EL HOMBRE Y SU CAÍDA DEL ESTADO
SOBRENATURAL
EL PECADO PERSONAL DE NUESTROS PRIMEROS PADRES O PECADO ORIGINAL ORIGINANTE
El acto pecaminoso
Nuestros primeros padres pecaron gravemente en el Paraíso transgrediendo
el precepto divino que Dios les había impuesto para probarles
(de fe, por ser doctrina del magisterio ordinario y universal
de la Iglesia).
El concilio de Trento enseña que Adán perdió la justicia y la santidad por transgredir el precepto divino; Dz 788. Como la magnitud del castigo toma como norma la magnitud de la culpa, por un castigo tan grave se ve que el pecado de Adán fué también grave o mortal.
La Sagrada Escritura refiere, en Gen 2, 17 y 3, 1 ss, el pecado de nuestros primeros padres. Como el pecado de Adán constituye la base de los dogmas del pecado original y de la redención del género humano, hay que admitir en sus puntos esenciales la historicidad del relato bíblico. Según respuesta de la Comisión Bíblica del año 1909, no es lícito poner en duda el sentido literal e histórico con respecto a los hechos que mencionamos a continuación: a) que al primer hombre le fué impuesto un precepto por Dios a fin de probar su obediencia; b) que transgredió este precepto divino por insinuación del diablo, presentado bajo la forma de una serpiente; c) que nuestros primeros padres se vieron privados del estado primitivo de inocencia; Dz 2123.
Los libros más recientes de la Sagrada Escritura confirman este sentido literal e histórico; Eccli 25, 33: «Por la mujer tuvo principio el pecado y por ella morimos todos»; Sap 2, 24: «Por la envidia del diablo entró la
muerte en el mundo»; 2 Cor n , 3: «Pero temo que, como la serpiente engañó a Eva con su astucia, también corrompa vuestros pensamientos •paitándolos de la entrega sincera a Cristo»; cf. 1 Tim 2,14; Rom 5, 12 ss;
Ioh 8, 44. Hay que desechar la interpretación mitológica y la puramente alegórica (de los alejandrinos).
El pecado de nuestros primeros padres fué en su índole moral un pecado de desobediencia; cf. Rom 5, 19: «Por la desobediencia de uno, muchos fueron hechos pecadores». La raíz de tal desobediencia fué la soberbia; Tob 4, 14: «Toda perdición tiene su principio en el orgullo»; Eccli 10,15: «El principio de todo pecado es la soberbia». El contexto bíblico descarta la hipótesis de que el pecado fuera de índole sexual, como sostuvieron Clemente Alejandrino y San Ambrosio. La gravedad del pecado resulta del fin que perseguía el precepto divino y de las circunstancias que le rodearon. SAN AGUSTÍN considera el pecado de Adán como «inefablemente grande» («ineffabiliter grande peccatum»: Op. imperf. c. Jul. 1 105).
2. Las consecuencias del pecado
a) Los protoparentes perdieron por el pecado la gracia santificante
y atrajeron sobre sí la cólera y el enojo de Dios (de fe; Dz 788)
como juez y lanza contra ellos el veredicto condenatorio; Gen 3, 16 ss.
El desagrado divino se traduce finalmente en la eterna reprobación.Taciano enseñó de hecho que Adán perdió la eterna salvación. SAN IRENEO (Adv. haer. m 23, 8), TERTULIANO (De poenit. 12) y SAN HIPÓLITO (Philos. 8, 16) salieron ya al paso de semejante teoría. Según afirman ellos,es doctrina universal de todos los padres, fundada en un pasaje del libro de la Sabiduría (10, 2: «ella [la Sabiduría] le salvó en su caída»), que nuestros primeros padres hicieron penitencia, y «por la sangre del Señor» se vieron salvados de la perdición eterna; cf. SAN AGUSTÍN, De peccat. mer. et rem. " 34, 55-
b) Los protoparentes quedaron sujetos a la muerte y al señorío
del diablo (de fe; Dz 788).
La muerte y todo el mal que dice relación con ella tienen su raíz en la pérdida de los dones de integridad. Según Gen 3, 16 ss, como castigo del pecado nos impuso Dios los sufrimientos y la muerte.
El señorío del diablo queda indicado en Gen 3, 15, enseñándose expresamente en Ioh 12, 31; 14, 30; 2 Cor 4, 4; Hebr 2, 14; 2 Petr2, 19.
