Resolvió, pues, alejar a los Magos, no sólo de los judíos, en quienes su relato podía causar excitación, sino también de sus mismos cortesanos, que hubieran podido advertirlos de la hipocresía del tirano.Llamóslos en secreto y, fingiendo solicitud de sus indagaciones, se informó cuidadosamente acerca de la estrella, y especialmente sobre el tiempo en que se les había mostrado.Cuando supo cuanto le interesaba, "Id a Belén-les dijo- buscad diligentemente al niño, y de que lo hayáis hallado hacédmelo saber, para ir yo también a adorarlo".Y al punto los despidió, sin guías y sin escolta, para no dar que sospechar y para que ni en Jerusalén, ni en Belén, ni en el cortejo de los Magos nadie recelase de sus intenciones y pudiese arrebatarle la víctima.En la noche, que ya cerraba, vió Herodes un auxiliar para encubrir sus designios; pero antes iba a servir para confundirlos y frustrarlos.
No bien atravesaron los Magos las puertas de Jerusalén, brillo de nuevo la estrella ante sus ojos: "Esta vista los llenó de grande júbilo", porque el astro, haciéndoles de guía, iba delante de ellos, camino de Belén, hasta que se detuvo sobre el lugar donde estaba el niño.Solamente hallaron allí a Jesús y a María.Entonces aquella noche contempló un asombroso espectáculo: a los pies de una virgen que estrechaba a un niño entre sus brazos, los tres sabios, pecho por tierra, adoraron al Dios escondido en aquella pobre mansión.
En torno de ellos se apretujaba su séquito.Los camellos doblaron sus rodillas y los criados los descargaron.Y los Magos, abriendo sus tesoros, ofrecieron como presente a Jesús oro, incienso y mirra.
Tal es la escena que describe el Evangelio.Piadosas leyendas agregaron después varios pormenores: revistieron a estos sabios de púrpura real, coronaron sus frentes, retrataron su semblante y su aspecto exterior, y hasta averiguaron sus nombres: "El primero- dice el venerable Beda- se llamaba Melchor; era anciano de blancos cabellos y florida barba; ofreció al Señor oro como su rey.El segundo, llamado Gaspar, joven, barbilampiño, de color rojizo, ofreció al Señor, el incienso, en homenaje a su divinidad.El tercero, de color negro, de barba cerrada, llamábase Baltasar; la mirra que ofreció figuraba que el hijo del hombre había de morir"
Por desgracia, estos pormenores no tienen autoridad alguna, pues antes de San Cesáreo de Arlés, en el siglo VI, nadie atribuyó a los Magos el título de reyes, que luego se hizo tan popular, ni hasta el siglo VII hallamos citados sus nombres.Sólo dos circunstancias pueden darse por ciertas: que los Magos eran tres y que tenían a Persia por patria.
Gloria Tibi Domine
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