"EL SECRETO ADMIRABLE DEL SANTO ROSARIO"
San Luís María Grignion de Montfort
(PARTE I)
Excelencia del Santo Rosario manifestada por su origen y su nombre
1ª Rosa: Las oraciones del Santo Rosario
El Rosario encierra dos realidades: la oración mental y la vocal. La oración mental en el Santo Rosario es la meditación de los principales misterios de la vida, muerte y gloria de Jesucristo y de su Santísima Madre. La oración vocal consiste en la recitación de quince decenas de Avemarías precedidas de un Padrenuestro, unida a la meditación y contemplación de las quince principales virtudes que Jesús y María practicaron, conforme a los quince misterios del Santo Rosario. En la primera parte, que consta de cinco decenas, se honran y consideran los cinco misterios gozosos; en la segunda, los cinco dolorosos; y en la tercera los cinco misterios gloriosos. De este modo, el Rosario constituye un conjunto sagrado de oración mental y vocal para honrar e imitar los misterios y virtudes de la vida, muerte, pasión y gloria de Jesucristo y de María.
2ª Rosa: Origen del Santo Rosario
El Santo Rosario, compuesto fundamental y sustancialmente por la oración de Jesucristo (el Padrenuestro), la salutación angélica (el Avemaría) y la meditación de los misterios de Jesús y María, constituye, sin duda, la primera plegaria y la primera devoción de los creyentes. Desde los tiempos de los apóstoles y discípulos ha estado en uso, siglo tras siglo, hasta nuestros días. Sin embargo, el Santo Rosario, en la forma y método de que hoy nos servimos en su recitación, sólo fue inspirado a la Iglesia, en 1214, por la Santísima Virgen que lo dio a Santo Domingo para convertir a los herejes albigenses y a los pecadores. Ocurrió en la forma siguiente, según lo narra el beato Alano de la Rupe en su famoso libro titulado “Dignidad del Salterio Mariano”. Viendo Santo Domingo que los crímenes de los hombres obstaculizaban la conversión de los albigenses, entró a un bosque próximo a Tolosa y permaneció allí tres días dedicado a la penitencia y a la oración continua, sin cesar de gemir, llorar y mortificar su cuerpo con disciplina para calmar la cólera divina, hasta que cayó medio muerto. La Santísima Virgen se le apareció en compañía de tres princesas celestiales, y le dijo: «¿Sabes, querido Domingo, de qué arma se ha servido la Santísima Trinidad para reformar el mundo?». «Señora, Tú lo sabes mejor que yo – respondió él –, porque, después de Jesucristo, Tú fuiste el principal instrumento de nuestra salvación». «Pues la principal pieza de combate ha sido el salterio angélico, que es el fundamento del Nuevo Testamento. Por ello, si quieres ganar para Dios esos corazones endurecidos, predica mi Salterio Mariano».
Se levantó el Santo muy consolado. Inflamado de celo por la salvación de aquellas gentes, entró en la catedral. Al momento repicaron las campanas para reunir a los habitantes. Al comenzar él su predicación, se desencadenó una horrible tormenta, tembló la tierra, se oscureció el sol, truenos y relámpagos repetidos hicieron palidecer y temblar a los oyentes. El terror de éstos aumentó cuando vieron que una imagen de la Santísima Virgen expuesta en lugar prominente, levantaba los brazos al cielo tres veces para pedir a Dios venganza contra ellos, si no se convertían y recurrían a la protección de la Santa Madre de Dios.
Quería el cielo con estos prodigios promover esta nueva devoción del Santo Rosario y hacer que se la conociera más. Gracias a la oración de Santo Domingo, se calmó finalmente la tormenta. Prosiguió él su predicación, explicando con tanto fervor y entusiasmo la excelencia del Santo Rosario, que casi todos los habitantes de Tolosa lo aceptaron, renunciando a sus errores. En poco tiempo se experimentó un gran cambio de vida y costumbres en la ciudad.
3ª Rosa: El Santo Rosario y Santo Domingo
El establecimiento del Santo Rosario en forma tan milagrosa, guarda cierta semejanza con la manera de que se sirvió Dios para promulgar su Ley en el Monte Sinaí, y manifiesta claramente la excelencia de esta maravillosa práctica. Santo Domingo, iluminado por el Espíritu Santo e instruido por la Santísima Virgen y por su propia experiencia, dedicó el resto de su vida a predicar el Santo Rosario con su ejemplo y su palabra, en las ciudades y los campos, ante grandes y pequeños, sabios e ignorantes, católicos y herejes. El Santo Rosario, que rezaba todos los días, constituía su preparación antes de predicar y su acción de gracias después de la predicación.
Se preparaba el Santo, detrás del altar mayor de Nuestra Señora de París, con el rezo del Santo Rosario, para predicar en las fiestas de San Juan Evangelista, cuando se le apareció la Santísima Virgen y le dijo: «Aunque lo que tienes preparado para predicar sea bueno, ¡aquí te traigo un sermón mejor!» El Santo recibe de las manos de María el escrito que contiene el sermón, lo lee, lo saborea, lo comprende y da gracias por él a la Santísima Virgen. Llegada la hora del sermón, sube al púlpito y, después de haber recordado en alabanza de San Juan, tan sólo que había sido el guardián de la Reina de los Cielos, dijo a la asamblea de nobles y doctores que habían venido a escucharlo y estaban acostumbrados a oír sólo discursos artificiosos y floridos, que no les hablaría con palabras elocuentes de la sabiduría humana, sino con la sencillez y fuerza del Espíritu Santo. Les predicó el Santo Rosario, explicándoles palabra por palabra, como a los niños, la salutación angélica, sirviéndose de comparaciones muy sencillas, leídas en el escrito que le diera la Santísima Virgen. Aquí están las palabras del Sabio Cartagena que él tomó, en parte, del libro del Beato Alano de la Rupe, “Dignidad del Salterio” Afirma el Beato Alano que su padre, Santo Domingo, le dijo un día en una revelación: ¡Hijo mío!, tú predicas. Pero, para que no busques la alabanza humana sino la salvación de las almas, escucha lo que me sucedió en París. Debía predicar en la Iglesia Mayor de Santa María y quería hacerlo ingeniosamente, no por jactancia, sino a causa de la nobleza y dignidad de los asistentes. Mientras oraba, según mi costumbre, casi durante una hora, mediante la recitación de mi Salterio (es decir el Rosario) antes del sermón, tuve un éxtasis. Veía a mi amada Señora, la Virgen María, que ofreciéndome un libro me decía: «¡Por bueno que sea el sermón que vas a predicar, aquí traigo uno mejor!» Muy contento, tomé el libro, lo leí todo y, como María lo había dicho, encontré lo que debía predicar. Se lo agradecí de todo corazón. Llegada la hora del sermón, subí a la cátedra sagrada. Era la fiesta de San Juan, pero sólo dije del Apóstol que mereció ser escogido para guardián de la Reina del Cielo. En seguida hablé así a mi auditorio: «¡Señores e ilustres Maestros! Uds. están acostumbrados a oír sermones sabios y elegantes. Pero no quiero dirigirles doctas palabras de sabiduría humana, sino mostrarles el espíritu de Dios y su virtud». Entonces –añade Cartagena siguiendo al Beato Alano– Santo Domingo les explicó la salutación angélica mediante comparaciones y semejanzas muy sencillas.
