“Prefiero equivocarme creyendo en un Dios que no existe, que equivocarme no creyendo en un Dios que existe. Porque si después no hay nada, evidentemente nunca lo sabré, cuando me hunda en la nada eterna; pero si hay algo, si hay Alguien, tendré que dar cuenta de mi actitud de rechazo”Blas Pascal

viernes, 15 de junio de 2012

LIBROS SELECTOS

"El Secreto Admirable del Santo Rosario"
San Luís María Grignion de Montfort
(PARTE 3)


Tercera decena

"Excelencia del Santo Rosario, manifestada por la meditación de la Vida y Pasión de Nuestro Señor Jesucristo"

21a Rosa: Los Misterios del Santo Rosario

Misterio significa realidad sagrada y difícil de comprender. Las obras de Jesucristo son todas sagradas y divinas, porque Él es Dios y hombre al mismo tiempo. Las de la Virgen María son santísimas, por ser Ella la más perfecta de las criaturas. Con razón se da el nombre de misterios a las obras de Jesucristo y de su Santísima Madre. Están, en efecto, colmadas de maravillas, perfecciones e instrucciones profundas y sublimes que el Espíritu Santo revela a los humildes y sencillos que los honran. Las obras de Jesús y de María pueden también llamarse flores admirables. Flores cuyo perfume y hermosura sólo conocen quienes se acercan a ellas, aspiran su fragancia y abren su corola, mediante una atenta y seria meditación. 61) Santo Domingo distribuyó las vidas de Jesucristo y de la Santísima Virgen en quince misterios, que nos representan sus virtudes y principales acciones. Son quince cuadros, cuyas escenas deben servirnos de normas y ejemplo para orientar nuestra vida. Quince antorchas que guían nuestros pasos en este mundo. Quince espejos luminosos que nos permiten conocer a Jesús y María, conocernos a nosotros mismos y encender el fuego de su amor en nuestros corazones. Quince hogueras en cuyas llamas podemos incendiarnos totalmente.
La Santísima Virgen enseñó a Santo Domingo este excelente método de orar y le ordenó predicarlo para despertar la piedad de los cristianos y hacer revivir el amor de Jesucristo en sus corazones. Lo enseñó también al Beato Alano de la Rupe: «El rezo de ciento cincuenta Avemarías es una oración muy útil, es un obsequio que me agrada mucho. Y lo es aún más y harán mucho mejor quienes las reciten meditando la Vida, Pasión y Gloria de Jesucristo. Porque esta meditación es el alma de tales oraciones».
En efecto, el Rosario sin la meditación de los sagrados misterios de nuestra salvación sería como un cuerpo sin alma, una excelente materia sin su forma que es la meditación, la cual distingue al Rosario de las demás devociones. 62) La primera parte del Rosario contiene cinco misterios: 1º El de la Anunciación del Arcángel Gabriel a la Santísima Virgen. 2ºEl de la Visitación de la Santísima Virgen a Santa Isabel. 3º El del Nacimiento de Jesucristo. 4º El de la Presentación de Jesús en el Templo y Purificación de la Santísima Virgen. 5º El del Hallazgo de Jesús en el Templo entre los doctores. Y se llaman misterios gozosos a causa de la alegría que proporcionaron a todo el universo. En efecto: La Santísima Virgen y los Ángeles quedaron inundados de gozo en el dichoso momento de la Encarnación. Santa Isabel y su hijo se colmaron de alegría con la visita de Jesús y de María. El Cielo y la tierra se alegraron con el nacimiento del Salvador. Simeón quedó consolado y lleno de alegría al recibir a Jesús en sus brazos. Los doctores estaban embelesados al oír las respuestas de Jesús. Y, ¿quién podrá expresar el gozo de María y José al encontrar a Jesús después de tres días de ausencia? La segunda parte del Rosario se compone también de cinco misterios, llamados misterios dolorosos porque nos presentan a Jesucristo abrumado por la tristeza, cubierto de llagas, cargado de oprobios, dolores y tormentos. 1º El de la oración de Jesús y su Agonía en el Huerto de los Olivos. 2º El de su Flagelación. 3º El de su Coronación de espinas. 4º El de la Cruz a cuestas. 5º El de la Crucifixión y muerte en el Calvario. La tercera parte del Rosario contiene otros cinco misterios, llamados gloriosos porque en ellos contemplamos a Jesús y María en el triunfo y en la gloria.
1º El de la Resurrección de Jesucristo. 2º El de su Ascensión. 3º El de la Venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles. 4º El de la gloriosa Asunción de la Virgen María. 5º El de su Coronación. Éstas son las quince flores olorosas del rosal místico, en las cuales se posan, como abejas diligentes, las almas piadosas para recoger el néctar maravilloso, y producir la miel de una sólida devoción.



