“Prefiero equivocarme creyendo en un Dios que no existe, que equivocarme no creyendo en un Dios que existe. Porque si después no hay nada, evidentemente nunca lo sabré, cuando me hunda en la nada eterna; pero si hay algo, si hay Alguien, tendré que dar cuenta de mi actitud de rechazo”Blas Pascal

martes, 11 de febrero de 2014

La Iglesia Católica y la Salvación, por J.C. Fenton

La Iglesia Católica y la Salvación, por J.C. Fenton Capítulo II (III de III)


El Dogma y el Error de Quesnel
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Cuando la Unam Sanctam nos enseña que no puede haber remisión de los pecados fuera de la Iglesia Católica, de hecho nos está diciendo, que es imposible obtener la vida de la gracia santificante o vivir esa vida fuera deste reino sobrenatural de Dios. Lo que hace es exponer la verdad divinamente revelada de que, por institución de Dios, la vida de la gracia santificante se posee y deriva de parte de Nuestro Señor hacia aquellos que están unidos con Él, que permanecen el Él, en su Cuerpo Místico, que es la Iglesia Católica.

En este punto debemos ser especialmente claros, tanto en los conceptos como en la terminología. Lo que la Unam Sanctam ciertamente implica, al declarar la necesidad de la Iglesia para la remisión de los pecados, es la verdad que la vida de la gracia santificante y del habitus sobrenatural de la gracia santificante sólo pueden ser obtenidos y poseídos dentro de la Iglesia. De todas formas, a la luz de la doctrina Católica, es cierto y obvio que las gracias actuales se ofrecen y son recibidas por aquellos que están definitivamente “fuera de la Iglesia”, en el sentido en que se emplea este término en los documentos eclesiásticos que establecen el dogma de la necesidad de la Iglesia para la salvación eterna. De hecho la proposición de que “fuera de la Iglesia no se concede ninguna gracia” (extra ecclesiam nulla conceditur gratia)” es una de las tesis explícitamente condenadas por Clemente XI en su constitución dogmática Unigenitus, promulgada el 8 de Septiembre de 1713 y dirigidas contra las enseñanzas de Pascasio Quesnel[1].


lunes, 10 de febrero de 2014

La Iglesia Católica y la Salvación, por J.C. Fenton

La Iglesia Católica y la Salvación, por J.C. Fenton Capítulo II  (II de III)

"El Terminus a Quo en el Proceso de Salvación"


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El don que los documentos de la Iglesia designan como “salvación” es la Visión Beatífica, el último florecimiento de la vida sobrenatural de la gracia que debe comenzar a existir en este mundo. Se dice que el hombre está salvado, en última instancia, cuando recibe el beneficio sobrenatural de la Visión Beatífica. El término “salvación”, sin embargo, implica más que esto.

El factor clave que debe tenerse en consideración en cualquier explicación teológica de la salvación es la verdad que, de hecho, el don de la vida de la gracia es inseparable de la remisión del pecado original o mortal en el mundo en que vivimos. Ha habido casos en los cuales esto no fue así. Nuestro Señor, en Su natura humana, poseyó de una manera completa todos los dones de la gracia santificante y, tanto en razón de la divinidad de Su Persona como por el hecho de no descender de Adán por medio de la generación carnal, nunca estuvo manchado, de ninguna manera, con la culpa del pecado. Su Santa Madre fue concebida inmaculadamente. Por la aplicación previa de los méritos de Su Pasión y muerte, fue preservada de toda mancha de pecado desde el mismo momento en que comenzó a existir. En su caso, el don de la gracia santificante tampoco estuvo acompañado por la remisión del pecado. Con ella, el comienzo de la existencia coincidió con el de la vida sobrenatural de la gracia santificante. De la misma manera Adán yEva, antes de la Caída, fueron constituidos en gracia desde el primer momento de su existencia. Sin embargo, para ellos, el segundo otorgamiento de la gracia fue llevado a cabo por medio de la remisión del pecado.



En todos sus descendientes ocurrió lo mismo, excepto en los casos de Nuestro Señor y de Su Santa Madre. Con excepción de María, toda persona nacida por medio del proceso de generación carnal, ha venido al mundo en estado de pecado original. Tanto este pecado original como los pecados mortales que los hombres cometen durante el curso de su vida son incompatibles con la vida de la gracia. Y, por institución de Dios mismo, la mancha del pecado puede ser removida sólamente por medio de la vida de la gracia.