El Beato Alano, como dice el mismo Cartagena, relata muchas otras apariciones del Señor y de la Santísima Virgen a Santo Domingo para instarle y animarle más y más a predicar el Santo Rosario a fin de combatir el pecado y convertir a los pecadores herejes. Oigamos este pasaje: «El Beato Alano refiere que la Santísima Virgen le reveló que Jesucristo, su Hijo, se había aparecido después de Ella a Santo Domingo y le había dicho: Domingo, me alegro de que no te apoyes en tu sabiduría y de que trabajes con humildad en la salvación de las almas sin preocuparte por complacer la vanidad humana. Muchos predicadores quieren desde el comienzo tronar contra los pecados más graves, olvidando que, antes de dar un remedio penoso, es necesario preparar al enfermo para que lo reciba y aproveche. Por ello deben exhortar antes al auditorio al amor a la oración y, especialmente, a mi salterio angélico. Porque si todos comienzan a rezarlo, no hay duda de que la clemencia divina será propicia con los que perseveran. Predica, pues, mi Rosario» (Alano de la Rupe, De D.P., c. 17; Cartagena, De S.A.D., L. 16, h. 1; CN. pág. 156.). En otro lugar dice: Todos los predicadores hacen rezar a los cristianos la salutación angélica al comenzar sus sermones, para obtener la gracia divina. La razón de ello es la revelación de la Santísima Virgen a Santo Domingo: «Hijo mío no te sorprendas de no lograr éxito con tus predicaciones. Porque trabajas en una tierra que no ha sido regada por la lluvia. Recuerda que cuando Dios quiso renovar el mundo, envió primero la lluvia de la salutación angélica. Así se renovó el mundo. Exhorta, pues, a las gentes en tus sermones a rezar el Rosario y recogerás grandes frutos para las almas." Lo hizo así el Santo constantemente y obtuvo notable éxito con sus predicaciones. Me he complacido en citarte palabra por palabra los pasajes de estos serios autores, en favor de los predicadores y personas eruditas que pudieran dudar de la maravillosa eficacia del Santo Rosario. Mientras los predicadores, siguiendo el ejemplo de Santo Domingo, enseñaron la devoción del Santo Rosario, florecían la piedad y el fervor en las Órdenes Religiosas que lo practicaban y en el mundo cristiano, pero cuando se empezó a descuidar este regalo venido del Cielo, sólo vemos pecados y desórdenes por todas partes.
4ª Rosa: El Santo Rosario y el beato Alano
Todas las cosas, inclusive las más santas, en la medida en que dependen de la voluntad humana, están sujetas a cambio. No hay, pues, por qué extrañarse de que la Cofradía del Santo Rosario no haya subsistido en su primitivo fervor sino hasta unos cien años después de su fundación. Después estuvo casi sumida en el olvido. Además la malicia y envidia del demonio han contribuido seguramente para que se descuidara el Santo Rosario, a fin de detener los torrentes de gracia divina que esta devoción atrae al mundo. Efectivamente la justicia divina afligió todos los reinos europeos en el año 1384 con la peste más temible que se haya visto jamás. Ésta se extendió desde Oriente por Italia, Alemania, Francia, Polonia, Hungría, devastando casi todos estos territorios, ya que de cada cien hombres sólo quedaba uno vivo. Las ciudades, los pueblos, las aldeas y los monasterios quedaron casi desiertos durante los tres años que duró la epidemia. Después de que, por la misericordia divina, cesaron estas calamidades, la Santísima Virgen ordenó al Beato Alano de la Rupe, célebre doctor y famoso predicador de la Orden de Santo Domingo del convento de Dinán en Bretaña, renovar la antigua Cofradía del Santo Rosario, a fin de que un Religioso del mismo lugar tuviera el honor de restaurarla. Este bienaventurado Padre comenzó a trabajar en tan noble empresa en el año 1460, sobre todo después de que el Señor, como lo cuenta él mismo, le dijo cierto día desde la Sagrada Hostia, mientras celebraba la Santa Misa, a fin de impulsarlo a predicar el Santo Rosario: «¿Por qué me crucificas de nuevo?». «¿Cómo Señor?», respondió sorprendido el Beato Alano. «Tus pecados me crucifican – respondió Jesucristo –. Aunque preferiría ser crucificado de nuevo, a ver a mi Padre ofendido por los pecados que has cometido. Tú me sigues crucificando, porque tienes la ciencia y cuanto es necesario para predicar el Rosario de mi Madre e instruir y alejar del pecado a muchas almas... Podrías salvarlas y evitar grandes males. Pero al no hacerlo, eres culpable de sus pecados». Tan terribles reproches hicieron que el Beato Alano se decidiera a predicar intensamente el Rosario. La Santísima Virgen le dijo también cierto día, para animarlo más todavía a predicar el Santo Rosario: «Fuiste un gran pecador en tu juventud. Pero yo te alcancé de mi Hijo la conversión. He pedido por ti y deseado, si fuera posible toda clase de trabajos por salvarte, ya que los pecadores convertidos constituyen mi gloria, y hacerte digno de predicar por todas partes mi Rosario».
Santo Domingo, describiéndole los grandes frutos que había conseguido entre las gentes por esta hermosa devoción que él predicaba continuamente le decía: «Mira los frutos que he alcanzado con la predicación del Santo Rosario. Que hagan lo mismo tú y cuantos aman a la Santísima Virgen, para atraer, mediante el Santo ejercicio del Rosario, a todos los pueblos a la ciencia verdadera de la virtud». Esto es, en resumen, lo que la historia nos enseña acerca del establecimiento del Santo Rosario por Santo Domingo y su restauración por el Beato Alano de la Rupe.
5ª Rosa: La Cofradía del Santo Rosario
Estrictamente hablando, no hay sino una Cofradía del Rosario, compuesto de ciento cincuenta Avemarías. Pero en relación a las personas que lo practican, podemos distinguir tres clases: el Rosario común u Ordinario, el Rosario Perpetuo y el Rosario Cotidiano.
La Cofradía del Rosario Ordinario sólo exige recitarlo una vez por semana. La del Rosario Perpetuo, una vez al año. La del Rosario Cotidiano, en cambio, rezarlo completo, es decir, las ciento cincuenta Avemarías, todos los días. Ninguna de estas Cofradías implica obligación bajo pecado, ni siquiera venial, si no lo rezamos. Porque el compromiso de rezarlo es totalmente voluntario y de supererogación. Pero no debe alistarse en la Cofradía quien no tenga voluntad decidida de rezarlo, conforme lo exige la Cofradía y siempre que pueda sin faltar a las obligaciones del propio estado. De suerte que, cuando el rezo del Rosario coincide con una obligación de estado, hay que preferir ésta al Rosario, por santo que éste sea. Cuando, a causa de enfermedad, no se le pueda recitar todo o en parte sin agravar el padecimiento, no obliga. Y cuando, por legítima obediencia, olvido involuntario o necesidad apremiante, no fue posible rezarlo, no hay pecado ninguno, ni siquiera venial. Y no por ello dejas de participar en las gracias y méritos de los cofrades del Santo Rosario que lo rezan en todo el mundo. Y si dejas de rezarlo por pura negligencia, pero sin desprecio formal, absolutamente hablando, tampoco pecas. Pero pierdes la participación en las oraciones, buenas obras y méritos de la Cofradía. Y por tu negligencia en cosas pequeñas y de supererogación, caerás insensiblemente en la infidelidad a las cosas grandes y de obligación esencial: «Quien desprecia lo pequeño, poco a poco se precipita» (Eclo 19,1).
