriosísima Señora fue escogida para Madre de Cristo precisamente para
estar asociada a El en la redención del género humano (50) “y si
realmente fue Ella, la que, libre de toda mancha personal y original, unida
siempre estrechísimamente con su Hijo, lo ofreció como nueva Eva al Eterno
Padre en el Gólgota, juntamente con el holocausto de sus derechos maternos y de
su maternal amor, por todos los hijos de Adán manchados con su deplorable
pecado” (51); se podrá
de todo ello legítimamente concluir que, así como Cristo, el nuevo Adán, es
nuestro Rey no sólo por ser Hijo de Dios, sino también por ser nuestro
Redentor, así, según una cierta analogía, puede igualmente afirmarse que la
Beatísima Virgen es Reina, no sólo por ser Madre de Dios, sino también por
haber sido asociada cual nueva Eva al nuevo Adán.
Y, aunque es cierto que en sentido estricto, propio y
absoluto, tan sólo Jesucristo -Dios y hombre- es Rey, también María, ya como
Madre de Cristo Dios, ya como asociada a la obra del Divino Redentor, así en la
lucha con los enemigos como en el triunfo logrado sobre todos ellos, participa
de la dignidad real de Aquél, siquiera en manera limitada y analógica. De
hecho, de esta unión con Cristo Rey se deriva para Ella sublimidad tan
espléndida que supera a la excelencia de todas las cosas creadas: de esta misma
unión con Cristo nace aquel regio poder con que ella puede dispensar los
tesoros del Reino del Divino Redentor; finalmente, en la misma unión con Cristo
tiene su origen la inagotable eficacia de su maternal intercesión junto al Hijo
y junto al Padre.
No hay, por lo tanto, duda alguna de que María Santísima
supera en dignidad a todas las criaturas, y que, después de su Hijo, tiene la
primacía sobre todas ellas. Tú finalmente -canta San
Sofronio- has superado en mucho a toda
criatura… ¿Qué puede existir más sublime que tal alegría, oh Virgen Madre? ¿Qué
puede existir más elevado que tal gracia, que Tú sola has recibido por voluntad
divina? (52). Alabanza, en la que aun va
más allá San Germán: Tu honrosa dignidad te coloca por
encima de toda la creación: Tu excelencia te hace superior aun a los mismos
ángeles (53). Y San Juan Damasceno llega
a escribir esta expresión: Infinita es la
diferencia entre los siervos de Dios y su Madre (54).
16. Para ayudarnos a comprender la sublime dignidad que
la Madre de Dios ha alcanzado por encima de las criaturas todas, hemos de
pensar bien que la Santísima Virgen, ya desde el primer instante de su
concepción, fue colmada por abundancia tal de gracias que superó a la gracia de
todos los Santos.
Por ello -como escribió Nuestro Predecesor Pío IX, de f.
m., en su Bula- Dios inefable ha enriquecido a María
con tan gran munificencia con la abundancia de sus dones celestiales, sacados
del tesoro de la divinidad, muy por encima de los Angeles y de todos los
Santos, que Ella, completamente inmune de toda mancha de pecado, en toda su
belleza y perfección, tuvo tal plenitud de inocencia y de santidad que no se
puede pensar otra más grande fuera de Dios y que nadie, sino sólo Dios, jamás
llegará a comprender (55).
17. Además, la Bienaventurada Virgen no tan sólo ha
tenido, después de Cristo, el supremo grado de la excelencia y de la
perfección, sino también una participación de aquel influjo por el que su Hijo
y Redentor nuestro se dice justamente que reina en la mente y en la voluntad de
los hombres. Si, de hecho, el Verbo opera milagros e infunde la gracia por
medio de la humanidad que ha asumido, si se sirve de los sacramentos, y de sus
Santos, como de instrumentos para salvar las almas, ¿cómo no servirse del
oficio y de la obra de su santísima Madre para distribuirnos los frutos de la
Redención?
Con ánimo verdaderamente maternal -así dice
el mismo Predecesor Nuestro, Pío IX, de i. m.- al
tener en sus manos el negocio de nuestra salvación, Ella se preocupa de todo el
género humano, pues está constituida por el Señor Reina del cielo y de la
tierra y está exaltada sobre los coros todos de los Angeles y sobre los grados
todos de los Santos en el cielo, estando a la diestra de su unigénito Hijo,
Jesucristo, Señor nuestro, con sus maternales súplicas impetra
eficacísimamente, obtiene cuanto pide, y no puede no ser escuchada(56).
A este propósito, otro Predecesor Nuestro, de f. m., León
XIII, declaró que a la Bienaventurada Virgen María le ha sido concedido un
poder casi inmenso en la distribución de
las gracias (57); y San Pío X añade que
María cumple este oficio suyo como por derecho
materno (58).
