“Prefiero equivocarme creyendo en un Dios que no existe, que equivocarme no creyendo en un Dios que existe. Porque si después no hay nada, evidentemente nunca lo sabré, cuando me hunda en la nada eterna; pero si hay algo, si hay Alguien, tendré que dar cuenta de mi actitud de rechazo”Blas Pascal

sábado, 1 de octubre de 2011

MONACATO E HISTORIA SOCIAL LOS ORIGENES DEL MONACATO Y LA SOCIEDAD DEL BAJO IMPERIO ROMANO 5ta Parte


4)              El monacato urbano de San Basilio de Cesarea 


            Fueron muchos y variados los intentos que se llevaron a cabo para acabar con el problema. Eran dos las alternativas que se planteaban. La primera era que la Iglesia se amoldase a los esquemas de valores y a la concepción del cristianismo que representaban los monjes. Esto resultaba absolutamente inviable en una Iglesia totalmente integrada a partir de Constantino en las estructuras del Imperio romano y, de haberse llevado a cabo, hubiese significado el hundimiento del Estado. La otra vía era la integración del monacato en las estructuras eclesiásticas en vigor. Esta vía la intentaron muchos obispos, pero hubo dos factores, o mejor dicho, dos personas que desempeñaron un papel fundamental, San Atanasio de Alejandría y San Basilio de Cesarea. La acción del primero fue coyuntural y marginal respecto a la evolución interna del monacato. Cuando surge el problema del arrianismo, San Atanasio, como es bien sabido, se convirtió en uno de los principales defensores y portaestandarte de la teología nicena, y en la lucha que emprendió contra los arríanos supo atraerse el apoyo de los monjes egipcios. La Vita Antonii le ofreció la oportunidad de consolidar y difundir esta alianza presentando una imagen del gran anacoreta leal a la causa del obispo y al credo niceno. Este hecho tuvo una enorme trascendencia pues, cuando, tras la muerte del emperador Valente (378), se impuso en Oriente la teología nicena, la mayoría de los monjes egipcios eran seguidores de esta concepción, lo que facilitó en gran medida el entendimiento entre la Iglesia y los monjes. La importancia que este hecho tuvo se puede deducir de la comparación con lo que sucedió en el siglo siguiente con el monofisismo: en este caso la mayor parte de los monjes orientales, en Siria y Egipto principalmente, se adhirieron a esta doctrina, lo que provocó una ruptura de hecho de estos países con el Estado bizantino y abrieron la vía a la conquista musulmana de estos territorios.
            Contemporáneo, aunque más joven que San Atanasio, fue San Basilio de Cesarea. También Basilio jugó en el campo doctrinal junto con los otros obispos denominados Padres capadocios, a saber, su hermano San Gregorio de Nisa y su amigo San Gregorio de Nacianzo, un papel decisivo en el triunfo de la teología nicena. Pero fue su actividad en el ámbito del movimiento monástico lo que aquí queremos resaltar. San Basilio pertenecía a la aristocracia helenizada de las regiones interiores de Asia Menor que había aceptado pronto el cristianismo. Fue un hombre profundamente imbuido de la cultura clásica, estudió en Constantinopla y Atenas, pero cuando iniciaba una brillante carrera como rétor y político se sintió también profundamente atraído por el ascetismo monástico. El principal difusor de éste en el interior de Asia Menor era en esta época Eustacio de Sebaste, quien preconizaba un ascetismo extremo con marcada influencia encratista. Eustacio se había ganado a la hermana y a la madre de San Basilio y después al propio Basilio, que se hizo un ferviente seguidor suyo. Llevado del afán por conocer mejor las experiencias monacales realizó un viaje por Oriente y Egipto, donde entró en contacto con el cenobitismo pacomiano. Esta experiencia debió influir profundamente en él. Vuelto a su tierra hacia el 358, se retira a una propiedad familiar en el Ponto, donde con un grupo de seguidores, entre ellos San Gregorio Nazianceno, crea una comunidad. Pero esta experiencia de retiro ascético iba a durar poco. Hacia el 362 o 364 el obispo de Cesarea de Capadocia, Eusebio, le convenció para que se ordenara sacerdote, se convirtió en un auxiliar indispensable suyo e inició en la diócesis una enorme actividad pastoral y social. Ésta se incrementó cuando en el 370 fue elegido sucesor suyo, como obispo de Cesarea y metropolitano de Capadocia. Hasta su muerte en el 378 desplegaría una acción incansable en todos los órdenes, eclesiástico, social y político, que harán de él uno de los personajes más representativos e influyentes de su época.

