“Prefiero equivocarme creyendo en un Dios que no existe, que equivocarme no creyendo en un Dios que existe. Porque si después no hay nada, evidentemente nunca lo sabré, cuando me hunda en la nada eterna; pero si hay algo, si hay Alguien, tendré que dar cuenta de mi actitud de rechazo”Blas Pascal

sábado, 8 de febrero de 2014

La Iglesia Católica y la Salvación, por J.C. Fenton

La Iglesia Católica y la Salvación, por J.C. Fenton. Capítulo II (I de III)

II
LA BULA UNAM SANCTAM



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El segundo de los ocho documentos del magisterio eclesiástico de los que nos estamos ocupando es la famosa Bula Unam sanctam, promulgada por Bonifacio VIII el 18 de Noviembre de 1302. Tanto el pasaje que abre como el que cierra este pronunciamiento pontifical contienen declaraciones muy importantes sobre este dogma.

La sección con la que se abre la Unam sanctam afirma el dogma mismo y agrega algunas cosas que no se encuentran en ninguna declaración previa de la Iglesia docente.

“Por apremio de la fe, estamos obligados a creer y mantener que hay una sola y Santa Iglesia Católica y la misma Apostólica, y nosotros firmemente la creemos y simplemente la confesamos, y fuera de ella no hay salvación ni perdón de los pecados, como quiera que el Esposo clama en los cantares: Una sola es mi paloma, una sola es mi perfecta. Única es ella de su madre, la preferida de la que la dio a luz [Cant. 6, 8]. Ella representa un solo cuerpo místico, cuya cabeza es Cristo, y la cabeza de Cristo, Dios. En ella hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo [Eph. 4, 5]. Una sola, en efecto, fue el arca de Noé en tiempo del diluvio, la cual prefiguraba a la única Iglesia, y, con el techo en pendiente de un codo de altura, llevaba un solo rector y gobernador, Noé, y fuera de ella leemos haber sido borrado cuanto existía sobre la tierra.
Mas a la Iglesia la veneramos también como única, pues dice el Señor en el Profeta: Arranca de la espada, oh Dios, a mi alma y del poder de los canes a mi única [Ps. 21, 21]. Oró, en efecto, juntamente por su alma, es decir, por sí mismo, que es la cabeza, y por su cuerpo, y a este cuerpo llamó su única Iglesia, por razón de la unidad del esposo, la fe, los sacramentos y la caridad de la Iglesia. Ésta es aquella túnica del Señor, inconsútil [Ioh. 19, 23], que no fue rasgada, sino que se echó a suertes. La Iglesia, pues, que es una y única, tiene un solo cuerpo, una sola cabeza, no dos, como un monstruo, es decir, Cristo y el vicario de Cristo, Pedro, y su sucesor, puesto que dice el Señor al mismo Pedro: Apacienta a mis ovejas [Ioh. 21, 17]. Mis ovejas, dijo, y de modo general, no éstas o aquéllas en particular; por lo que se entiende que se las encomendó todas. Si, pues, los griegos u otros dicen no haber sido encomendados a Pedro y a sus sucesores, menester es que confiesen no ser de las ovejas de Cristo, puesto que dice el Señor en Juan que hay un solo rebaño y un solo pastor [Ioh. 10, 16]. “[1]

La primera sección de la Unam sanctam contiene la afirmación del dogma y tres explicaciones tremendamente importantes. La necesidad de la Iglesia para la obtención de la salvación eterna se describe en términos de la relación de la vida sobrenatural de la gracia santificante con la salvación misma, en términos de la unidad y unicidad de la vera ecclesia de Dios, y en términos de la visibilidad de esa ecclesia según la condición del Nuevo Testamento.

La declaración del dogma en la Unam sanctam difiere un poco de lo afirmado en Firmiter. En el documento más antiguo encontramos la afirmación de que absolutamente nadie se salva fuera de la Iglesia Católica. La Unam sanctam, por otra parte, nos enseña que la salvación misma no puede encontrarse fuera de esta sociedad. Es claro que ambas proposiciones tienen el mismo sentido, ambas insisten en que el proceso de salvación es algo que se encuentra dentro del verdadero reino de Dios en la tierra, y que el hombre tiene que estar de alguna manera dentro desta unidad social si quiere obtener esta gracia divina.