El estado de pecado, sea original o mortal, es un estado de aversión o enemistad con Dios. La eliminación dese estado se cumple cuando, y sólo cuando, la persona que ha estado hasta entonces en estado de pecado, se constituye en la condición de amistad con Dios y se ordena propiamente a Él. Y no hay otra situación más que la de la gracia santificante misma en la cual el hombre puede estar bien ordenado hacia Dios.

domingo, 9 de febrero de 2014

La venida del Mesías, en gloria y majestad

La venida del Mesías, en gloria y majestad
Tomo I

Observaciones de Juan, Josafat, Bem-Ezra
Manuel Lacunza

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Discurso preliminar

   Vencido ya de vuestras instancias, amigo y señor mío Cristófilo, y determinado aunque con suma repugnancia a poner por escrito algunas de las cosas que os he comunicado, me puse ayer a pensar, ¿qué cosas en particular había de escribir, y qué orden y método me podría ser más útil, así para facilitar el trabajo, como para explicarme con libertad?,. Después de una larga meditación, en que vi presentarse confusamente muchísimas ideas, y en que nada pude ver con distinción y claridad, conociendo, que perdía el tiempo y me fatigaba inútilmente, procuré por entonces mudar de pensamientos,. Para esto abrí luego la Biblia, que fue el libro que hallé más a la mano, y aplicando los ojos a lo primero que se puso delante, leí estas palabras con que empieza el capítulo 9 de la Epístola a los Romanos. Verdad digo en Cristo, no miento: dándome testimonio mi conciencia en el Espíritu Santo; que tengo muy grande tristeza y continuo dolor en mi corazón. Porque deseaba yo mismo ser anatema por Cristo, por amor de mis hermanos, que son mis deudos según la carne, que son los Israelitas, de los cuales es la adopción de los hijos, y la gloria, y la alianza, y la legislación, y el culto, y las promesas: cuyos padres son los mismos, de quienes desciende también Cristo según la carne, etcétera. Con la consideración de estas palabras, no tardaron mucho en excitarse en mí aquellos sentimientos del apóstol; mas viendo que el corazón se me oprimía avivándose con nueva fuerza aquel dolor, que casi siempre me acompaña, cerré también el libro, y me salí a desahogar al campo. Allí, pasado aquel primer tumulto, y mitigado un poco aquel ahogo, comencé a dar lugar a varias reflexiones.

Conque ¿es posible (me acuerdo que decía), conque es posible que el pueblo de Dios, el pueblo santo, la casa de Abraham, de Isaac, y de Jacob, hombres los más ilustres, los más justos, los más amados y privilegiados de Dios, con cuyo nombre el mismo Dios es conocido de todos los siglos posteriores, diciendo: yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob... este es mi nombre para siempre, y este es mi memorial, por generación y generación: un pueblo que había nacido, se había sustentado, y crecido con la fe y esperanza del Mesías. Un pueblo preparado de Dios para el Mesías, con providencias y prodigios inauditos por espacio de dos mil años: que este pueblo de Dios, este pueblo santo tuviese en medio de sí a este mismo Mesías por quien tantos siglos había suspirado, que lo viese por sus propios ojos con todo el esplendor de sus virtudes; que oyese su voz y sus palabras de vida, siempre admirado, suspenso y como encantado, de las palabras de gracia que salían de su boca ; que admirase sus obras prodigiosas, diciendo y confesando que: bien lo ha hecho todo: a los sordos los ha hecho oír, y a los mudos hablar; que recibiese de su bondad toda suerte de beneficios, y de beneficios continuos así espirituales como corporales, etcétera; y que con todo eso no lo recibiese, con todo eso lo desconociese, con todo eso lo persiguiese con el mayor furor; con todo eso lo mirase como un seductor, como un inicuo, y como tenía anunciado Isaías, lo hubiese con los malvados contado; con todo eso, en fin, lo pidiese a grandes voces para el suplicio de la cruz? Cierto que han sucedido en esta nuestra tierra cosas verdaderamente increíbles, al paso que ciertas y de la suprema evidencia.

Mas de este sumo mal, infinitamente funesto y lamentable (proseguía yo discurriendo), ¿quién sería la verdadera causa?, ¿Serían acaso los publicanos, los pecadores, las meretrices, por no poder sufrir la santidad de su vida, ni la pureza y perfección de su doctrina? Parece que no, pues el Evangelio mismo nos asegura que: se acercaban a él los publicanos y pecadores para oírle; y esto era lo que murmuraban los Escribas y Fariseos: y los Fariseos y los Escribas murmuraban diciendo: éste recibe pecadores y come con ellos; y en otra parte: si este hombre fuera profeta, bien sabría quién, y cuál es la mujer que le toca; porque pecadora es (. ¿Sería acaso la gente ordinaria, o la ínfima plebe siempre ruda, grosera y desatenta? Tampoco: porque antes esta plebe no podía hallarse sin él; esta lo buscaba, y lo seguía hasta en los montes y desiertos más solitarios; esta lo aclamaba a gritos por hijo de David y rey de Israel; esta lo defendía y daba testimonio de su justicia, y por temor de esta plebe no lo condenaron antes de tiempo: mas temían al pueblo.