Bibliografía: K. FRUHSTORFER, Die Paradiesessünde, Lz 1929. J. FELDMANN, Paradles und Sündenfall, Mr 1913. E. J. FITZPATRICK, The sin of Adam in the Writings of Saint Thotnas Aquinas, Mu 1950. F. ASENSIO,
De persona Adae et de peccato originali originante secundum Genesim, Greg 29 (1948) 522-526.
EXISTENCIA DEL PECADO ORIGINAL
I . Doctrinas heréticas opuestasNegaron directamente la doctrina del pecado original los pelagianos,los cuales enseñaban que:
a) El pecado de Adán no se transmitía por herencia a sus descendientes, sino porque éstos imitaban el mal ejemplo de aquél (imitatione, non propagatione).
b) La muerte, los padecimientos y la concupiscencia no son castigos por el pecado, sino efectos del estado de naturaleza pura.
c) El bautismo de los niños no se administra para remisión de los pecados, sino para que éstos sean recibidos en la comunidad de la Iglesia y alcancen el «reino de los cielos» (que es un grado de felicidad superior al de «la vida eterna»).
La herejía pelagiana fué combatida principalmente por SAN AGUSTÍN y condenada por el magisterio de la Iglesia en los sínodos de Mueve (416),Cartago (418), Orange (529) y, más recientemente, por el concilio deTrento (1546); Dz 102, 174 s, 787 ss.)
El pelagianismo sobrevivió en el racionalismo desde la edad moderna hasta los tiempos actuales (socinianismo, racionalismo de la época de la «Ilustración», teología protestante liberal, incredulidad moderna).En la edad media, un sínodo de Sens (1141) condenó la siguiente proposición de PEDRO ABELARDO: «Quod non contraximus culpam ex Adam, sed poenam tantum»; Dz 376.
Los reformadores, bayanistas y jansenistas conservaron la creencia en el pecado original, pero desfiguraron su esencia y sus efectos, haciéndole consistir en la concupiscencia y considerándole como una corrupción completa de la naturaleza humana; cf. Conf. Aug., art. 2.
2. Doctrina de la Iglesia
El pecado de Adán se propaga a todos sus descendientes por generación,
no por imitación (de fe).
La doctrina de la Iglesia sobre el pecado original se halla contenida en el Decretum super peccato originali, del concilio de Trento (sess. v, 1546), que a veces sigue a la letra las definiciones de los sínodos
de Cartago y de Orange. El tridentino condena la doctrina de que Adán perdió para sí solo, y no también para nosotros, la justicia y santidad que había recibido de Dios; y aquella otra de que Adán transmitió a sus descendientes únicamente la muerte y los sufrimientos corporales, pero no la culpa del pecado. Positivamente enseña que el pecado, que es muerte del alma, se propaga de Adán
a todos sus descendientes por generación, no por imitación, y que es inherente a cada individuo. Tal pecado se borra por los méritos de la redención de Jesucristo, los cuales se aplican ordinariamente tanto a los adultos como a los niños por medio del sacramento del bautismo. Por eso, aun los niños recién nacidos reciben el bautismo para remisión de los pecados; Dz 789-791.
3. Prueba tomada de las fuentes de la revelación
a) Prueba de Escritura
El Antiguo Testamento solamente contiene insinuaciones sobre el pecado original; cf. particularmente Ps 50, 7: «He aquí que nací en culpa y en pecado me concibió mi madre»; Iob 14, 4 (según la Vulgata): «¿Quién podrá hacer puro al que ha sido concebido de una inmunda semilla?» (M: «¿Quién podrá hacer persona limpia de un inmundo?»). Ambos lugares nos hablan de una pecaminosidad innata en el hombre, bien se entienda en el sentido de pecado habitual o de mera inclinación al pecado, pero sin relacionarla causalmente
con el pecado de Adán. No obstante, el Antiguo Testamento conoció ya claramente el nexo causal que existe entre la muerte de todos los hombres y el pecado de nuestros primeros padres (la herencia de la muerte); cf. Eccli 25, 33; Sap 2, 24.