La primera de las explicaciones ofrecidas en la Unam sanctam, a saber la enseñanza que ni la salvación ni la remisión de los pecados pueden obtenerse fuera de la Iglesia Católica, es esencialmente importante para entender claramente la doctrina de la necesidad de la Iglesia. La remisión de los pecados, original o mortal, es una parte absolutamente necesaria en el proceso de la salvación de los hombres en este mundo. Al enseñarnos que esta primera salvación no puede tener lugar fuera del reino sobrenatural de Dios sobre la tierra, el Papa Bonifacio VIII ha enfocado nuestra atención sobre la natura de la salvación misma.

Considerada activamente o como proceso, la salvación consiste en salvar un hombre, en llevarlo de una mala condición, una condición en la cual la continuación de la vida es imposible, a una situación de seguridad y goce. Desta forma un hombre es salvado si se lo saca de un barco que se hunde y se lo lleva a otro navío en condiciones de navegar, y desde allí hacia su casa en tierra. Considerada objetivamente, la salvación es el beneficio que recibe el que es salvado.

En el vocabulario de la fe y de la sagrada teología, el proceso de salvación tiene lugar cuando alguien es removido de una condición de muerte espiritual (pecado original o mortal) y trasladado a la condición en la cual goza la amistad sobrenatural de Dios y la posesión de la vida de la gracia santificante. Este proceso es llevado a su término final cuando, en la posesión de la Visión Beatífica, aquel que es salvado alcanza la perfección última e interminable de la vida de la gracia, y donde queda exento para siempre de la posibilidad de perderla.

Así pues, en términos absolutos y en última y instancia, la salvación en el orden teológico se encuentra en la obtención de la Visión Beatífica. Cuando se dice que no hay salvación fuera de la Iglesia Católica es en este sentido que se emplea. Pero, para cada una de las personas que vienen a este mundo en estado de pecado original, el perdón del pecado original o mortal es una parte integral y absolutamente necesaria del proceso de salvación. La lección más importante enseñada en la Unam sanctam es la verdad de que esta remisión del pecado, original o mortal, no se puede obtener fuera del reino sobrenatural de Dios aquí en la tierra, la sociedad que conocemos con el nombre de Iglesia Católica.

Para poder entender este aspecto del misterio de la Iglesia, debemos tener en cuenta el hecho, presentado a nosotros en la doctrina Católica, que la Visión Beatífica es un acto vital, la expresión última y perfectiva de una vida genuinamente sobrenatural. Además, debemos comprender que en realidad, por institución divina, para el hombre no hay una tercera opción entre la aversión pecaminosa de Dios o la posesión de la vida sobrenatural de la gracia santificante.


El orden sobrenatural

La salvación a la cual se refiere la Iglesia Católica cuando enseña el dogma de su propia necesidad es inherente y esencialmente algo sobrenatural. La visión Beatífica, en cuya adquisición se completa el proceso de salvación, es la aprehensión intelectual directa y clara de Dios en la Trinidad de sus Personas. Como tal, es un acto absolutamente más allá del poder, competencia o exigencias naturales de cualquier creatura, actual o posible. Esta clase de operación puede llamarse natural sólo en Dios mismo.

Se dice que un acto es natural a un ser cuando cae dentro del área de su competencia natural. En términos de entendimiento o inteligencia (y es dentro del marco del entendimiento que debe discernirse la distinción última entre lo natural y lo intrínsecamente sobrenatural), se dice que un acto es natural cuando la aprehensión de alguna realidad cae dentro de la esfera del objeto propio de la inteligencia de esa creatura.

No es muy difícil entender esto con un ejemplo. El objeto propio de la inteligencia humana, en cuanto tal, se encuentra en las esencias o naturas de los seres materiales. El hombre se define como un animal racional. Su actividad natural está en el plano de su propio ser. Está naturalmente constituído de forma tal de poder entender las realidades que percibe a través de la actividad de sus facultades sensitivas. Básica y primariamente lo que puede entender naturalmente es el mundo del ser que conoce por medio de aquella actividad de los sentidos propia a él.

Su actividad intelectual es veramente un conocimiento del ser. Es capaz de conocer, a través del entendimiento de las realidades sensibles que caen dentro de la esfera del ser que constituyen el objeto propio de su inteligencia humana, que estas realidades no pueden ser como son ni actuar como actúan a menos que hayan sido mantenidas en la existencia y en la operación por una Causa absolutamente Primera. Empleando el proceso de eliminación y excelencia, puede entender lo que esta Primera Causa no es, y como puede designarse con precisión, aunque inadecuadamente, por medio de conceptos y palabras humanas. En última instancia, trabajando dentro de la línea de esta actividad intelectual humana natural, el hombre puede llegar a la etapa de la perfección intelectual natural en la cual deviene consciente, precisamente en y a través de su comprensión y reconocimiento de las esencias de los seres materiales, de la belleza y orden del universo, con su deslumbrante multitud de criaturas dependientes de Dios y trabajando para Su gloria.