sábado, 8 de febrero de 2014

La Iglesia Católica y la Salvación, por J.C. Fenton

La Iglesia Católica y la Salvación, por J.C. Fenton. Capítulo II (I de III)

II
LA BULA UNAM SANCTAM



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El segundo de los ocho documentos del magisterio eclesiástico de los que nos estamos ocupando es la famosa Bula Unam sanctam, promulgada por Bonifacio VIII el 18 de Noviembre de 1302. Tanto el pasaje que abre como el que cierra este pronunciamiento pontifical contienen declaraciones muy importantes sobre este dogma.

La sección con la que se abre la Unam sanctam afirma el dogma mismo y agrega algunas cosas que no se encuentran en ninguna declaración previa de la Iglesia docente.

“Por apremio de la fe, estamos obligados a creer y mantener que hay una sola y Santa Iglesia Católica y la misma Apostólica, y nosotros firmemente la creemos y simplemente la confesamos, y fuera de ella no hay salvación ni perdón de los pecados, como quiera que el Esposo clama en los cantares: Una sola es mi paloma, una sola es mi perfecta. Única es ella de su madre, la preferida de la que la dio a luz [Cant. 6, 8]. Ella representa un solo cuerpo místico, cuya cabeza es Cristo, y la cabeza de Cristo, Dios. En ella hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo [Eph. 4, 5]. Una sola, en efecto, fue el arca de Noé en tiempo del diluvio, la cual prefiguraba a la única Iglesia, y, con el techo en pendiente de un codo de altura, llevaba un solo rector y gobernador, Noé, y fuera de ella leemos haber sido borrado cuanto existía sobre la tierra.
Mas a la Iglesia la veneramos también como única, pues dice el Señor en el Profeta: Arranca de la espada, oh Dios, a mi alma y del poder de los canes a mi única [Ps. 21, 21]. Oró, en efecto, juntamente por su alma, es decir, por sí mismo, que es la cabeza, y por su cuerpo, y a este cuerpo llamó su única Iglesia, por razón de la unidad del esposo, la fe, los sacramentos y la caridad de la Iglesia. Ésta es aquella túnica del Señor, inconsútil [Ioh. 19, 23], que no fue rasgada, sino que se echó a suertes. La Iglesia, pues, que es una y única, tiene un solo cuerpo, una sola cabeza, no dos, como un monstruo, es decir, Cristo y el vicario de Cristo, Pedro, y su sucesor, puesto que dice el Señor al mismo Pedro: Apacienta a mis ovejas [Ioh. 21, 17]. Mis ovejas, dijo, y de modo general, no éstas o aquéllas en particular; por lo que se entiende que se las encomendó todas. Si, pues, los griegos u otros dicen no haber sido encomendados a Pedro y a sus sucesores, menester es que confiesen no ser de las ovejas de Cristo, puesto que dice el Señor en Juan que hay un solo rebaño y un solo pastor [Ioh. 10, 16]. “[1]

La primera sección de la Unam sanctam contiene la afirmación del dogma y tres explicaciones tremendamente importantes. La necesidad de la Iglesia para la obtención de la salvación eterna se describe en términos de la relación de la vida sobrenatural de la gracia santificante con la salvación misma, en términos de la unidad y unicidad de la vera ecclesia de Dios, y en términos de la visibilidad de esa ecclesia según la condición del Nuevo Testamento.

La declaración del dogma en la Unam sanctam difiere un poco de lo afirmado en Firmiter. En el documento más antiguo encontramos la afirmación de que absolutamente nadie se salva fuera de la Iglesia Católica. La Unam sanctam, por otra parte, nos enseña que la salvación misma no puede encontrarse fuera de esta sociedad. Es claro que ambas proposiciones tienen el mismo sentido, ambas insisten en que el proceso de salvación es algo que se encuentra dentro del verdadero reino de Dios en la tierra, y que el hombre tiene que estar de alguna manera dentro desta unidad social si quiere obtener esta gracia divina.

SERMONES DEL PADRE JUAN JOSE CERIANI

QUINTO DOMINGO DE EPIFANÍA


Otra parábola les propuso diciendo: Semejante es el reino de los cielos a un hombre que sembró buena simiente en un campo. Y mientras dormían los hombres, vino su enemigo y sembró cizaña en medio del trigo y se fue. Y después creció la yerba e hizo fruto, apareció también entonces la cizaña. Y llegando los siervos del padre de familias le dijeron: Señor, ¿por ventura no sembraste buena simiente en tu campo? ¿Pues de dónde tiene cizaña? Y les dijo: hombre enemigo ha hecho esto. Y le dijeron los siervos: ¿Quieres que vayamos y la recojamos? No, les respondió; no sea que recogiendo la cizaña arranquéis también con ella el trigo. Dejad crecer lo uno y lo otro hasta la siega, y en el tiempo de la siega diré a los segadores: Recoged primeramente la cizaña y atadla en manojos para quemarla; mas el trigo recogedlo en mi granero.


