LA PRIMERA AUDIENCIA A LOS RECIEN CASADOS
1. Vuestra
presencia, amados hijos e hijas, llena de alegría nuestro Corazón; porque si
siempre es bello y consolador este acudir de los hijos en derredor del padre,
nos es particularmente grato vernos rodeados por estos grupos de recién casados
que vienen a hacernos partícipes de su gozo y a recibir una palabra de
bendición y de aliento.
Y
tenéis ciertamente que animaros, queridos esposos, pensando que el divino Autor
del sacramento del matrimonio, Jesucristo Nuestro Señor, lo ha querido enriquecer
con la abundancia de sus celestiales favores. El sacramento del matrimonio
significa, como vosotros sabéis, la unión mística de Jesucristo con su esposa
la Iglesia (en la cual y de la cual deben nacer los hijos adoptivos de Dios,
herederos legítimos de las promesas divinas). Y de modo que Jesucristo
enriqueció sus bodas místicas con la Iglesia, con las perlas preciosísimas de
la gracia divina, se complace en enriquecer el sacramento del matrimonio de
dones inefables.
Éstos
son especialmente todas aquellas gracias necesarias y útiles a los esposos para
conservar, acrecentar y perfeccionar cada vez más su santo amor recíproco, para
observar la debida fidelidad conyugal, para educar sabiamente, con el ejemplo
y con la vigilancia, a sus hijos y para llevar cristianamente las cargas que
impone el nuevo estado de vida.
Todas
estas cosas las habéis ya comprendido, meditado y gustado vosotros: y si en
este momento os las recordamos es para participar también Nos en alguna manera
de esta hora solemne de vuestra vida y para dar a la santa alegría que os anima
una base cada vez mas segura y mas sólida.
Que
Dios, que es tan bueno, os conceda no enturbiar jamás la grandeza de vuestros
sagrados deberes.
Que
sea prenda de favores divinos la bendición apostólica que os impartimos con
efusión de corazón y que deseamos os acompañe en los días alegres y tristes de
vuestra vida y quede siempre en vosotros como testimonio perenne de nuestra
paternal benevolencia.
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