22ª Rosa: La meditación de los Misterios nos conforma a Jesucristo

La tarea principal del cristiano es caminar hacia la perfección. «Como hijos amadísimos de Dios, esfuércense por imitarlo» (Ef 5,1), nos dice el gran Apóstol. Es una obligación contenida en el decreto eterno de nuestra predestinación. Y constituye el único medio, ordenado para llegar a la gloria eterna. San Gregorio de Nisa dice con gracia que somos como pintores: nuestra alma es el lienzo sobre el cual debemos aplicar el pincel: las virtudes son los colores que deben hacer resaltar la belleza del original, que es Jesucristo, imagen viva y representación perfecta del Padre del Cielo. Un pintor para hacer un retrato al natural, pone el original ante sus ojos y a cada pincelada vuelve a mirarlo. Del mismo modo, el cristiano debe tener siempre ante los ojos la vida y virtudes de Jesucristo para hacer, decir y pensar solamente lo que sea conforme a ellas. Para ayudarnos en la obra importante de nuestra predestinación, la Santísima Virgen ordenó exponer a los fieles que rezan el Rosario los sagrados misterios de la vida de Jesucristo, no sólo para que adoren y glorifiquen al Señor, sino también, y sobre todo, para que regulen su vida y acciones por las virtudes de Jesús.
Ahora bien, así como los niños imitan a sus padres, viéndolos y conversando con ellos, y aprenden su lengua oyéndolos hablar, y como un aprendiz domina su arte al ver trabajar a su maestro, del mismo modo los fieles que rezan el Santo Rosario se hacen semejantes a su divino Maestro, con el auxilio de su gracia y por la intercesión de la Virgen María, al considerar atenta y devotamente las virtudes de Jesucristo en los quince misterios de su vida. Moisés ordenó al pueblo hebreo, de parte de Dios mismo, que no olvidara jamás los beneficios de que había sido objeto. El Hijo de Dios puede con mayor razón mandarnos que grabemos en nuestro corazón y tengamos incesantemente ante los ojos los misterios de su vida, pasión y gloria, ya que con ellos quiso favorecernos y mostrarnos el exceso de su amor para salvarnos. «Todos Ustedes, que pasan por el camino, miren y observen si hay dolor semejante al que me atormenta por amor suyo» (Lam 1,12). «Acuérdense de mi pobreza y vida errante, del ajenjo y amargor que sufrí por Uds. en mi Pasión» (Lam 3,19.). Estas palabras y muchas otras que se podrían recordar, nos convencen sobradamente de la obligación que tenemos de no contentarnos con rezar vocalmente el Rosario en honor de Jesucristo.

23 ª Rosa: El Santo Rosario: Memorial de la Vida y Muerte de Jesucristo
Jesucristo, divino Esposo de nuestras almas, nuestro amigo dulcísimo, desea que recordemos sus beneficios, y los apreciemos más que todas las cosas. Experimenta una gloria accidental, lo mismo que la Santísima Virgen y los santos del Cielo, cuando meditamos con amor y devoción los sacrosantos misterios del Rosario, que constituyen los más visibles efectos de su amor hacia nosotros, y los más ricos presentes que pudo hacernos. Pues, la Santísima Virgen y todos los santos gozan por ellos de la gloria.
La Beata Ángela de Foligno pidió un día al Señor que le indicara con qué ejercicio podía honrarlo más. Se le apareció Él en la cruz y le dijo: «Hija mía, ¡contempla mis llagas!» Así aprendió del Salvador amabilísimo que nada le es más agradable que la meditación de sus sufrimientos. Jesús le mostró después las heridas de su cabeza y varias circunstancias de sus tormentos y le dijo: «He sufrido todo esto por tu salvación, ¿qué puedes hacer que iguale el amor que te tengo?». El sacrificio de la Santa Misa honra infinitamente a la Santísima Trinidad, porque representa la pasión de Jesucristo, y por él ofrecemos los méritos de su obediencia, sufrimientos y sangre. Toda la corte celestial recibe con la santa Misa una gloria accidental. Varios doctores, entre ellos Santo Tomás, nos dice, por la misma razón, que el Cielo se alegra de la Comunión que reciben los fieles, porque el Santísimo Sacramento es un memorial de la Pasión y Muerte de Jesucristo, y mediante él participan los hombres en sus frutos, y avanza en el camino de la salvación. Ahora bien, el Santo Rosario, recitado con la meditación de los sagrados misterios, es un sacrificio de alabanza a Dios por el beneficio de nuestra redención y un devoto recuerdo de los sufrimientos, muerte y gloria de Jesucristo. Por tanto, es verdad que el Rosario procura una gloria y gozos accidentales a Jesucristo, a la Santísima Virgen y a los demás bienaventurados, quienes no desean nada tan importante para nuestra dicha eterna, como vernos ocupados en un ejercicio tan glorioso al Señor y saludable para nosotros. El Evangelio nos asegura que un pecador que se convierte y hace penitencia, alegra a todos los Ángeles. Si para alegrar a los Ángeles basta que un pecador abandone sus pecados y haga penitencia, ¿qué gloria no será para el mismo Jesucristo el vernos meditar devota y amorosamente en este mundo sus humillaciones, tormentos y muerte cruel e ignominiosa? ¿Habrá algo más eficaz para conmovernos y llevarnos a sincera penitencia?
El cristiano que no medita los misterios del Rosario demuestra gran ingratitud hacia Jesucristo y la poca estima que tiene a cuanto sufrió el divino Salvador para redimir al hombre. Su conducta parece decir que desconoce la vida de Jesucristo y que se preocupa poco o nada por conocer lo que Jesús ha hecho y sufrido para salvarnos. Y puede temer que, no habiendo conocido a Jesucristo o habiéndolo olvidado, sea rechazado el día del juicio con este reproche: «En verdad, ¡no les conozco!» (Mt 25,12.) Meditemos, pues, la vida y sufrimientos del Salvador mediante el Santo Rosario. Aprendamos a conocerlo bien y a reconocer sus beneficios, para que Él nos reconozca como hijos y amigos suyos en el día del juicio.