Entonces, despedidas las gentes, se vino a casa: y llegándose a Él sus discípulos, le dijeron: explícanos la parábola de la cizaña del campo. Él les respondió y dijo: El que siembra la buena simiente, es el Hijo del hombre. Y el campo es el mundo. Y la buena simiente son los hijos del reino. Y la cizaña son los hijos de la iniquidad. Y el enemigo, que la sembró, es el diablo. Y la siega es la consumación del siglo. Y los segadores, son los ángeles. De modo que así como es recogida la cizaña, y quemada al fuego, así será en la consumación del siglo. Enviará el Hijo del hombre sus Ángeles, y recogerán de su reino todos los escándalos, y a los que obran iniquidad, y echarlos han en el horno del fuego. Allí será el llanto, y el crujir de los dientes. Entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre. El que tiene oídos para oír, oiga.



Les propongo algunos textos de los Santos Padre, que ilustran esta preciosa parábola y su aplicación.


San Juan Crisóstomo dice que en la parábola del sembrador Nuestro Señor habla de los que rechazaron la simiente; mientras que en ésta se trata de los grupos de herejes. En aquella decía que no se le recibía, en esta otra dice que hay corruptores recibidos juntamente con los discípulos.


Es decir, ahora habla de aquellos que reciben la simiente alterada, porque es propio del demonio mezclar el error con la verdad.

viernes, 7 de febrero de 2014

Oraciones de San Francisco de Asis

Saludo a la bienaventurada Virgen María

¡Salve, Señora, santa Reina,
santa Madre de Dios, María,
virgen hecha iglesia,
elegida por el santísimo Padre del cielo,
consagrada por él con su santísimo Hijo amado
y el Espíritu Santo Defensor,
en ti estuvo y está
toda la plenitud de la gracia y todo bien!
¡Salve, palacio de Dios!
¡Salve, tabernáculo suyo!
¡Salve, casa suya!
¡Salve, vestidura suya!
¡Salve, esclava suya!
¡Salve, Madre suya!
Y, ¡salve, todas vosotras santas virtudes,
que, por la gracia e iluminación del Espíritu Santo,
sois infundidas en los corazones de los fíeles,
para hacerlos, de infieles, fieles a Dios!



Nota del Blog: Les dejo queridos Amigos este vídeo que muestra una representación de una entrevista Periodística hecha a San Francisco de Asís contando la Historia de su vida y obra.A pesar de ser una obra de ficción es muy  entretenida y bien actuada. 
    

miércoles, 5 de febrero de 2014

"La venida del Mesías, en gloria y majestad"

"La venida del Mesías, en gloria y majestad"
Tomo I

Observaciones de Juan Josafat Bem-Ezra
Manuel Lacunza.




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Prólogo

     No me atreviera a exponer este escrito a la crítica de toda suerte de lectores, si no me hallase suficientemente asegurado: si no lo hubiese hecho pesar una y muchas veces en las mejores y más fieles balanzas que me han sido accesibles, si no hubiese, digo, consultado a muchos sabios de primera clase, y sido por ellos asegurado (después de un prolijo y riguroso examen) de no contener error alguno, ni tampoco alguna cosa de sustancia digna de justa reprensión.
     Mas como este examen privado (que por mis grandes temores, bien fundado en el claro conocimiento de mi nada, lo empezé a pedir tal vez antes de tiempo) no pudo hacerse con tanto secreto que de algún modo no se trasluciese, entraron con esto en gran curiosidad algunos otros sabios de clase inferior, en quienes por entonces no se pensaba, y fue necesario, so pena de no leves inconvenientes, condescender con sus instancias. Esta condescendencia inocente y justa ha producido, no obstante, algunos efectos poco agradables, y aun positivamente perjudiciales: ya porque el escrito todavía informe se divulgó antes de tiempo y sazón; ya porque en este estado todavía informe se sacaron de él algunas copias contra mi voluntad, y sin serme posible el impedirlo; ya también y principalmente, porque algunas de estas copias han volado más lejos de lo que es razón, y una de ellas, según se asegura, ha volado hasta la otra parte del océano, en donde dicen ha causado no pequeño alboroto, y no lo extraño, por tres razones: primera, porque esa copia que voló tan lejos, estaba incompleta, siendo solamente una pequeña parte de la obra; segunda, porque estaba informe, no siendo otra cosa que los primeros borrones, las primeras producciones que se arrojan de la mente al papel, con ánimo de corregirlas, ordenarlas y perfeccionarlas a su tiempo; tercera, porque a esta copia en si misma informe, se le habían añadido y quitado no pocas cosas al arbitrio y discreción del mismo que la hizo volar; el cual aun lleno de bonísimas intenciones, no podía menos (según su natural carácter bien conocido de cuantos le conocen) que cometer en esto algunas faltas bien considerables. Yo debo por tanto esperar de todas aquellas personas cuerdas a cuyas manos hubiese llegado esta copia infeliz, o tuviesen de ella alguna noticia, que se harán cargo de todas estas circunstancias; no juzgando de una obra por algunos pocos de papeles sueltos, manuscritos, e informes, que contra la voluntad de su autor se arrojaron al aire imprudentemente, cuando debían más antes arrojarse al fuego. Esto último pido yo, no sólo por gracia, sino también por justicia, a cualquiera que los tuviese.
     Hecha esta primera advertencia que me ha parecido inevitable, debo ahora prevenir alguna leve satisfacción a dos o tres reparos generales y obvios, que ya se han hecho por personas nada vulgares, y por consiguiente se pueden hacer.