6ª Rosa: El Salterio o Rosario de la Santísima Virgen María
Desde que Santo Domingo estableció esta devoción, hasta el año 1460, en que el Beato Alano la restauró por orden del Cielo, se la denominó el “Salterio de Jesús y de la Santísima Virgen”. Porque contiene tantas Avemarías como salmos tiene el Salterio de David y porque los sencillos e ignorantes que no pueden rezar el Salterio davídico sacan de la recitación de Santo Rosario tanto o mayor fruto que el que se consigue con la recitación de los salmos de David: 1º. Porque el Salterio Angélico tiene un fruto más noble, a saber, el Verbo encarnado, a quien el salterio davídico solamente predice; 2º. Porque así como la realidad supera a la imagen y el cuerpo a la sombra, del mismo modo el Salterio de la Santísima Virgen sobrepasa al de David, que sólo fue sombra y figura de aquél; 3º. Porque la Santísima Trinidad compuso directamente el Salterio de la Santísima Virgen, es decir, el Rosario, compuesto de Padrenuestros y Avemarías. El sabio Cartagena refiere al respecto: «El sapientísimo de Aix-la-Chapelle (J. Beyssel) en su libro sobre la Corona de Rosas, dedicado al Emperador Maximiliano, dice:
"Saludad a María, que ha trabajado mucho en vosotros" (Rom 16, 6)
Primera decena
Excelencia del Santo Rosario manifestada por su origen y su nombre
1ª Rosa: Las oraciones del Santo Rosario
El Rosario encierra dos realidades: la oración mental y la vocal. La oración mental en el Santo Rosario es la meditación de los principales misterios de la vida, muerte y gloria de Jesucristo y de su Santísima Madre. La oración vocal consiste en la recitación de quince decenas de Avemarías precedidas de un Padrenuestro, unida a la meditación y contemplación de las quince principales virtudes que Jesús y María practicaron, conforme a los quince misterios del Santo Rosario. En la primera parte, que consta de cinco decenas, se honran y consideran los cinco misterios gozosos; en la segunda, los cinco dolorosos; y en la tercera los cinco misterios gloriosos. De este modo, el Rosario constituye un conjunto sagrado de oración mental y vocal para honrar e imitar los misterios y virtudes de la vida, muerte, pasión y gloria de Jesucristo y de María.
2ª Rosa: Origen del Santo Rosario
El Santo Rosario, compuesto fundamental y sustancialmente por la oración de Jesucristo (el Padrenuestro), la salutación angélica (el Avemaría) y la meditación de los misterios de Jesús y María, constituye, sin duda, la primera plegaria y la primera devoción de los creyentes. Desde los tiempos de los apóstoles y discípulos ha estado en uso, siglo tras siglo, hasta nuestros días. Sin embargo, el Santo Rosario, en la forma y método de que hoy nos servimos en su recitación, sólo fue inspirado a la Iglesia, en 1214, por la Santísima Virgen que lo dio a Santo Domingo para convertir a los herejes albigenses y a los pecadores. Ocurrió en la forma siguiente, según lo narra el beato Alano de la Rupe en su famoso libro titulado “Dignidad del Salterio Mariano”. Viendo Santo Domingo que los crímenes de los hombres obstaculizaban la conversión de los albigenses, entró a un bosque próximo a Tolosa y permaneció allí tres días dedicado a la penitencia y a la oración continua, sin cesar de gemir, llorar y mortificar su cuerpo con disciplina para calmar la cólera divina, hasta que cayó medio muerto. La Santísima Virgen se le apareció en compañía de tres princesas celestiales, y le dijo: «¿Sabes, querido Domingo, de qué arma se ha servido la Santísima Trinidad para reformar el mundo?». «Señora, Tú lo sabes mejor que yo – respondió él –, porque, después de Jesucristo, Tú fuiste el principal instrumento de nuestra salvación». «Pues la principal pieza de combate ha sido el salterio angélico, que es el fundamento del Nuevo Testamento. Por ello, si quieres ganar para Dios esos corazones endurecidos, predica mi Salterio Mariano».
Se levantó el Santo muy consolado. Inflamado de celo por la salvación de aquellas gentes, entró en la catedral. Al momento repicaron las campanas para reunir a los habitantes. Al comenzar él su predicación, se desencadenó una horrible tormenta, tembló la tierra, se oscureció el sol, truenos y relámpagos repetidos hicieron palidecer y temblar a los oyentes. El terror de éstos aumentó cuando vieron que una imagen de la Santísima Virgen expuesta en lugar prominente, levantaba los brazos al cielo tres veces para pedir a Dios venganza contra ellos, si no se convertían y recurrían a la protección de la Santa Madre de Dios.
Quería el cielo con estos prodigios promover esta nueva devoción del Santo Rosario y hacer que se la conociera más. Gracias a la oración de Santo Domingo, se calmó finalmente la tormenta. Prosiguió él su predicación, explicando con tanto fervor y entusiasmo la excelencia del Santo Rosario, que casi todos los habitantes de Tolosa lo aceptaron, renunciando a sus errores. En poco tiempo se experimentó un gran cambio de vida y costumbres en la ciudad.
3ª Rosa: El Santo Rosario y Santo Domingo
El establecimiento del Santo Rosario en forma tan milagrosa, guarda cierta semejanza con la manera de que se sirvió Dios para promulgar su Ley en el Monte Sinaí, y manifiesta claramente la excelencia de esta maravillosa práctica. Santo Domingo, iluminado por el Espíritu Santo e instruido por la Santísima Virgen y por su propia experiencia, dedicó el resto de su vida a predicar el Santo Rosario con su ejemplo y su palabra, en las ciudades y los campos, ante grandes y pequeños, sabios e ignorantes, católicos y herejes. El Santo Rosario, que rezaba todos los días, constituía su preparación antes de predicar y su acción de gracias después de la predicación.
Se preparaba el Santo, detrás del altar mayor de Nuestra Señora de París, con el rezo del Santo Rosario, para predicar en las fiestas de San Juan Evangelista, cuando se le apareció la Santísima Virgen y le dijo: «Aunque lo que tienes preparado para predicar sea bueno, ¡aquí te traigo un sermón mejor!» El Santo recibe de las manos de María el escrito que contiene el sermón, lo lee, lo saborea, lo comprende y da gracias por él a la Santísima Virgen. Llegada la hora del sermón, sube al púlpito y, después de haber recordado en alabanza de San Juan, tan sólo que había sido el guardián de la Reina de los Cielos, dijo a la asamblea de nobles y doctores que habían venido a escucharlo y estaban acostumbrados a oír sólo discursos artificiosos y floridos, que no les hablaría con palabras elocuentes de la sabiduría humana, sino con la sencillez y fuerza del Espíritu Santo. Les predicó el Santo Rosario, explicándoles palabra por palabra, como a los niños, la salutación angélica, sirviéndose de comparaciones muy sencillas, leídas en el escrito que le diera la Santísima Virgen. Aquí están las palabras del Sabio Cartagena que él tomó, en parte, del libro del Beato Alano de la Rupe, “Dignidad del Salterio” Afirma el Beato Alano que su padre, Santo Domingo, le dijo un día en una revelación: ¡Hijo mío!, tú predicas. Pero, para que no busques la alabanza humana sino la salvación de las almas, escucha lo que me sucedió en París. Debía predicar en la Iglesia Mayor de Santa María y quería hacerlo ingeniosamente, no por jactancia, sino a causa de la nobleza y dignidad de los asistentes. Mientras oraba, según mi costumbre, casi durante una hora, mediante la recitación de mi Salterio (es decir el Rosario) antes del sermón, tuve un éxtasis. Veía a mi amada Señora, la Virgen María, que ofreciéndome un libro me decía: «¡Por bueno que sea el sermón que vas a predicar, aquí traigo uno mejor!» Muy contento, tomé el libro, lo leí todo y, como María lo había dicho, encontré lo que debía predicar. Se lo agradecí de todo corazón. Llegada la hora del sermón, subí a la cátedra sagrada. Era la fiesta de San Juan, pero sólo dije del Apóstol que mereció ser escogido para guardián de la Reina del Cielo. En seguida hablé así a mi auditorio: «¡Señores e ilustres Maestros! Uds. están acostumbrados a oír sermones sabios y elegantes. Pero no quiero dirigirles doctas palabras de sabiduría humana, sino mostrarles el espíritu de Dios y su virtud». Entonces –añade Cartagena siguiendo al Beato Alano– Santo Domingo les explicó la salutación angélica mediante comparaciones y semejanzas muy sencillas.