La prueba clásica de Escritura es la de Rom 5, 12-21. En este pasaje, el Apóstol establece un paralelo entre el primer Adán, que transmitió a todos los hombres el pecado y la muerte, y Cristo
—segundo Adán— que difundió sobre todos ellos la justicia y la vida; v 12: «Así pues, por un hombre entró el pecado en el mundo y, por el pecado, la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos habían pecado» (in quo omnes peccaverunt)... v 19: «Pues, como por la desobediencia de uno muchos fueron hechos pecadores, así también por la obedienciade uno muchos serán hechos justos».
i)El término pecado está tomado aquí en su sentido más general y se le considera personificado. Está englobado también el pecado original. Se pretende expresar la culpa del pecado, no sus consecuencias.Se hace distinción explícita entre el pecado y la muerte, la cual es considerada como consecuencia del pecado. Está bien claro que San Pablo, al hablar del pecado, no se refiere a la concupiscencia, porque según el v 18 s nos vemos libres del pecado por la gracia redentora de Cristo, siendo así que la experiencia nos dice que, a pesar de todo, la concupiscencia sigue
en nosotros.ii) Las palabras "in quo " fueron interpretadas en sentido relativo por San Agustín y por toda la edad media, refiriéndolas a unum hominem: «Por un hombre..., en el cual todos pecaron». Desde Erasmo de Rotterdam, se fué imponiendo cada vez más la interpretación conjuncional, mucho mejor fundada lingüísticamente y que ya fué sostenida por numerosos
santos padres, sobre todo griegos, «por causa de que todos hemos pecado», o «por cuanto todos hemos pecado». Véanse los lugares paralelos de 2 Cor 5, 4; Phil 3, 12; 4, 10; Rom 8, 3. Como también mueren los que no tienen pecados personales (los niños que no tienen uso de razón), la causa de la muerte corporal no puede ser culpa alguna
personal, sino la culpa heredada de Adán. Cf. los vv 13 s y 19, donde expresamente se dice que el pecado de Adán es razón de que muchos fueran hechos pecadores. La interpretación conjuncional, que hoy es la que encuentra
general aceptación, coincide con la idea de la interpretación de SAN AGUSTÍN: «todos han pecado en Adán y por esta causa mueren todos».
iii) Las palabras «Muchos fueron hechos pecadores» (v 19 a) no restringen la universalidad del pecado original, pues la expresión «muchos» (por contraste con un solo Adán o un solo Cristo) es paralela a
«todos» , que es empleada en los vv 12d y 18a.
b) Prueba de tradición
SAN AGUSTÍN invoca, contra el obispo pelagiano Julián de Eclana, la tradición eclesiástica: «No soy yo quien ha inventado el pecado original, pues la fe católica cree en él desde antiguo; pero tú, que lo niegas, eres sin duda un nuevo hereje» (De nupt. et concup. 11 12, 25). SAN AGUSTÍN,
en su escrito Contra Iulianum (1. 1 y 11) presenta ya una verdadera prueba de tradición citando a Ireneo, Cipriano, Reticio de Autún, Olimpio, Hilario,Ambrosio, Inocencio 1, Gregorio Nacianceno, Juan Crisóstomo, Basilio y Jerónimo como testimonios de la doctrina católica. Muchas expresiones
de los padres griegos, que parecen insistir mucho en que el pecado es una cuípa personal y parecen prescindir por completo del pecado original, se entienden fácilmente si tenemos en cuenta que fueron escritas para combatir el dualismo de los gnósticos y maniqueos y contra el preexistencianismo
origenista. SAN AGUSTÍN salió ya en favor de la doctrina del Crisóstomo para preservarla de las torcidas interpretaciones que le daban los pelagianos: «vobis nondum litigantibus securius loquebatur»
(Contra luí. 1 6, 22).
Una prueba positiva y que no admite réplica de lo convencida que estaba la Iglesia primitiva de la realidad del pecado original, es la práctica de bautizar a los niños «para remisión de los pecados»; cf. SAN CIPRIANO,Ep. 64, 5.
4. El dogma y la razón
La razón natural no es capaz de presentar un argumento contundente en favor de la existencia del pecado original, sino que únicamente puede inferirla con probabilidad por ciertos indicios: «Peccati originalis in humano genere probabiliter quaedam signa apparent» (S.c.G. iv 52). Tales indicios son las espantosas aberraciones morales de la humanidad y la apostasía de la fe en el verdadero Dios (politeísmo, ateísmo).
Bibliografía: J. .FREUNDORFER, Erbsünde und Erbtod beim Apostel Paulus, Mr 1927. J. MAUSBACH, Die Ethik des hl. Augustinus, Fr "1929, II 139-207. N. MERLIN, 5. Augustin et les dogmes du peché originel et de la
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1954, 11-280. R. M. MARTIN, La contioverse sur le peché originel au debut du XlVe siécle, Ln 1930. M. LABOUHDETTE, Le peché originel et les origines de l'homme. J. GKOSS, Geschichte des Erbsündendogmas. I: Von der Bibol bis Augustinus; II: 5.-//. Jh., Mn-Bas 19601963
Ott ludwig.Manual de Teologia Dogmatica.1957
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