24ª Rosa: El Santo Rosario: La meditación de sus misterios es un medio eficaz de perfección

Los santos tenían como objeto principal de estudio la vida de Jesucristo, cuyas virtudes y sufrimientos meditaban. Por este medio llegaron a la perfección cristiana. San Bernardo comenzó por este ejercicio y perseveró siempre en él. «Desde el principio de mi conversión hice un ramillete de mirra, formado por los dolores de mi Salvador, y los coloqué sobre mi corazón, pensando en los azotes, espinas y clavos de la pasión y aplicándome con toda mi alma a meditar cada día estos misterios». Era también éste el ejercicio de los santos mártires. Nos admira la forma cómo triunfaron de los más crueles tormentos. ¿De dónde podría venir aquella admirable constancia de los mártires –añade San Bernardo–, sino de las llagas de Jesucristo en las que meditaban frecuentemente? ¿Dónde se hallaba el alma de estos generosos atletas, mientras su sangre corría y sus cuerpos eran triturados por los suplicios? ¡Estaban en las llagas de Jesucristo y éstas los hacían invencibles!
La Madre Santísima del Salvador dedicó toda su vida a meditar las virtudes y sufrimientos de su Hijo. Cuando oyó a los Ángeles cantar himnos de alabanza en su nacimiento, cuando vio a los pastores adorarlo en el establo, se llenó de admiración y meditaba en tantas maravillas. Comparaba las grandezas del Verbo encarnado, con su profundo abatimiento. Las pajas y el pesebre, con su trono y el seno del Padre. El poder de un Dios, con la debilidad de un niño. Su sabiduría, con su sencillez.
Las Santísima Virgen dijo un día a Santa Brígida: «Cuando contemplaba la belleza, modestia y sabiduría de mi Hijo, me sentía transportada de gozo. Cuando consideraba que sus manos y sus pies habían de ser atravesados con clavos, vertía torrentes de lágrimas y el corazón se me partía de dolor y tristeza». Después de la Ascensión, la Santísima Virgen dedicó el resto de su vida a visitar los lugares que el divino Salvador había santificado con su presencia y tormentos. Meditaba allí sobre el exceso de su caridad y los rigores de su Pasión. Éste era también el ejercicio de Santa María Magdalena durante los treinta años que vivió en San Baume. Dice también San Jerónimo que ésa era la devoción de los primeros cristianos. Acudían de todos los países del mundo a Tierra Santa para grabar más profundamente en sus corazones el amor y el recuerdo del Salvador de los hombres, con la vista de los objetos y lugares consagrados por Él con su nacimiento, trabajos, sufrimientos y muerte. Todos los cristianos tienen una sola fe, adoran a un solo Dios, esperan una sola felicidad en el Cielo, reconocen a un solo Mediador, Jesucristo. Deben todos imitar a este divino modelo y considerar para ello los misterios de su vida, sus virtudes y su gloria. Es un error imaginar que la meditación de las verdades de la fe y de los misterios de la vida de Jesucristo es solo para los Sacerdotes, Religiosos y cuantos se han alejado de los estorbos del mundo. Si los Religiosos y eclesiásticos están obligados a meditar las grandes verdades de nuestra sacrosanta religión a fin de responder dignamente a su vocación, los laicos lo están igualmente a causa de los peligros en medio de los cuales se encuentran diariamente. Deben armarse, por tanto, con el recuerdo frecuente de la vida, virtudes y sufrimientos del Salvador, que los quince misterios del Rosario nos representan.