Puede haber, y de hecho existen, criaturas intelectuales completamente superiores al hombre. Pero aún así, en cada uno de los casos estas criaturas inevitable y necesariamente deben tener su actividad intelectual natural en el plano de su propio ser. Toda creatura, en cuanto tal, es un ser en el cual la existencia es algo realmente distinto de la esencia. No hay ni puede haber alguna creatura que exista necesariamente. Todas han recibido y seguirán recibiendo todo el ser que poseen de Dios mismo.

De aquí que el objeto propio formal de la inteligencia de cualquier creatura, actual o posible, es necesariamente algo en el nivel de lo creado. Toda creatura intelectual puede arribar al conocimiento de Dios como Causa Primera de las criaturas por el examen de la realidad que cae dentro del compás de ese objeto formal propio. La claridad y profundidad de este conocimiento va a ser más perfecto según que la creatura intelectual misma sea más perfecta. Así, el conocimiento natural de Dios que tenga un espíritu puro creado, va a ser inmensamente mejor que cualquier conocimiento natural que el hombre, animal racional, pueda tener de Él. Pero este conocimiento natural de Dios por un espíritu puro creado, en última instancia, va a permanecer dentro del rango del entendimiento de Dios conocido a través de un examen de los efectos que ha producido en el universo creado. Será, pues, un conocimiento intelectual de Dios en la unidad de Su Natura pero no de la Santísima Trinidad.

Por otra parte hay una especie de conocimiento de Dios que es natural sólo a Él mismo. En el acto de conocimiento infinitamente perfecto que en manera alguna difiere de Sí mismo, el Dios Trino se ve a Sí mismo perfectamente en la Trinidad de Sus Personas, realmente distinta una de la otra, pero subsistiendo en una y la misma natura divina con la cual se identifica cada una de las tres Personas.

La verdad básica del trato de Dios con las criaturas se encuentra en el hecho de que fue del agrado de Su bondad y sabiduría el dotar estas criaturas intelectuales con esa clase de conocimiento de Él, que Él mismo posee. Así, para los espíritus puros creados (los ángeles), y para toda la raza humana, Dios ha establecido un fin o perfección final completamente distinta y superior al fin que hubieran estado ordenados naturalmente. En razón de Su decreto la única perfección y felicidad última y eterna disponibles para estas criaturas intelectuales es este bien intrínsecamente sobrenatural, el conocimiento y posesión de Sí mismo en la Trinidad de las divinas personas en la claridad de la Visión Beatífica.

El conocimiento intelectual inmediato de Dios en la Trinidad de sus Personas es, por su propia esencia, algo por encima y más allá de las necesidades y merecimientos de las criaturas intelectuales. Además, es un acto vital acompañado y formando parte con otros actos que, en su conjunto, constituyen una vera vida sobrenatural. El amor de amistad de Dios, como se da en la Trinidad de las Personas, es uno de ellos.

Ahora bien, la segunda verdad sobre el orden sobrenatural es el hecho de que Dios, en su sabiduría y bondad, ha querido dar la Visión Beatífica a Sus criaturas intelectuales como algo que tienen que ganar o merecer. Es bastante obvio que este beneficio no puede obtenerse por medio del cumplimiento de alguna actividad en un plano meramente natural. La única clase de actividad que pueda veramente merecer la Visión Beatífica es aquella dentro del orden sobrenatural mismo, el trabajo de la vida esencialmente sobrenatural. De aquí que para toda criatura intelectual llamada a la posesión y gozo de la Visión Beatífica, existe un período en el cual esta vida de la Visión Beatífica debe ser vivida en una etapa preparatoria o militante. Para los hijos de Adán, este período se encuentra en la vida de este mundo.