            Si nos hemos detenido en señalar una serie de datos biográficos de San Basilio, se debe a que consideramos que resultan imprescindibles para valorar la influencia que tuvo en la evolución de la historia del monacato antiguo, pues le dio un rumbo nuevo y una nueva concepción que lleva el sello de las experiencias fundamentales que marcaron su propia vida: el componente ascético y rigorista de Eustacio de Sebaste, el marcado contenido social y comunitario del cenobitismo pacomiano, su dominio de la filosofía y de las formas de pensamiento y de cultura griegas y su actividad pastoral como presbítero y obispo. Este conjunto de experiencias, contradictorias muchas de ellas, contribuyeron a configurar su compleja y rica personalidad como monje, obispo y hombre de acción que le llevó a intervenir de modo decisivo en todos los problemas de su tiempo (doctrinales, de política eclesiástica, sociales, políticos, etc.) y de la que nos ha dejado testimonio en su variada y amplia obra escrita (cartas, sermones, tratados teológicos y ascéticos).

            La investigación histórica reciente ha dedicado una gran atención al análisis de la concepción basiliana de la vida monástica y a su aportación a la evolución del monacato, basándose especialmente en el estudio de las que se han denominado sus Regulae, de las que parece compuso dos ediciones diferentes, una más larga y otra más breve, contenidas en el tratado conocido como Asketikon. Este planteamiento ha llevado a establecer una serie de comparaciones con las Reglas de Pacomio como si Basilio hubiese elaborado en estos escritos un cuerpo de doctrina monástico y un código normativo para regular la vida en comunidad. Entre esta bibliografía cabe resaltar el amplio análisis realizado por E. Amand de Mendieta comparando los sistemas pacomiano y basiliano y que ha resumido muy bien García de Colombás:

            La obra de  San Pacomio es práctica y concreta, mientras que la de San Basilio se funda en una doctrina ascética y monástica coherente...  San Pacomio crea inmensos monasterios, San Basilio prefiere comunidades mucho más reducidas, auténticas «hermandades». San Pacomio centraliza, San Basilio opta por la descentralización. San Pacomio alienta la ascesis individualista, San Basilio no se fía de ella. San Pacomio impone una gran cantidad de trabajo manual, San Basilio halla un mejor equilibrio entre la oración y el trabajo...

            Todo esto es seguramente cierto y M. Mazza ha sabido glosar estas características y encuadrarlas en el contexto social en que se desarrolló la vida de San Basilio. Pero creemos que éste es un planteamiento reductor de lo que representó el monacato en la vida y la obra de San Basilio. El obispo de Cesarea, como hemos dicho, no elaboró unas reglas monásticas al estilo de Pacomio y de lo que después hará en Occidente san Benito, pues su concepción del monacato está estrechamente fundida con su propia vida y su acción como presbítero y obispo ha quedado reflejada, no en una de sus obras, sino en toda su producción literaria, y en su propia biografía. Creemos que la enorme influencia que San Basilio ejerció en la vida de la Iglesia y la sociedad de su tiempo deriva, más que del hecho de haber sido creador de comunidades monásticas y legislador de la vida comunitaria, aunque ciertamente fue ambas cosas, de que en su persona encarne un tipo de hombre nuevo, muy distinto del “Hombre Santo” que representan los ascetas egipcios en la versión de San Antonio y de San Pacomio. Para comprender esto hay que tomar de modo global la persona y la obra de San Basilio, pues, al igual que San Pacomio y San Antonio, sólo se explican en el ámbito de la sociedad egipcia en que vivieron, Basilio es un «producto» de un medio geográfico e histórico muy diferente.

            Hemos señalado antes los diversos factores que influyeron en su formación. A ello hay que añadir que en San Basilio se dan casi todas las características del «hombre nuevo» que encarnan las élites dirigentes del bajo Imperio en el Oriente del mismo: aristócrata y terrateniente, profundamente apegado a la vida urbana, rétor y amante de la cultura griega, pero con profundas convicciones cristianas, monje, presbítero y obispo. Hubo un hecho que creemos resultó decisivo en su vida: cuando, llevado de sus entusiasmos ascéticos, vivía retirado en lo que él consideraba una vida casi idílica en sus posesiones de Annesi, a orillas del río Iris en el Ponto, cedió a las presiones del obispo de Cesárea para ser ordenado sacerdote y compartir con él las responsabilidades del gobierno de la metrópoli. San Basilio aceptó, pero no renunció a seguir siendo monje. Hizo compatible la vida monacal con su actividad incansable al frente de la Iglesia. Este ideal nuevo de monje y hombre de acción, de asceta y de miembro de la jerarquía eclesiástica que él realizó en su vida, trató de infundirlo en su concepción del monacato que va desglosando a lo largo de sus obras literarias. Sacó a sus monjes del retiro de las montañas del Ponto y los convirtió en colaboradores activos de sus labores benéficas, asistenciales y eclesiásticas. La vida monástica se convirtió para él en una simple preparación o «noviciado» para la vida activa. Más que en una serie de peculiaridades formales respecto a los modelos cenobíticos anteriores, creemos que radica aquí el gran giro que Basilio acertó a dar al monacato y que determinó de modo decisivo el futuro de la Iglesia y de la vida monástica.

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