25ª Rosa: El Santo Rosario: Tesoro de santificación que encierran las oraciones y la meditación de sus misterios

¡Nadie podrá comprender jamás el tesoro de santificación que encierran las oraciones y misterios del Santo Rosario! La meditación de los misterios de la vida y muerte del Señor constituye, para cuantos la practican, una fuente de los frutos más maravillosos. Hoy se quieren cosas que impacten, conmuevan y produzcan en el alma impresiones profundas. Ahora bien, ¿habrá en el mundo algo más conmovedor que la historia maravillosa del Redentor desplegada en quince cuadros que nos recuerdan las grandes escenas de la vida, muerte y gloria del Salvador del mundo? ¿Hay oraciones más excelentes y sublimes que la oración dominical y la salutación angélica? ¡Ellas encierran cuanto deseamos y podemos necesitar! La meditación de los misterios y oraciones del Rosario es la más fácil de todas las oraciones, porque la diversidad de las virtudes y estados de Jesucristo, –sobre los cuales se reflexiona – recrea y fortifica maravillosamente el espíritu e impide las distracciones. Los sabios encuentran en estas fórmulas la doctrina más profunda, y los ignorantes, las instrucciones más sencillas. Es preciso pasar por esa meditación sencilla antes de elevarse al grado más sublime de contemplación. Tal es la opinión de Santo Tomás de Aquino. Y tal es el consejo que nos da, cuando nos dice que es necesario ejercitarnos de antemano, como en un campo de batalla, en la adquisición de todas las virtudes, de las que son modelos perfectos los misterios del Rosario. Porque ahí – dice el sabio Cayetano – podremos adquirir la íntima unión con Dios, sin la cual la contemplación es sólo una ilusión capaz de seducir a las almas.
Si los falsos iluminados de nuestro siglo, o sea los quietistas, hubieran seguido este consejo, no hubieran caído tan vergonzosamente ni causado tantos escándalos en cuestiones de devoción. Pretender que se pueden componer oraciones más sublimes que el Padrenuestro y el Avemaría, y abandonar estas divinas oraciones que son el sostén, fuerza y salvaguardia del alma, es una engañosa ilusión del demonio.
Estoy de acuerdo en que no es necesario recitarlas siempre vocalmente, y que la oración mental es, en cierto sentido, más perfecta que la vocal. ¡Pero te aseguro que es peligroso, por no decir perjudicial, abandonar voluntariamente el rezo del Rosario, so pretexto de una unión más íntima con Dios! El alma, sutilmente orgullosa, engañada por el demonio meridiano (Sal 90, 6 - 2 Cor 11, 14), hace interiormente cuanto puede para elevarse al grado más sublime de la oración de los santos: desprecia y abandona para ellos sus métodos antiguos de orar, que juzga buenos sólo para almas ordinarias. Cierra por sí misma el oído a la oración compuesta, practicada y prescrita por Dios: «Oren así: Padre nuestro...» (Mt 6,9.) Y así va cayendo de ilusión en ilusión y de precipicio en precipicio. ¡Créeme, querido amigo del Santo Rosario! ¿Quieres llegar a altos grados de contemplación sin menoscabo de la oración y sin caer en las ilusiones del demonio, tan frecuentes en personas de oración? Recita, si puedes, todos los días, el Santo Rosario o, por lo menos, la tercera parte de él. Quizás hayas llegado ya a esos grados, por gracia de Dios. Si quieres permanecer en ellos y crecer en humildad, persevera con fidelidad en la práctica del Santo Rosario. Porque una persona que recite su Rosario cada día, no caerá jamás formalmente en la herejía ni será engañada por el demonio. ¡Con mi sangre rubricaría esta afirmación! Si Dios, no obstante, en su infinita bondad, te atrae tan poderosamente durante el Rosario como a algunos santos, déjate conducir por su atracción, deja a Dios actuar y orar en ti, y recitar el Rosario a su manera. Y que esto te baste en ese día. Pero, si hasta ahora te hallas en la contemplación activa o en la oración ordinaria, de quietud, de presencia de Dios y de afecto, tienes aún menos razón para dejar tu Rosario, ya que, muy lejos de retroceder en la virtud y la oración, el recitarlo te servirá más bien de ayuda maravillosa y será la verdadera escala de Jacob (Gén 25,12), con quince escalones, por los cuales irás subiendo de virtud en virtud y de luz en luz, hasta llegar fácilmente y sin engaño a la perfección en Jesucristo.

CONTINUARA...

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