Primer reparo
     El primero y más ruidoso de todos es la novedad. Está (dicen como temblando, y sin duda con óptima intención) en puntos que pertenecen de algún modo a la religión, como es la inteligencia y explicación de la Escritura Santa, siempre se ha mirado, y siempre debe mirarse con recelo y desecharse como peligro; mucho más en este siglo en que hay tantas novedades, y en que apenas se gusta de otra cosa que de la novedad, etc.

Respuesta
     La primera parte de esta proposición ciertamente es justa y prudentísima, así como la segunda parte parece imprudentísima, injustísima, y por eso infinitamente perjudicial. La novedad en cualquier asunto que sea, mucho más en la inteligencia y exposición de la Escritura Santa, debe mirarse siempre con recelo, y no admitirse ni tolerarse con ligereza: mas de aquí no se sigue que deba luego al punto desecharse como peligro, ni reprobarse ligeramente por sólo el título de novedad. Esto sería cerrar del todo la puerta a la verdad, y renunciar para siempre a la esperanza de entender la Escritura Divina. Todos  los intérpretes, así antiguos como no antiguos, confiesan ingenuamente (y lo confiesan muchas veces ya expresa ya tácitamente sin poder evitar esta confesión) que en la misma Escritura hay todavía infinitas cosas oscuras y difíciles que no se entienden, especialmente lo que es profecía. Y aunque todos han procurado con el mayor empeño posible dar a estas infinitas cosas algún sentido o alguna explicación, saben bien los que tienen en esto alguna práctica, que este sentido y explicación realmente no satisface; pues las más veces no son otra cosa que una pura acomodación gratuita y arbitraria, cuya impropiedad y violencia salta luego a los ojos.
     Ahora digo yo: estas cosas que hasta ahora no se entienden en la Escritura Santa, deben entenderse alguna vez, o a lo menos proponerse su verdadera inteligencia; pues no es creíble, antes repugna a la infinita santidad de Dios, que las mandase escribir inútilmente por sus siervos los profetas. Si alguna vez se han de entender, o se ha de proponer su verdadera inteligencia, será preciso esperar este tiempo, que hasta ahora ciertamente no ha llegado. Por consiguiente será preciso esperar sobre esto en algún tiempo alguna novedad. Mas si esta novedad halla siempre en todos tiempos cerradas absolutamente todas las puertas, si siempre se ha de recibir y mirar como peligro, si siempre se ha de reprobar por solo el título de novedad, ¿qué esperanza puede quedarnos? El preciso título de novedad, aun en estos  asuntos sagrados, lejos de espantar a los verdaderos sabios, por píos y religiosos que sean, debe por el contrario incitarlos más, y aun obligarlos a entrar en un examen formal, atento, prolijo, circunstanciado, imparcial de esta que se dice novedad, para ver y conocer a fondo, lo primero: si realmente es novedad o no; si es alguna idea del todo nueva, de que jamás se ha hablado ni pensado en la iglesia católica desde los apóstoles hasta el día de hoy, o es solamente una idea seguida, propuesta, explicada y probada con novedad. En lo cual no pueden ignorar los sabios católicos, religiosos y píos, que hay una suma diferencia y una distancia casi infinita. Lo segundo: si esta novedad o esta idea solo propuesta, seguida, explicada y probada con novedad, es falsa o no; es decir, si se opone o no se opone a alguna verdad de fe divina, cierta, segura, e indisputable, si es contraria o no contraria, sino antes conforme a aquellas tres reglas, únicas e infalibles de nuestra creencia, que son: primera, la Escritura Divina entendida en sentido propio y literal; segunda, la tradición, no humana, sino divina: la tradición, digo, no de opinión sino de fe divina, cierta, inmemorial, universal y uniforme (condiciones esenciales de la verdadera tradición divina); tercera, la definición expresa y clara de la Iglesia congregada en el Espíritu Santo.
     Lejos de temer un examen formal por esta parte, o por las tres reglas únicas e infalibles, arriba dichas, es precisamente el que deseo y pido con toda la instancia posible; ni temo otra cosa sino la falta de este examen, exacto y fiel. Si las cosas que voy a proponer (llámense nuevas, o solo propuestas y tratadas con novedad) se hallaren opuestas, o no conformes con estas tres reglas infalibles, y si esto se prueba de un modo claro y perceptible, con esto sólo yo me daré al punto por vencido, y confesaré mi ignorancia sin dificultad. Mas si a ninguna de estas tres reglas se opone nuestra novedad, antes las respeta y se conforma con ellas escrupulosamente: si la primera regla que es la Escritura Santa no sólo no se opone, sino que favorece y ayuda, positivamente, claramente, universalmente; si por otra parte las dos reglas infalibles nada prohíben, nada condenan, nada impiden, porque nada hablan, etc.; en este caso ninguno puede condenar ni reprender justa y razonablemente esta novedad, por sólo el título de novedad, o porque no se conforma con el común modo de pensar. Esto sería canonizar solemnemente como puntos de fe divina, las infinitas inteligencias y explicaciones puramente acomodaticias con que hasta ahora se han contentado los intérpretes de la Escritura, prescindiendo absolutamente de la inteligencia verdadera, como saben, lloran y se lamentan los eruditos de esta sagrada facultad, especialmente sobre las profecías.