18. Gloríense, por lo tanto, todos los cristianos de
estar sometidos al imperio de la Virgen Madre de Dios, la cual, a la par que
goza de regio poder, arde en amor maternal.
Mas, en estas y en otras cuestiones tocantes a la
Bienaventurada Virgen, tanto los Teólogos como los predicadores de la divina
palabra tengan buen cuidado de evitar ciertas desviaciones, para no caer en un
doble error; esto es, guárdense de las opiniones faltas de fundamento y que con
expresiones exageradas sobrepasan los límites de la verdad; mas, de otra parte,
eviten también cierta excesiva estrechez de mente al considerar esta singular,
sublime y -más aún- casi divina dignidad de la Madre de Dios, que el Doctor
Angélico nos enseñaa que se ha de ponderar en
razón del bien infinito, que es Dios (59).
Por lo demás, en este como en otros puntos de la doctrina
católica, la “norma próxima y universal de la verdad” es para todos el
Magisterio, vivo, que Cristo ha constituido “también para declarar lo que en el
depósito de la fe no se contiene sino oscura y como implícitamente” (60).
19. De los monumentos de la antigüedad cristiana, de las
plegarias de la liturgia, de la innata devoción del pueblo cristiano, de las
obras de arte, de todas partes hemos recogido expresiones y acentos, según los
cuales la Virgen Madre de Dios sobresale por su dignidad real; y también hemos
mostrado cómo las razones, que la Sagrada Teología ha deducido del tesoro de la
fe divina, confirman plenamente esta verdad. De tantos testimonios reunidos se
entreforma un concierto, cuyos ecos resuenan en la máxima amplitud, para
celebrar la alta excelencia de la dignidad real de la Madre de Dios y de los
hombres, que ha sido exaltada a los reinos
celestiales, por encima de los coros angélicos (61).
20. Y ante Nuestra convicción, luego de maduras y
ponderadas reflexiones, de que seguirán grandes ventajas para la Iglesia si
esta verdad sólidamente demostrada resplandece más evidente ante todos, como
lucerna más brillante en lo alto de su candelabro, con Nuestra Autoridad
Apostólica decretamos e instituimos la fiesta de María Reina, que deberá
celebrarse cada año en todo el mundo el día 31 de mayo. Y mandamos que en
dicho día se renueve la consagración del género humano al Inmaculado Corazón de
la bienaventurada Virgen María. En ello, de hecho, está
colocada la gran esperanza de que pueda surgir una nueva era tranquilizada por
la paz cristiana y por el triunfo de la religión.
Procuren, pues, todos acercarse ahora con mayor confianza
que antes, todos cuantos recurren al trono de la gracia y de la misericordia de
nuestra Reina y Madre, para pedir socorro en la adversidad, luz en las
tinieblas, consuelo en el dolor y en el llanto, y, lo que más interesa,
procuren liberarse de la esclavitud del pecado, a fin de poder presentar un
homenaje insustituible, saturado de encendida devoción filial, al cetro real de
tan grande Madre. Sean frecuentados sus templos por las multitudes de los
fieles, para en ellos celebrar sus fiestas; en las manos de todos esté la corona
del Rosario para reunir juntos, en iglesias, en casas, en hospitales, en
cárceles, tanto los grupos pequeños como las grandes asociaciones de fieles, a
fin de celebrar sus glorias. En sumo honor sea el nombre de María más dulce que
el néctar, más precioso que toda joya; nadie ose pronunciar impías blasfemias,
señal de corrompido ánimo, contra este nombre, adornado con tanta majestad y
venerable por la gracia maternal; ni siquiera se ose faltar en modo alguno de
respeto al mismo. Se empeñen todos en imitar, con vigilante y diligente
cuidado, en sus propias costumbres y en su propia alma, las grandes virtudes de
la Reina del Cielo y nuestra Madre amantísima. Consecuencia de ello será que
los cristianos, al venerar e imitar a tan gran Reina y Madre, se sientan
finalmente hermanos, y, huyendo de los odios y de los desenfrenados deseos de
riquezas, promuevan el amor social, respeten los derechos de los pobres y amen
la paz. Que nadie, por lo tanto, se juzgue hijo de María, digno de ser acogido
bajo su poderosísima tutela si no se mostrare, siguiendo el ejemplo de ella,
dulce, casto y justo, contribuyendo con amor a la verdadera fraternidad, no
dañando ni perjudicando, sino ayudando y consolando.