El Beato Alano, como dice el mismo Cartagena, relata muchas otras apariciones del Señor y de la Santísima Virgen a Santo Domingo para instarle y animarle más y más a predicar el Santo Rosario a fin de combatir el pecado y convertir a los pecadores herejes. Oigamos este pasaje: «El Beato Alano refiere que la Santísima Virgen le reveló que Jesucristo, su Hijo, se había aparecido después de Ella a Santo Domingo y le había dicho: Domingo, me alegro de que no te apoyes en tu sabiduría y de que trabajes con humildad en la salvación de las almas sin preocuparte por complacer la vanidad humana. Muchos predicadores quieren desde el comienzo tronar contra los pecados más graves, olvidando que, antes de dar un remedio penoso, es necesario preparar al enfermo para que lo reciba y aproveche. Por ello deben exhortar antes al auditorio al amor a la oración y, especialmente, a mi salterio angélico. Porque si todos comienzan a rezarlo, no hay duda de que la clemencia divina será propicia con los que perseveran. Predica, pues, mi Rosario» (Alano de la Rupe, De D.P., c. 17; Cartagena, De S.A.D., L. 16, h. 1; CN. pág. 156.). En otro lugar dice: Todos los predicadores hacen rezar a los cristianos la salutación angélica al comenzar sus sermones, para obtener la gracia divina. La razón de ello es la revelación de la Santísima Virgen a Santo Domingo: «Hijo mío no te sorprendas de no lograr éxito con tus predicaciones. Porque trabajas en una tierra que no ha sido regada por la lluvia. Recuerda que cuando Dios quiso renovar el mundo, envió primero la lluvia de la salutación angélica. Así se renovó el mundo. Exhorta, pues, a las gentes en tus sermones a rezar el Rosario y recogerás grandes frutos para las almas." Lo hizo así el Santo constantemente y obtuvo notable éxito con sus predicaciones. Me he complacido en citarte palabra por palabra los pasajes de estos serios autores, en favor de los predicadores y personas eruditas que pudieran dudar de la maravillosa eficacia del Santo Rosario. Mientras los predicadores, siguiendo el ejemplo de Santo Domingo, enseñaron la devoción del Santo Rosario, florecían la piedad y el fervor en las Órdenes Religiosas que lo practicaban y en el mundo cristiano, pero cuando se empezó a descuidar este regalo venido del Cielo, sólo vemos pecados y desórdenes por todas partes.
4ª Rosa: El Santo Rosario y el beato Alano
Todas las cosas, inclusive las más santas, en la medida en que dependen de la voluntad humana, están sujetas a cambio. No hay, pues, por qué extrañarse de que la Cofradía del Santo Rosario no haya subsistido en su primitivo fervor sino hasta unos cien años después de su fundación. Después estuvo casi sumida en el olvido. Además la malicia y envidia del demonio han contribuido seguramente para que se descuidara el Santo Rosario, a fin de detener los torrentes de gracia divina que esta devoción atrae al mundo. Efectivamente la justicia divina afligió todos los reinos europeos en el año 1384 con la peste más temible que se haya visto jamás. Ésta se extendió desde Oriente por Italia, Alemania, Francia, Polonia, Hungría, devastando casi todos estos territorios, ya que de cada cien hombres sólo quedaba uno vivo. Las ciudades, los pueblos, las aldeas y los monasterios quedaron casi desiertos durante los tres años que duró la epidemia. Después de que, por la misericordia divina, cesaron estas calamidades, la Santísima Virgen ordenó al Beato Alano de la Rupe, célebre doctor y famoso predicador de la Orden de Santo Domingo del convento de Dinán en Bretaña, renovar la antigua Cofradía del Santo Rosario, a fin de que un Religioso del mismo lugar tuviera el honor de restaurarla. Este bienaventurado Padre comenzó a trabajar en tan noble empresa en el año 1460, sobre todo después de que el Señor, como lo cuenta él mismo, le dijo cierto día desde la Sagrada Hostia, mientras celebraba la Santa Misa, a fin de impulsarlo a predicar el Santo Rosario: «¿Por qué me crucificas de nuevo?». «¿Cómo Señor?», respondió sorprendido el Beato Alano. «Tus pecados me crucifican – respondió Jesucristo –. Aunque preferiría ser crucificado de nuevo, a ver a mi Padre ofendido por los pecados que has cometido. Tú me sigues crucificando, porque tienes la ciencia y cuanto es necesario para predicar el Rosario de mi Madre e instruir y alejar del pecado a muchas almas... Podrías salvarlas y evitar grandes males. Pero al no hacerlo, eres culpable de sus pecados». Tan terribles reproches hicieron que el Beato Alano se decidiera a predicar intensamente el Rosario. La Santísima Virgen le dijo también cierto día, para animarlo más todavía a predicar el Santo Rosario: «Fuiste un gran pecador en tu juventud. Pero yo te alcancé de mi Hijo la conversión. He pedido por ti y deseado, si fuera posible toda clase de trabajos por salvarte, ya que los pecadores convertidos constituyen mi gloria, y hacerte digno de predicar por todas partes mi Rosario».
Santo Domingo, describiéndole los grandes frutos que había conseguido entre las gentes por esta hermosa devoción que él predicaba continuamente le decía: «Mira los frutos que he alcanzado con la predicación del Santo Rosario. Que hagan lo mismo tú y cuantos aman a la Santísima Virgen, para atraer, mediante el Santo ejercicio del Rosario, a todos los pueblos a la ciencia verdadera de la virtud». Esto es, en resumen, lo que la historia nos enseña acerca del establecimiento del Santo Rosario por Santo Domingo y su restauración por el Beato Alano de la Rupe.
5ª Rosa: La Cofradía del Santo Rosario
Estrictamente hablando, no hay sino una Cofradía del Rosario, compuesto de ciento cincuenta Avemarías. Pero en relación a las personas que lo practican, podemos distinguir tres clases: el Rosario común u Ordinario, el Rosario Perpetuo y el Rosario Cotidiano.