martes, 4 de febrero de 2014

La Iglesia Católica y la Salvación,por J.C. Fenton

La Iglesia Católica y la Salvación, por J.C. Fenton. Capítulo I

                         

I

EL CUARTO CONCILIO ECUMÉNICO DE LETRÁN
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En Firmiter, el primer capítulo de las declaraciones doctrinales del Cuarto Concilio de Letrán, encontramos la siguiente declaración: ““Una sola es la Iglesia universal de los fieles fuera de la cual absolutamente nadie se salva”.[1]

Esta fórmula presenta una singular semejanza con la que se encuentra en la profesión de fe prescripta por Inocencio III en 1208 para los Valdenses que querían retornar a la Iglesia: “De corazón creemos y con la boca confesamos una sola Iglesia, no de herejes, sino la Santa, Romana, Católica y Apostólica, fuera de la cual creemos que nadie se salva”[2].

Cada uno de estos documentos presenta tres proposiciones diferentes como verdades realmente reveladas por Dios, y por lo tanto como enseñanzas que los hombres están obligados a aceptar con asentimiento de fe divina. Por una implicancia inmediata y necesaria estas proposiciones condenan como heréticas las enseñanzas contradictorias a estos tres dogmas de fe Católica. Estas verdades de fe afirman:



1) Es una verdad divinamente revelada que hay sólo una verdadera ecclesia o Iglesia de Dios.
2) Es una verdad divinamente revelada que esta verdadera ecclesia es la Iglesia Católica, aquella unidad social llamada propiamente “la Iglesia universal de los fieles”.
3) Absolutamente nadie, según la propia revelación de Dios, puede salvarse si, al momento de la muerte, se encuentra “fuera” desta sociedad”.


Como consecuencia, según la enseñanza destos documentos sería herético imaginar que hay más de una unidad social que pueda ser designada como la verdadera ecclesia de Dios, que la Iglesia Católica no es esta verdadera ecclesia, o que alguna persona puede obtener la salvación fuera de la Iglesia Católica.
En un estudio como el nuestro, el valor especial destos documentos se encuentra en el hecho de que colocan el dogma de la necesidad de la Iglesia para la salvación en contra de sus propios precedentes y que ambos, particularmente la afirmación del Concilio de Letrán, resaltan claramente la necesidad real y completa de la Iglesia según los designios actuales de la providencia de Dios.

La Iglesia Católica y la Salvación, por J.C. Fenton

La Iglesia Católica y la Salvación, por J.C. Fenton


EL DOGMA DE LA SALVACIÓN EN LOS PRONUNCIAMIENTOS OFICIALES DE LA IGLESIA

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Hay varios documentos emanados del magisterio supremo de la Iglesia que tratan sobre la doctrina revelada de que nadie puede salvarse fuera de la Iglesia Católica. Las últimas ediciones del Denzinger traen más de veinte citas pertinentes a este dogma, tomadas de diferentes documentos oficiales promulgados por la Santa Sede y por los Concilios Ecuménicos. Si alguien quiere saber exactamente cómo entiende y enseña la Iglesia Católica esta verdad revelada, la mejor forma de obtener esta información es leyendo y estudiando estas declaraciones oficiales y autoritativas del magisterio eclesiástico.