21. En muchos países de la tierra hay personas
injustamente perseguidas a causa de su profesión cristiana y privadas de los
derechos humanos y divinos de la libertad: para alejar estos males de nada
sirven hasta ahora las justificadas peticiones ni las repetidas protestas. A
estos hijos inocentes y afligidos vuelva sus ojos de misericordia, que con su
luz llevan la serenidad, alejando tormentas y tempestades, la poderosa Señora
de las cosas y de los tiempos, que sabe aplacar las violencias con su planta
virginal; y que también les conceda el que pronto puedan gozar la debida
libertad para la práctica de sus deberes religiosos, de tal suerte que,
sirviendo a la causa del Evangelio con trabajo concorde, con egregias virtudes,
que brillan ejemplares en medio de las asperezas, contribuyan también a la
solidez y a la prosperidad de la patria terrenal.
22. Pensamos también que la fiesta instituida por esta
Carta encíclica, para que todos más claramente reconozcan y con mayor cuidado
honren el clemente y maternal imperio de la Madre de Dios, pueda muy bien
contribuir a que se conserve, se consolide y se haga perenne la paz de los
pueblos, amenazada casi cada día por acontecimientos llenos de ansiedad. ¿Acaso
no es Ella el arco iris puesto por Dios sobre las nubes, cual signo de pacífica
alianza? (62). Mira
al arco, y bendice a quien lo ha hecho; es muy bello en su resplandor; abraza
el cielo con su cerco radiante y las Manos del Excelso lo han extendido (63). Por lo
tanto, todo el que honra a la Señora de los celestiales y de los mortales -y
que nadie se crea libre de este tributo de reconocimiento y de amor- la invoque
como Reina muy presente, mediadora de la paz; respete y defienda la paz, que no
es la injusticia inmune ni la licencia desenfrenada, sino que, por lo
contrario, es la concordia bien ordenada bajo el signo y el mandato de la
voluntad de Dios: a fomentar y aumentar concordia tal impulsan las maternales
exhortaciones y los mandatos de María Virgen.
Deseando muy de veras que la Reina y Madre del pueblo
cristiano acoja estos Nuestros deseos y que con su paz alegre a los pueblos
sacudidos por el odio, y que a todos nosotros nos muestre, después de este
destierro, a Jesús que será para siempre nuestra paz y nuestra alegría, a
Vosotros, Venerables Hermanos, y a vuestros fieles, impartimos de corazón la
Bendición Apostólica, como auspicio de la ayuda de Dios omnipotente y en
testimonio de Nuestro amor.
Dado en Roma, junto a San Pedro, en la fiesta de la
Maternidad de la Virgen María, el día 11 de octubre de 1954, décimosexto de
Nuestro Pontificado.
Señora, Dominadora, Reina. -Ya en una homilía atribuida a Orígenes, Isabel saluda a María Madre de mi Señor,y aun la dice también: Tú eres mi señora (14). -Lo mismo se deduce de San Jerónimo, cuando expone su pensamiento sobre las varias “interpretaciones” del nombre de “María”: Sépase que María en la lengua siriaca significa Señora (15). E igualmente se expresa, después de él, San Pedro Crisólogo: El nombre hebreo Maríase traduce Domina en latín; por lo tanto, el ángel la saluda Señora para que se vea libre del temor servil la Madre del Dominador, pues éste, como hijo, quiso que ella naciera y fuera llamada Señora (16). -San Epifanio, obispo de Constantinopla, escribe al Sumo Pontífice Hormisdas, que se ha de implorar la unidad de la Iglesiapor la gracia de la santa y consubstancial Trinidad y por la intercesión de nuestra santa Señora, gloriosa Virgen y Madre de Dios, María (17). -Un autor del mismo tiempo saluda solemnemente con estas palabras a la Bienaventurada Virgen sentada a la diestra de Dios, para que pida por nosotros: Señora de los mortales, santísima Madre de Dios (18). -San Andrés de Creta atribuye frecuentemente la dignidad de reina a la Virgen, y así escribe: [Jesucristo] lleva en este día como Reina del género humano, desde la morada terrenal [a los cielos] a su Madre siempre Virgen, en cuyo seno, aun permaneciendo Dios, tomó la carne humana (19). Y en otra parte: Reina de todos los hombres, porque, fiel de hecho al significado de su nombre, se encuentra por encima de todos, si sólo a Dios se exceptúa (20). -También San Germán se dirige así a la humilde Virgen:Siéntate, Señora: eres Reina y más eminente que los reyes todos, y así te corresponde sentarte en el puesto más alto (21); y la llama Señora de todos los que en la tierra habitan (22). -San Juan Damasceno la proclamaReina, Dueña, Señora (23) y también Señora de todas las criaturas (24); y un antiguo escritor de la Iglesia occidental la llama Reina feliz, Reina eterna, junto al Hijo Rey, cuya nivea cabeza está adornada con áurea corona (25). -Finalmente, San Ildefonso de Toledo resume casi todos los títulos de honor en este saludo:¡Oh Señora mía!, ¡oh Dominadora mía!: tú mandas en mí, Madre de mi Señor…, Señora entre las esclavas, Reina entre las hermanas (26).
nos ha comprado (45).
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