La Cofradía del Rosario Ordinario sólo exige recitarlo una vez por semana. La del Rosario Perpetuo, una vez al año. La del Rosario Cotidiano, en cambio, rezarlo completo, es decir, las ciento cincuenta Avemarías, todos los días. Ninguna de estas Cofradías implica obligación bajo pecado, ni siquiera venial, si no lo rezamos. Porque el compromiso de rezarlo es totalmente voluntario y de supererogación. Pero no debe alistarse en la Cofradía quien no tenga voluntad decidida de rezarlo, conforme lo exige la Cofradía y siempre que pueda sin faltar a las obligaciones del propio estado. De suerte que, cuando el rezo del Rosario coincide con una obligación de estado, hay que preferir ésta al Rosario, por santo que éste sea. Cuando, a causa de enfermedad, no se le pueda recitar todo o en parte sin agravar el padecimiento, no obliga. Y cuando, por legítima obediencia, olvido involuntario o necesidad apremiante, no fue posible rezarlo, no hay pecado ninguno, ni siquiera venial. Y no por ello dejas de participar en las gracias y méritos de los cofrades del Santo Rosario que lo rezan en todo el mundo. Y si dejas de rezarlo por pura negligencia, pero sin desprecio formal, absolutamente hablando, tampoco pecas. Pero pierdes la participación en las oraciones, buenas obras y méritos de la Cofradía. Y por tu negligencia en cosas pequeñas y de supererogación, caerás insensiblemente en la infidelidad a las cosas grandes y de obligación esencial: «Quien desprecia lo pequeño, poco a poco se precipita» (Eclo 19,1).
6ª Rosa: El Salterio o Rosario de la Santísima Virgen María
Desde que Santo Domingo estableció esta devoción, hasta el año 1460, en que el Beato Alano la restauró por orden del Cielo, se la denominó el “Salterio de Jesús y de la Santísima Virgen”. Porque contiene tantas Avemarías como salmos tiene el Salterio de David y porque los sencillos e ignorantes que no pueden rezar el Salterio davídico sacan de la recitación de Santo Rosario tanto o mayor fruto que el que se consigue con la recitación de los salmos de David: 1º. Porque el Salterio Angélico tiene un fruto más noble, a saber, el Verbo encarnado, a quien el salterio davídico solamente predice; 2º. Porque así como la realidad supera a la imagen y el cuerpo a la sombra, del mismo modo el Salterio de la Santísima Virgen sobrepasa al de David, que sólo fue sombra y figura de aquél; 3º. Porque la Santísima Trinidad compuso directamente el Salterio de la Santísima Virgen, es decir, el Rosario, compuesto de Padrenuestros y Avemarías. El sabio Cartagena refiere al respecto: «El sapientísimo de Aix-la-Chapelle (J. Beyssel) en su libro sobre la Corona de Rosas, dedicado al Emperador Maximiliano, dice:
«No puede afirmarse que la salutación mariana sea una invención reciente. Se extendió con la Iglesia, los fieles más instruidos celebraban las alabanzas divinas con la triple cincuentena de salmos davídicos. Entre los más humildes, que encontraban diversas dificultades en el rezo del Oficio Divino, surgió una santa emulación. Pensaron, y con razón, que en el celestial elogio (el Rosario) se incluyen todos los secretos divinos de los salmos. Sobre todo porque los salmos cantaban al que debía venir, mientras que esta fórmula de plegaria se dirige al que ha venido ya. Por eso comenzaron a llamar “Salterio Mariano” a las tres series de cincuenta oraciones, anteponiendo a cada decena la oración dominical como habían visto hacer a quienes recitaban los salmos». El Salterio o Rosario de la Santísima Virgen se compone de tres Coronas de cinco decenas cada una, con el fin de: 1º. Honrar a las personas de la Santísima Trinidad; 2º. Honrar la vida, muerte y gloria de Jesucristo; 3º. Imitar a la Iglesia triunfante, ayudar a la peregrinante y aliviar a la paciente; 4º. Imitar las tres partes del salterio, la primera de las cuales mira a la vía purgativa; la segunda, a la vía iluminativa; la tercera, a la vía unitiva; 5º. Colmarnos de gracia durante la vida, de paz en la hora de la muerte, y de gloria en la eternidad.
7ª Rosa: El Santo Rosario: Corona de rosas
Desde cuando el Beato Alano de la Rupe restauró esta devoción, la voz del pueblo que es la voz de Dios, la llamó ROSARIO, es decir, corona de rosas, lo cual significa que cuantas veces se recita el Rosario como es debido, colocamos en la cabeza de Jesús y de María una corona de ciento cincuenta y tres rosas blancas y dieciséis rosas encarnadas del Paraíso, que no perderán jamás su belleza ni esplendor. La Santísima Virgen aprobó y confirmó el nombre de Rosario, revelando a varias personas, que le presentaban tantas rosas agradables cuantas Avemarías recitaban en su honor y tantas coronas de rosas como Rosarios.
El Hermano San Alfonso Rodríguez, jesuita, rezaba con tanto fervor, que veía con frecuencia salir de su boca una rosa encarnada a cada Padrenuestro y una rosa blanca a cada Avemaría: iguales ambas en belleza y fragancia y sólo diferentes en el color.
Cuentan las crónicas de San Francisco que un joven religioso tenía la laudable costumbre de rezar todos los días antes de la comida la Corona de la Santísima Virgen. Cierto día, no se sabe por qué, faltó a ella. Cuando sonó la campana para la comida, rogó al Superior le permitiera rezar la Corona antes de sentarse a la mesa. Obteniendo el permiso, se retiró a su celda. Pero, como tardase mucho en volver, el Superior envió a un Religioso a llamarlo. Éste lo encontró en su celda, iluminado de celestiales resplandores. La Santísima Virgen y dos Ángeles estaban al lado de él. A cada Avemaría salía de la boca del Religioso una bellísima rosa. Los Ángeles recogían las rosas, una tras otra, y las colocaban sobre la cabeza de la Santísima Virgen que se mostraba evidentemente complacida de ello. Otros Religiosos, enviados para saber la causa de la demora de sus compañeros, vieron el mismo prodigio. La Santísima Virgen no desapareció hasta que terminó el rezo de la Corona. El Rosario es, pues, una gran corona, y el de cinco decenas una diadema o guirnalda de rosas celestiales que se coloca en la cabeza de Jesús y de María. La rosa es la reina de las flores. El Rosario, a su vez, es la rosa y la primera de las devociones.
8ª Rosa: Maravillas del Santo Rosario
No es posible expresar cuánto prefiere la Santísima Virgen el Rosario a las demás devociones, cuán benigna se muestra para recompensar a quienes trabajan en predicarlo, establecerlo y cultivarlo y cuán terrible, por el contrario, contra quienes se oponen a rezo del Santo Rosario.
Santo Domingo no puso en nada tanto empeño durante su vida como en alabar a la Santísima Virgen, predicar sus grandezas y animar a todo el mundo a honrarla con el Rosario. La poderosa Reina del Cielo, a su vez, no cesó de derramar sobre el Santo bendiciones a manos llenas. Ella coronó sus trabajos con mil prodigios y milagros y él alcanzó de Dios cuanto pidió por intercesión de la Santísima Virgen.