En realidad no es necesario estudiar cada una destas declaraciones individualmente. De hecho sucede que ocho de estos pronunciamientos oficiales tomados en su conjunto dan a conocer cada uno de los aspectos de la enseñanza Católica sobre este tema que la Iglesia ha incluido en sus documentos autoritativos. De aquí que un examen de estas ocho declaraciones nos va a mostrar cada uno de los aspectos y facetas de la enseñanza oficial de la Iglesia sobre su propia necesidad para obtener la salvación eterna.
Los ocho documentos donde se encuentran estas declaraciones son:

1) Una profesión de fe Católica promulgada por el IV Concilio de Letrán (el decimosegundo entre los Concilios Ecuménicos) en 1215, durante el pontificado de Inocencio III.

2) La Bula Unam Sanctam, publicada por Bonifacio VIII el 18 de noviembre de 1302.

3) El decreto para los Jacobitas en la Bula Cantate Domino, publicada por Eugenio IV el 4 de febrero de 1442 e incluída en las Acta del Concilio de Florencia, el décimo séptimo entre los Concilios Ecuménicos.

4) La alocución Singulari quadam, pronunciada el 9 de diciembre de 1854, el día después de la definición solemne de la Inmaculada Concepción de Nuestra Señora, por Pío IX a los Cardenales, Arzobispos y Obispos reunidos en Roma para la definición del dogma.

5) La encíclica Quanto conficiamur moerore, dirigida por Pío IX a los Obispos de Italia el 10 de agosto de 1863.

6) La carta encíclica Mystici Corporis Christi, publicada el 29 de junio de 1943 por Pío XII.

7) La carta Suprema haec sacra, enviada por el Santo Oficio a instancias de Pío XII, a Su Excelencia el Arzobispo de Boston el 8 de Agosto de 1949.

8) La carta encíclica Humani generis, publicada por Pío XII el 12 de agosto de 1950.

Cada uno de los ocho capítulos que van a formar la primera parte deste libro va a considerar las enseñanzas de uno destos documentos sobre la necesidad de la Iglesia Católica para obtener la salvación eterna. Los documentos van a ser estudiados por orden cronológico.

Todas estas declaraciones de la Santa Sede y de los Concilios Ecuménicos deben ser aceptadas por todos los católicos con verdadero asentimiento interno puesto que son pronunciamientos autoritativos de la Iglesia docente. Lo que enseñan sobre este dogma es algo que los Católicos están obligados a sostener en conciencia. Definitivamente no es suficiente para un católico el recibirlos con lo que se ha dado en llamar “silencio respetuoso”. No es suficiente con sólo abstenerse de rechazar abiertamente lo que ha sido enseñado por la ecclesia docens en estos documentos autoritativos. Y, por lo tanto, está objetivamente mal sostener una explicación de la necesidad de la Iglesia para la salvación que sea incompatible en modo alguno con lo que la misma Iglesia ha enseñado en forma autoritativa sobre este dogma.



La Iglesia Católica y la Salvación, por J.C. Fenton

Nota del Blog: Con el Objeto de despejar dudas y aclarar la correcta y pura interpretación del Dogma Católico Extra Ecclesiam nulla Salus (Fuera de la Iglesia no hay salvación) presentamos el galardonado trabajo de Monseñor Jospeh Clifford Fenton,trabajo que refleja la Fe de la Iglesia  con respecto a este gran Dogma y su correcta interpretación no cayendo en los extremos Fenetas ni en el Modernismo imperante.Libro ampliamente recomendado en las Diócesis de EEUU luego del problema con el Padre Feneey a quienes tuvieran dudas con lo que el Dogma refleja y Enseña.Compartimos gustoso este Material inedito en Español que a medida que se va traduciendo del original en Ingles se ira posteando.No obstante al ser traducido en capítulos que hacen a un tema concreto se puede ir estudiando sin problemas.Se Anexa un audio en Mp3 mediante un sistema de lectura virtual,con el texto para los que gusten escuchar al mismo tiempo que van leyendo

Original Ingles: Here 



LA IGLESIA CATÓLICA Y LA SALVACIÓN
A la luz de los recientes pronunciamientos de la Santa Sede.
(1958)


Por Monseñor Jospeh Clifford Fenton,
Miembro de la Academia Teológica Pontifical Romana.
Consejero de la Sagrada Congregación de los Seminarios y Universidades.
Profesor de Teología Dogmática Fundamental en la Universidad Católica de América.
Editor del Amercian Ecclesiastical Review.




