“Prefiero equivocarme creyendo en un Dios que no existe, que equivocarme no creyendo en un Dios que existe. Porque si después no hay nada, evidentemente nunca lo sabré, cuando me hunda en la nada eterna; pero si hay algo, si hay Alguien, tendré que dar cuenta de mi actitud de rechazo”Blas Pascal

domingo, 2 de octubre de 2011

Alocuciones sobre la Familia-S.S PIVS XII

                                                   EL GOZO INMUTABLE

17 de Mayo de 1939. (DR. 1, 127)

            Siempre son gratas a nuestra mirada, y más gratas todavía a nuestro corazón, estas reuniones de recién casa­dos que vienen al Padre común de las almas para recibir su bendición, que quiere ser – y es en realidad – signo y prenda de la de Dios.
            Pero nos resulta especialmente grata esta de hoy, en el día que precede a la fiesta de Nuestro Señor Jesucris­to. Es la fiesta del gozo puro, de la esperanza serena, de los deseos santos:, de los que parece como un reflejo la solemnidad de vuestras bodas, queridos esposos, porque en el matrimonio cristiano que habéis celebrado ante el Santo Altar, todo parece suscitar y anunciar gozo, espe­ranza, deseos, propósitos. Para que estos sentimientos que han alegrado y alegran vuestros corazones, sean profun­damente sinceros y durables, unidlos a los que os sugiere la gran festividad de mañana.
            Sea puro vuestro gozo, como el de los Apóstoles que se retiraron del monte de los olivos[1], después de ha­ber asistido a la Gloriosa Ascensión del Señor, “cum, gaudio magno[2] , con el corazón rebosante de alegría por gloria de Jesús que coronaba su vida terrena con esta triunfal entrada en el cielo: de alegría por su propia felicidad eterna que entreveían en el triunfo del divino Maestro.
                Sobre estos motivos, amadísimos hijos, debe fundarse vuestro gozo para ser verdadero y puro: y así como aqué­llos no pueden jamás disminuir, tampoco vuestra alegría estará sujeta a las mutaciones de los goces efímeros que el mundo promete: “Pacem meam do vobis: non quomo­do mundus dat, Ego vo vobis[3], había dicho Jesús.
                El gozo de aquel día se perpetúa y se dilata en los corazones de los fieles de Cristo, porque se sostiene en la más segura esperanza: “Yo voy al cielo a preparar el puesto para vosotros[4] , dijo el mismo Señor nuestro: y añadía: “Recibiréis la virtud del Espíritu Santo, que ven­drá sobre vosotros[5]. Promesas magníficas; la promesa del cielo y la promesa de la efusión de las gracias del Espíritu Santo. Todo esto debe animar vuestra fe, alimentar y robustecer vuestra esperanza, elevar vuestros pensamientos y vuestros deseos. Ésta es la oración de la Iglesia en la Sagrada Liturgia. “Dios omnipotente nos conc­eda que, así como creemos que este día subió el Redentor al cielo, también nosotros vivamos en espíritu entre las cosas celestiales”, y también: “entre las vicisitudes muda­bles de la vida terrena, estén fijos nuestros corazones allí donde únicamente se encuentran los verdaderos gozos: “inter mundanas varietates ibi nostra fixa sint corda, ubi vera sunt gaudia[6].
                Y Nos os bendecimos, queridos esposos, en nombre de aquel Jesús que bendijo a los Apóstoles y a los primeros discípulos mientras subía al cielo, “dum benediceret illis recessit ab eis et ferebatur in coelum[7].


          [1]  Act. I, 12.
          [2]  Luc. XXIV, 52.
          [3]  Jn. XIV, 27.
          [4]  Jn. XIV, 2.
          [5]  Act. I, 8.
          [6]  Dom. IV post Pascha.
          [7]  Luc. XXIV, 51.

FUNDADORES DE NUEVAS FAMILIAS


24 de Mayo de 1939. (DR. 1, 1317.)


6.         Nos sentimos verdaderamente contentos y profundamente conmovidos al ver que habéis venido a Nos, queri­dos esposos, después que en. la bendición nupcial habéis santificado y consagrado vuestro afecto, y habéis depositado a los pies del altar la promesa de una vida cada vez más intensamente cristiana. Porque de ahora en adelante debéis sentiros doblemente obligados a vivir como verdaderos cristianos: Dios quiere que los esposos sean cónyuges cristianos y padres cristianos.
            Hasta ayer habéis sido hijos de familia sujetos a los deberes propios de los hijos: pero desde el instante de vuestro matrimonio habéis venido a ser fundadores de nuevas familias: de tantas familias cuantas son las parejas de esposos que Nos rodean.
            Nuevas familias destinadas a alimentar la sociedad civil con buenos ciudadanos, que procuren solícitamente a la sociedad misma aquella salvación y aquella seguridad de las que quizás nunca se ha sentido tan necesitada co­mo ahora: destinadas igualmente a alimentar la Iglesia de Jesucristo, porque es de las nuevas familias de donde la Iglesia espera nuevos hijos de Dios, obedientes a sus san­tísimas leyes: destinadas, en fin, a preparar nuevos ciu­dadanos para la patria celeste, cuando termine esta vida temporal.
            Pero todos estos grandes bienes, que en el nuevo es­tado de vida estáis llamados a producir, solamente po­dréis prometéroslos sí vivís como esposos. y padres cris­tianos.
            Vivir cristianamente en el matrimonio significa cumplir con fidelidad, además de todos los deberes comunes a todo cristiano y a todo hijo de la Iglesia Católica, las obligaciones propias del estado conyugal. El Apóstol San Pablo, escribiendo a los primeros esposos cristianos de Efeso, ponía de relieve sus mutuos deberes, y les exhor­taba enérgicamente de este modo: “Esposas, estad suje­tas a vuestros maridos, como al Señor, porque el marido es cabeza de la esposa, como Cristo es cabeza de la Iglesia”[1]. “Esposos, amad a vuestras mujeres, como Cristo amó a la Iglesia y dió su vida por ella”[2]. “Y vosotros, oh padres”, continuaba el Apóstol, “no provoquéis a ira a vuestros hijos: antes educadlos en la disciplina y en las enseñanzas del Señor”[3].
                Al recordaros, amados esposos, la observancia de es­tos deberes, os auguramos toda clase de bienes: y os im­partimos aquella bendición que habéis venido a pedir al Vicario de Cristo, y que deseamos descienda copiosa tan­to sobre las familias de que procedéis cuanto sobre las nuevas a las que dais principio.


          [1]  Ef. V, 22-23.
          [2]  Ef. V, 25.
          [3]  Ef. V, 4.

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