Para colmo de favores, le concedió la victoria sobre los albigenses y le hizo padre y patriarca de su gran Orden. Y ¿qué decir del Beato Alano de la Rupe, restaurador de esta devoción? La Santísima Virgen lo honró varias veces con su visita para ilustrarlo acerca de los medios de alcanzar la salvación, convertirse en buen Sacerdote, perfecto Religioso e imitador de Jesucristo. Durante las tentaciones y horribles persecuciones del demonio que lo llevaban a una extrema tristeza y casi a la desesperación, Ella lo consolaba, disipando, con su dulce presencia, tantas nubes y tinieblas. Le enseñó el modo de rezar el Rosario, lo instruyó acerca de sus frutos y excelencias, lo favoreció con la gloriosa cualidad de esposo suyo y, como arras de su casto amor, le colocó el anillo en el dedo y al cuello un collar hecho con sus cabellos, dándole también un Rosario. El Abad Tritemio, el sabio Cartagena, el doctor Martín Navarro y otros hablan de él elogiosamente. Después de atraer a la Cofradía del Rosario a más de cien mil personas, murió en Zwolle, Flandes, el 8 de setiembre de 1475. Envidioso el demonio de los grandes frutos que el Beato Tomás de San Juan, célebre predicador del Santo Rosario, lograba con esta práctica, lo redujo con duros tratos a una larga y penosa enfermedad en la que fue desahuciado por los médicos. Una noche creyéndose a punto de morir, se le apareció el demonio, bajo una espantosa figura. Pero él levantó los ojos y el corazón hacia una imagen de la Santísima Virgen que se hallaba cerca de su lecho y gritó con todas sus fuerzas: «¡Ayúdame! ¡Socórreme! ¡Dulcísima Madre mía!». Tan pronto como pronunció estas palabras, la imagen de la Santísima Virgen le tendió la mano y agarrándole por el brazo le dijo: «¡No tengas miedo, Tomás, hijo mío! ¡Aquí estoy para ayudarte! ¡Levántate y sigue predicando la devoción de mi Rosario, como habías empezado a hacerlo! ¡Yo te defenderé contra todos tus enemigos!». A estas palabras de la Santísima Virgen huyó el demonio. El enfermo se levantó perfectamente curado, dio gracias a su bondadosa Madre con abundantes lágrimas y continuó predicando el Rosario con éxito maravilloso.
La Santísima Virgen no favorece solamente a quienes predican el Rosario, sino que recompensa también gloriosamente a quienes con su ejemplo atraen a los demás a esta devoción. Alfonso IX (1188-1230), rey de León y de Galicia, deseando que todos sus criados honraran a la Santísima Virgen con el Rosario, resolvió, para animarlos con su ejemplo, llevar ostensiblemente un gran rosario, aunque sin rezarlo. Bastó esto para obligar a toda la corte a rezarlo devotamente. El rey cayó enfermo de gravedad. Ya lo creían muerto, cuando, arrebatado en espíritu ante el tribunal de Jesucristo, vio a los demonios que le acusaban de todos los crímenes que había cometido. Cuando el divino Juez lo iba ya a condenar a las penas eternas, intervino en favor suyo la Santísima Virgen. Trajeron, entonces, una balanza: en un platillo de la misma colocaron los pecados del rey. La Santísima Virgen colocó en el otro el rosario que Alfonso había llevado para honrarla y los que, gracias a su ejemplo, habían recitado otras personas. Esto pesó más que los pecados del rey. La Virgen le dijo luego, mirándole benignamente: «Para recompensarte por el pequeño servicio que me hiciste al llevar mi Rosario, te he alcanzado de mi Hijo la prolongación de tu vida por algunos años. ¡Empléalos bien y haz penitencia!» Volviendo en sí el rey exclamó: «Oh bendito Rosario de la Santísima Virgen, que me libró de la condenación eterna!» Y después de recobrar la salud, fue siempre devoto del Rosario y lo recitó todos los días. Que los devotos de la Santísima Virgen traten de ganar el mayor número de fieles para la Cofradía del Santo Rosario, a ejemplo de estos santos y de este rey. Así conseguirán en la tierra la protección de María y luego la vida eterna: «Los que me den a conocer, alcanzarán la vida eterna» (Eclo 24,31).
9ª Rosa: Lo enemigos del Santo Rosario
Veamos ahora cuán injusto es impedir el progreso de la Cofradía del Santo Rosario y cuáles son los castigos que Dios inflige a los infelices que la han despreciado o intentado destruirla. Aunque la devoción del Santo Rosario ha sido autorizada por el Cielo con muchos milagros y ha recibido la aprobación de la Iglesia mediante Bulas pontificias, no faltan hoy libertinos, impíos y gentes orgullosas que se atreven a difamar la Cofradía del Santo Rosario o alejar de ella a los fieles. Es fácil reconocer que sus lenguas están infectadas con el veneno del infierno y que se mueven a impulso del maligno. Nadie, en efecto, podría desaprobar la devoción del Santo Rosario sin condenar al mismo tiempo lo más piadoso que existe en la religión cristiana, a saber: la oración dominical, la salutación angélica, los misterios de la vida, muerte y gloria de Jesucristo y de su Santísima Madre. Estos orgullosos no pueden soportar que se rece el Rosario y caen con frecuencia, inconscientemente, en el criterio reprobable de los herejes que detestan el Rosario y la Corona. Aborrecer las Cofradías es alejarse de Dios y de la auténtica piedad, dado que Jesucristo asegura que se halla entre quienes se reúnen en su nombre. Ni es ser buen católico despreciar tantas y tan grandes indulgencias como la Iglesia concede a la Cofradía. Finalmente, disuadir a los fieles de que pertenezcan a la Cofradía del Santo Rosario, es obrar como enemigo de la salvación de las almas, ya que por medio de ella abandonan el pecado para abrazar la piedad. San Buenaventura afirma con razón en su Salterio (Psalterium, lect. 4), que quien desprecia a la Santísima Virgen morirá en pecado y se condenará. ¡Qué castigos no deben esperar quienes alejan a los demás de la devoción hacia Ella!
7ª Rosa: El Santo Rosario: Corona de rosas
Desde cuando el Beato Alano de la Rupe restauró esta devoción, la voz del pueblo que es la voz de Dios, la llamó ROSARIO, es decir, corona de rosas, lo cual significa que cuantas veces se recita el Rosario como es debido, colocamos en la cabeza de Jesús y de María una corona de ciento cincuenta y tres rosas blancas y dieciséis rosas encarnadas del Paraíso, que no perderán jamás su belleza ni esplendor. La Santísima Virgen aprobó y confirmó el nombre de Rosario, revelando a varias personas, que le presentaban tantas rosas agradables cuantas Avemarías recitaban en su honor y tantas coronas de rosas como Rosarios.
El Hermano San Alfonso Rodríguez, jesuita, rezaba con tanto fervor, que veía con frecuencia salir de su boca una rosa encarnada a cada Padrenuestro y una rosa blanca a cada Avemaría: iguales ambas en belleza y fragancia y sólo diferentes en el color.
Cuentan las crónicas de San Francisco que un joven religioso tenía la laudable costumbre de rezar todos los días antes de la comida la Corona de la Santísima Virgen. Cierto día, no se sabe por qué, faltó a ella. Cuando sonó la campana para la comida, rogó al Superior le permitiera rezar la Corona antes de sentarse a la mesa. Obteniendo el permiso, se retiró a su celda. Pero, como tardase mucho en volver, el Superior envió a un Religioso a llamarlo. Éste lo encontró en su celda, iluminado de celestiales resplandores. La Santísima Virgen y dos Ángeles estaban al lado de él. A cada Avemaría salía de la boca del Religioso una bellísima rosa. Los Ángeles recogían las rosas, una tras otra, y las colocaban sobre la cabeza de la Santísima Virgen que se mostraba evidentemente complacida de ello. Otros Religiosos, enviados para saber la causa de la demora de sus compañeros, vieron el mismo prodigio. La Santísima Virgen no desapareció hasta que terminó el rezo de la Corona. El Rosario es, pues, una gran corona, y el de cinco decenas una diadema o guirnalda de rosas celestiales que se coloca en la cabeza de Jesús y de María. La rosa es la reina de las flores. El Rosario, a su vez, es la rosa y la primera de las devociones.