Descargar Audio Mp3: Aquí

INTRODUCCIÓN

En su encíclica Humani generis Pío XII hizo referencia a una frase de su gran predecesor, Pío IX, diciendo que la función más noble de la sagrada teología es la de mostrar de qué manera la doctrina revelada definida por la Iglesia se encuentra en las fuentes de la revelación –esto es, en la Sagrada Escritura y en la tradición divino-apostólica- en la misma manera en que la Iglesia lo propuso. Este libro es el resultado de un esfuerzo laborioso y humilde de hacer esto con referencia a lo que la autoridad eclesiástica ha enseñado y definido sobre la necesidad de la Iglesia para obtener la salvación.

Pocos dogmas de la fe Católica han sido comentados e interpretados en la literatura teológica y religiosa del siglo XX en forma tan frecuente y extensiva como aquel que nos enseña que no hay salvación fuera de la verdadera Iglesia de Jesucristo. De aquí que todo libro nuevo sobre este tema debe intentar ofrecer, por lo menos, alguna ventaja teológica que no se encuentra en la literatura Católica actual. El autor del presente trabajo cree sinceramente que su publicación se justifica por estas tres razones:


1) Este libro cita, y mucho, las afirmaciones y definiciones de la Santa Sede y de los Concilios Ecuménicos pertinentes a la necesidad de la Iglesia para obtener la salvación eterna. Analiza estos pronunciamientos y resalta explícitamente las enseñanzas católicas a las que se refiere y las que están implícitas. Luego examina el dogma, según ha sido afirmado y explicado por el magisterio de la Iglesia, a la luz de lo que las fuentes de la revelación dicen sobre la natura de la Iglesia y sobre el proceso de la salvación y de la santificación. Así se puede mostrar que lo que la Iglesia siempre ha enseñado y definido sobre este tema es precisamente lo que el mensaje divino, contenido en la Escritura y en la tradición, enseña sobre el reino sobrenatural de Dios.

Toda persona familiarizada con lo que se ha escrito en nuestros tiempos sobre este dogma está al tanto que en una gran mayoría de los casos estos escritos han versado por lo general, si es que no exclusivamente, sobre la prueba y explicación de cómo este dogma no significa que sólo los miembros de la Iglesia pueden salvarse. Esto, por supuesto, es perfectamente cierto. El magisterio eclesiástico, al enseñar y proteger este dogma, insiste en que no hay salvación fuera de la Iglesia Católica y al mismo tiempo insiste igualmente que la persona que muere sin haber sido jamás miembro de la Iglesia Católica puede obtener la Visión Beatífica.

Pero si, a los fines prácticos nos limitamos al exponer el dogma a asegurar que no implica que todo hombre que muere como no-miembro de la Iglesia Católica no se pierde necesariamente por toda la eternidad -como muchos escritos modernos sobre este tema suelen hacer- tendemos a perder de vista los misterios centrales de la misericordiosa dispensación de Dios en el orden sobrenatural. Puesto que, y esto no lo debemos olvidar, las verdades reveladas sobre la necesidad de la Iglesia Católica para obtener la salvación eterna pertenece al orden de los grandes misterios sobrenaturales, los cuales están relacionados con la doctrina revelada de Dios sobre la gracia, el proceso de salvación, la obra de la Redención, y la Santísima Trinidad. Al mostrar de qué forma están contenidas en las fuentes de la revelación las enseñanzas del magisterio eclesiástico de la misma manera en que han sido enseñadas y definidas por la Iglesia, podemos ver este dogma de la Iglesia precisamente como la expresión precisa y autoritativa de un misterio revelado.

lunes, 3 de febrero de 2014

Palabras de Vida.Inspiradas en el Misal


Mientras mas queridos somos de Dios,mas sufrimos en este mundo.
Jesús,el hijo muy amado de Dios,ha sufrido como jamas hombre alguno ha sufrido. María, nuestra Madre,es la Madre dolorosa.
Por que?
Porque Dios es infinitamente bueno.Da a los incrédulos,a los malos que no tendrán la dicha de gozar de su hermoso paraíso,los bienes de este mundo,bienes que duran algunos años,pero que pasan para siempre.
Pero a sus amigos,les da los bienes eternos,puesto que todo sufrimiento soportado por Dios y en unión con Jesús,tendrá una recompensa inefable por toda la eternidad.
Por eso fue María tan pobre;por eso toda su vida fue un martirio,desde que el santo anciano Simeon,le predijo los sufrimientos de su hijo.
A menudo,los mas grandes amigos de Dios sufren mucho en esta tierra,a fin de no apegarse a las cosas de este mundo,puesto que han de tener luego una felicidad infinita por toda la eternidad



Dom Columba Marmion