Al tiempo que José y María Salían de Jerusalén,entraba una rica caravana." Eran unos Magos del Oriente",dice San Mateo.Este nombre tomado de la lengua religiosa de los persas,denotaba entre éstos la clase sacerdotal; de donde parece inferirse que los magos eran persas y sacerdotes.Confirman esta opinión las pinturas de las catacumbas,donde siempre aparecen los magos vestidos a la usanza de los persas: con gorro alto,túnica sujeta a la cintura,manto flotante y echado hacia atrás, y piernas desnudas, o cubiertas con calzas apretadas.
Su religión era superior a las diversas formas de paganismo,pues, a lo que parece, adoraban a una divinidad suprema, a la que tributaban un culto austero: ni altares ni estatuas en sus templos; si alguna vez se formaban coros, no era sino para caminar gravemente, elevando hacia Dios cánticos y oraciones.
Los persas conservaron puras estas creencias hasta el tiempo en que, con Ciro ,descendieron a las llanuras de Mesopotamia. Allí se mezclaron con los magos caldeos y , aunque no supieron conservar su antigua fe, recibieron, por lo menos, la influencia que a la sazón ejercían los israelitas cautivos sobre sus vencedores, y en particular la de Daniel.Por la escritura sabemos que este profeta, introducido en el palacio de Nabucodonosor, se mostró diez veces más sabio que los sacerdotes y adivinos de Caldea, y que, por merced del príncipe, fué puesto a la cabeza de ellos.Su influencia fue creciendo en el discurso de cuatro reinados y tres dinastias, y fué luego confirmada por los conquistadores persas, a quienes era común con los judíos el aborrescimiento de la idolatría.
De esta forma, tanto los magos caldeos como los persas, estando sujetados a la autoridad de Daniel, no pudieron ignorar sus predicciones sobre el Mesías, tan claras y expresas, que en ellas puntualiza, no solamente el año y el dia, sino aun la hora misma de su nacimiento.Así supieron que el Ungido del Señor seria aquel mismo a quien Balaam había visto levantarse de Jacob como una estrella.De los magos pasaron al pueblo estos vaticinios,y así, cuando Jesús nació, era opinión recibida en todo el Oriente que de Judea saldría un rey que había de conquistar el mundo todo.
En esto, por la banda de Levante brilló en el cielo un astro desconocido.En una de esas noches purísimas del oriente en que el cielo se engalana con todas sus luces, viéronlo los Magos, que estudiaban con atención el curso de los astros, y al punto lo tuvieron por señal maravillosa.
Pero al mismo tiempo que se abrían sus ojos para contemplarlo, abríase su corazón a la luz de Cristo!.Recordaron entonces la estrella de Jacob y la Judea, y tres de ellos se resolvieron a ir en busca de Aquel a quien el cielo anunciaba por modo tan extraordinario.
O ya partiesen de Persépolis, o ya de Babilonia, o bien de cualquiera otra ciudad del imperio de los Partos, que eran por entonces los dueños del Oriente, caminaron largos meses, y , al parecer, sin que loa estrella los guiase, pues vemos cómo entraron en Judea inciertos del lugar donde había nacido el Mesías, y fueron a Jerusalén a pedir nuevas del mismo.La ciudad Santa estaba ya hecha a ver las caravanas del extremo oriente, con sus vestiduras llamativas, con sus largas hileras de camellos cargados de bagajes; mas no fué por eso menor su extrañeza cuando oyeron a los forasteros preguntar: "? Dónde está el Rey de los Judíos que acaba de nacer? vimos su estrella en oriente, y venimos a adorarlo"
Voló presto de boca en boca la pregunta de los Magos, y así llegó a los oídos de Herodes, a quien lleno de turbación.Percatábase de que una fortuna inesperada y treinta años de reinado no habían sido bastante para consolidar su trono.En vano, para hacer que los judíos olvidasen su origen, había tomado por mujer a una hija del último rey de Judea; no por eso dejaba de correr por sus venas la sangre de Ismael y de Esaú, y los escribas gustaban de recordarle que había sido "servidor de los asmoneos".El usurpador, impotente para apagar esta sorda malquerencia, no gozaba punto de sosiego, y ,temeroso de cualquiera rivalidad, derramó sin compasión hasta la sangre de su propia familia.De la estirpe de los Macabeos no quedaba ya retoño alguno.Pero cuando,al fin, esperaba ya reinar sin oposición, he aquí esas voces de que unos extranjeros buscan en Jerusalén a un recién nacido rey de los hebreos.Con esto revivieron con mayor ímpetu que nunca los recelos del tirano: ya no partía la amenaza de la extinguida familia de los Macabeos, sino de la de David, pues ¿quién sino el Mesías podía ser aquel niño desconocido y predestinado al trono? Que así lo entendía la ciudad entera,fácil era de adivinar por la turbación que la agitaba.
Disimuló Herodes su temor para descargar luego un golpe mas certero, y convocando a los príncipes de los sacerdotes y a los escribas, preguntóles dónde había de nacer el Mesías.La respuesta no podía ser dudosa: " En Belen de Judá-le dijeron-;porque esta escrito:y tú, Belen, tierra de Judá, no eres la última entre los principes de Israel, porque de ti saldrá el caudillo que gobernará a Israel mi pueblo".Los sanedritas, aunque no citaron a la letra las palabras del profeta,interpretaron bien su pensamiento, y Herodes, entendido claramente lo que quería saber,tomó al punto su partido