8ª Rosa: Maravillas del Santo Rosario
No es posible expresar cuánto prefiere la Santísima Virgen el Rosario a las demás devociones, cuán benigna se muestra para recompensar a quienes trabajan en predicarlo, establecerlo y cultivarlo y cuán terrible, por el contrario, contra quienes se oponen a rezo del Santo Rosario.
Santo Domingo no puso en nada tanto empeño durante su vida como en alabar a la Santísima Virgen, predicar sus grandezas y animar a todo el mundo a honrarla con el Rosario. La poderosa Reina del Cielo, a su vez, no cesó de derramar sobre el Santo bendiciones a manos llenas. Ella coronó sus trabajos con mil prodigios y milagros y él alcanzó de Dios cuanto pidió por intercesión de la Santísima Virgen.
Para colmo de favores, le concedió la victoria sobre los albigenses y le hizo padre y patriarca de su gran Orden. Y ¿qué decir del Beato Alano de la Rupe, restaurador de esta devoción? La Santísima Virgen lo honró varias veces con su visita para ilustrarlo acerca de los medios de alcanzar la salvación, convertirse en buen Sacerdote, perfecto Religioso e imitador de Jesucristo. Durante las tentaciones y horribles persecuciones del demonio que lo llevaban a una extrema tristeza y casi a la desesperación, Ella lo consolaba, disipando, con su dulce presencia, tantas nubes y tinieblas. Le enseñó el modo de rezar el Rosario, lo instruyó acerca de sus frutos y excelencias, lo favoreció con la gloriosa cualidad de esposo suyo y, como arras de su casto amor, le colocó el anillo en el dedo y al cuello un collar hecho con sus cabellos, dándole también un Rosario. El Abad Tritemio, el sabio Cartagena, el doctor Martín Navarro y otros hablan de él elogiosamente. Después de atraer a la Cofradía del Rosario a más de cien mil personas, murió en Zwolle, Flandes, el 8 de setiembre de 1475. Envidioso el demonio de los grandes frutos que el Beato Tomás de San Juan, célebre predicador del Santo Rosario, lograba con esta práctica, lo redujo con duros tratos a una larga y penosa enfermedad en la que fue desahuciado por los médicos. Una noche creyéndose a punto de morir, se le apareció el demonio, bajo una espantosa figura. Pero él levantó los ojos y el corazón hacia una imagen de la Santísima Virgen que se hallaba cerca de su lecho y gritó con todas sus fuerzas: «¡Ayúdame! ¡Socórreme! ¡Dulcísima Madre mía!». Tan pronto como pronunció estas palabras, la imagen de la Santísima Virgen le tendió la mano y agarrándole por el brazo le dijo: «¡No tengas miedo, Tomás, hijo mío! ¡Aquí estoy para ayudarte! ¡Levántate y sigue predicando la devoción de mi Rosario, como habías empezado a hacerlo! ¡Yo te defenderé contra todos tus enemigos!». A estas palabras de la Santísima Virgen huyó el demonio. El enfermo se levantó perfectamente curado, dio gracias a su bondadosa Madre con abundantes lágrimas y continuó predicando el Rosario con éxito maravilloso.
La Santísima Virgen no favorece solamente a quienes predican el Rosario, sino que recompensa también gloriosamente a quienes con su ejemplo atraen a los demás a esta devoción. Alfonso IX (1188-1230), rey de León y de Galicia, deseando que todos sus criados honraran a la Santísima Virgen con el Rosario, resolvió, para animarlos con su ejemplo, llevar ostensiblemente un gran rosario, aunque sin rezarlo. Bastó esto para obligar a toda la corte a rezarlo devotamente. El rey cayó enfermo de gravedad. Ya lo creían muerto, cuando, arrebatado en espíritu ante el tribunal de Jesucristo, vio a los demonios que le acusaban de todos los crímenes que había cometido. Cuando el divino Juez lo iba ya a condenar a las penas eternas, intervino en favor suyo la Santísima Virgen. Trajeron, entonces, una balanza: en un platillo de la misma colocaron los pecados del rey. La Santísima Virgen colocó en el otro el rosario que Alfonso había llevado para honrarla y los que, gracias a su ejemplo, habían recitado otras personas. Esto pesó más que los pecados del rey. La Virgen le dijo luego, mirándole benignamente: «Para recompensarte por el pequeño servicio que me hiciste al llevar mi Rosario, te he alcanzado de mi Hijo la prolongación de tu vida por algunos años. ¡Empléalos bien y haz penitencia!» Volviendo en sí el rey exclamó: «Oh bendito Rosario de la Santísima Virgen, que me libró de la condenación eterna!» Y después de recobrar la salud, fue siempre devoto del Rosario y lo recitó todos los días. Que los devotos de la Santísima Virgen traten de ganar el mayor número de fieles para la Cofradía del Santo Rosario, a ejemplo de estos santos y de este rey. Así conseguirán en la tierra la protección de María y luego la vida eterna: «Los que me den a conocer, alcanzarán la vida eterna» (Eclo 24,31).
9ª Rosa: Lo enemigos del Santo Rosario
Veamos ahora cuán injusto es impedir el progreso de la Cofradía del Santo Rosario y cuáles son los castigos que Dios inflige a los infelices que la han despreciado o intentado destruirla. Aunque la devoción del Santo Rosario ha sido autorizada por el Cielo con muchos milagros y ha recibido la aprobación de la Iglesia mediante Bulas pontificias, no faltan hoy libertinos, impíos y gentes orgullosas que se atreven a difamar la Cofradía del Santo Rosario o alejar de ella a los fieles. Es fácil reconocer que sus lenguas están infectadas con el veneno del infierno y que se mueven a impulso del maligno. Nadie, en efecto, podría desaprobar la devoción del Santo Rosario sin condenar al mismo tiempo lo más piadoso que existe en la religión cristiana, a saber: la oración dominical, la salutación angélica, los misterios de la vida, muerte y gloria de Jesucristo y de su Santísima Madre. Estos orgullosos no pueden soportar que se rece el Rosario y caen con frecuencia, inconscientemente, en el criterio reprobable de los herejes que detestan el Rosario y la Corona. Aborrecer las Cofradías es alejarse de Dios y de la auténtica piedad, dado que Jesucristo asegura que se halla entre quienes se reúnen en su nombre. Ni es ser buen católico despreciar tantas y tan grandes indulgencias como la Iglesia concede a la Cofradía. Finalmente, disuadir a los fieles de que pertenezcan a la Cofradía del Santo Rosario, es obrar como enemigo de la salvación de las almas, ya que por medio de ella abandonan el pecado para abrazar la piedad. San Buenaventura afirma con razón en su Salterio (Psalterium, lect. 4), que quien desprecia a la Santísima Virgen morirá en pecado y se condenará. ¡Qué castigos no deben esperar quienes alejan a los demás de la devoción hacia Ella!