De aquí que Dios quiere que el hombre viva y crezca en la vida de la Visión Beatífica en este mundo de forma tal de ser capaz de merecer la posesión y goce eterno del Dios Trino en el mundo venidero. En este período de prueba y preparación es obvio que la Visión Beatífica misma no puede alcanzarse. Aquello que se está mereciendo no se puede disfrutar mientras se lo está mereciendo. Y así, durante esta vida, la conciencia sobrenatural de Dios que guía e ilumina la vida sobrenatural es la fe divina, la cual consiste en la aceptación cierta del mensaje de Dios sobre Sí mismo y sobre los decretos eternos y salvíficos de Su providencia con respecto a nosotros. Es esencialmente sobrenatural en cuando nos habla de Dios en la Trinidad de sus Personas. La fe es intrínsecamente una preparación y un substituto de la Visión Beatífica, puesto que transmite información sobre aquella Realidad misma que eventualmente esperamos entender y ver en la gloria de la Visión Beatífica. Al mismo tiempo es completamente distinta y superior a cualquier tipo de conocimiento meramente natural de Dios.

El amor de caridad que va a acompañar a los santos en la Visión Beatífica por toda la eternidad también debe acompañar el acto y la virtud de la fe en este mundo. Y, donde está presente esta caridad, la vida sobrenatural misma, existe y opera.

Los principios sobrenaturales inmediatos de la vida sobrenatural en este mundo son las virtudes teológicas y morales infusas y los dones del Espíritu Santo. El principio sobrenatural último intrínseco y creado de esta vida es la cualidad que llamamos gracia santificante, la cual actúa como el principio creado último e intrínseco de la vida sobrenatural en este mundo y en el otro.

Ahora bien, el proceso de salvación consiste en primer lugar en la entrega de esta vida de la gracia santificante sobre aquella persona que hasta entonces no lo poseía. En última instancia consiste en el otorgamiento de la Visión Beatífica a este individuo. Pues, según la propia institución de Dios, según nos lo ha dado a conocer en el mensaje que nos ha revelado en su Hijo Jesucristo, la vida de la gracia santificante en el cielo, la vida de la Visión Beatífica misma, sólo puede disfrutarse como la continuación y goce de la vida de la gracia que ha comenzado a operar en este mundo, y que existe en el preciso momento en que el individuo pasa de esta vida a la otra. Los únicos que van a ver a Dios en el cielo son los que han salido de esta vida en estado de gracia.

Así, pues hay dos cosas a tener en cuenta en el otorgamiento de la Visión Beatífica. La primera es el don de la vida de la gracia a la persona en este mundo y la segunda es la obtención actual del entendimiento claro y de la posesión del Dios Trino en el cielo. Es enseñanza de la Unam sanctam que estos dos beneficios sólo pueden obtenerse dentro de la Iglesia Católica.


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[1] Dz. 468. “Unam sanctam Ecclesiam catholicam et ipsam apostolicam urgente fide credere cogimur et tenere, nosque hanc firmiter credimus et simpliciter confitemur, extra quam nec salus est nec remissio peccatorum, sponso in Canticis proclamante: una est columba mea, perfecta mea. Una est matri suae, electa genitrici suae (Ct. 6, 8); quae unum corpus mysticum repraesentat, cuius caput Christus, Christi vero Deus. In qua “unus Dominus, una fides, unum baptisma” (Ef. 4, 5). Una nempe fuit diluvii tempore arca Noe, unam Ecclesiam praefigurans, quae in uno cubito consummata unum, Noe videlicet, gubernatorem habet et rectorem, extra quam omnia subsistentia super terram legimus fuisse delecta. Hanc autem veneramur et unicam, dicente Domino in Propheta: “Erue a framea, Deus animam meam, et de manu canis unicam meam” (Sal. 21, 21). Pro anima enim, id est pro se ipso capite simul oravit et corpore, quod corpus unicam scilicet Ecclesiam nominavit, propter sponsi, fidei, sacramentorum et caritatis Ecclesiae unitatem. Haec est tunica illa Domini inconsutilis (Jn. 19, 23), quae scissa non fuit, sed sorte provenit. Igitur Ecclesiae unius et unicae unum corpus, unum caput, non duo capita quasi monstrum, Christus videlicet et Christi vicarius Petrus, Petrique successor, dicente Domino ipsi Petro: “Pasce oves meas” (Jn. 21, 17). Meas, inquit, et generalilter, non singulariter has vel illas: per quod commisisse sibi intelligitur universas. Si ergo Graeci sive alii se dicant Petro eiusque successoribus non esse commissos: fateantur necesse se de obivus Christi non esse, dicente Domino in Ioanne, unum ovile et unicum esse pastorem (Jn. 10, 16).”

Texto Traducido blog: http://engloriaymajestad.blogspot.com.ar/

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