10ª Rosa: Los milagros del Santo Rosario
Mientras Santo Domingo predicaba esta devoción en Carcasona, un hereje se dedicó a ridiculizar los milagros y los quince misterios del Santo Rosario. Impedía así la conversión de los herejes. Dios permitió, para castigo de este impío, que 15.000 demonios se apoderaran de su cuerpo. Sus padres lo condujeron entonces al Santo para que lo librara de los espíritus malignos. Se puso Santo Domingo en oración y exhortó a la multitud a rezar con él en alta voz el Rosario. Y he aquí que a cada Avemaría la Santísima Virgen hacía salir cien demonios del cuerpo del hereje, en forma de carbones encendidos. Una vez liberado, el hereje abjuró de sus errores, se convirtió y se hizo inscribir en la Cofradía del Rosario, con muchos otros correligionarios suyos, conmovidos ante este castigo y la fuerza del Rosario. El sabio Cartagena, franciscano, y otros autores refieren que en el año 1482, cuando el venerable Padre Diego Sprenger y sus Religiosos trabajaban con gran celo por el restablecimiento de la devoción y Cofradía del Santo Rosario en la ciudad de Colonia, dos célebres predicadores, envidiosos de los frutos maravillosos que los primeros obtenían mediante esta práctica, intentaban desacreditarla en sus propios sermones. Gracias al talento y fama que gozaban, apartaban a muchos de inscribirse en la Cofradía. Para conseguir mejor sus perniciosos intentos, uno de ellos preparó expresamente un sermón para el domingo siguiente. Llega la hora de la predicación, pero el predicador no aparece. Se le espera. Se le busca, y finalmente lo encuentran muerto, sin que hubiera podido ser auxiliado por nadie. Persuadido el otro predicador de que se trataba de un accidente natural, resuelve reemplazar a su compañero en la triste empresa de abolir la Cofradía del Rosario. Llegan el día y la hora del sermón. Pero Dios lo castigó con una parálisis que le quitó el movimiento y la palabra. Reconociendo su falta y la de su compañero, recurrió de corazón a la Santísima Virgen, prometiéndole predicar por todas partes el Rosario con tanto empeño como aquel con que lo había combatido. Le suplicó que para ello le devolviera la salud y la palabra. La Santísima Virgen accedió a su petición. Sintiéndose repentinamente curado, se levantó como otro Saulo, cambiado de perseguidor en defensor del Santo Rosario. Reparó públicamente su culpa y predicó con gran celo y elocuencia las excelencias del Santo Rosario. No dudo de que las gentes críticas y orgullosas de hoy, al leer estas historias, pongan en duda su autenticidad, como han hecho siempre. Yo sólo las he trascrito de muy buenos autores contemporáneos, y en parte, de un libro reciente del P. Antonino Thomas, dominico, titulado El Rosal Místico.
Todo el mundo sabe, por otra parte, que hay tres clases de fe para las diferentes historias. A los acontecimientos narrados en la Sagrada Escritura debemos una fe divina. A los relatos profanos, que no repugnan la razón y han sido escritos por serios autores, una fe humana. A las historias piadosas referidas por buenos autores y no contrarias a la razón, la fe o las buenas costumbres, aunque a veces sean extraordinarias, una fe piadosa. Confieso que no debemos ser ni muy crédulos ni muy críticos, sino optar siempre por el justo medio para descubrir dónde se hallan la verdad y la virtud. Pero estoy convencido igualmente que así como la caridad cree fácilmente cuanto no es contrario a la fe ni a las buenas costumbres –«La caridad todo lo cree» (1 Cor 13,7)–, del mismo modo, el orgullo lleva a negar casi todas las historias bien fundadas, so pretexto de que no se encuentran en la Sagrada Escritura. En la trampa tendida por Satanás, en la que cayeron los herejes que negaban la Tradición. Trampa en la que caen, sin darse cuenta, los críticos de hoy, que no creen lo que no comprenden o no les agrada, sin más motivo que su orgullo y autosuficiencia.
Mientras Santo Domingo predicaba esta devoción en Carcasona, un hereje se dedicó a ridiculizar los milagros y los quince misterios del Santo Rosario. Impedía así la conversión de los herejes. Dios permitió, para castigo de este impío, que 15.000 demonios se apoderaran de su cuerpo. Sus padres lo condujeron entonces al Santo para que lo librara de los espíritus malignos. Se puso Santo Domingo en oración y exhortó a la multitud a rezar con él en alta voz el Rosario. Y he aquí que a cada Avemaría la Santísima Virgen hacía salir cien demonios del cuerpo del hereje, en forma de carbones encendidos. Una vez liberado, el hereje abjuró de sus errores, se convirtió y se hizo inscribir en la Cofradía del Rosario, con muchos otros correligionarios suyos, conmovidos ante este castigo y la fuerza del Rosario. El sabio Cartagena, franciscano, y otros autores refieren que en el año 1482, cuando el venerable Padre Diego Sprenger y sus Religiosos trabajaban con gran celo por el restablecimiento de la devoción y Cofradía del Santo Rosario en la ciudad de Colonia, dos célebres predicadores, envidiosos de los frutos maravillosos que los primeros obtenían mediante esta práctica, intentaban desacreditarla en sus propios sermones. Gracias al talento y fama que gozaban, apartaban a muchos de inscribirse en la Cofradía. Para conseguir mejor sus perniciosos intentos, uno de ellos preparó expresamente un sermón para el domingo siguiente. Llega la hora de la predicación, pero el predicador no aparece. Se le espera. Se le busca, y finalmente lo encuentran muerto, sin que hubiera podido ser auxiliado por nadie. Persuadido el otro predicador de que se trataba de un accidente natural, resuelve reemplazar a su compañero en la triste empresa de abolir la Cofradía del Rosario. Llegan el día y la hora del sermón. Pero Dios lo castigó con una parálisis que le quitó el movimiento y la palabra. Reconociendo su falta y la de su compañero, recurrió de corazón a la Santísima Virgen, prometiéndole predicar por todas partes el Rosario con tanto empeño como aquel con que lo había combatido. Le suplicó que para ello le devolviera la salud y la palabra. La Santísima Virgen accedió a su petición. Sintiéndose repentinamente curado, se levantó como otro Saulo, cambiado de perseguidor en defensor del Santo Rosario. Reparó públicamente su culpa y predicó con gran celo y elocuencia las excelencias del Santo Rosario. No dudo de que las gentes críticas y orgullosas de hoy, al leer estas historias, pongan en duda su autenticidad, como han hecho siempre. Yo sólo las he trascrito de muy buenos autores contemporáneos, y en parte, de un libro reciente del P. Antonino Thomas, dominico, titulado El Rosal Místico.
Todo el mundo sabe, por otra parte, que hay tres clases de fe para las diferentes historias. A los acontecimientos narrados en la Sagrada Escritura debemos una fe divina. A los relatos profanos, que no repugnan la razón y han sido escritos por serios autores, una fe humana. A las historias piadosas referidas por buenos autores y no contrarias a la razón, la fe o las buenas costumbres, aunque a veces sean extraordinarias, una fe piadosa. Confieso que no debemos ser ni muy crédulos ni muy críticos, sino optar siempre por el justo medio para descubrir dónde se hallan la verdad y la virtud. Pero estoy convencido igualmente que así como la caridad cree fácilmente cuanto no es contrario a la fe ni a las buenas costumbres –«La caridad todo lo cree» (1 Cor 13,7)–, del mismo modo, el orgullo lleva a negar casi todas las historias bien fundadas, so pretexto de que no se encuentran en la Sagrada Escritura. En la trampa tendida por Satanás, en la que cayeron los herejes que negaban la Tradición. Trampa en la que caen, sin darse cuenta, los críticos de hoy, que no creen lo que no comprenden o no les agrada, sin más motivo que su orgullo y autosuficiencia.
CONTINUARA......
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